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Viaje a Senegal de miembros de Sevilla Acoge

El desarrollo de Europa a costa de la miseria de África

Fuentes: Rebelión

Este año 2006 ha estado para mí marcado de una manera especial por África. Comenzó en Kalemie, a orillas del Lago Tanganika. Fue un viaje de 40 días por los lagos Tanganika y Kivi en el Congo y por Rwanda. Dos países que no conocía y que me han impactado de una manera particular. Y […]

Este año 2006 ha estado para mí marcado de una manera especial por África. Comenzó en Kalemie, a orillas del Lago Tanganika. Fue un viaje de 40 días por los lagos Tanganika y Kivi en el Congo y por Rwanda. Dos países que no conocía y que me han impactado de una manera particular. Y ahora que el año termina acabo de regresar de Senegal.

A lo largo del año, una de las «noticias» que más ha conmocionado a los españoles, ha sido la llegada masiva de africanos a Canarias. CEPAIM ha acogido a más de 4.000 aunque poco hemos podido hacer por ellos: darles cobijo durante unos días, comida, ropa y pagarles un billete hacia un «destino» bastante incierto; casi todos tenían un contacto, un familiar, un amigo… pero luego ¿qué?

Para conocer mejor la situación de los jóvenes aspirantes a la emigración clandestina que parten para España, y de los repatriados de las Palmas, así como lo que se piensa en Senegal sobre la emigración clandestina y en qué podríamos colaborar, hemos estado en Senegal 15 días acompañados por N’Demba, un compañero senegalés que lleva muchos años con nosotros en Sevilla Acoge.

Cada vez que voy a África, creo que tengo la misma impresión: las cosas cada vez van peor. Más pobreza, más miseria, más jóvenes deambulando por las calles sin un posible porvenir. El único deseo de todos los jóvenes es «coger una piragua», lanzarse al mar. Senegal está mucho peor que hace 9 años, cuando fui la ultima vez. Sin querer lo he comparado con Bukavu, con Kalemie, con Rwanda… Como Senegal es más seco, menos hermoso, la pobreza es más «descarada», se nota más y la suciedad está mucho más presente.

Tras saludar a las administraciones locales y regionales, a través de una ONG. de Louga, ANAFA, con quien ya habíamos mantenido anteriores contactos, empezamos a movernos para poder conocer a los jóvenes candidatos a la emigración. Nuestra primera visita fue a St. Louis, de donde proceden una mayoría de los senegaleses que han pasado por nuestras casas en los últimos meses.

La Presidenta de ANAFA en St. Louis, Mm. Finda Soumaré es una señora joven, muy dinámica y, al anunciarle nuestra llegada, había invitado a la reunión a Ousmane Ndiaye, educador del barrio de pescadores de Guette Ndar, y una persona que nos asegura es «el referente» para las autoridades locales y para las diferentes ONGs que allí colaboran y para todos los habitantes del barrio.

Esperado la llegada de Ousmane, le preguntamos como ve la gente la salida masiva de jóvenes. Nos replica que la gente lo ve como una suerte y dicen: «Dios ha descendido a Saint Louis para los jóvenes. Las familias venden lo que tienen y dan el dinero a los pescadores para que lleven a su hijo a España. El padre de un gran amigo mío, Abdel, tenía una tienda grande, donde vendía muy bien. La vendió para que su hijo (mi amigo) pudiera marcharse a España. Abdel ha sido uno de los repatriados, no ha tenido suerte. Ahora su padre está en la puerta de la que era su tienda con libros del Corán». (Los libros del Corán no se venden, sólo te dan por ellos una limosna).

Ousmane Ndiaye, educador y Secretario General del Consejo del Bario de Guette Ndar nos saluda con una gran sonrisa y nos comenta: «Estos días he recibido a varias organizaciones españolas que han venido a conocer la realidad. ¿Qué se puede hacer? Formación y sensibilización son las únicas posibilidades, pero mejor será que veáis el barrio, habléis con la gente y luego podríamos pensar».

