Primero tratamos de evitar que las pateras llegaran a las costa Las migraciones tienen la virtualidad de poner de manifiesto las dramáticas carencias de los países emisores, pero también las insuficiencias y contradicciones en los países de llegada, hacia donde se dirigen los inmigrantes. África se desangra desde hace tiempo; y en lugar de intentar […]
Las migraciones tienen la virtualidad de poner de manifiesto las dramáticas carencias de los países emisores, pero también las insuficiencias y contradicciones en los países de llegada, hacia donde se dirigen los inmigrantes. África se desangra desde hace tiempo; y en lugar de intentar curar las heridas tratando de aplicar la adecuada medicación, solo nos preocupa tener bien lejos la molesta sangre para no tener que tomar conciencia de la magnitud del drama que allí se vive.
Desde hace años, todos los informes internacionales son unánimes sobre la extrema gravedad de la situación por la que atraviesa el continente africano, hasta el punto que los datos y cifras, por tremendos que sean, han acabado por anestesiarnos. Las hambrunas periódicas, las pandemias, las catástrofes, las interminables guerras han acabado por ser el escenario de un continente que vive en permanente tragedia. Y por si fuera poco, todo África se alejada cada vez más de unas corrientes globalizadoras demandantes de inversión, tecnología, conocimiento, información y consumo allí inexistente. De forma que sus habitantes, solo pueden malvivir entre esa pobreza que mata, consumidos por la deuda externa y las políticas neoliberales aplicadas con saña por el FMI durante años, socorridos por una caridad internacional que por cada dólar que da como ayuda, cobra dos en concepto de deuda. Y por si fuera poco, el endurecimiento de las políticas migratorias que todos los países occidentales han desplegado en los últimos años ha llevado a encerrar literalmente a los africanos en sus países, impidiendo con ello cualquier viaje fuera del continente, para que se consuman así mejor en su propia salsa.
Lo llamativo es que haya todavía quien se asombre de ver cómo la gente arriesga su vida por salir de ese infierno. Lo hicieron primero a través de pateras, después saltando las alambradas de Ceuta y Melilla, y ahora arrojándose al mar en una navegación tan incierta como desesperada para llegar a las costas Canarias. Y lo harán mañana de cualquier otra forma, con tal de escapar de un continente sin futuro, porque no es solo pobreza lo que empuja a los africanos a salir de sus países, es una ausencia completa de futuro para ellos y sus familias, es la carencia absoluta de derechos y libertades, es también su alejamiento de ese paraíso tecnológico y de consumo tan exuberante que la globalización ha construido en los países occidentales y que pueden ver en tiempo real a través de las parabólicas y los medios de comunicación accesibles en cualquier lugar del planeta. Cuando el Presidente de Senegal pide pantanos a España, a cambio de aceptar repatriaciones de inmigrantes, se olvida que en un país como el suyo, los cuarenta ministros de su gobierno tienen el doble del sueldo que un ministro en España, por ejemplo, al tiempo que se han creado carteras tan exóticas como el ministerio de «Ocio y calidad de vida»; por no hablar de una corrupción galopante que sangra al Estado, mientras la población sufre continuos cortes de electricidad porque el gobierno no paga a la principal empresa de electricidad del país.
De lo que no hay duda es que, desde todos los puntos de vista, lo que buscan en la migración quienes salen de sus países no lo encuentran en las políticas de desarrollo y cooperación tradicionales que se vienen proponiendo desde los países occidentales, y mucho menos en las políticas de sus propios países. Tenemos por tanto que empezar a comprender que emigrar es una decisión que pone de relieve no confiar en los dirigentes políticos, en los gobiernos y en la economía de un país, incapaz de garantizar la vida y el sustento de uno mismo y de sus allegados. Porque nadie emigra con la esperanza de empeorar su situación, sino que lo hace ante la perspectiva incierta de poder mejorar su bienestar y el de los suyos en otro lugar; y mientras esa percepción no cambie de forma sustancial en África mediante hechos constatables, poco se podrá hacer para detener las migraciones, algo que no acabamos de comprender bien en Occidente. Y para que cambie esta percepción se necesita que, de una vez por todas, la comunidad internacional se decida a promover una actuación amplia, ambiciosa y absolutamente urgente sobre todo el continente y sus gentes, algo que vaya más allá del socorro de emergencia ante catástrofes y hambrunas, que supere la escala de los microproyectos y que huya de la tentación de considerar el continente como un simple mercado al que hay que aproximar hacia las corrientes globalizadoras o explotadoras de sus recursos.
