Crece la insatisfacción del público; inquietud en el Congreso por la ocupación indefinida; expresiones de resistencia organizada. Estos tres factores representan los pilares de la oposición a la guerra de Irak. Cada uno puede fortalecer a los otros, y juntos pudieran fortalecerse lo suficiente como para obligar a una ignominiosa salida de EEUU de la […]
Pero mientras los primeros dos pilares recientemente se han hecho sentir (la tasa de aprobación de Bush está en su nivel más bajo, y nuevas audiencias congresionales han sido convocadas para discutir posibles estrategias de salida), el movimiento por la paz últimamente no se ve por ninguna parte.
Eso cambiará el próximo fin de semana. Con grandes multitudes reuniéndose justo frente a la Casa Blanca, liderada por gente como Cindy Sheehan, una vez más George W. Bush se habrá «sacado la tripleta».
Al movimiento por la paz se le puede acreditar su bueno sentido de oportunidad en la presente movilización. Sin embargo, a muchas personas su reaparición le parecerá bastante súbita. Las grandes manifestaciones dejarán muchas preguntas sin respuestas: ¿Dónde han estado escondidas últimamente las organizaciones antiguerra? ¿Han regresado definitivamente? ¿Y cuál puede ser su aporte?
¿Qué le sucedió al movimiento?
Aunque generalmente opera por debajo del radar de los principales medios de información, la resistencia organizada a la guerra en Irak ha desempeñado un importante papel en la preparación del terreno para el presente momento en contra de la guerra. La aparente ausencia de un movimiento en el pasado reciente tuvo mucho que ver con decisiones estratégicas realizadas (para bien o para mal) por activistas y los principales grupos en pro de la paz.
Durante el ciclo electoral de 2004, la gran mayoría de los activistas decidió que su prioridad debía ser derrotar a Bush en las urnas. Algunos comentaristas de la izquierda fueron muy críticos con esta estrategia y argumentaban que la posición de Kerry en cuanto a la guerra no era mucho mejor que la de Bush. Tenían razón en cuanto a que la actitud de Kerry acerca de Irak estaba lejos de ser satisfactoria. Pero su argumento fracasó porque no reconocieron que sacar a Bush del cargo hubiera sido visto en todo el mundo como un firme rechazo a las políticas de su administración.
Más convincente era el argumento de los críticos de que, ganando o perdiendo, un enfoque singular de la elección era una receta para la desmovilización después del 2 de noviembre. Después de la desmoralizante reelección de Bush, muchas personas percibieron que el movimiento por la paz había desaparecido en un hueco negro político. Es más, desde las elecciones, el sentimiento predominante ha sido que la desaprobación pública de la guerra ha aumentado hasta los mayores niveles no debido a la resistencia organizada, sino a pesar de su ausencia.
¿Pero es realmente así? Aunque no está del todo descaminado, este sentimiento ignora las formas en que las organizaciones del movimiento por la paz se han nutrido de algunas de las principales corrientes del sentimiento contra la guerra y al mismo tiempo las han alimentado. Campañas en contra del reclutamiento, aunque no muy extendidas, han dado a conocer los peores abusos de los reclutadores agresivos de carreras militares que no podían cumplir su cuota; esfuerzos por llamar la atención sobre los costos de la ocupación parecen haber sido premonitorios a la luz de los recientes desastres naturales; el cabildeo persistente -en combinación con un creciente número de bajas norteamericanas- ha ayudado a cambiar lentamente el tenor del debate congresional.
Indudablemente el paso estratégico más significativo por parte de organizaciones principales, como Unidos por la Paz y la Justicia (UFPI), ha sido la decisión (como escribió en diciembre de 2004 la miembro del Instituto para Estudios de Política Phyllis Bennis, en un documento de estrategia para la coalición) de «mantener organizaciones como Familias Militares Declaran, la nueva Veteranos de Irak Contra la Guerra, y otros participantes centrales de nuestras movilizaciones». Un miembro de una familia militar en particular ha transformado el debate reciente acerca de la guerra.
¿Una Rosa Parks de la antiguerra?