Aquí el grito es «¡Barça o Barzat!» (Barcelona o la muerte). Nos citamos a las 4 de la tarde para ver el barrio. Aprovechamos las dos horas de intervalo para visitar St. Louis. Llegamos a la isla, que es la parte «vieja» de la ciudad, atravesando el río Senegal por el puente Feder, un espectáculo impresionante. De la bella ciudad colonial que fuera la capital del África Occidental francesa y hoy día patrimonio de la UNESCO, poco queda, sólo algunos edificios oficiales y casas de estilo colonial casi destruidas (algunas las están rehabilitando, con mucho gusto, por cierto) rodeada de una gran avenida de cara al río (con no pocos baches y basuras a ambos lados), que bordea a la ciudad, desde la que se divisan hermosas vistas: el río, la otra orilla…una preciosidad.

Un segundo puente, nos lleva a la parte del puerto y los barrios aledaños. El panorama cambia cien por cien. Una vez dentro del barrio, fuimos primero por el «paseo» que bordea el río. A la izquierda del mismo, todo está lleno de cayucos, cientos de ellos, viejos, nuevos, en construcción, (los mismos que vemos llegar a Canarias), varados en la orilla. A la derecha, las tapias medio derruidas del cementerio permiten al pasar ver las tumbas. Un poco más allá, las vendedoras de pescado, sobre todo seco, invaden la calle con sus puestos. Todo está lleno de gente, de suciedad, con un fuerte olor muy característico. El coche avanza muy despacio, demasiado despacio, pues una especie de angustia, de desazón se va apoderando de nosotros.

La calle sigue y poco a poco se va despoblando, hasta quedarse (a menos de 2 km. del inicio de la misma) completamente vacía de personas, de pescadores, de cayucos… y un poco mas allá la desembocadura del río sobre el océano. Una playa magnífica, enorme, solitaria… sólo unas cabañas con chiringuito para unos pocos turistas que allí llegan. Nos extraña que exista una tal aglomeración y pocos metros más adelante una enorme zona vacía. Parece ser que el Gobierno ha intentado en varias ocasiones que parte del barrio se desplace unos kilómetros mas allá y que incluso les ponían casas a su disposición -nos cuentan-, pero la población se resiste, no quieren salir de las casas de sus antepasaos, aunque éstas se hayan quedado pequeñísimas; y los jóvenes tampoco se van fuera, se quedan en la misma vivienda antes que irse del barrio.

Paramos un rato para dar un corto paseo en esa playa tan magnífica. Pienso en dos mentalidades tan distintas: nosotros necesitamos sitios tranquilos, intimidad, que no nos molesten, mientras que para la gente de aquí, y la de este barrio en particular, vivir juntos, «hacinados», sin espacio vital mínimo, con muchísimo ruido, no sólo no les molesta, sino que les gusta.

Volvemos al barrio, pues es la hora de reunirnos con los animadores para ir a visitarlo. Nos dicen, y lo creo, que el barrio de Guette Ndar es el más poblado de África. Diminutas casas y en cada una viven hasta tres generaciones, fácilmente 20 personas por metro cuadrado. Niños, muchísimos niños, jóvenes, algunos viejos, se mezclan con animales, basuras, restos de pescado, ropa tendida… todo por medio de las estrechísimas calles, pues en ese barrio se vive en la calle, las casas minúsculas, el calor, el mal olor, los mosquitos y el número de habitantes…. Todo lo cual obliga a pasar el máximo de tiempo fuera de las casas. Dentro sólo se permanece el mínimo de tiempo.

Nos adentramos en las estrechas callejuelas, por las que tenemos que marchar en fila. Vamos parando cuando encontramos a un grupito de gente, saludando, entrando allí donde estaban reunidos unos cuantos en un minúsculo salón, y a todos los Íbamos invitando a la reunión que se celebrará a las 5.

Seguimos por la playa: pescados secos, redes viejas medio podridas, restos de barcos que se quedarían allí hace años, jóvenes en grupos hablando tranquilamente, viejos de charla tomando el sol… Nos acercamos a los grupos de jóvenes citándolos a la reunión. A las 5 nos dirigimos al local del Comité de barrio, una sala bastante amplia, con bancos que poco a poco se fue llenando.

