Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Estados Unidos, a diferencia de los imperios de la antigua Europa, siempre ha preferido ejercer indirectamente la hegemonía. Se ha basado en testaferros locales – déspotas uniformados, oligarcas corruptos, políticos dóciles y monarcas obedientes – en lugar de ocupaciones prolongadas y «nation building» (construcción de naciones) con formas cuidadosamente controladas de una democracia elitista, de baja intensidad. Enviaron a los Marines y libraron guerras sólo cuando las rebeliones desde la base amenazaron con perturbar este orden.
A pesar del mundo diferente que comenzó su existencia en los años noventa, que requirió un cambio en las prioridades de EE.UU. y el establecimiento del consenso de Washington, la elite imperial sigue mostrándose alérgica a las ocupaciones a largo plazo. Si, durante la Guerra Fría, suministraron indiscriminadamente dinero a todas las fuerzas anticomunistas (incluyendo a la actual dirección de al-Qaeda), los beneficiados del Siglo XXI son escogidos con más cuidado. El objetivo es reemplazar lentamente a las elites tradicionales en las antiguas satrapías con una nueva clase de políticos neoliberales genéticamente programados, que han sido entrenados y educados en Estados Unidos. Es la función primordial del dinero destinado a los programas de «promoción de la democracia» en EE.UU. Como la lealtad es una mercancía, puede ser adquirida a políticos, partidos, y sindicatos. Y el resultado, se espera, es crear un nuevo estrato de políticos jenízaros que sirvan a Washington.
¿Por qué se ha hecho necesario algo semejante? Porque ante la ausencia de un sistema en el que los beneficios financieros de la inversión extranjera ingresen directamente al tesoro de EE.UU., los costos del mantenimiento del Imperio tienen que ser financiados en gran parte por las satrapías. El presupuesto militar de EE.UU. ha alcanzado ya niveles astronómicos. EE.UU. gasta más dinero en armas que todas las quince naciones siguientes en su conjunto. El petróleo iraquí es vital para ayudar a mantener las bases militares de EE.UU. que ahora existen en 138 países en todo el globo.
De esto se trata en la «promoción de la democracia». Su variedad más reciente ha sido aplicada ahora en Afganistán e Irak y llegará a Haití (otro país ocupado) en noviembre de este año. Crea una nueva elite, dale fondos y armas para construir un nuevo ejército y déjala que convierta a su país en un lugar seguro para las corporaciones. Las elecciones afganas de 2004, incluso según algunos comentaristas pro-EE.UU., fueron una farsa total y el tan ensalzado 73 por ciento de participación fue un fraude. Si no hubiese sido así, el pro-cónsul de EE.UU. no estaría empeñado en reconstruir una nueva alianza con facciones talibán cercanas a la inteligencia militar paquistaní.
En Irak, la participación (según DEBKA, el sitio extremadamente leal de la inteligencia israelí) se acercó más bien a un cuarenta por ciento y en Basora (subcontratada a Tony Blair) fue de no más de un 32 por ciento. Los seguidores de Sistani votaron para satisfacer a su ayatolá, pero si no es capaz de asegurar la paz y un fin de la ocupación, ellos también podrían desertar. La única fuerza en la que pueden confiar por el momento son las tribus kurdas. El 36 batallón de comandos kurdos combatió junto a los marines de EE.UU. en Faluya, pero los jefes tribales quieren alguna forma de independencia (incluso si fuera un protectorado estadounidense-israelí) y algo de petróleo. Si el leal aliado de la OTAN y candidato a la UE, Turquía, veta cualquier posibilidad semejante, los kurdos, también, podrían aceptar dinero de otra parte. La batalla por Irak está lejos de terminar. Simplemente ha entrado a una nueva etapa. A pesar de considerables desacuerdos sobre el boicot de las elecciones, la mayoría de los iraquíes no entregará por voluntad propia su petróleo o su país a Occidente. Los políticos, con o sin barbas, que traten de imponer algo así perderán todo apoyo y llegarán a depender por completo de los ejércitos extranjeros acampados en su país. La resistencia popular continuará. Los tiempos han cambiado. Hay muchos en el norte que tienen dificultades para apoyar a esta resistencia. Los argumentos a favor y en contra son antiguos. En las últimas décadas del Siglo XIX, el socialista inglés William Morris celebró la derrota del general Gordon por el Mahdi: «Khartum cayó en manos del pueblo al que pertenece». Morris argumentó que el deber de los internacionalistas ingleses era apoyar a los que eran oprimidos por el Imperio Británico a pesar de los propios desacuerdos con el nacionalismo o el fanatismo.
