Durante varias décadas, el movimiento nacional sudafricano persistió en su línea pacifista, poniendo la otra mejilla. Hasta que la represión y la brutalidad del colonialismo le obligó a plantarse la necesidad de una respuesta armada. El hombre encargado de esta respuesta fue Mandela, al que al parecer los jugadores del Barça confundieron con un actor […]
Durante varias décadas, el movimiento nacional sudafricano persistió en su línea pacifista, poniendo la otra mejilla. Hasta que la represión y la brutalidad del colonialismo le obligó a plantarse la necesidad de una respuesta armada. El hombre encargado de esta respuesta fue Mandela, al que al parecer los jugadores del Barça confundieron con un actor de cine o algo así.
En 1958, durante una de las sesiones del Juicio por Traición en la que declaraba Albert Luthuli, éste insistió en una de las ideas básicas del movimiento que representaba: su lucha no era contra los blancos sino contra la segregación. En aquel momento se oyó una risa irónica entre los espectadores africanos que llamó la atención. Seguramente se trataba de un militante del recién formado Pan African Congress (PAC), una escisión del CNA que hundía sus raíces en el sentimiento penafricanista de esta formación y más concretamente en algunos aspectos del ideario de Antonio Lembele, que tanta influencia tuvo en los primeros años de la Liga de la Juventud. El objetivo declarado del PAC era la instauración de «une sociedad original en su concepción, africanista en su orientación, socialista en su contenido, democrática en su forma». Su principal dirigente era Robert Monagaliso Sobokwe, un catedrático universitario de treinta años cuyos dictados ideológicos reflejaban ante todo, la impaciencia de un sector radicalizado del CNA amén del peso del ideario africanista -expresado, entre otros, por Lumumba, Frantz Fanon, M´Krumah, etcétera– en aquel período cuando en toda Africa la cuestión de la independencia del colonialismo estaba al rojo vivo.
La impaciencia del PAC, plenamente comprensible viendo la situación sudafricana, le llevaba a cifrar un calendario para el reconocimiento de los plenos derechos de la mayoría africana, nada menos que para antes de 1963, una fecha en la que el movimiento estaría prácticamente diezmado. En los debates teóricos se caracterizaba por el repudio del eclecticismo clásico del CNA que combinaba las tradiciones africanistas con el cristianismo tolerante y pacifista, un cierto marxismo y un socialismo de corte laborista más o menos radical que convergían en la Carta de la Libertad. El PAC subrayaba especialmente la exigencia de un orgullo negro, de la independencia política de los africanos, de ser dueños de su propio destino sin protección de los blancos, aunque fuesen comunistas. Los pactos -decían– se hacen siempre entre iguales, y no era este el caso de los liberales blancos. Sobowke consideraba que el CNA trataba de acomodarse a las exigencias de estos. La reacción dentro del CNA de la escisión fue muy dura y todos los líderes de la organización, empezando por Mandela y Luthuli, vieron en ella la mano del poder blanco. Con este esquema simplista, el PAC fue tratado durante años sin muchos miramientos. También el SACP, así como los propagandistas independientes afines al CNA, fueron muy duros con ellos; el SACP incluso habló de «trotskysmo», refiriéndose sin duda a la minoría que había mantenido desde los años treinta una posición de «conciencia crítica» en relación a la URSS y al SACP.
Más allá de las palabras de lo que, en perspectiva, podemos considerar una natural crispación, Mandela expresó la opinión oficial de su grupo asegurando que el PAC se convertía en un peligro objetivo pera el movimiento de liberación ya que lo dividía, obstaculizando de esta manera su proyecto central: el aislamiento del gobierno nacionalista. Para él, el CNA era «la oposición, el centro de toda las resistencias, un movimiento-frente capaz de integrar a las más variadas tendencias de oposición, además el único capaz de convencer a un sector decisivo de la población blanca, sin la cual se hacía muy difícil romper el segregacionismo. Por eso, Mandela insistirá una y otra vez en que su lucha no era contra los blancos, en que rechazaba cualquier forma de racismo. La impaciencia era por otro lado un problema ya que significaba confundir los deseos –que naturalmente compartía- con una realidad muy difícil, necesitada de un trabajo muy arduo, y a largo plazo. No en vano Sudáfrica era el principal enclave del «poder pálido» en el continente, el país donde el imperialismo contaba con mayor fuerza social, económica y sobre todo, policial y militar.
