Durante la selección del jurado en el proceso judicial por fraude en contra de Conrad Black, en Chicago, el juez sondeó a los potenciales miembros de éste sobre sus impresiones del hogar de Black en Canadá. «País socialista», contestó uno. Según los reportes de la prensa, Black, alguna vez el tercer magnate de la prensa […]
Durante la selección del jurado en el proceso judicial por fraude en contra de Conrad Black, en Chicago, el juez sondeó a los potenciales miembros de éste sobre sus impresiones del hogar de Black en Canadá. «País socialista», contestó uno. Según los reportes de la prensa, Black, alguna vez el tercer magnate de la prensa en el mundo, volteó a ver a su esposa, Barbara Amiel, y compartieron una sonrisa. Al fin un jurado coincidía con sus corazones -durante años, la pareja había acusado a canadienses.
El proceso Black es una bestia extraña: un canadiense que renunció a su ciudadanía para ser lord inglés fue procesado en Estados Unidos acusado de haberse embolsado decenas de millones de dólares que pertenecían a los accionistas de Hollinger International, con sede en Chicago. Cada giro del caso es noticia internacional de primera plana, pero la mayoría de los estadunidenses no tienen ni idea de quién es Black. En sus comentarios iniciales, el abogado de Black, Edward Genson, aseguró al jurado que «en su Canadá e Inglaterra es un nombre conocido».
Es lógico que lord Black no sea nadie en Chicago. Nunca tuvo que preocuparse por la política en Estados Unidos -en lo que a él concernía, el país era prácticamente perfecto. Era el resto del mundo angloparlante el que requería de las rimbombantes lecciones ideológicas de Black. Impartirlas era su misión de vida.
Black es el mayor defensor del anglosphere (el mundo inglés), movimiento que llama a la creación de un bloque de países angloparlantes. Los adherentes aseguran que Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Australia y Nueva Zelanda deben unir fuerzas contra el mundo musulmán y cualquier otro que represente una amenaza. Para él, Estados Unidos no es sólo el líder lógico del anglosphere, sino modelo económico y militar que todos los países anglo deberían emular, en contraste con la blanda Unión Europea.
Si bien la consolidación del anglosphere como bloque político recibe mucho menos escrutinio que las intervenciones militares, ha sido crucial en los proyectos imperialistas de Washington. Recientemente el movimiento adquirió cierta notoriedad, cuando se supo que el 28 de febrero la Casa Blanca fue anfitriona de un «comida literaria» para el nuevo escritor favorito de George W. Bush y Dick Cheney, el historiador ultraderechista británico Andrew Roberts, autor de A history of the english-speaking peoples, since 1900 (Historia de los pueblos angloparlantes, desde 1900), un manifiesto del anglosphere. Pero Black es quien ha sido el eje de las campañas en favor del anglosphere. Durante las pasadas dos décadas usó sus diarios ingleses y canadienses para abrazar en colectivo a su amado Estados Unidos. En Gran Bretaña lo hizo a través del Daily Telegraph, al cual usó como línea ofensiva contra la «integración europea» e insistiendo en que el futuro de Gran Bretaña está no con la Unión Europea, sino con Washington. Esa visión alcanzó su zenit, claro, con el trabajo de equipo de Bush y Blair en Irak.
En Canadá, donde Black controlaba cerca de la mitad de los diarios, el empuje por estadunidizar fue aún más energético. Cuando fundó el diario National Post, en 1998, fue con el explícito fin de quitarnos a los canadienses nuestro sistema de seguridad social (una «hamaca») y formar un partido nuevo de la «derecha unida» para sacar a los gobernantes liberales.
Así, si Black iba a lograr en algún lugar un jurado que lo comprendiera, debería haber sido en Estados Unidos, donde la gente común venera a los ricos, porque están convencidos de que ellos podrían ser los próximos (a diferencia de esos envidiosos, sobregravados y sobre-regulados europeos y canadienses). Quizá en el año 2000, en la cima de la burbuja de la bolsa de valores, Black hubiera enfrentado un jurado compuesto por cuates que lo apoyaban, que hubieran visto su extraña habilidad para desviar las ganancias de Hollinger a sus cuentas personales y hubieran dicho «más poder para ti». Pero en 2007, Black se enfrentó contra las víctimas del colapso del boom y de la revolución ideológica que tan agresivamente globalizó. Cuando el juez interrogaba al grupo de 140 potenciales miembros del jurado para escoger a 12, más ocho suplentes, se encontró con hombres y mujeres que «perdieron todo centavo» en el colapso de WorldCom, cuyas pensiones se evaporaron en la bolsa de valores, que fueron despedidos debido a la subcontratación en el extranjero (outsourcing) y cuyas finanzas fueron devastadas por el robo de identidades.
Al preguntarle qué pensaba de los ejecutivos que ganan decenas de millones de dólares, el jurado, casi por unanimidad, respondió de manera negativa. «¿Quién podría trabajar tanto o ser así de capaz?», preguntó uno. Un sindicalizado aprendiz de mecánico señaló que no importaba cuánto trabajara, «a duras penas la libro, viviendo en casa». Nadie dijo «más poder para ti».
Al parecer, muchos ven a los ultrarricos de Estados Unidos del mismo modo que los rusos ven a sus oligarcas: aunque hubiera sido legal la forma en que amasaron sus fortunas, no debería haberlo sido. «Nadie debería conseguir tal cantidad de dinero de una compañía, como de Enron y WorldCom», escribió un miembro del jurado. Otros dijeron: «siento que hay corrupción por todos lados»; a cualquiera que le hayan pagado tanto como a Black, «probablemente lo robó»; «estoy seguro de que esto ocurre todo el tiempo y espero que los agarren». John Tien, contador de 40 años de Boeing, se enfrascó a tal grado en un elaborado discurso sobre las endémicas estafas contables del corporativo estadunidense, que los abogados de Black pidieron al juez que lo interrogaran en privado, para prevenir que sus puntos de vista influyeran en otros potenciales miembros el jurado.
Más allá de lo que ocurra con la saga Black, el proceso de selección del jurado fue una extraordinaria ventana sobre cómo perciben a sus elites los estadunidenses normales, seleccionados aleatoriamente: no como héroes, sino como ladrones. En lo que concierne a Black, todo esto es terriblemente injusto: lo están «aventando a la turba» debido a su rabia con el sistema y, a diferencia de los estadunidenses multimillonarios, no se viste «con pantalones de pana» ni dona su fortuna a organismos de caridad contra el sida. Sus abogados hasta argumentaron (sin éxito) que su cliente no podía conseguir un proceso justo, porque el hombre común de Chicago «no habita en más de una residencia, no tiene sirvientes ni chofer, ni disfruta de lujosos muebles ni hace costosas fiestas».
No hay duda de que lo que ocurre en esa sala de justicia no se parece tanto a un proceso por fraude como a una guerra de clases, una que está en el corazón del anglosphere. Aunque gane Black, será más difícil vender al mundo un modelo ideológico tan profundamente vilipendiado en casa.
Copyright Naomi Klein 2007. www.nologo.org. Este texto fue publicado en The Nation.
Traducción: Tania Molina Ramírez.