Unos 20 minutos más tarde ya había una treintena, y llegaban más, hasta sobrepasar las 50 personas, casi todos hombres. El delegado de barrio dio por abierta la sesión. Un «viejo» (autoridad tradicional) empezó un largo discurso, con un fuerte y particular tono de voz (parecía que nos estaba gritando enfadado), nos saludaba y nos daba la bienvenida. A todos. Nos agradecía que nos hubiésemos molestado a venir desde tan lejos para ver lo que pasaba aquí. El resumen de sus palabras, traducidas por N’Demba, era así: «Nuestros jóvenes se van porque aquí no queda trabajo que hacer; este ha sido siempre un barrio próspero, la gente trabajaba. Unos iban lejos, en grandes barcos durante una semana; otros cada noche salían a pescar y al amanecer traían suficiente pescado para que las mujeres vendieran durante el día. El pescado se vendía no sólo en la región de Saint Louis sino que iba al resto del país. Los últimos años han sido la catástrofe. En las aguas mar adentro frente a nuestra costa pescan los blancos, sus grandes barcos arrasan con todo el pescado, podemos ver las luces desde aquí, hay «grandes ciudades»: son los barcos que se quedan ahí meses… llevan todo lo necesario para vivir, son como ciudades tan grandes como nuestro barrio…Y a esos no les pedimos papeles… vienen, se instalan, se llevan todo nuestro pescado. Si nuestros jóvenes tienen que irse a sus países a buscar trabajo, es porque ellos han venido antes al nuestro a quitarnos el trabajo que sabemos hacer y hemos hecho toda la vida aquí. Si a nuestros jóvenes no les gusta salir del barrio para instalarse en otro sitio de la ciudad, ¡cómo les va a gustar salir fuera, a Europa!… Si lo hacen es porque no tienen otro remedio, porque tienen edad de formar una familia, tienen padres que alimentar, hermanas, hijos. Y no pueden quedarse todo el día en la playa sólo mirando el mar».

El discurso, rotundo, de este hombre nos conmueve. Le siguen el Delegado del Ayuntamiento en el barrio y el presidente de la Comunidad local con discursos muy parecidos: «Alrededor de la pesca existía una infraestructura tradicional para distribuir y vender el pescado. En la actualidad se ha destruido a causa de la falta de pescado. Paradójicamente, a veces, si algún barco tiene suerte y pescan, no lo pueden vender. La infraestructura de distribución está destruida, faltan congeladores, camiones… toda una infraestructura adaptada a los tiempos en los que se vive ahora. Los que tradicionalmente construían cayucos, siguen construyéndolos, los capitanes de los cayucos lo siguen siendo y trabajan de capitanes, pero en vez de salir al mar a buscar pescado, salen cargados de otros jóvenes camino de Canarias… En los últimos años es muy difícil conseguir la licencia de pesca para ir a Mauritania. Un pescador que lleva años en el oficio, que está experimentado en el mar y a quien no le han renovado la licencia, y por lo tanto no puede pescar, se reconvierte en «pasante», es decir, con su propio cayuco, o compra uno, se decide a llevar emigrantes».

Las estrategias suelen ser como sigue: Un hombre que tiene algo de dinero compra un cayuco y contrata un capitán, que se ocupa de buscar «clientes» que pagan y de comprar los víveres para 8-10 días. Otras veces el cayuco ha sido entregado como pago de una deuda al propio capitán; o un grupo de jóvenes que se las ingenian para comprar el cayuco, buscar al capitán que los lleve, no es ninguna dificultad.

La sala se sigue llenando de hombres, muy pocas mujeres, llegan a sobrepasar las 50 personas. Ninguno de los presentes ha hecho el viaje; la mayoría de ellos nos asegura que estarían dispuestos a salir hoy mismo. ¡Barça o Barsak!… «¡Barcelona o la muerte!», es el «grito de guerra» de los jóvenes que intentan salir. «Barsak» es el lugar al que los musulmanes van después de la muerte esperando el momento del juicio final.

«SI en Europa necesitan mano de obra, ¿por qué no nos quieren dejar trabajar, si nosotros queremos trabajar?», nos preguntan, «España ha prometido visados, nosotros vamos al consulado y presentamos todos los papeles que nos piden, pero nunca nos dan visado».