Cabe matizar que, en principio, el PAC no ponía en cuestión los métodos pacíficos, incluso Sobukwe insistió en ellos como la única vía posible en aquel momento. Lo que pretendía era acelerar el proceso de movilización que encabezaba Mandela. El PAC anunció a principios de 1960, una Statute Campagn con la que se trató de obligar a los blancos a ser correctos con los africanos en los comercios. El problema no era tan fácil y le campaña pasó prácticamente desapercibida. El paso siguiente fue pisar un terreno que el ANC estaba fraguando hacía tiempo: un plan general contra las leyes del «pase» y el PAC anunció que para 21 de marzo del mismo año, la convocatorias de manifestaciones en todo el país. Llevaron la propuesta al ANC que se negó a secundar lo que le parecía una acción inmadura y prematura.
El «pase», una norma que fue comparada con la estrella de David que los nazis impusieron a los judíos, se había convertido en el punto más odiado del apartheid. Con el «pase», el gobierno establecía un instrumento de inseguridad constante entre los africanos que, en cualquier momento, en cualquier lugar y bajo el más descabellado pretexto, podían ser parados, cacheados, maltratados y detenidos por una policía que perecía omnipresente y los despreciaba. El «pase» los convertía en extranjeros en su propia tierra, con muchísimas más limitaciones que las conocida por extranjeros en cualquier país normal; se podría bromear sin exagerar diciendo que ningún extranjero habría permanecido en un país que los tratara tan policiacamente. Los nativos lo necesitaban para trabajar, para viajar…Cualquier mancha en dicha documentación significaba problemas de gravedad, por ejemplo, el traslado forzada una «reserva» o a una granja para trabajar casi gratis para un terrateniente blanco. El 21 de marzo por la mañana, un lunes, a la siete en punto, Sobokwe y uno grupo de dirigentes del PAC, descalzos y absolutamente determinados se hicieron detener voluntariamente delante de la comisaría de la policía de Orlando, después de haber quemado públicamente su «pase», acción que fue seguida por mucha gente incluyendo a los militantes y dirigentes del ANC como Albert Luthuli, que supieron sobreponerse a cualquier sectarismo. El PAC estaba convencido de que esta iniciativa iba a ser extraordinariamente apoyada en todo el país. Sin embargo solamente se dió un seguimiento masivo en Langa y Shaperville, dos townships cercanos a la ciudad de Veseniging, conocida por haberse celebrado en ella el fin de la guerra boers. En 1961 era una importante ciudad industrial blanca, un avanzado centro fabril que daba trabajo a unos quince mil africanos que residían en los suburbios.
Durante los días anteriores se había registrado en ambos lugares una gran agitación. Langa y Shaperville eran también dos townships considerados oficialmente entre las mejores «reservaciones» planeadas y construidas por el gobierno, no obstante, muchos de sus habitantes vivían por debajo del nivel mínimo de subsistencia y los había todavía por debajo de este mínimo. A mediados de marzo el cura anglicano del lugar había informado al obispo Reeves –una de las voces blancas más claras en la denuncia del racismo– que la miseria había llegado a Shaperville a un punto inadmisible. Un cronista de los acontecimientos describió como sigue algunos de los rasgos de dicha situación: «…Una familia de diez miembros –y eran numerosas– apenas podía enviar tres de sus niños a la escuela: un matrimonio con cinco niños debía considerarse afortunado sí lograba escuela para dos. La mortalidad infantil era muy alta y la mayor parte de las tumbas del cementerio de la «reservación» correspondían a niños víctimas de gastroenteritis y neumonía. En Shaperville, al igual que en otras áreas urbanas de Sudáfrica, el negro puede confiar en alcanzar a lo sumo un promedio de treinta y ocho años de vida… Sólo cincuenta y seis de cada cien negros llegan a los 16 años» ;
