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Informe del Sahara ocupado

Fuentes: umdraiga.com

Jesús Antoñanzas, miembro de Um Draiga, fotoperiodista de reconocido prestigio ha estado en los territorios ocupados del Sahara Occidental. Lo que nos cuentan del Sahara se queda corto con lo que él ha visto allí. Ha venido con el mensaje y el compromiso de que hay que redoblar los esfuerzos hacia el pueblo saharaui de […]


Jesús Antoñanzas, miembro de Um Draiga, fotoperiodista de reconocido prestigio ha estado en los territorios ocupados del Sahara Occidental. Lo que nos cuentan del Sahara se queda corto con lo que él ha visto allí. Ha venido con el mensaje y el compromiso de que hay que redoblar los esfuerzos hacia el pueblo saharaui de los territorios ocupados. «La población saharaui vive en el permanente terror», afirma Jesús.

Las imágenes han sido tomadas gracias a la colaboración de activistas saharauis de DDHH

http://www.umdraiga.com/ddhh/2006/mayo/2105061.htm

Informe de Jesús Antoñanzas

Tras 800 kilómetros y más de 20 controles policiales llegué a las puertas de El Aaiun, donde el último control policial revisaba los coches minuciosamente y preguntaba a sus ocupantes el motivo de llegar hasta allí, no sé si fue la suerte o el cansancio de los agentes, pero cuando nos llegó el turno, el agente nos realizó un gesto inequívoco de avanzar sin parar, yo iba convencido de la expulsión como está ocurriendo en los dos últimos años, con todos los periodistas o delegaciones de políticos y asociaciones que llegan hasta El Aaiun con el fin de informar o verificar el estado de represión que el gobierno de Marruecos realiza sobre la población saharaui.

El motivo de mi viaje era coincidir con una delegación de derechos humanos de las Naciones Unidas, hecho que la población saharaui utilizaría para mostrar a estos, las condiciones de vida que llevan denunciando desde hace mas de 30 años. Las noticias que llegaban, hablaban de manifestaciones reprimidas con brutalidad, cientos de heridos, abusos, torturas y asaltos a las viviendas de los activistas y población civil saharaui en general, algo que ocurre diariamente acentuado ante la visita de las autoridades, como medida de presión para que la delegación de la ONU encontrara absoluta normalidad. Con este propósito el gobierno marroquí, según fuentes fiables, repartió entre la población civil darras y melfas, ropa típica saharaui, junto con banderas marroquíes para salir al paso de la delegación, entre estos también policía secreta y agentes de intervención rápida, en espera de alguna protesta.

El Aaiun vive en estado de sitio permanente, nada más entrar los vehículos antidisturbios, policiales o militares están por todos sitios a la espera de actuar, sobre todo, en aquellos barrios donde hay mayoría de población saharaui (como sabría más tarde). Llegué el jueves 18 de mayo sobre el mediodía, sin saber muy bien dónde dirigirme, las informaciones hablaban de control absoluto sobre los hoteles y los occidentales que pudieran aparecer por la ciudad, así contacté con un representante saharaui de los derechos humanos, nos citamos en una cafetería, la primera conversación fue muy tensa, cuando todos tuvimos claro el motivo y las intenciones de mi visita, así como la identidad de mis anfitriones la cosa se relajó, desconocía en manos de quién estaba. Son numerosas las detenciones de periodistas, el control sobre ellos y la expulsión. Así, tras comprobar la tranquilidad de la zona, decidieron meterme en una pequeña pensión, ahí descansaría hasta la noche, momento en el cual quedaríamos para reunirnos en una casa con activistas pro derechos humanos, civiles y familias.

A través de mensajes al móvil concertábamos la forma y el lugar, siempre teniendo en cuenta la seguridad para todos nosotros, me recogieron en un coche, dimos una pequeña vuelta para ver los dispositivos de seguridad que la autoridad marroquí mantenía en las calles, colegios, las plazas, las cafeterías. Llegamos sobre las 6 de la tarde al domicilio de un activista de los derechos humanos en El Aaiun

