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¿Otra vez el fascismo?

Fuentes: La Jornada

Me informo todos los días de la situación de España. La Jornada y El País son, efectivamente, los dos medios más adecuados para tener una visión suficiente de los enfrentamientos políticos que vive España a partir de que el Partido Popular (la derecha, muchas veces estrecha) ha iniciado una campaña en contra de las acciones […]

Me informo todos los días de la situación de España. La Jornada y El País son, efectivamente, los dos medios más adecuados para tener una visión suficiente de los enfrentamientos políticos que vive España a partir de que el Partido Popular (la derecha, muchas veces estrecha) ha iniciado una campaña en contra de las acciones del gobierno que preside José Luis Rodríguez Zapatero, en primer término por la libertad limitada concedida al terrorista vasco De Juana y ahora, en los últimos días, por el desistimiento, por la fiscalía, de las acusaciones en contra del líder de Batasuna, Otegi, que repiten las amenazas de salir de nuevo a la calle, para generar un ambiente que me recuerda mucho la España de 1936.

Convengo en que esos dos datos pueden ser motivo de pretextos por parte del PP, castigado de sobra cuando en los acontecimientos de violencia que se produjeron en los trenes que arribaban a la estación de Atocha, en Madrid, insistió en atribuirlos a ETA y en seguida se descubrió que el origen del terrorismo era otro.

El Partido Popular es un saldo renovado del viejo franquismo. La presencia, en las calles de España, de las banderas de Franco, con el haz y las flechas, constituye la mejor prueba de que las acciones de Mariano Rajoy y sus secuaces no tienen otro objetivo que la recuperación, por la vía que sea, del poder perdido en las últimas elecciones. El pretexto, las acciones del gobierno que encabeza Zapatero, razonablemente socialista.

Bien cierto es que en estos últimos años se ha puesto de moda en España poner de manifiesto los crímenes cometidos por el franquismo. La aparición de lugares de enterramientos masivos, producto de los fusilamientos durante y después de la guerra, ha hecho evidente que la época en que gobernó Franco fue de una crueldad infinita. No son escasas las protestas de los descendientes de aquellos asesinos.

Por si fuera poco, España atravesó durante los 40 años de la dictadura una situación económica muy difícil. Tal vez la remedió un poco el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, por otra parte un muy distinguido maestro de derecho administrativo, cuyos artículos y libros reseñaba yo hace muchos años para el Boletín de Derecho Comparado que publicaba el Instituto de Derecho Comparado, hoy Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. El remedio lo encontró en el turismo, que creció de manera notable a partir de entonces.

La situación económica de España, en el momento actual, es otra. Con toda seguridad, gracias a su ingreso en el Mercado Común Europeo, hoy la Unión Europea. En El País del pasado domingo se destaca que España tiene una economía muy favorable, creadora de empleo y con avances sociales antes impensables. Esa es la razón, entre otras, que ha convertido a España en un país de inmigrantes a diferencia de que, por muchos años, fue de emigrantes por razones tanto económicas como políticas.

Ignoro cuál será en estos tiempos la actitud del ejército español, que en su época, con el auxilio de fuerzas moras, la maquinaria de guerra nazi y las fuerzas italianas, pudo provocar y ganar la Guerra Civil que tanto ha costado a España. Tengo dudas acerca de que puedan repetirse las mismas circunstancias. Hoy el mundo es otro. Sin embargo, no hay que menospreciar una alianza con el gobierno más que conservador de George W. Bush, que aún parece estar ofendido por el hecho de que Rodríguez Zapatero haya ordenado el retiro de las fuerzas españolas que el PP envió a Irak en mala hora, como resultado de una reunión histórica con Bush y Tony Blair en las islas Bahamas. La actitud de Rodríguez Zapatero molestó sensiblemente a los gobiernos estadunidense e inglés.

El recuerdo de aquella guerra incivil quizá alimente más mi preocupación por España. No se me olvidan los bombardeos que sufrimos en Barcelona por los junkers alemanes. Ni la falta de alimentos, ni la incertidumbre diaria sobre la situación de padres y hermanos, independientemente de las noticias que adelantaban el destino preocupante de la guerra.

La reunión diaria, al concluir las jornadas de trabajo de mi padre, o la búsqueda de alimentos por mi madre y de los cuatro hermanos, estudiantes con diferentes destinos, era el momento de la tranquilidad que, sin embargo, tropezaba con un nuevo bombardeo cada noche.

Me angustia España.