Después de su dramática estancia en agosto frente al rancho del Presidente Bush en Crawford, Texas, Cindy Sheehan ha sido llamada «la Rosa Parks del movimiento contra la guerra». La analogía es aún más cierta que lo que sugiere la mitología popular de cualquiera de las dos mujeres. Aunque Parks ha sido recordada como una modista solitaria que se resistió a la segregación con un acto espontáneo de desafío (negándose a ceder su asiento en un ómnibus urbano), en realidad era una experimentada activista relacionada con el movimiento de Derechos Civiles.
La confrontación de Cindy Sheehan con el Presidente Bush en Crawford también representa un genuino acto de indignación personal. Pero ella tampoco ha estado sola. Antes de su ascenso a la prominencia nacional, organizaciones antiguerra como UFPJ y Veteranos por la Paz crearon muchas oportunidades donde ella pudo comenzar a hablar, incluyendo manifestaciones lideradas por veteranos en Fayetteville, Carolina del Norte, sede de Fort Bragg, en marzo pasado. En el mismo mes ella apareció en la portada de The Nation, con un artículo titulado «¿El Nuevo Rostro de la Protesta?»
El Campamento Casey de Sheehan fue apuntalado por la rápida infusión de activistas experimentados provenientes de grupos antiguerra como Código Rosa. Tales redes establecidas rápidamente difundieron la noticia de su presencia en Crawford, alentaron a la gente para que se le unieran y recolectaron dinero para ayudar a los esfuerzos de relaciones públicas. Organizadores de UFPJ están desempeñando un papel significativo para coordinar la gira en ómnibus «Tráiganlos a Casa Ahora» que la está llevando a ella y a un grupo de veteranos antiguerra igualmente persuasivos y a familiares afectados hasta Washington, D.C.
El punto de giro
Las mismas organizaciones establecidas que dieron su apoyo al Campamento Casey y ayudaron a difundir su mensaje suministrarán a estos oradores una audiencia de decenas de miles durante la manifestación de este fin de semana. La manifestación masiva llega en un momento crítico, cuando muchos comentaristas están sugiriendo que estamos al borde de un «punto de giro» en contra de la guerra.
La incompetente respuesta federal al huracán Katrina ha creado una crisis interna para la administración Bush que se iguala a la debacle en Irak. El presidente se enfrenta ahora a su más baja tasa de aprobación, con un apoyo que oscila en un 40% y una desaprobación de su desempeño en Irak que ha saltado hasta 67%. Una encuesta de AP-Ipsos publicada esta semana indica que el discurso de Bush en el que prometía fondos federales para la reconstrucción de la región del Golfo devastada por Katrina no provocó ningún aumento de simpatía hacia él; es más, los porcentajes de norteamericanos que apoyan «la retirada inmediata de algunas o todas las tropas norteamericanas en Irak» ha saltado 10 puntos en las últimas dos semanas, según una nueva encuesta de Gallup, para llegar a 66%. Al mismo tiempo, las audiencias congresionales ad hoc del 15 de septiembre acerca de la salida de Irak, dirigidas por el Representante Lynn Wolsey, brinda la más reciente señal de que un número creciente de legisladores está comenzando a pensar seriamente en encontrar una salida.
¿Cómo generan las protestas masivas un mayor impulso antiguerra en este contexto?
No todos los que asistan a la manifestación estarán demandando lo mismo. En el extremo más radical del espectro la coalición ANSWER estará exigiendo no sólo la retirada inmediata de EEUU de Irak, sino también demandará una larga lista de causas adicionales, incluyendo el «fin de la ocupación colonial» desde Palestina hasta Haití. UFPJ se limitará al único mensaje de «Tráiganlos a Casa Ahora». Y activistas más moderados de la movilización, incluyendo a la coalición Ganar Sin Guerra, sólo pedirán un calendario para la salida de EEUU
Los desacuerdos en cuanto a estas demandas son reales, y las distintas posiciones afectaran las capacidades de grupos específicos para apelar a segmentos del público norteamericano. Pero los que rechazan una marcha que acepta una diversidad de opiniones sobrevaloran la importancia práctica inmediata de estas diferencias. Después de todo, el movimiento no está orientando una política y ninguna de las exigencias, desde las radicales hasta las moderadas, tiene mucha posibilidad de ser adoptada prontamente. Más importante que determinar una estrategia ideal de salida en la llamada a la acción es considerar de qué manera una movilización masiva puede promover una discusión más urgente del fracaso de la ocupación y alentar a un número mayor de funcionarios elegidos a que adopten posiciones firmes en contra de «mantenerse firmes».
