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Mali: Timbuktú, la Atenas del desierto

Fuentes: Argenpress

Según él, el origen hay que buscarlo en una simple concentración de comerciantes que, en verano, acampaban en ese lugar. ‘Al principio -dice-, era allí donde los viajantes llegados por el río se encontraban con los que llegaban por las pistas. Hicieron un depósito para sus utensilios y para el grano.’ Pronto el lugar se […]

Según él, el origen hay que buscarlo en una simple concentración de comerciantes que, en verano, acampaban en ese lugar. ‘Al principio -dice-, era allí donde los viajantes llegados por el río se encontraban con los que llegaban por las pistas. Hicieron un depósito para sus utensilios y para el grano.’

Pronto el lugar se convirtió en encrucijada de viajantes que iban en los dos sentidos. La custodia del lugar se la confiaron a un esclavo llamado Tombuctú. Otro autor, en el siglo XIV, confirmaba implícitamente este origen y definía la ciudad como ‘punto de encuentro de los que viajan en piragua y de los que caminan en camellos.’

León el Africano, en su Descripción de Africa, afirma que ‘el nombre de este reino es moderno; es el de una ciudad que fue construida por un rey, llamado Mensa Suleiman, en el año 610 de la Hégira, aproximadamente a unas 12 millas de una rama del Níger.’

Esta cita nada tiene que ver con el nacimiento de la ciudad, y se refiere al período en el que ya estaba sometida al Imperio de Mali. Otras fuentes señalan que fueron los touareg quienes, alrededor del año 1100, formaron el primer núcleo de población junto a un pozo cuyo cuidado se confió a una esclava anciana llamada Tin Boktu (‘la del ombligo’).

Los touareg siempre consideraron como suya dicha ciudad, aunque estuviera sometida y gobernada por otras gentes. Por tres veces la conquistaron y su ocupación fue variable, ya que abarcó los períodos 1433-1468, 1780-1826 y 1863-1893. Las otras dominaciones fueron las del Imperio de Mali (1325-1433), la de Songhay (1468-1591), la hispanomarroquí (1591-1780), la peul (1826-1862) y la francesa (1893-1960).

La ciudad conocía ya un próspero desarrollo cultural, político y religioso cuando el emperador songhay Sonni Alí, conocido como Alí Ber (Alí el Grande, 1464-1492), conquistó la ciudad a los touareg. Fue este emperador el verdadero creador del Imperio Songhay, y durante la conquista de la ciudad mató a muchos maestros e intelectuales musulmanes, opuestos a su dominio.

Timbuktú nació así como una exigencia comercial que consolidó los intercambios saharianos y los del Africa tropical. Fue en el siglo XIV cuando adquirió una importancia cada vez mayor, y al respecto dijo Sadi:

‘Allí venía gente de todas partes, de todos los lugares. Muchos de estos sabios y comerciantes procedían de la próspera ciudad de Ualata, y se trasladaron a Timbuktú llevando consigo a sus familias, riquezas, experiencia comercial y prestigio intelectual.’

La ciudad creció rápidamente y toda esta riqueza originó una abundancia generalizada que hizo posible un florecimiento cultural, superior con creces al bienestar material.

Política y administrativamente, Timbuktú gozó de autonomía y su máxima autoridad era un representante del emperador con el título de koy, que supervisaba la gestión de todos los asuntos corrientes.

Jerárquicamente, el koy era un jefe de rango inferior al farin o gobernador; sin embargo, en Timbuktú el koy era una de las dignidades más grandes del imperio, con muchas prerrogativas.

Había comerciantes interesados en los intercambios de larga distancia, y en permanente conexión con los mercaderes caravaneros que transportaban los productos europeos a la misma ciudad.

También abundaban los artesanos de todo tipo que abastecían la demanda de productos elaborados. En cuanto a los artículos de primera necesidad, si bien no se producían allí mismo, dadas las condiciones semidesérticas del lugar, el abastecimiento estaba asegurado.

El rasgo más característico de la ciudad y el que ha sobrevivido a lo largo de la historia era este: ‘Hay en Timbuktú numerosos jueces, doctores y sacerdotes, bien considerados todos’, puntualizó León el Africano.

Ya desde el período en que la ciudad estaba sometida a Mali, había adquirido un notable prestigio y sus maestros tenían un extraordinario nivel intelectual. Los intercambios de profesores entre las universidades de Timbuktú, Córdoba, Fez, El Cairo, Bagdad y otras ciudades era constante.

En el siglo XVI, no sólo era una metrópoli rica por sus recursos materiales, tal vez la más próspera de la región del Sahel, sino también era la capital del saber y de la cultura. Era centro indiscutible de religión, de ciencia y de literatura de toda la cuenca del Níger.

Cuando León el Africano describe las casas en Timbuktú, observa: ‘En medio de la ciudad se encuentra un templo construido por un arquitecto de la Bética, nacido en la ciudad de Al Mana, mediante piedras unidas con mortero de cal; y hay también un gran palacio construido por el mismo maestro donde reside el rey’.

Este arquitecto era el granadino Es-Saheli, que el emperador malinké Kankan Mussa se llevó a la vuelta de su peregrinación. El Palacio aquí mencionado, que en algunas crónicas se le llama Madugu, desapareció.

Además de esta mezquita, el granadino construyó las de Gao, Diré, Gudam y otras. Probablemente fue Es-Saheli quien sistematizó la forma tradicional de construir, resultando de su enfoque lo que hoy conocemos como estilo sudanés.