El día señalado por el PAC una muchedumbre de africanos comenzó a manifestarse pacíficamente dirigida por un medio millar de jóvenes que hacían sonar sus silbatos. Su música correspondía a la de un canto africano y su ritmo obsesionante hacía mover a la gente, primero hacía adelante, luego para atrás. Cuando la policía disparó algunas bombas lacrimógenas, la multitud retrocedió un poco gritando al compás «¡Africa!¡». Espontáneamente, respondiendo a las indicaciones del colectivo más militante, el gentío se encaminó hacia las calles principales gritando también» !Izwe Lethu! » (!Nuestra Tierra! ), y sus formas eran mas bien la de una tranquila procesión. Empero, la policía comenzó a sentirse nerviosa y reclamó…la colaboración de la aviación. Cuando los aviones empezaron a planear sobre la multitud, ésta no encontró ningún motivo aparente de inquietud. La manifestación creció hasta alcanzar unos quince mil asistentes según estimaciones policiacas También aparecieron carros de combate, pero los africanos siguieron creyendo que no tenían nada que temer y dejaban que los niños jugaran en los alrededores de la marcha, hasta que, según cuenta un testigo, en un momento dado: «…Oímos el tableteo de una ametralladora, luego otro, y otro más. La primera ráfaga vino sobre nosotros y luego se desvió. Había cientos de mujeres, algunas riendo. Por lo visto, creían que la policía disparaba salvas. Una mujer fue tocada a unas diez yardas de nuestro coche. Su compañero, un hombre joven, se volvió cuando ella cayó: pensó que se había desmayado. Al darle la vuelta advirtió que tenía la mejilla destrozada. Miró la sangre en su mano y exclamó: «!Dios mío, ha muerto!»…Cientos de niños corrían también. Un chiquillo llevaba una especie de vieja capa negra que rodeaba detrás de su cabeza, a manera de protección contra las balas. Otros chicos, apenas más altos que la hierba, saltaban como conejos. Algunos resultaron también herido, El tiroteo continuó. Uno de loa policías estaba de pie sobre su Sarecem y parecía disparar su ametralladora contra la multitud. Giraba sobre sí mismo dibujando un arco, como sí estuviera manejan una cámara (…) Regados sobre la cámara que pasaba junto al lugar en que nos encontrábamos, se veían numerosos cuerpos tendidos. Un hombre se erguió trabajosamente sobre sus pies, avanzó bamboleante algunas yardas y volvió a caer en una cuneta. Vimos una mujer sentada, que sostenía su cabeza sobre las manos (…) Antes del ametrallamiento, no escuché que se ordenará a la gente disolverse. Tampoco hubo salvas de atención. Una vez iniciado el tiroteo, no se detuvo hasta que todo ser viviente desapareció…»
La gran matanza concluyó a la una y media. Las ambulancias aparecieron poco después. El balance final dio 69 africanos muertos. y varios centenares de heridos, entre ellos muchas mujeres y niños. En Langa, el mismo día, a las seis de la tarde, un oficial blanco mandó disparar sobre la muchedumbre y las calles también se llenaron de cadáveres y de heridos. El gobierno hizo inmediatamente una declaración justificando e incluso felicitando la acción policiaca. La responsabilidad de todo recaía en los agitadores que habían tratado de «soliviantar a los buenos bantúes» sumisos ante las leyes. Naturalmente, la conmoción que causaron estos acontecimientos en la población negra fue tremendo. Cuando el CNA y el PAC convocaron a una huelga general ya los obreros se habían negado a trabajar, las manifestaciones se sucedieron en todo el país y en algunos lugares se dieron luchas en barricadas creadas por jóvenes negros. El gobierno reaccionó suspendiendo temporalmente el «pase» y declarando el Estado de Excepción, al tiempo que ponía fuera de la ley al CNA y al PAC. El denso arsenal de leyes represivas se incrementó, ahora ya era motivo de persecución pertenecer a una organización «sediciosa» y se puso en .marcha la ley llamada de «noventa días» (sobre la que se habla extensamente en la película Un mundo aparte), que permitía a la policía mantener a un detenido en comisaría por todo este tiempo «hasta que haya respondido en forma satisfactoria a los interrogatorios». Teniendo en cuenta que la tortura era una práctica totalmente habitual para la policía, no es difícil imaginar lo que esto significaba.