No pocos responsables públicos, cuando sentencian con rotundidad ante los medios de comunicación que la solución a las migraciones masivas de africanos pasa por la cooperación para el desarrollo, desconocen en profundidad el verdadero papel y el funcionamiento que han tenido estas intervenciones en las últimas décadas, el inmenso daño que han hecho en África y el destino real de las mismas. Pero también ignoran la dimensión real de la ayuda al desarrollo que los países donantes venimos haciendo en África, la construcción de unas reglas económicas y comerciales que no hacen sino empobrecer irremediablemente a sus habitantes, al tiempo que nos desentendemos de conflictos y guerras que se eternizan, y que en muchos casos hemos alimentado.
Todos los acuerdos firmados por la comunidad internacional recientemente para mejorar, al menos ligeramente, la situación de pobreza en África están siendo incumplidos. Así, los pomposos Objetivos de Desarrollo del Milenio, a cinco años de su aprobación y a diez de su finalización, evidencian una vez más la distancia entre las palabras y los hechos. Según datos del PNUD, reducir simplemente a la mitad el hambre en África sólo será posible al ritmo actual en el año 2150, alcanzar la educación primaria universal no se podrá conseguir hasta el año 2129 y reducir la mortalidad infantil en dos tercios en 2165. Y todavía nos seguimos extrañando que la gente trate de huir de África.
Así las cosas, las oleadas de inmigrantes que llegan hasta Canarias no son únicamente un problema de España, sino que exigen una acción firme y efectiva de toda la Unión Europea y de la propia comunidad internacional para que de una vez por todas se entienda el significado real de esas avalanchas de inmigrantes. Los problemas globales exigen de soluciones globales. Preocupados como estamos por salvaguardar nuestras fronteras, olvidamos que las diásporas de dimensiones gigantescas se están produciendo en el interior del continente africano, desde las zonas rurales hacia las grandes ciudades, con toda la carga explosiva que ello tiene, al generar gigantescos cinturones de miseria y epidemias de dimensiones nunca antes conocidas. De esta forma, las propias Naciones Unidas estiman que en el año 2020 dos terceras partes de los habitantes de África vivirán en estas mega ciudades, apareciendo como inmensos espacios de generación de conflictos demográficos, sanitarios y sociales en los próximos años.
Por tanto, podemos preguntarnos si estamos comprendiendo adecuadamente el significado de esas oleadas de personas que llegan exhaustas hasta nuestras costas; si la comunidad internacional y las instituciones internacionales están actuando correctamente para evitar que este éxodo de desesperación se produzca o por el contrario, alimentan con la gasolina de su irresponsabilidad la velocidad de estas migraciones; si nuestros responsables políticos (de uno y de otro lado) están haciendo verdadera pedagogía política para explicar a los ciudadanos la extrema gravedad que atraviesa África en su conjunto, y en especial África Subsahariana. Lamentablemente la respuesta a estas preguntas no es precisamente positiva.