Una vez en la vivienda y siempre según mis acompañantes, la situación en los alrededores estaba en calma, podríamos hablar tranquilos, «por la calle no hay más que confidentes en busca de información», comentaba uno de mis anfitriones. Allí y después de una estupenda cena, la hospitalidad sigue rigiendo las normas de convivencia de los saharauis cautivos en las zonas ocupadas, comenzaron los relatos de terror y presión a que son sometidos, indistintamente hombres, mujeres, niños o jóvenes. No solo con medidas represivas cárceles, detenciones aleatorias, interrogatorios, torturas… etc., también con estrangulamiento económico, los saharauis no tienen derecho al trabajo o la posibilidad de montar un negocio, su identidad les asegura un proceso largo y sin solución, así se ven obligados a vivir de la solidaridad de unas familias con otras. Delante de mí se encontraba una comisión de jóvenes licenciados en busca de primer empleo, jóvenes que se habían licenciado en la universidad de Rabat y ya estaban asociados allí, incluso me comentaban, muchos estudiantes marroquíes apoyaban sus peticiones. Esta comisión, no formada como asociación, como más tarde conocería algunas, solo mantenía contactos con la autoridad marroquí en demanda de mejoras, tras muchos meses de lucha, los resultados eran negativos, la autoridad les ofrecía su colaboración en pruebas de selección, pero nadie, ninguno, pasaba de la primera selección, todos los descartados tenían algo en común, eran saharauis. Esta misma condición se daba en algunos jóvenes que hartos de la lucha y el fracaso continuo decidían abandonar de forma ilegal el país en pateras, al ser detenidos por la policía marroquí y comprobar su identidad, les dejaban seguir con el argumento de que podían perderse en el mar o huir del país.

Así transcurrió la velada hasta su fin, salimos ya entrada la noche, las calles estaban desiertas, de vuelta a mi lugar de descanso, solo veríamos las unidades del ejército, la policía o las fuerzas auxiliares en los mismos lugares con menos efectivos pero con similar presencia.

Por la mañana, salí a tomar un café, ya se había acordado que a través de mensaje de móvil comenzaría la jornada siguiente, una jornada difícil, así pude pasear, no encontraba sentido para que no hubiese una convivencia pacifica, con culturas tan similares, ¿tan difícil resulta su solución? NO. A las personas no, pero a los gobiernos e instituciones implicadas en dar esta solución, SI, a pesar de las personas, siempre las víctimas. Así conocí a Marroquíes prosaharauis o Saharauis promarroquíes. El Aaiun es una ciudad de mentira, si no conoces la realidad del conflicto que allí tiene lugar aparentemente no pasa nada. En la actualidad todavía envían colonos, población civil a la zona, población civil marroquí sin recursos, a los que financian hasta las especias, según sabría mas tarde.

El mensaje al móvil me sacó de mi encrucijada de pensamiento, para comenzar una mañana de tensión, hoy trataríamos de hacer las fotos que mostraran de una manera clara el estado de sitio que mantiene la autoridad marroquí. Así en lugar acordado, me esperaba un vehículo, en su interior me esperaban dos hombres junto con una mujer, uno de ellos y yo ocupamos la parte de atrás, el coche tenia todas las ventanas al descubierto y era difícil realizar las fotos sin que alguien nos viera, así decidimos parar en un comercio amigo y tapar los cristales traseros y laterales con cortinillas, por seguridad yo no saldría del vehículo, así comenzamos la ruta por los diferentes barrios, plazas, calles, la pericia del conductor y la melfa de nuestra compañera que utilizábamos para tapar el equipo fue dando sus frutos, con muchos nervios, cuando teníamos fotos que servían, nos alejábamos para guardarlas con mayor seguridad, con el convencimiento de que tarde o temprano nos verían y nos seguirían y por supuesto nos quitarían todo el material. No ocurrió, pasamos toda la mañana y parte de la tarde recorriendo los diferentes barrios, cuando alguien llamó diciendo que la delegación de la ONU se dirigía al hospital y se planteó una protesta delante de ellos, tras pasar horas en el vehículo, la delegación de la ONU no apareció y la protesta fue abortada, la avenida principal se llenó de policía y los controles para entrar y salir eran mas exhaustivos, por decisión de mis compañeros decidimos guardar el equipo y ser testigos oculares desde una calle cercana.

La tensión era latente, la avenida Smara, principal arteria por la que circulan la mayoría de protestas, estaba literalmente tomada, mis compañeros me señalaban todos los agentes secretos que a uno y otro lado de la calle paraban a la gente y les interrogaban, muy pocos pasaban teniéndose que dar la vuelta, quedando presos entre calles tomadas a uno y otro lado por policía y ejercito. Mis compañeros decidieron que cambiásemos de vehículo, así lo hicimos cuando alguien llamó diciendo que no habría manifestación, los agentes habían entrado en un domicilio llevándose a todos cuantos se encontraban en su interior.

