Causan furor en África los datos aportados por el antiguo primer ministro de la República Centroafricana y actual presidente del Banco de Desarrollo, al afirmar que cada año más de 20.000 africanos cualificados abandonan el continente y se aventuran en la emigración. Representantes de todos los países africanos se reunieron en la capital de Malí […]
Causan furor en África los datos aportados por el antiguo primer ministro de la República Centroafricana y actual presidente del Banco de Desarrollo, al afirmar que cada año más de 20.000 africanos cualificados abandonan el continente y se aventuran en la emigración.
Representantes de todos los países africanos se reunieron en la capital de Malí para abordar el tema «La juventud africana, su vitalidad, su creatividad, sus aspiraciones». Recordemos que los menores de 24 años representan el 60% de la población africana y se enfrentan al gran problema de la educación básica y de sus posibilidades de acceder a una formación profesional o a estudios superiores.
En los años 60, los africanos universitarios que emigraban eran menos de 2.000. Esta cifra se triplicó entre 1975 y 1984 para sobrepasar actualmente los 20.000 jóvenes con formación universitaria que abandonan cada año sus países. «¡África se vacía de sus mejores cerebros! ¿Qué futuro pueden tener esos países si desaparecen sus cuadros administrativos o de negocios, sus docentes, ingenieros, médicos e investigadores mientras en los países más adelantados se invierte precisamente en el «factor humano»?» La mayoría de esos cerebros emigran a países desarrollados, hasta tal punto que el Presidente de la Unión Africana, Alopha Umar Konaré, no vacila en calificar el fenómeno de auténtica «trata de cerebros», como en su día lo fuera la «trata de esclavos».
Para formar a un universitario en África se necesita un esfuerzo casi cien veces superior al de cualquier país de la Unión Europea, así podremos comprender el fantasma que recorre los medios académicos, profesionales, económicos y políticos de esas 53 naciones del continente africano. Si hay un caso en la historia en el que se pueda identificar a los responsables de esa situación radica en el etnocentrismo de los países de la vieja Europa, «cristiana» y prepotente, que hicieron de ese continente una reserva económica y de mano de obra sumisa y barata.
Las posibilidades de hacer retornar a esos jóvenes expatriados tan necesarios para el desarrollo de sus países son casi nulas porque, una vez conocido el modo y nivel de vida de los países llamados desarrollados, es imposible convencerlos para que regresen. Que esos jóvenes bien preparados, con buena salud y capacidad de trabajo se sientan bien acogidos en los países europeos, desmonta cualquier racismo o xenofobia cuando se trata de personas cultivadas, preparadas y con ganas de trabajar, porque «son como nosotros», dicen sin rubor alguno. No son obstáculos el color de la piel, las creencias religiosas o cualquier otro aspecto étnico, al igual que ha sucedido con los buenos deportistas, artistas o estrellas en nuestro firmamento mediático.
Mientras tanto, en diversos países de la Unión Europea se suceden las encuestas a raíz de los sucesos con los jóvenes descendientes de emigrantes en los alrededores de París y de otras ciudades. La gente no discrimina a las personas trabajadoras y que saben respetar las reglas de juego, el problema es que algunos descendientes de emigrantes olvidan el esfuerzo que sus padres y abuelos tuvieron que hacer para adaptarse y ser admitidos en las sociedades de acogida. Muchos de esos jóvenes que hablan correctamente las lenguas de los países dónde han nacido padecen un desgarramiento de identidad al compararse con sus padres, muchas veces analfabetos. Ahí se requiere una seria actividad social formativa por parte de las autoridades porque esos jóvenes ya son plenamente europeos y la mayoría no sabrían conducirse en los países de origen de sus padres y abuelos.
Es clave la importancia de los medios de comunicación al hacer comprender a la opinión pública la necesidad que tenemos en Europa de esos inmigrantes dada nuestra situación demográfica. Por eso, es capital que en los países de origen comprendan la necesidad de adaptar la oferta a las necesidades de cada país y que es tarea de los gobiernos organizar esos viajes con las mayores garantías de seguridad, puestos de trabajo, acceso a la sanidad, pensiones, educación y a todos los derechos conquistados por estas sociedades mediante no poco esfuerzo, respeto a las leyes y pago de impuestos. Al menos, en la Unión Europea ya no tienen sentido esas avalanchas descontroladas de inmigrantes pasto de las mafias y de abusos inaceptables. Es preciso organizar ambas necesidades: nosotros, porque necesitamos esa mano de obra cualificada, más que a universitarios y a cuadros, y ellos porque precisan de esas remesas de dinero y de la formación que reciben sus emigrantes.
Al igual que sucedió con los millones de españoles que durante décadas se vieron forzados a emigrar y que a su regreso fueron pieza fundamental en el desarrollo imparable de nuestro país. Los dirigentes africanos deberían considerar si la solución a sus problemas no tendría que comenzar por la erradicación de la corrupción en ellos mismos que es el cáncer más letal que dejaron los colonizadores a su paso por esas tierras. Ellos les enseñaron a servir como testaferros en aparentes empresas que perpetúan la explotación de sus riquezas naturales y humanas.
* José Carlos García Fajardo es profesor de Historia del Pensamiento Político (UCM) y presidente fundador de la ONG Solidarios.