El griego Georges E. Joannides se llevó sus secretos a su tumba. Murió ab intestat en su cama de Houston, Texas en 1990 a la edad de 68 años. No dejó testamento ológrafo, ni una carta «a ser abierta el día de mi muerte», ni el menor manuscrito que hubiera permitido, una vez publicado, a sus descendientes o beneficiarios, vivir en el lujo -como otros afortunados- de una isla del Caribe tipo las Bahamas.
Agente de la CIA desde 1951, este ex funcionario de la embajada de Grecia en Estados Unidos, después de haber sido periodista en el Nacional Herald, abandonó en 1979 la Central Intelligence Agency y se convirtió en jurista especializado en asuntos de inmigración, llevando, así durante muchos años una vida tranquila de padre de familia. A juzgar por las apariencias, fue un agente discreto, eficaz, diligente, tranquilo y dotado de una suerte sagrada. Después de todo, así son a veces los hombres que trabajan entre las sombras.
Pero con Joannides no fue igual; no era un agente cualquiera. Su nombre aparece con todas las letras cuando uno se aventura en el laberinto que constituye, después de 42 años, el Dossier JFK. Ciertamente, otros como él bien disfrutan un apacible retiro de sexagenarios para los más jóvenes, bien pasaron a mejor vida, de muerte natural o «accidental» evidentemente ejecutados, o «suicidados» sin haber tenido tiempo, tampoco ellos, de dejar el más insignificante «testamento». Entre 30 y 90 según las estadísticas.
Nuestro hombre tranquilo se vio dos veces envuelto dentro del ojo del huracán; antes y después del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, el 22 de noviembre de 1963 en Dallas.
Y escapó a todas las encuestas, investigaciones, informes, oficiales o no, que por decenas y decenas de kilogramos han guiado y continúan guiando «el misterio Kennedy». Joannides nunca se sintió acosado, perseguido. Consiguió pasar entre todos los filtros. Su caso parecía destinado al tiempo de las calendas griegas. Ad vitam æternam.
Pero en 1998, su nombre aparece por primera vez, por casualidad, en un documento hecho público. ¿Por quién? La CIA misma, que venía de desclasificar, en dosis homeopáticas, a cuenta gotas, como siempre, cierto número de sus archivos. Este «descubrimiento» no viene a otorgarle la menor celebridad póstuma a G.E.J. Su caso todavía no ha sido del todo exhumado, aún cuando aquí o allá, en las redacciones de la prensa norteamericana, un reducido número de periodistas como Jefferson Morley, incluyen su nombre y apellido en sus agendas. Pero, infelizmente, según fuentes dignas de fe, lo esencial del documento sobre Joannides fue «sustraído» y por tanto debe haber desaparecido. Lo que sería suficiente para llegar la conclusión que el griego era un pez gordo. Si ese no fuera el caso, entonces, ¿por qué 25 personalidades norteamericanas (1) no específicamente de menor jerarquía -sin tener el mismo punto de vista sobre el asesinato- habrían asumido la iniciativa pública de exigir que toda la luz se enfocara sobre el agente G.E. Joannides y sus actividades antes y después del 1963?
¿Llamábase «Howard» cuando Joannides regresó a Miami a comienzo de los años 60 donde se convirtió -en tanto que incondicional de su patrón Richard Helms- jefe de la guerra sicológica de la CIA, con 24 personas trabajando para él y con un presupuesto enorme? Tal vez. Lo que si es seguro es que estuvo encargado de organizar y controlar a partir de agosto de 1963 los contactos en Nueva Orleáns -una comandancia en los preparativos del asesinato- entre Lee Harvey Oswald y el Directorio Revolucionario Estudiantil (DRE) constituido por cubanos exiliados. El DRE fue uno de esos múltiples grupos de extrema derecha, anticomunistas, financiados y manipulados por la CIA, mas aquel era conocido por ser tan anticastrista como anti-Kennedy. Todo un programa. La CIA había designado a Guy Bannister y David Ferrie para entrenar a Oswald. Después de algunas brutalidades, Dios los llamó a su lado, en junio de 1964 y febrero de 1967, respectivamente.
No se excluye que, en ese período, Joannides haya encontrado y hecho trabajar entre todos los anticastristas activistas de la época (2) algunos individuos -tampoco subalternos- que todavía viven gracias a mejores programas de protección oficiales. Los «25» estarían convencidos de que sus nombres aparecerían, en blanco y negro, en el dossier Joannides, todavía clasificado por la CIA.