Me decían, «esto ocurre todos los días», «desde que comenzaron las primeras protestas en los territorios ocupados hace ahora 1 año, la presión de la policía es absoluta, detenciones, interrogatorios, torturas», «en las manifestaciones salen todos, las madres, sus hijos, ancianos, jóvenes, ellos nos pegan y corremos, nos organizamos y nos vuelven a pegar y se repite tantas veces como podemos.» La información sobre la delegación de la ONU en la ciudad era desalentadora, mientras en las calles se golpeaba a la población saharaui en manifestaciones pacificas, los miembros de la delegación degustaban un estupendo banquete a base de cordero, camello… etc.

Acabamos el día reuniéndonos entrada ya la noche en el desierto, la arena era el testigo mudo de conversaciones, donde se podía hablar con tranquilidad, así conocería a un representante del CORCAS, un saharaui promarroquí (por simplificar), un saharaui que aceptaba como avance en el conflicto la autoridad de Marruecos sobre el territorio saharaui, un traidor, como lo definirían los activistas, estos aceptaban que alguien dejase de luchar, abandonase la lucha en pro de una mejora para su familia, saliendo del país de manera ilegal o manteniéndose al margen de manifestaciones, pero no aceptaban que alguien se sentara a negociar en la mesa con los responsables de las torturas, violaciones y ataques a la población saharaui, no lo aceptaban de ninguna manera.

A la mañana siguiente el plan era tranquilo, por sugerencia de mis anfitriones cogería un autobús que tras 16 horas me dejaría en Marrakech fuera de peligro para poder sacar sin problemas el material, objetivo del viaje, antes visitaríamos la casa de un activista de los derechos humanos condenado a dos años de prisión, por encabezar una manifestación pacÍfica reclamando el referéndum de autodeterminación, cumplió 8 meses en la Cárcel Negra de El Aaiun, era un hombre de extraordinaria corpulencia tras relatar los horrores a los que fue sometido en estos meses, interrogatorios interminables, descargas eléctricas en los genitales, golpes, vejaciones y todo un catálogo de horror a él y sus compañeros, se derrumbo y se puso a llorar, el dolor invadía toda la habitación, recordando los hombres, mujeres y niños que fueron enterrados vivos en los tiempos de la guerra. «Quieren acabar con nosotros, eso es lo que quieren», «hay documentos que prueban todo cuanto digo, denuncias de Amnistía Internacional con exhumación de los cadáveres, sabemos donde están, saben lo que pasa aquí y nadie hace nada». En ese momento sonó el móvil, tras contestar puso el altavoz y dijo «escuchar, están asaltando una vivienda» por aquel pequeño aparato llegaban los gritos de mujeres y niños y una voz por encima que decía «están entrando, han tirado la puerta, están golpeando a todo el mundo, a las mujeres, a los niños…» de una manera súbita se acabó la comunicación. Todo se quedo en silencio, un silencio tan grande que dolía, qué podemos hacer, pregunté, podemos ir, él me contestó no, no solo no lo evitaras si no que tú perderás todo el trabajo que has hecho, es conveniente que tú y tu trabajo puedan salir y contarlo. Más tarde supimos que una pequeña de 7 años corría por la calle con una bandera saharaui, los policías irrumpieron en la casa donde se refugió golpeando a todos cuantos se encontraban allí y procedieron a detener a la pequeña y a su madre.

Tras cuatro horas en el autobús de vuelta y una vez fuera de todos los controles seguía intranquilo, con una sensación de vacío, de tener algo y no tener nada, unas fotos no pararán el dolor, un texto no hará que el conflicto saharaui llegue a su fin, escribo esto y muestro las fotos convencido de que no servirán de nada, como compromiso con todos los que hoy están sufriendo en esa ciudad, ninguna imagen por dura que fuera paró nunca ninguna guerra, vivimos tan alejados de la realidad, que nunca sabremos lo que significa vivir una injusticia, una injusticia que dura ya 30 años. Una injusticia que nos tiene a todos como testigos mirando hacia otro lado.

* Jesús Antoñanzas, fotoperiodista, miembro de Um Draiga

Ver noticia sobre la expulsión del cineasta Carlos González de El Aaiun:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=32819