Después de su discurso sobre el Estado de la Unión, del que se dice hubo 200 borradores, el presidente estadounidense, George W. Bush, salió a promover su política exterior y la agenda interior, pero no ha podido crear confianza y mucho menos nuevas expectativas, en momentos en que el apoyo de los norteamericanos a su […]
Después de su discurso sobre el Estado de la Unión, del que se dice hubo 200 borradores, el presidente estadounidense, George W. Bush, salió a promover su política exterior y la agenda interior, pero no ha podido crear confianza y mucho menos nuevas expectativas, en momentos en que el apoyo de los norteamericanos a su Gobierno baja del 40%.
En su discurso lleno de frases hechas y promesas vacías, carente de soluciones, Bush instó a los estadounidenses a continuar apoyando la guerra en Iraq, defendió el programa de vigilancia destinado a interceptar comunicaciones y abogó por disminuir la dependencia norteamericana del petróleo extranjero.
Esto último es una contradicción con su política belicista precisamente para apoderarse de las reservas de hidrocarburos del país agredido, como es el caso de Iraq, y del amenazado de agresión, Irán, otro gigante petrolero, que tiene además una de las mayores reservas de gas del planeta.
El Presidente estadounidense se comunicó telefónicamente con su homólogo ruso, Vladimir Putin, para discutir el esfuerzo internacional e impedir que Irán desarrolle armas nucleares, manifestó el portavoz de la Casa Blanca, Scott McClellan, quien nada dijo del arsenal nuclear y de armas químicas de Israel, que contó con el apoyo de Estados Unidos en ese esfuerzo bélico, ni indicó que los iraníes trabajan en el uso pacífico de la energía nuclear como hacen otros países.
La llamada se llevó a cabo un día antes de que la Junta de Gobernadores del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) se reúna en Viena y considere el pedido de Estados Unidos y la Unión Europea (UE) de remitir la disputa nuclear iraní al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
El Mandatario también advirtió a Hamas, que obtuvo la mayoría en las elecciones palestinas de la semana pasada, que debe renunciar a la violencia si quiere trabajar por la paz junto a Estados Unidos.
Bush anunció en su discurso el proyecto de reemplazar el 75% de las importaciones de petróleo del Medio Oriente para el 2025. Pero calló que las compañías energéticas que hoy controlan el sector en Estados Unidos se apoderan desde ahora del nuevo negocio que anuncia con la futura creación de fuentes alternativas como son la eólica, reservas de carbón, por señalar algunas.
Por otra parte, no mencionó a los cientos de miles de vecinos de Nueva Orleans, cuya situación después del huracán Katrina fue calificada como receta para el suicidio. Allí tienen pendientes sus vidas de un hilo. Esperan una decisión del Gobierno que les devuelva sus hogares, mientras la Administración de Bush no se decide a hacer algo por esa ciudad donde quedaron destruidas 200 000 viviendas, los desaparecidos se cuentan por miles y ya se acerca a 1 400 el número de víctimas fatales.
Del medio millón de habitantes de la ciudad sólo han regresado cien mil, pues son muchos los que no se deciden a volver ante el temor de que se repita la catástrofe.
En su mensaje mesiánico lleno de amenazas de guerra, intentó mostrar una imagen floreciente de la economía norteamericana y de borrar la preocupación surgida por el retiro de Allan Greenspan, como presidente de la Reserva Federal, al parecer inconforme ante los enormes gastos que origina la ocupación militar de Iraq, que ha hundido en un pantano a los halcones de Washington, que no encuentran solución al conflicto e incluso, según se afirma, ya buscan realizar conversaciones secretas con los insurgentes.
Fue muy significativo que mientras Bush hablaba, los elementos de la Seguridad sacaban esposada del recinto del Congreso, a Cindy Sheejan, la madre de la Esperanza, quien vestía un pullover negro con el número de soldados norteamericanos muertos en Iraq.
El Presidente omitió hablar del incremento de la pobreza y las desigualdades, las torturas a prisioneros en cárceles ilegales, el espionaje telefónico, entre otras irregularidades.
No se refirió al déficit presupuestario, que en este año se eleva a 350 000 millones de dólares, ni al de las cuentas corrientes (el conjunto de todas las operaciones del país), que se eleva a unos 800 mil millones de dólares. Tampoco mencionó los estudios que hacen para concentrar más poder en el Presidente de Estados Unidos, mientras limitan las libertades públicas. Algunas de estas investigaciones comparan el imperio romano con lo que actualmente es Estados Unidos.
Al mencionar la inmigración fue cuidadoso en callar el muro de más de mil kilómetros que construyen a lo largo del río Grande para limitar el acceso de mexicanos y de otras nacionalidades. Tampoco habló, ni mucho menos, del estado de semiesclavitud que les imponen en territorio estadounidense. Ni explicó qué harán para garantizar el acceso a la salud de los 46 millones de norteamericanos e inmigrantes no incluidos en el MediCare.
Tampoco hizo mención de los planes priorizados para el robo de talentos de los países en desarrollo, y de este modo resolver la falta de tecnología de avanzada en distintas ramas de la ciencia y la técnica que existe hoy en la mayor potencia militar del mundo. En resumen, en el discurso a la Nación y al Congreso, el presidente Bush dijo poco de lo nuevo y escondió muchas verdades que hoy sacan a relucir analistas dentro y fuera de Estados Unidos.