El coro triunfalista de los medios corporativos y estatales de Occidente refleja un solo hecho: las elecciones iraquíes fueron preparadas no tanto para preservar la unidad de Irak sino para reestablecer la unidad de Occidente. Ya después de la reelección de Bush, franceses y alemanes buscaban un puente para volver a Washington. Los franceses habían colaborado en la ocupación de Haití sin disenso alguno en los medios franceses. Los alemanes pueden volver a unirse a la jauría. ¿Se sumarán ahora los soldados franceses y alemanes a sus maltrechos colegas británicos, estadounidenses, y mercenarios privatizados en las zonas en conflicto de Irak para sellar esta unidad? Y si lo hacen, ¿objetarán sus ciudadanos o aceptarán la propaganda que presenta la ilegítima elección (el Centro Carter que controla elecciones en todo el mundo se negó a enviar observadores) como justificación para la ocupación? Y si envían soldados franceses y alemanes ¿se les prohibirá el uso de cámaras digitales para registrar la tortura que sigue ocurriendo en desafío directo de la Convención de Ginebra?
La ocupación de Irak incluyó tanto la invasión militar como la económica, tal como lo había previsto Hayek, el padre del neoliberalismo. La visión esencial del poder imperial estaba firmemente arraigada en la doctrina original. Fue Hayek, después de todo, el primero en promover la noción de ataques aéreos relámpago contra Irán en 1979 y Argentina en 1982. La recolonización de Irak le hubiera encantado. Desdeñaba el fariseísmo. Los políticos que ocultan sus verdaderos objetivos detrás de palabras hipócritas sobre la «humanidad» lo hubieran irritado sobremanera.
Los seguidores de Hayek en Washington, sin embargo, no predijeron una resistencia en Irak. Tampoco lo hizo la mayoría del mundo occidental, en el que una mayoría de intelectuales, periodistas televisivos y aficionados a la red son tan desilusionados, amargados y cínicos, que creen que todo el mundo es como ellos. No les gusta que haya casos que les recuerden lo contrario. Olvidan que el gráfico de la historia siempre es retorcido. Nunca hay una línea ininterrumpida de progreso. Y así ocurrió que la ocupación de Irak provocó una resistencia. Contrariamente a lo que dice la masa de informes en la prensa occidental, la resistencia NO está dominada por Zarqaui o su microscópica banda. Si fuera así ya habría sido aniquilada hace tiempo. Existe una resistencia popular en Irak, tanto armada como no-violenta. La masa de la resistencia armada consiste de soldados y oficiales desmovilizados, a muchos de los cuales les disgustaba la corrupción y la crueldad de Sadam y su incapacidad de defender al país. A ellos hay que agregar grupos nacionalistas y religiosos que odian la ocupación. La izquierda es débil en Irak porque el Partido Comunista Iraquí apoyó la ocupación y sirvió en el gobierno títere.
El tamaño y la escala de la resistencia iraquí (y, a propósito, existe también en el sur chií y las células de la resistencia son numerosas en Basora) tomaron al mundo por sorpresa. Los iraquíes fueron como un relámpago, en comparación con la resistencia europea contra el Tercer Reich. En Francia, el régimen de Vichy fue popular, entre la gran mayoría. No así en Irak. En Holanda ocupada, la resistencia fue pequeñísima y muy dependiente del apoyo británico. No así en Irak donde la resistencia no recibe ningún apoyo de sus vecinos árabes. En Vietnam, la resistencia nacionalista a los imperios francés, japonés y estadounidense, fue dirigida por el Partido Comunista. En Irak es totalmente descentralizada. En todos los casos mencionados hubo colaboracionistas que trabajaron estrechamente con la potencia ocupante. En Irak no es diferente.
¿Es una resistencia perfecta? No. ¿Cómo podía una resistencia ser agradable cuando la ocupación es tan brutal y horrible? La violencia inconsciente infligida al pueblo iraquí por la ocupación resulta en una reacción violenta. No fue otra cosa cuando los argelinos combatieron contra los franceses hasta paralizarlos a principios de los años sesenta del siglo pasado. Cuando le preguntaron a un líder de la resistencia argelina por qué atacaban a menudo cafés y mataban civiles, respondió: «Dennos aviones y helicópteros y entonces sólo atacaremos a soldados franceses».