Quizás por primera vez en su historia, tuvo lugar un clamor internacional de indignación que se plasmó en el comienzo de un verdadero acoso de la República de Africa del Sur en la Asamblea General de la onU que declaró el 21 de marzo Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial. Desde 1961 esta fecha ha sido una convocatoria obligada para la resistencia africana que cada año ha dejado su secuela de muertos, heridos y detenidos en su «celebración». La matanza de Shaperville tuvo enormes consecuencias políticas, cerró un libro de la historia de Sudáfrica y comenzó otro en el que la actitud gandhiana de no violencia comenzó a ser cuestionada abiertamente entre los africanos comprometidos. Para Mandela representó el colofón de una acción criminal de larga raïgadumbre. En una de sus elocuciones durante el juicio de Rivonia, se refirió a estos acontecimientos con las siguientes palabras: «En 1920 cuando el famoso líder Masabala fue encarcelado en Port Elizabeth, veinticuatro africanos que se habían reunidos para pedir su libertad fueron asesinados por la policía y por civiles blancos. En 1921, más de cien africanos murieron en el asunto de Bulhoek. En 1924 más de 200 africanos fueron asesinados cuando el administrador de Africa Sudoccidental mandó sus fuerzas contra un grupo que se había rebelado contra los impuestos a los dueños de perros. El 1 de mayo de 1950, 18 africanos fueron asesinados a balazos por la policía durante una huelga. El 21 de marzo…».
Lo ocurrido el 21 de marzo pues, era como la gota que desbordaba el vaso. Como portavoz del movimiento, Mandela planteó los siguientes interrogantes a sus adversarios: «¿Cuántos Shaperville más habrá en la historia de nuestro país? ¿Y cuántos Shaperville mas podrá soportar el país sin que la violencia y el terror se conviertan en el pan de cada día? Creíamos que a la larga íbamos a vencer, pero ¿a qué precio para nosotros y pera el resto del país? Y sí esto pasara, ¿cómo podrían los blancos y los negros vivir juntos de nuevo en paz y armonía? Estos eran los problemas que afrontábamos, y éstas eran nuestras decisiones». La ira, la impotencia, el dolor, todo llevaba a la oposición africana a replantearse los métodos tácticos tradicionales. Una discusión sobre las formas de lucha atravesó todo el movimiento y fue especialmente viva en las cárceles y en los rincones donde –ya ilegalmente– se trabajaba contra el régimen. Las condiciones de ilegalidad crearon obviamente nuevos problemas. Entre otras cosas, ya no fue posible un debate abierto entre los dirigentes del CNA. No se podían hacer asambleas ni contrastar las opiniones en un .sentido democrático, horizontal, como era la costumbre en el CNA.
La más afectada fue la tradición pacifista. que era ciertamente muy fuerte y nadie la representaba tan completamente como Albert Luthuli, conocido ya en los medias de todo el mundo como «el Gandhi sudafricano», y al que la escritora izquierdista británica Rebeca West describió como un «hombre de cara apostólica», como «..un africano íntegro y un cristiano íntegro» , y al que Mandela, no cabría decirlo, profesaba una abierta admiración. Precisamente fue en el año de Shaperville cuando la Academia Sueca concedió a Luthuli uno de los Premios Nobel de la Paz mas justo que se recuerde, un gesto que significaba el reconocimiento de Occidente de una lucha, una tradición que sería décadas más tarde renovada por Desmond Tutu. Mandela lo definió en la ocasión como «el más poderoso y popular líder de nuestro pueblo africano y del CNA, escudo y espada del pueblo en los últimos cincuenta años (…). Su valor y devoción a la causa de la libertad se conocen en cada casa del país. Dentro y fuera de los comités, él permanece como el indiscutible y más respetado líder del pueblo africano y como una fuente de enorme inspiración pera todos los luchadores de la libertad en Sudáfrica…»
El cambio en el libro de la historia de la resistencia negra iba a significar igualmente un cambio en el liderazgo del CNA, y el liderazgo de Luthuli, lo iba a jugar en adelante Mandela, que sería el que encarnaría el inicio de un nuevo ciclo de lucha en el que los antiguos métodos legales iban a ser sustituidos por otros ilegales incluso violentos. A Luthuli no se le escapaba el carácter de la nueva situación, y en sus memorias ha ce reflexiones como le siguiente: «….No ganaremos nuestra libertad mas que al precio de grandes sufrimientos , y debemos estar preparados para aceptar esto. Se ha vertido mucha sangre africana y, es seguro, todavía se verterá más Como ya he dicho, nosotros no deseamos verter sangre blanca, pero no podemos hacernos ilusiones sobre el precio que exigirá».
