Estados Unidos ya no es la avasalladora superpotencia unipolar que aparentaba al derrumbarse la Unión Soviética. No lo es en lo económico pues su otrora incomparable máquina productiva ha sido muy mermada y sus finanzas quebradas. Con una deuda externa estratosférica, un consumo muy por encima de sus posibilidades, un desbalance comercial creciente y un […]
Estados Unidos ya no es la avasalladora superpotencia unipolar que aparentaba al derrumbarse la Unión Soviética. No lo es en lo económico pues su otrora incomparable máquina productiva ha sido muy mermada y sus finanzas quebradas. Con una deuda externa estratosférica, un consumo muy por encima de sus posibilidades, un desbalance comercial creciente y un dólar ficticio sostenidos por el mundo entero, su economía no puede mantenerse a flote por mucho tiempo. En lo político, su influencia internacional, no digamos su credibilidad, ha disminuido sensiblemente y la opinión pública doméstica e internacional rechaza cada vez más la ejecutoria de la Casa Blanca en casa y en el mundo.
Esto no es sólo debido a su prepotente y genocida conducta mediante las guerras de agresión, la práctica del saqueo a costa del hambre de las naciones del sur y el desprecio por el medioambiente. También el abandono a su suerte de los pobres y los negros durante el paso de Katrina, la vergonzosa desatención a los veteranos de Irak, la cascada de escándalos de corrupción entre el gobierno y las corporaciones, la legalización y práctica indiscriminada de la tortura, la abolición del derecho de habeas corpus, hechos que no son más que la punta del témpano en un paisaje social profundamente desigual, discriminatorio y antidemocrático, prueba de una grave crisis moral del sistema.
Hasta en el terreno militar su hegemonía está en cuestión. Sin duda ostenta un poder destructivo sin precedentes, capaz de borrar varias veces a la humanidad de la faz de la Tierra y es indiscutible su amplia superioridad en sofisticados sistemas de armas y por la cantidad de fuerzas y medios de guerra terrestres, navales y aéreos desplegados en el planeta entero. Sin embargo, su impotencia y la de sus aliados ante la resistencia armada en Irak, Afganistán y Líbano ha venido a recordarnos lo históricamente comprobado muchas veces y ocultado por la cultura dominante: no existe poderío bélico capaz de aplastar la lucha popular. Es incalculable el aporte realizado por los pueblos árabes e islámicos, incluido el de Palestina, al desenmascaramiento de la naturaleza agresiva, colonial y expansionista del imperialismo estadunidense y de su imagen estereotipada de gran democracia bonachona y respetuosa de los derechos humanos.
Aunque no exista todavía una acción concertada de esas resistencias con las de los pueblos y los Estados progresistas de América Latina, las del movimiento internacional contra la globalización neoliberal y contra la guerra y las de gobiernos que, como los de Rusia, China e Irán, buscan un mayor margen de independencia, a todos ellos los une la oposición a las pretensiones de Washington de esclavizar al género humano, incluyendo a los propios estadunidenses.
Sólo en este contexto de degradación generalizada del imperio cabe explicarse un imbécil como Bush II a la cabeza del Estado; pero mucho más grave, la descomunal influencia en la Casa Blanca de la camarilla de los neocon(nc), el verdadero poder tras el trono a través de Richard Cheney. Este peligrosísimo grupo es el autor del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, una suerte de Mein Kampf actualizado, sustento filosófico de la actual Doctrina de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Los nc, que sí no son imbéciles aunque los cieguen la arrogancia y el divorcio de la realidad social, llegaron hace años a la conclusión de para perpetuarse como única superpotencia y mantener su modelo económico parasitario, Estados Unidos debía recurrir principalmente a su poder militar, pisoteando descaradamente el derecho internacional en un saqueo inaudito de los recursos del planeta, los energéticos en primer término.
Mezcla de mesianismo, racismo, misoginia e irracionalidad, el pensamiento nc ve con profundo desprecio al común de las personas e inspirado en Leo Strauss propugna el uso de la mentira y la manipulación del rebaño como ética de la elite gobernante. Sionistas consumados, los nc consideran a Estados Unidos e Israel como los Estados predestinados para imponer a nivel global la democracia y el libre mercado americanos.
Empantanado su ejército en Irak, planean alcanzar el obsesivo «cambio de régimen» en Irán arrasando la nación persa desde el aire. De consumarse, no hay palabras para calificar su impredecible y apocalíptico costo en vidas y sufrimientos humanos. Como Nerón, Bush tañirá la lira contemplando el incendio, canto de cisne del imperialismo yanqui.