Los patrones les atan a la borda, y las ligaduras acaban gangrenando las extremidades. Cuanto mayor es el número de personas que se amontonan en un cayuco, más barato les sale el viaje. El problema es que apenas dejan espacio para acomodar el motor de repuesto y las garrafas de combustible. Las provisiones de comida […]
Los patrones les atan a la borda, y las ligaduras acaban gangrenando las extremidades. Cuanto mayor es el número de personas que se amontonan en un cayuco, más barato les sale el viaje. El problema es que apenas dejan espacio para acomodar el motor de repuesto y las garrafas de combustible. Las provisiones de comida y agua deben ser reducidas drásticamente.
La travesía desde Dakar hasta Tenerife suele durar nueve días. Al tercero, comienza a escasear el agua. Al sexto día, los inmigrantes sufren los primeros síntomas de deshidratación, que les lleva a un estado de confusión mental. En su locura, olvidan que no saben nadar e intentan saltar por la borda para aliviar el sufrimiento. Algunos lo hacen y se ahogan. Otros son inmovilizados por los patrones: les amarran fuertemente a la borda un brazo y una pierna. Durante tres días, las ligaduras cortan el riego sanguíneo. Cuando los jóvenes desembarcan en Canarias, sus miembros están gangrenados y a los médicos no les queda más opción que amputarlos.
Algunos tienen más suerte y sólo pierden una de las dos extremidades. También son frecuentes las amputaciones de dos tercios del pie: durante los nueve días de travesía, los inmigrantes permanecen con los pies sumergidos en el charco que los restos de gasolina y el agua de mar van formado en el fondo de la barca. La mezcla de ambas sustancias origina una reacción química llamada tetraetilo de plomo. Se trata de una sustancia muy corrosiva que va necrosando los tejidos, hasta tal punto que no hay más salida que la amputación.
No terminan ahí los riesgos para los supervivientes. Las olas del Atlántico levantan los cayucos hasta sus crestas y luego los dejan caer bruscamente, una y otra vez. En cada una de esas ocasiones, el coxis de los viajeros golpea con fuerza contra la tabla en la que van sentados. Ese traumatismo prolongado -miles de golpes sobre el mismo punto- acaba por rasgar la piel y causar heridas de unos dos centímetros de profundidad, que las heces y los orines infectan. En tales casos, los inmigrantes deben ser sometidos a trasplantes de piel.
Todos estos datos figuran en un estudio elaborado por Médicos del Mundo sobre el perfil de los 900 inmigrantes que llegaron a las islas el año pasado y cuyos graves problemas de salud han impedido su traslado a la Península. El doctor Carlos Arroyo, responsable de Inclusión Social de esa ONG en Tenerife, explica que, dado que se trata de extranjeros indocumentados, la sanidad pública sólo cubre su atención en urgencias. Por lo que, una vez que salen del hospital y van a parar a casas de acogida, son organizaciones como la suya las que se hacen cargo de su salud.
«Nuestra preocupación más inmediata es conseguir prótesis para que estas personas puedan valerse por sí mismas», explica Arroyo. «También intentamos que el Gobierno les extienda permisos de estancia temporal por razones médicas, una figura recogida en la legislación de extranjería».
Los inmigrantes mutilados son varones de entre 20 y 30 años procedentes de Senegal, Malí y Costa de Marfil. Aunque el francés es la segunda lengua en esos países, la mayoría sólo habla dialectos locales: wolof, bambara, poulard… El idioma es una dificultad insalvable para que los psicólogos puedan ayudarles a superar el trauma de las amputaciones. «Tenemos intérpretes de wolof y de bambara, pero ¿cómo vamos a proporcionarles tratamiento psicológico en esos idiomas?», se pregunta Arroyo. «Lo único que podemos hacer es permitirles hablar por teléfono a menudo con sus familias. Eso les sirve de terapia. Son fuertes y en sus países han visto cosas peores. Creo que prefieren estar mancos y cojos en Europa a seguir enteros en África».