Joannides estuvo manifiestamente implicado en el complot, con una doble misión, no solamente de «cubrir» a sus «protegidos» del DRE de Nueva Orleáns, sino de contribuir en la creación de la carnada «Oswald». O sea «implicarlo», haciéndolo pasar como comprometido con la Dirección de la Revolución cubana, utilizándolo bien desde antes del 22 de noviembre, para hacer creer lo que se llamaría «la conspiración castrista», a penas lanzado el último tiro sobre el auto presidencial. Se trataba de acusar al «pro-castrista» Oswald para camuflar el papel real de los anticastristas.
Sobre el DRE en general, uno puede dirigirse con interés al libro «1963: el Complot, Objetivos: JFK y Fidel» del autor cubano Fabián Escalante (Ediciones Ocean Press, 2004, Melbourne), que está traducido en inglés, pero, desgraciadamente no en francés.
Hubo que esperar hasta el 2005, el verano del 2005, para saber que 25 personalidades norteamericanas habían publicado una Carta Abierta a la New York Review of Books, sobre el caso George Joannides, demandando a la CIA que hiciera pública la totalidad de los documentos que de él posee, en función del «JFK Act», o Assassination Records Collection Act, aprobado en 1992 por el Congreso y que explícitamente ordena la apertura de los dossiers que se refieran a la tragedia de Dallas. Siguen su campaña.
Respuesta de la CIA: no hay discusión sobre el tema. Todavía confidencial, dice la CIA «por razones concernientes a la seguridad nacional». No estamos lejos del «secreto de Estado» o de la «razón de Estado».
Los 25 todavía exigen que alguien les responda. Es decir, que la CIA haga público el dossier de Joannides.
Se trata de que encabezando la lista de signatarios figura R. Blakey, actualmente jurista, pero mejor conocido como antiguo miembro del «House Select Commitee Assassinations» (HSCA) de la Cámara de Representantes, encargado a fines de los años 70 de una reexaminación de las conclusiones de la muy oficial Comisión Warren.
También se trata de que a partir de 1978, o sea, quince años después del asesinato de JFK, Georges E. Joannides, quien había logrado todo ese tiempo vivir incógnito, era también, como quien dice, miembro del HSCA. Allí era bienvenido. Todos, incluido R. Blakey, ignoraba que él estaba allí…como agente de enlace de la CIA…
De ello, dijo un día Blakey, que veía a Joannides diariamente: «Si yo hubiera estado al corriente, un solo segundo, de sus actividades en 1963, lo hubiera hecho interrogar y testificar bajo juramento».
Demasiado tarde, Blakey…
Pero recientemente, el periodista norteamericano Jefferson Morley escribió: «George E. Joannides es un nuevo e importante personaje en las historia del asesinato de JF Kennedy».
El caso Joannides volverá a cobrar actualidad. Seguro.
(1) No es inútil publicar tal cual la lista de los 25 signatarios, cuya Carta debió marcar una época. Todos trabajaron y encuestaron sobre el asesinato de JFK, sin haber llegado todos obligatoriamente a las mismas hipótesis o conclusiones:
G. Robert Blakey, former general couse, «House Select Committee on Assassinations»; Jefferson Morley, periodista; Scott Armstrong, fundador «National Security Archive»; Vincent Bugliosi, author and former prosecutor; Elias Demetracopoulos, periodista retirado; Stephen Dorril, University of Huddersfield; Don DeLillo, autor de Libra; Paul Hoch, investigador de JFK; David Kaiser, «Naval War College»; Michel Kurtz, Southeastern Louisiana University, autor de Crimen del Siglo; George Lardner Jr., periodista; Jim Lessar, «Assassination Archives and Research Center»; Norman Mailer, autor de Oswald Tale; John McAdams, moderador, alt.assassination.jfk; John Newman, autor de Oswald y la CIA; Gerald Posner, autor de Case Closea; Oliver Stone, director de JFK; Anthony Summers, autor de Not in Your Lifetime; Robbyn Swan, autor; David Talbot, founding editor, Salon.com; Cyril Wecht; coronel, Allegheny County, PA; Richard Whalen, autor de Founding Father; Gordon Winslow, former archivist of Dade County, Florida; David Wrone, University of Wisconsin; Steven Point, autor de The Zapruder Film.
(2) Según el autor cubano Fabian Escalante, son más de 150 los nombres de cubanos exiliados que fueron sospechosos de haber sido cómplices, en diferentes grados, en el asesinato del presidente norteamericano. Todos han sido objeto de interrogatorios y encuestas.