¿Qué va a pasar con los que están allí?… ¿Los van a dejar trabajar?… Estas y muchas más preguntas nos hacen una y otra vez. Les explicamos que la mano de obra que Europa quiere es cualificada, que necesitan formarse, tener una profesión, que para ser alguien allí antes hay que prepararse…

N’Demba le sigue explicando muy detalladamente la situación que viven los que consiguen llegar. Muchos de ellos los conocen. Sus hijos, sus hermanos están allí y llaman diciéndoles que lo están pasando muy mal. Un hombre de mediana edad, toma la palabra y cuenta que su hijo está en Valencia, que lo llama a menudo diciéndoles lo mal que lo está pasando y que no encuentra trabajo… Nos pide si le podemos ayudarle y darle papeles… Les explicamos la dificultad de obtener papeles; por el momento ni hay ni habrá posibilidades de regularización, ya no es sólo España sino Europa quien lo impide. Sigo explicando la situación, la dificultad de los empresarios para contratar indocumentados, las multas…todos dicen que si con la cabeza… ¿Se estarán convenciendo? Lo dudo…

Les hablamos de que Europa está dando dinero al Gobierno senegalés para que cooperen en el control de las salidas, que le reclamen ellos también. «Los visados que ha prometido España -dice otro- se los dan a sus familiares, no llegan al pueblo, los dineros se los quedan los políticos, a nosotros no nos llega nada»…

La reunión dura más de dos horas, la llamada a la oración en la mezquita cercana, hace que muchos empiecen a salir. ¿En qué quedamos? ¿Qué se puede hacer? La sensación es que nosotros ahí no podemos hacer nada. Son demasiados y el problema es inmenso, no puede una organización hacer frente a eso. Podemos seguir peleando en España, hablando, contando lo que hemos visto y oído, cuál es esta realidad… Pero sin una voluntad política, sin unas inversiones fuertes, sin una formación profesional para los jóvenes, poco o nada puede hacerse.

Nos vamos de la reunión y del barrio, mal. Ya es de noche. Las calles están aún más llenas. Muchos de los que están medio tumbados en las esquinas pasarán allí la noche, pues dentro de la casa hay demasiada gente ya y todos no caben. Acompañamos a la Presidenta de ANAFA a su casa, al otro lado del río, el barrio es menos malo, pero sigue habiendo muchísima gente por la calle, aunque quizás algo menos. ¿Qué futuro inmediato para estos jóvenes y para estos niños?…

Conocida la situación del norte, quisimos ver también la de otro puerto pesquero, adonde han repatriado a un importante número de chicos desde Canarias. A Kayar llegamos de la mano de ASCODE, una organización con la que trabaja CEPAIM en su proyecto del poblado de Bamako. Kayar, a unos 40 km. de Dakar, es el puerto pesquero más importante del país. Llegamos sobre las 4 de la tarde, la playa estaba a rebosar de gente. Las barcas estaban llegando con la pesca, los chicos sacaban el pescado de las barcas, rodeados de una multitud, lo iban clasificando por especies y poniéndolos en montones sobre la arena.

Allí se acercaban los compradores que habían venido en unos pocos camiones frigoríficos (bastante viejos y pequeños) y las compradoras que luego iban a hacer la venta ambulante. Mientras esperábamos a Agnes de Ascode, quien nos iba a introducir en la «Asociación de Repatriados», muchos jóvenes que deambulaban por el «muelle», se acercaron enseguida a nosotros al oírnos hablar español. Afirmaban ser «repatriados» de Canarias. Nos enseñaban su papel de expulsión. Eran «disidentes» de la asociación que han creado los «repatriados». No estaban de acuerdo con la parte «oficial» de la Asociación, a la que tildaban de politizada.

Nos reunimos con el grupo «oficial» de la Asociación. La forman 350 hombres que todos han sido repatriados desde septiembre a noviembre de este mismo año. Han mantenido varias conversaciones con diversos políticos, con un representante del Presidente Wade. Todos les prometen ayudas, pero por el momento no han tenido ninguna respuesta efectiva. Les han prometido visados para personas de sus familias puesto que ellos no pueden entrar por tener expediente de expulsión. Ya han hecho una serie de entrevistas y elegido a unas 80 personas, pero no saben qué continuación tendrá. Ellos lo que piden es trabajo. Que se construyan industrias para la conservación del pescado, camiones frigoríficos para poder venderlo fuera… lo que sea. No pueden seguir pasando los días y ellos estar ahí sin hacer nada, y lo poco que tenían lo vendieron para hacer el viaje. «Si no conseguimos nada, en cuanto vuelva el buen tiempo, allá por febrero o marzo volvemos a tomar la piragua.. Tenéis que decirlo en vuestro país: o nos ayudan o volvemos a intentarlo».

