Tras la invasión imperialista de Irak por parte de EE.UU. y las «premonitorias» palabras de Bush dando ya en 2003 por terminada la guerra en Irak, la resistencia irakí ha conseguido varios avances de cierta importancia que, sin duda, están influyendo y, esperemos, sigan influyendo en el desarrollo futuro del antiimperialismo mundial. El primer avance […]
Tras la invasión imperialista de Irak por parte de EE.UU. y las «premonitorias» palabras de Bush dando ya en 2003 por terminada la guerra en Irak, la resistencia irakí ha conseguido varios avances de cierta importancia que, sin duda, están influyendo y, esperemos, sigan influyendo en el desarrollo futuro del antiimperialismo mundial.
El primer avance ha sido lograr por mérito propio «ascender de categoría» y dejar en evidencia los errores de bulto cometidos por el invasor yanki al infravalorar a su «enemigo». En efecto. Contradiciendo los informes iniciales de la CIA, el Secretario de Defensa Rumsfeld declaraba allá por junio de 2003 que la oposición a la invasión se reducía a una banda de «saqueadores, criminales y restos del régimen baathista. Bush (quien por cierto ha declarado que invadió Afganistán e Irak siguiendo órdenes directas de Dios) sigue aún hoy vendiendo la misma mentira y diciendo que los combatientes de Irak no son «insurgentes ni resistentes» sino «asesinos y enemigos de la humanidad» llegados de fuera para establecer un imperio radical islámico bajo el mando de Bin Laden. Sin embargo, los propios servicios de inteligencia gringos les han tenido que contradecir, incluso públicamente, reconociendo que se enfrentan a una guerra de guerrillas «clásica», al estilo de la que les derrotó en Vietnam; una guerrilla bien organizada en células, que cuenta con dinero, armamento, apoyo logístico y redes de difícil penetración, y que sólo en una ínfima parte (2%) está integrada por extranjeros. Según la revista «Time», su configuración inicial fue ideada por Sadam Husein y su equipo y, además, fue el propio ex-presidente irakí quien, antes de su captura, ordenó ese importante cambio estratégico por el que objetivo militar preferente de la resistencia serían ya no sólo las fuerzas de ocupación, sino también las diferentes estructuras de la colaboración pro-yanki (cuarteles de policía, Cruz Roja…). Todo ello mientras Bush seguía empeñado en encontrar armas de destrucción masiva y Bremer disolvía el ejército irakí y mandaba a la calle a cientos de miles de funcionarios cabreados, dejando así en manos de la insurgencia a un montón de gente bien preparada.
El segundo avance, consecuencia del primero, sería el fuerte desánimo generado tanto en el ejército (obligado a reclutar soldados en Latinoamérica) como en la población norteamericana, con la consiguiente disminución del respaldo popular al fascista Bush y su equipo, y el cuestionamiento de su modo de llevar adelante la «lucha contra el terrorismo» (uso de la tortura incluido, que hoy cuestiona la mayoría del Senado). Parece que ha prendido la idea de que la resistencia puede ser dividida y debilitada, pero no derrotada militarmente; y de que EEUU no tiene ninguna salida viable que conduzca a la estabilidad en Irak y, por tanto, en Oriente Medio. Es cierto que, tras la captura de Husein, ha disminuido la importancia del ala baathista en el movimiento insurgente, pero también es cierto que las sangrientas operaciones militares yankis (como la actual contra la zona oeste de mayoría suní) no consiguen sino aumentar el sentimiento antiimperialista y el apoyo de la población a la insurgencia. Y, además, según bastantes expertos, la nueva Constitución, tan chapucera o más que la española de 1978, que margina a los suníes y que quieren imponer tras un referéndum contra cuya legalidad se ha posicionado hasta la ONU, va a dejar al país en una situación quizá aun más precaria.
Como consecuencia de todo ello, el imperialismo estadounidense y su imagen de poder han quedado debilitados, sus «grandiosos planes» contra el «Eje del Mal», que incluían como siguientes objetivos a Irán, Siria, Corea del Norte, Cuba y Venezuela (entre otros), se han visto de momento ralentizados y, mientras el sentimiento antiyanki ha aumentado exponencialmente, el respeto a la lucha armada contra la ocupación ilegal de Irak se ha extendido mundialmente. Esto trae consigo algo importante para las luchas de otros pueblos, que la concepción unívoca de terrorismo impuesta por Washington demonizaba y convertía, por tanto, en objetos previsibles de invasión, en nombre de la democracia y la civilización.
La amplitud de los movimientos contra la ocupación de Irak ha vuelto, en efecto, a poner en evidencia algo que la legislación internacional reconoce, pero que los halcones yankis querían sepultar para siempre con el cuento del terrorismo: el derecho inalienable de los pueblos ocupados u oprimidos a luchar por su autodeterminación y por su dignidad, utilizando para ello los métodos que considere más convenientes. Ni tan siquiera en la ONU, organización pusilánime donde las haya, han conseguido ponerse de acuerdo sobre la definición de terrorismo: los expertos han tenido que admitir que, además del modelo gringo (el del «terrorismo global»), pueden existir otros tipos como el de liberación colonial, el de carácter independentista o el que se defiende de una ocupación extranjera. Y ello a pesar del empeño de EEUU en imponer el suyo que, por su multifuncionalidad, «justifica» su intervención allá donde mejor convenga a sus intereses y, además, con el cuento de la «seguridad», logra que la población acepte pasivamente la implantación progresiva de un estado policial cada vez más poderoso, incontrolable y antidemocrático e interiorice la criminalización de toda disidencia. El núcleo ideológico de ese «terrorismo global» creado por los think tanks gringos es, efectivamente, un estereotipado enemigo «terrorista», de profunda carga semántica negativa, que incluye desde los integristas islámicos (léase Irak, Iran, Siria…) hasta los mafiosos de la droga colombiana (interprétese guerrilleros de las FARC) o los totalitaristas de aquí y de allá (Cuba y Venezuela, entre otros), y que, por su pertenencia a una especie de «secta maléfica» (la de Bin Laden, por ejemplo) es imprescindible combatir con todos los medios. Pues bien. La resistencia del pueblo irakí ha conseguido que ese modelo unívoco del «terrorista» haya quedado debilitado, en la medida en que la idea del derecho a la lucha ha vuelto a quedar legitimada entre importantes sectores.
Independientemente de lo que ocurra en el futuro, la insurgencia irakí ha conseguido ya pues ciertos valiosos avances en la lucha antiimperialista, avances que sin duda van a ayudar a otros pueblos en su difícil avanzar hacia un mundo más libre y más justo.
Alizia Stürtze es Historiadora