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Sobre el fraude electoral norteamericano

Temor de la chusma

Fuentes: Progreso Semanal

«Parece que mi voto ya no cuenta». El navajazo al corazón de la democracia que ocurrió el 2 de noviembre puede encontrarse en resmas de datos y volúmenes de testimonios de testigos presenciales -gran parte de esto contenido en dos recientes publicaciones, Qué sucedió en Ohio: el informe Conyers de las elecciones presidenciales de 2004 […]

«Parece que mi voto ya no cuenta».

El navajazo al corazón de la democracia que ocurrió el 2 de noviembre puede encontrarse en resmas de datos y volúmenes de testimonios de testigos presenciales -gran parte de esto contenido en dos recientes publicaciones, Qué sucedió en Ohio: el informe Conyers de las elecciones presidenciales de 2004 (Academy Chicago Publishers) y el libro de tamaño de guía telefónica ¿Se robó George W. Bush las elecciones de 2004?: Documentos esenciales (CICJ Books), pero primero o está en esas palabras o no está en ninguna parte, y si las escuchamos y no sentimos que nos ahoga la indignación, quizás nunca suceda.

Acabo de regresar de Cleveland, donde se celebró el fin de semana una conferencia de una serie acerca de las irregularidades de las elecciones del 2004, patrocinada por Vigilancia de Ohio, y fue allí donde hablé con la cantante y activista Victoria Parks, de Columbus, una ciudad que ahora es famosa por las largas colas en los colegios electorales de los barrios bajos y otros trucos sucios para quitar sus derechos ciudadanos a miles de electores.

En una audiencia ante la Junta Electoral del condado de Franklin, a la que asistió Parks, «Su testimonio fue el más poderoso», dijo ella acerca del hombre mayor citado arriba. «Él había votado en todas las elecciones. Creía que era importante, su deber cívico. El derecho a votar le daba el poder para decidir su futuro. Evidentemente estaba muy orgulloso -nunca se perdía una elección. Había votado en esa circunscripción electoral durante 50 años».

Pero, como le sucedió a muchos ese día, «Su nombre sencillamente desapareció del registro electoral, dijo Parks. «Su nombre fue eliminado, sin explicación. Se vio obligado a votar provisionalmente» -lo cual no sólo fue un insulto para alguien como él, sino un azar si el voto iba a ser contado realmente.

«Parece que mi voto ya no cuenta», dijo en la audiencia pública. Parks se impresionó tanto que escribió una canción con ese título.

Me he comprometido a no abandonar este tema acerca de la podredumbre de nuestros cimientos democráticos hasta estar convencido de que las próximas elecciones serán seguras. Sé que no me sentiré así hasta que las irregularidades -las largas colas en las circunscripciones demócratas, las innumerables instancias en que el voto fue cambiado (apriete en Kerry, se enciende Bush), los votos que no aparecieron, el falso cierre de «código rojo» en el condado Warren de Ohio mientras los votos eran contados en secreto, la circunscripción de Ohio donde se realizaron 638 votos a favor de Bush, pero aparecieron registrados 4 258 (lo que el reportero investigativo Bob Fitrakis llamó la milagrosa circunscripción de «los panes y peces»), y mucho más-haya sido debidamente investigado y demostrado y las comprobaciones en papel (mejor aún, boletas de papel) estén garantizadas por ley en los 50 estados.

Y eso no sucederá hasta que los ciudadanos democráticos del país, los cuales constituyen -estoy seguro- una gran mayoría, aunque desorganizada y excesivamente confiada, lo exijan. En este momento están en una niebla que tiene una parte de negación y cien partes de ignorancia.

Como columnista que disfruta de la interacción por correo electrónico con mis lectores, me encuentro que estoy haciendo caso a un escéptico cada vez. Fue así como terminé por investigar lo que me aseguraba alguien que me escribió, por medio de los enlaces de Internet que él me enviaba, de que hubo fraude de ambas partes, una especie de simetría de corrupción que emparejó todo y lo convirtió en unas elecciones limpias.

Esta es una aseveración de consuelo de solución intermedia que puede provocar la complacencia, pero no sólo no resiste el escrutinio, sino que en realidad revela lo que pudiera ser la histeria subyacente -pudiera llamarse el temor republicano a la chusma- que hizo que la supresión del voto no sólo fuera tolerada ampliamente, sino que se convirtió en un deporte participativo en 2004.

Lo que los republicanos llaman «fraude» es lo que los demócratas llaman «inclusión». The Washington Times, por ejemplo, sufrió un gran estrés antes de las elecciones porque: «Una coalición de grupos liberales comprometidos con la derrota del Presidente Bush ha gastado más de $100 millones de dólares orquestando la mayor campaña de inscripción de electores en la historia norteamericana, lo que ha provocado preocupación de que pueda haber un fraude generalizado en 14 estados decisivos».

Voluntarios y personal contratado de un grupo progresista, por ejemplo, «tocó a la puerta de cientos de miles de familias trabajadoras y de bajos ingresos y contactaron a electores potenciales en centros comerciales, tiendas de alimentos, festivales callejeros, eventos deportivos, ceremonias de naturalización y conciertos de hip hop». (Vean si pueden descubrir las palabras claves.)

Por si fuera poco, The Lufkin Daily News de Texas reportó la inquietante aseveración de que el personal de una escuela de la localidad para adultos con discapacidad mental «intentó sobornar a los estudiantes con helado para que votaran por ‘el candidato correcto’.» La acusación fue hecha por el presidente del Partido Republicano en el condado Angelina, quién inicialmente también cuestionó si los ciudadanos con discapacidad mental tienen derecho al voto -que por supuesto, sí lo tienen.

¿Quién llega a votar? ¿De quién es el voto que importa? Lo que está en juego es el alma de la nación.

Robert Koehler, periodista ganador de varios premios y residente en Chicago, es un editor de Tribune Media Services y escritor sindicado nacionalmente. Ustedes pueden responder a esta columna en [email protected] o visitar su sitio web en commonwonders.com.