Salimos muy tarde y muy descorazonados de Kayar. El problema es demasiado inmenso para una organización como la nuestra. Es algo que tienen que asumir los Estados. Nosotros sólo pudimos comprometernos a prestarles nuestra voz para contar en España la situación en la que viven: «Mañana cuando nos entrevistemos con Zapatero intentaré preguntarle dónde van a ir a parar los dineros que para ayudar a estos jóvenes ha dado o va a dar España y la Comunidad Europea»…

Así lo hicimos en el encuentro del Presidente del Gobierno español, del Ministro de Asuntos Exteriores y de la secretaria de Estado de cooperación con las ONGsD españolas que trabajan en Dakar. Como los turnos de palabras estaban ya determinados y nosotros nos inscribimos a última hora, no teníamos posibilidad de hablar. Al final de la reunión, tanto Zapatero como Moratinos pasaron a saludar a todos los presentes y nosotros «abordamos» a Moratinos, nos presentamos y le hablamos en nombre de los «jóvenes repatriados». Le preguntamos qué pasaba con las ayudas prometidas a Senegal a cambio de las repatriaciones, donde iban a parar y que los jóvenes nos habían advertido que «si no encontraban trabajo se volvían a tirar al mar». Nos dijo que todas iban a llegar y que con ellas se iba a crear empleo. La verdad es que no nos convenció.

Sin duda alguna, la más emotiva de todas las reuniones mantenidas estos días ha sido con el Colectivo de mujeres para el desarrollo integrado de Thiaouye sur mer y de lucha contra la inmigración clandestina. El barrio de Thiume sur mer es un suburbio en las afuera de Dakar, de estrechas callejuelas de arena y casas difíciles de describir. Nos costó mucho encontrar la casa de la presidenta de la Asociación, pero tras muchas vueltas y con miedo a quedarnos en la arena, conseguimos llegar. Están esperándonos quince mujeres, con su presidenta, una mujer que ha perdido a su único hijo (alta, grande, guapa, de unos 45 años, habla bien francés, se nota que tiene ideas muy claras), la vice-presidenta y la tesorera. Son mujeres relativamente jóvenes, 30-45 años, con muy buena presencia, algunas hablan francés, todas tienen en común que han perdido un hijo en el mar.

«Este barrio era próspero -nos cuenta-, todos sus habitantes siempre han sido pescadores. Las familias, polígamas y con muchos hijos, sacaban suficiente para ganarse bien la vida. Cuado los hombres envejecían, los hijos, muy numerosos, hacían el relevo. En los últimos años la vida se ha endurecido. Grandes barcos de China y de Corea se llevaban mucho pescado, y a los pescadores les quedaba poco. Si no pescaban, las mujeres no podían vender para alimentar a sus hijos, apenas tenían para preparar una sola comida al día.

La primera piragua que llegó a Canarias fue por casualidad: llevaba a jóvenes que iban a pescar a Guinea Bissau, una tormenta desvió su camino, al cabo de los días llegaron a Canarias. Allí fueron bien recibidos, y otros jóvenes aprendieron el camino y pensaron en marcharse. Algunos que se querían casar, otros para alimentar a su madre viuda, o para pagar el «bautizo» de su primer hijo. Las propias madres vendían sus joyas para poder ayudar a sus hijos a embarcarse. Se fueron muchos, la mayoría con suerte, llegaban a las Palmas, hasta que empezaron a quedarse en el mar.

En septiembre del 2005 una piragua con 80 jóvenes, entre ellos mi hijo único, y muchos hijos de estas mujeres que están con nosotros presentes murieron ahogados. Un mes más tarde, otra embarcación se hundió y unos cien muchachos desaparecieron. Al principio sólo hacíamos llorar, pero más tarde, empezamos a pensar en hacer algo, en organizarnos para consolarnos entre nosotras y para evitar que otros jóvenes siguieran arriesgando sus vidas.