Y en este escenario, España acaba de presentar un pionero Plan África, que en medio de esta gigantesca crisis no deja de producir una cierta sensación agridulce. Es cierto que la disparidad de objetivos que se fija este Plan exige de un análisis sereno, si bien, el solo hecho de proponer una estrategia amplia de intervención sobre un continente históricamente abandonado por la comunidad internacional y por España, donde el hambre, el subdesarrollo y la desesperación son el horizonte vital para buena parte de sus habitantes, supone un punto y aparte en el tradicional abandono de nuestra diplomacia sobre esta región. Que España asuma unos compromisos tan importantes en materia de lucha contra la pobreza y el desarrollo mediante actuaciones pioneras en lucha contra el SIDA y las enfermedades infecciosas, educación básica través del programa «Vía rápida Educación para Todos», la cobertura de necesites básicas, líneas novedosas de apoyo presupuestario en programas públicos, lucha contra la pobreza urbana, el suministro y la potabilización de agua, supone avanzar en el cumplimiento de compromisos internacionales absolutamente decisivos. Si la situación en la región es dramática, la comunidad internacional tiene la obligación de pasar de las palabras a los hechos, y en materia de desarrollo este Plan lo hace de forma inequívoca.
Sin embargo, el Plan integra otros aspectos mucho más controvertidos, en dos aspectos considerados por este Plan como prioritarios. Por un lado, la visión que mantiene de «controlar los flujos migratorios» no parece corresponderse con una política realmente compresiva hacia las causas y consecuencias de estas migraciones, sino ser una simple apelación para desplegar todo tipo de medidas represivas, coercitivas y de castigo hacia quienes vayan a emigrar. ¿Cuándo se sustituirá la simple repatriación de los inmigrantes capturados, por la detención de los traficantes y negreros, junto a la incautación de las abultadas fortunas que amasan vendiendo pasajes hacia la muerte y su devolución a los inmigrantes o a sus familias? Otro aspecto llamativo es la incorporación de nuestros intereses económicos, el fomento de las inversiones españolas junto a nuestro interés por asegurarnos energía (petróleo y gas natural) de los países de la región. Una vez más, se anteponen intereses nada prosaicos a otras políticas y prioridades que con frecuencia, son incompatibles con otras políticas de desarrollo, paz, seguridad y estabilidad en la región. ¿Compraremos el petróleo y el gas de Nigeria, de Guinea Ecuatorial o de Argelia, a cambio de hacer la vista gorda sobre las crueldades de sus regímenes políticos y las sistemáticas violaciones de derechos humanos contra sus habitantes? Pero qué tonterías decimos, cuando llenamos el depósito de nuestro coche no podemos andarnos con remilgos, responderán muchos.
Objetivos Generales del Plan África:
-
Contribución al afianzamiento de la democracia, el respeto a los derechos humanos, la paz y la seguridad.
-
La lucha contra la pobreza y la contribución a la agenda de desarrollo de África
-
El fomento de la cooperación para regular adecuadamente los flujos migratorios
-
La participación activa en el desarrollo de la estrategia de la Unión Europea en África
-
El refuerzo y la diversificación de los intercambios económicos, así como el fomento de las inversiones, sin olvidar la creciente importancia estratégica de la región Subsahariana, y en particular el Golfo de Guinea para nuestra seguridad energética y las oportunidades de negocio en el sector de hidrocarburos para las empresas españolas
-
El fortalecimiento de la cooperación cultural
-
El incremento de la proyección política y de la presencia institucional de España en la región
(Plan África 2006-2008. Resumen Ejecutivo)
Ahora bien, junto al derecho a emigrar, también habría que empezar a avanzar en la comprensión de otro derecho básico y esencial, como es el derecho a NO emigrar, a no tener que abandonar forzosamente si no se desea, el país donde uno nace y en el que se habita para poder sobrevivir; en definitiva, el derecho al desarrollo en el país donde uno nace, que no es sino uno de esos derechos solemnes recogidos por la comunidad internacional. Mientras tanto, África se seguirá desangrando, y nosotros seguiremos preguntándonos las causas de tanta desesperación.
* Carlos Gómez Gil, es Doctor en Sociología, Profesor de la Universidad de Alicante y Director del Seminario Permanente de Inmigración de esta Universidad ([email protected])