El célebre historiador Ibn Khaldoun, en su obra Historia de los Bereberes, nos narra la construcción de la obra cumbre de este arquitecto:

‘Mansa Mussa quiso construir una sala de audiencias sólida y revestida de yeso: tales edificios eran aún desconocidos en su país. Abu Isaaq (Es-Saheli), muy hábil en varios oficios, levantó una sala cuadrada rematada con una cúpula. En esta construcción desplegó todos los resortes de su ingenio y, habiéndola recubierto de yeso y adornado en arabescos de relumbrantes colores, hizo de esta sala un admirable monumento. El Sultán quedó encantado con ella y dio a Es-Saheli 12 mil meticales de oro en polvo como símbolo de su satisfacción.’

Esa somera descripción nos recuerda el arte nazarí de Granada, donde el empleo del yeso y la combinación de falsos mozárabes, lacerías y atauriques, suponen el culmen decorativo del arte musulmán.

Españoles fueron los que, a las órdenes del Sultán de Marruecos, acabaron con el Imperio Songhay y se establecieron en Timbuktú. Se ha dicho que el ejército marroquí se componía, en su sección derecha, de los llamados renegados (con 500 espahis con su kahia o jefe), y en su sección izquierda por los andaluces.

Después de la victoria sobre los Songhay (1591), los hispanomarroquíes levantaron el campamento en las inmediaciones de donde se desarrolló el combate, Tondibi. Luego pasaron a Gao, donde permanecieron durante 15 días y, finalmente, se dirigieron a Timbuktú.

Desde este momento, se puede decir que Timbuktú se convirtió en la capital de un nuevo reino cuya influencia llegara desde Gao a Macina.

Este nuevo reino, dominado por los hispanomarroquíes, pudo ser el boceto de lo que algún autor piensa que fue el intento de la formación de un reino morisco, de mayoría hispana, en la curva del Níger.

A poco de instalarse en Timbuktú, llegó otro renegado español, Ben Zergun, con un séquito de 80 personas y con el nombramiento de Pashá. Las fuerzas fueron repartidas en lugares diferentes, pero fuera de Timbuktú dejaron una guarnición.

Esta fue masacrada y cuando Zergun se dirigía a la ciudad para tomar represalias, el cadí El Turki trató de frenar sus intenciones.

Pero otro suceso ensombreció este panorama: en octubre de 1593, Mahmoud se presentó en Timbuktú y arrestó a la gente principal y a letrados; muchos de los que quedaron libres se exiliaron con parte de sus familias.

En 1594 murió Zergun y llegó otro contingente de tres mil hombres a las órdenes de otro renegado español.

Después llegó Ammar, con el nombramiento de pashá. Sucesivas expediciones, hasta 1623, fueron aumentando los efectivos hispanomarroquíes, que tomaban mujeres autóctonas.

El mestizaje dio origen al pueblo Arma, cuyo nombre le fue aplicado, según unos, por el grito al arma que, entre la tropa, se lanzaba en los enfrentamientos bélicos; según otros, por las armas de fuego que emplearon, y no faltaron quienes hicieron derivar este nombre de la palabra árabe rami (lanzador de proyectiles).

En 1632 se rompió el vínculo político con Marruecos y el ejército nombró a su antojo a los pashás.

En el nombramiento se procuró mantener la alternancia entre renegados y moriscos, pero la corrupción y los conflictos fueron tan frecuentes que muchos de ellos apenas si tuvieron tiempo de llevar a cabo sus funciones con normalidad: desde 1660 hasta 1750 pasaron por el cargo nada menos que 120 pashás.

Al contacto con la organización social de otros pueblos y el emparentamiento con ellos, apareció la ‘clanificación’ de los Arma y el dominio de unas familias sobre otras. Esto rompió su unidad original y propició la aparición de conflictos que favorecieron el dominio de los touareg.

El declive progresivo que experimentó la ciudad fue haciéndose cada vez más consistente a medida que aumentaba su aislamiento. El cosmopolitismo de antaño degeneró en un fanatismo tan grande que no se permitió la llegada de extranjeros y, menos aún, de cristianos.

Pero el recuerdo de su pasado fascinaba a los estudiosos de Africa y atraía considerablemente a los exploradores. Un individuo, que logró entrar disfrazado en 1828, expuso así sus sentimientos: ‘ Penetrando en la ciudad misteriosa, objeto de curiosidad y de búsqueda por todas las naciones civilizadas de Europa, yo sentía una satisfacción indescriptible’.

Enseguida tuvo que cambiar de opinión, porque Timbuktú no era lo que había sido: ‘Miré alrededor y me di cuenta de que lo que veía no correspondía a mis esperanzas, pues yo me había hecho otra idea distinta de su grandeza y poder’.

En 1880, el español Cristóbal Benítez entró en Timbuktú acompañando a Oscar Lenz: aunque éste se llevó los lauros en Europa, fue el español el verdadero artífice del viaje.

No nos habla de la disposición física de la ciudad, pero sí nos descubre un aspecto importante: ‘Los ermás dicen ser descendientes de los antiguos árabes que, desterrados de España, se refugiaron en Fez, Tetuán y Rabat, y acompañaron al Sultán maghrebino Moulay Ahmed ed-Dahabi a la conquista del Sudán, los cuales, culminada ésta, se establecieron en Timbouctou’.

Cuando los franceses se adueñaron de la ciudad, en 1893, implantando la ocupación colonial, hicieron desaparecer casi todos los símbolos y objetos que quedaban de los antiguos pobladores hispanos. Sin embargo, después de tres siglos, los Arma no habían perdido la conciencia de su origen y en nuestros días siguen proclamando su ascendencia hispana.

Hoy, Timbuktú constituye un centro mercantil dedicado a la comercialización de la sal y otros productos básicos. En 1998 tenía una población de 36 mil habitantes.

* José Antonio Doll Pérez es especialista del Centro de Estudios de Africa y Medio Oriente (CEAMO) de Cuba.