Durante una primera etapa de la ocupación, los periódicos de EE.UU. mostraron a jóvenes dándose la mano con los Marines en Bagdad. Lo que no dijeron esos periódicos (porque los periodistas no hablaban árabe) era que los niños sonrientes le decían a los marines: «¡Te odiamos, hijo de puta!» Las fotografías dejaron de aparecer hace tiempo. Muchos niños sonrientes han muerto a tiros.
¿Y los medios, el pilar de la propaganda del nuevo orden? En «Control Room», un documental canadiense sobre al-Yazira, una de las imágenes más reveladoras y repugnantes es la de periodistas occidentales empotrados saltando y vitoreando de alegría cuando se anunció la captura de Bagdad. La cobertura de las elecciones en Afganistán e Irak es poco más que propaganda vacía.
Esta simbiosis de política neoliberal y de medios neoliberales ayuda a reforzar la amnesia colectiva que Occidente sufre actualmente. La insistencia en que la totalidad de la política contemporánea está englobada en las categorías esenciales de ‘amigo’ y ‘enemigo’ tiene un historial antiguo. Fue Carl Schmitt, un talentoso teórico legal del Tercer Reich, quien desarrolló por primera vez este concepto para justificar los ataques preventivos de Hitler contra los estados vecinos. Los escritos de Schmitt fueron adaptados por los conservadores locales a las necesidades de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial y constituyen actualmente el fundamento del pensamiento neoconservador. Su mensaje es claro: si tu país no sirve nuestras necesidades es un país enemigo. Será ocupado, sus dirigentes destituidos y se colocará a sátrapas dóciles en su lugar. Pero cuando las tropas se retiran, las satrapías a menudo se derrumban. Ocupación, rebelión, retirada, ocupación, auto-emancipación, es un patrón común en la historia del mundo.
Sólo en el Norte el complejo político-mediático dominante ignora la muerte de más de 100.000 civiles iraquíes. Las vidas iraquíes no interesan a las brigadas de derechos humanos en Occidente. Es esto lo que ayuda a alimentar la cólera contra Occidente en su conjunto. La satanización del Islam ha llegado a tales extremos que ya no hay que contar a los musulmanes muertos. Y la fuente de esta satanización es el gobierno de Estados Unidos, un país inundado de religión: un 95 por ciento de los estadounidenses cree en Dios, un 70 por ciento en los ángeles, un 67 por ciento en el diablo. «El que cree en el Diablo», escribió Thomas Mann en Doctor Faustus, «ya le pertenece». Contra el terrorismo de pequeñísimas células islamistas se despliega el todopoderoso terrorismo de estado estadounidense y de sus aliados. Pero David siempre fue más popular que Goliat. Es lo que traté de explicar en mi libro:»Clash of Fundamentalisms: Crusades, Jihads, Modernity». Durante la mayor parte del Siglo XX, el Islam conservador, fue las más de las veces, un apoyo del Imperio Británico y de su sucesor estadounidense. El Islam era considerado una fuerza social conservadora, que hacía sonar las cadenas de la superstición y del fanatismo para asfixiar hasta el temblor más frágil de revolución social. A Occidente le encantaba tener un aliado semejante. Los tiempos cambian.
Estuve en Brasil la semana pasada en el Foro Social Mundial. En esta época de frustración y derrotas, cuando el adelanto social parece estar encallado en los bancos de arena del consenso de Washington, fue reconfortante escuchar a un líder latinoamericano – Hugo Chávez, de Venezuela – hablando ante una gran multitud de 15.000 participantes y defendiendo la resistencia en Irak. Estados Unidos han hecho tres intentos de derribarlo. Han fracasado. «Si tratan por la fuerza, resistiremos como los iraquíes», declaró. Llamó a establecer un Frente Antiimperialista mundial. Aún no se ha levantado la cortina sobre los actos principales del drama que es la historia, pero los intermedios e intervalos también están repletos de tensión y conflicto.
En los procesos de Crímenes de Guerra de Nuremberg, el Ministro de Relaciones Exteriores alemán, Von Ribbentrop, fue también acusado de crímenes de guerra. ¿Por qué? Porque había suministrado la justificación política e ideológica para el ataque preventivo contra Noruega.
Si se siguiera este precedente en el banquillo de algún futuro tribunal, entonces Colin Powell, Condoleeza Rice, Tony Blair y su gran jefe en la Casa Blanca podrían enfrentar una acusación semejante. Poco probable, pero deseable.
El último libro de Tariq Ali: «Bush in Babylon: The Re-colonisation of Iraq», ha sido publicado por Verso.
http://www.counterpunch.org/ali02072005.html