El momento de protestar
Algunos críticos se quejan de que las largas marchas y el ritual de la desobediencia civil son tácticas estancadas. En cierto sentido lo son. Sin embargo, las manifestaciones masivas sirven una importante función, concentrando a la base del movimiento y sirviendo de catalizador de una actividad más amplia.
Los que plantean que la energía de la movilización masiva podría aprovecharse mejor en otra parte, asumen que la acción nacional y la local son mutuamente excluyentes. No toman en consideración cómo el impulso se alimenta de sí mismo. Para las principales organizaciones antiguerra, las movilizaciones nacionales se traducen en un flujo de donantes y activistas. Grupos como los que forman la coalición UFPJ regresan en una mejor posición para desarrollar su trabajo organizando reuniones de aprendizaje y de contra-reclutamiento, presionando a favor de la acción de parte de los funcionarios públicos y apoyando a los veteranos antiguerra.
Los organizadores más experimentados siempre usarán las movilizaciones masivas para comprometer a los participantes en campañas locales. En el caso presente, UFPJ está pidiendo a los activistas que regresan a casa de la manifestación que organicen eventos el 8 de octubre subrayando los «costos locales de la guerra». La coalición también está pidiendo a miembros del clero que realicen servicios religiosos contra la guerra durante el fin de Semana del Día del Veterano -una medida que los activistas locales pueden alentar a sus clérigos para que la sigan . Contrario al enfoque de «salvar nuestra energía», tales acciones locales tienen menos probabilidades de que sucedan en periodos en que la movilización nacional es baja y los simpatizantes generalmente están desactivados.
Incluso cuando las propias protestas no son populares (los norteamericanos no son entusiastas de acciones como las manifestaciones, las cuales transgreden los estrechos márgenes del debate electoralmente orientado), fortalecen consistentemente la opinión pública contra la guerra y promueven una mayor discusión de cómo nuestro país puede salir de Irak.
Sin duda los conservadores tratarán de conjurar imágenes de hippies quemando banderas para hacer que el movimiento antiguerra parezca algo marginal, en vez de una fuerza política legítima. Pero los que gastan su energía en preocuparse por tal reacción en vez de en organizar para construir una movilización mejor, cometen dos errores:
No entienden la lección de John Kerry, quien demostró que la máquina de derecha hará todo lo posible por demonizar a toda oposición, y que ninguna medida de moderación tibia la detendrá.
Y dan muy poco crédito a los organizadores de grupos como UFPJ, Familias Militares Declaran y Veteranos de Irak Contra la Guerra, los cuales raras veces se parecen a los estereotipos, que tienen una sofisticada comprensión de la táctica (dejan de lado el dogmatismo radical, combinan las marchas, los servicios religiosos, el cabildeo y la acción directa en el D.C.) y que están pidiendo el más amplio apoyo posible este fin de semana.
Mientras más apoyo reciba, mejor podrá ayudar un movimiento cada vez más energizado a destellos como el acampamiento de Cindy Sheehan en Crawford a incendiar sectores más amplios de la opinión pública en contra de la guerra. A su vez, un mayor número de miembros del Congreso sentirá la presión no sólo proveniente del Mall nacional, sino también en sus distritos de origen. Para un movimiento por la paz que está resurgiendo de las sombras, eso sería un buen aporte.
— Mark Engler, escritor residente en la Ciudad de Nueva York, es analista de Foreign Policy In Focus. Se le puede contactar por medio del sitio web http://www.democracyuprising.com. Katie Griffiths brindó ayuda en la investigación para este artículo.
Traducido por Progreso Semanal.
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