Decidimos ir cada día a la playa para hablar con los jóvenes, para intentar convencerlos de que no viajaran. Y también con las madres, para que no ayudaran a sus hijos a partir. En nuestra primera Asamblea General reunimos a más de 350 mujeres. La mayoría íbamos vestidas de blanco, en honor de nuestros hijos, a quienes no les habíamos podido poner la mortaja del color blanco como es tradicional entre los musulmanes. Cada una aportó 1.000 francos CFA (unos 1’50 euros) y cada mes pagamos una cotización. Con ese dinero damos pequeños créditos a los miembros de la asociación, para que puedan comprar pescado a otros jóvenes, ya que sus hijos no pueden pescarlos.

Como muchas mujeres sólo el ir a la playa a buscar pescado les hace llorar, es demasiado el sufrimiento, estamos intentando hacer otros trabajos. Unas preparan cus-cus para venderlo, otras hacen zumos con frutos que encontramos fácilmente aquí, o «buñuelos». Con todo esto las mujeres se van ganando algo la vida.

Nos solemos reunir cada tarde, siempre viene un grupo, hacemos actividades, los zumos, los buñuelos que luego se venden, o pequeños juegos sobre la salud, la higiene… quien acierta gana unos francos CFA. Quien no, paga. Es una manera de entretenernos, de dejar de pensar siempre en el hijo que ya no está, y a la vez de aprender cosas, de ganarnos algo la vida. También aportamos una cantidad cada una para cuando hay un acontecimiento en una de las familias, un bautizo, una boda… Todas nos comprometemos a hacerlo de manera modesta y pagándolo entre todas, así no despilfarramos y no obligamos a nuestros hijos a lanzarse al mar.

A todos los miembros de la Asociación le tenemos completamente prohibido que ayuden a sus hijos a irse a la mar (a Canarias), de manera que si una lo hace, las demás ya no le ayudamos, ni se le concede préstamos. Queremos a toda costa que nuestros hijos se queden aquí, que no arriesguen sus vidas, que no haya más llantos de madres…

Hay otras mujeres de otros barrios que vienen a consultarnos, ellas también quieren hacer una asociación. También necesitaríamos un psicólogo, hemos sufrido mucho, muchas mujeres necesitan ayuda. El problema es que tenemos muy pocos medios. Todas trabajamos voluntariamente. La secretaria se está aprendiendo francés, lo habla y escribe un poco y se está formando para poder hacer más cosas. El local que tenemos es mi propia casa, como es grande… en el patio nos reunimos, en época de lluvia la cosa es más difícil. Hasta con algunas ayudas y parte de las cotizaciones hemos comprado un ordenador. Hay un chico que viene por las tardes a ayudarnos, porque sabe manejarlo.

Necesitaríamos un socio en Europa que nos ayudara en nuestros proyectos. Tenemos muchas ilusiones en hacer cosas, poder hacer zumos de manera más industrial para venderlos y no tener que comprarlos en Europa… Un molino para el mijo también nos ayudaría mucho… En fin, si encontramos quienes nos ayuden, ideas no nos faltan».

Todas estamos muy emocionadas. Les decimos que no podemos prometerles nada, pero si que voy a ver en que podríamos colaborar. Por el momento me hago «miembro» de la Asociación, pagando su cotización. «Desde el inicio», me dicen, «y cuando tengas una boda o un bautizo en tu familia, iremos a ayudarte a prepararla y entre todas la pagaremos. Pero tú vives muy lejos, ¿cómo vamos a poder pagar el viaje?»… El humor de estas mujeres despeja el ambiente. La amplia sonrisa esconde una lágrima…

Son casi las 6, nos empezamos a despedir. Hay que llegar a Dakar, por esa carretera que está siempre completamente colapsada. Hacer las maletas e irnos para el aeropuerto… Han pasado quince días y parece que han sido 15 minutos. Hemos visto a mucha gente, que ha compartido con nosotros lo poco que tienen. Hemos encontrado por todos sitios muestras de cariño, nadie nos ha pedido dinero, pero sí que hablemos de la situación que están viviendo.

La sensación es de impotencia, de pesimismo… Mientras España, Europa, mejora cada año, África va para atrás. ¿Cómo se va a levantar este pueblo?.. ¿Qué soluciones hay para África?… Desde luego no sólo haciendo pequeños proyectos, que ayudan algo pero que son como unas gotas de agua en este inmenso océano que baña al país. El porvenir de África está en manos de los propios africanos. Como suele decirse: «EL FUTURO DE ÁFRICA ES NEGRO?»… Pero, ¿les dejarán?…