Anexo: Breve retrato de Luthuli.
Luthuli también compartía sin titubeos el programa mínimo del ANC, las exigencias que proclamaba la Carta de la Libertad y así lo hizo saber al mundo cuando después de numerosos problemas con su pasaporte pudo expresarse abiertamente en Estocolmo donde proclamó: «Los verdaderos patriotas de Sudáfrica en nombre de los cuales hablo, espiren exclusivamente a las medidas mas completas de los derechos democráticos. En el campo político, no aceptaremos nade inferior al sufragio univers8l directo para los adultos, y el derecho de presentarse como candidatos a todos los organismos del gobierno. En cuestiones económicas, no aceptaremos nada inferior a la igualdad de posibilidades en cada sector, y al disfrute por parte de todos de las riquezas que constituyen los recursos del país y que, hasta ahora, por motivos raciales, han sido disfrutados sólo por los blancos. En el campo cultural, no aceptaremos nada inferior a la posibilidad de acceder a todas las ramas del saber, en escuelas no segregadas, donde sólo sea aplicado el criterio de capacidad. En la esfera social, no aceptaremos nada que sea inferior a la abolición de todas las barreras sociales. No pedimos todo esto solamente para las personas de origen africano, sino para todos los sudafricanos, blancos o negros, indios o mulatos».
Luthuli nació el Último año del siglo XIX en Matetiele, en el clan de los zulúes denominado Amamala, que poseyó en tiempos gran parte del Durban actual. Su padre fue un misionero cristiano africano, enviado de Natal a Rhodesia por la Iglesia Congregacionista de los EE. UU. Fue educado en el Colegio Adams, manejado entonces por misioneros norteamericanos que impartían entre los negros una enseñanza de primera clase, que más tarde sería imposible en virtud de la Ley de Educación Bantú. Posteriormente Luthuli fue profesor en el mismo colegio, enseñando música, geografía, historia y el idioma de su pueblo. En 1936 fue eleguido jefe de su comunidad, con la aprobación del gobierno. Conforme a la tradición, el nombramiento era de por vida, pero reservándose el pueblo el derecho de convocar nuevas elecciones en el caso de que el Chief no respetase la voluntad popular.
La publicación del Acta de la Tierra y Créditos Nativos lo llevó a la acción política. Fue por lo tanto uno de los fundadores del Congreso Nacional Nativo Sudafricano, antecesor del CNA, aunque considera en sus memorias que su respuesta «fue muy ingenua» en estos principios. Durante muchos años, Luthuli fue uno de los dirigentes del CNA que más pacientemente fue rogando al «poder blanco», sin conseguir siquiera ser oídos. Durante muchos años Luthuli fue uno de los dirigentes del CNA que pacientemente fue rogando al poder blanco mediante los métodos más moderados. Tal como explicaría ulteriormente el propio Nelson Mandela, nadie fue más educado ni mejor cristiano, su actitud recuerda en mucho la el humilde sacerdote Khumalo, el protagonista de la novela de Alan Paton Llanto sobre la tierra amada, quien sin duda lo tomó como referente. Pero a pesar de esta actitud tan coherentemente cristiana, todas las cartas que envió al poder blanco encontraron la callada por respuesta y ninguna de las entrevistas pedidas a los gobernantes resultó satisfecha. Los racistas se habían juramentado en no recibir jamás a ningún dirigente negro. Se trataba pues de la representación de todas unas formas de lucha que habían acabando en un callejón sin salida, ni él mismo confiaba que persistiendo en la misma actitud iban a ser espetados. Por esta razón, su nombre se había convertido en un ejemplo, tanto de la nobleza de su causa, como de hasta donde podía llegar el desprecio afrikaners. Luthuli se detuvo a las puertas de la lucha armada, sí bien no dudó en su día en apoyar el giro marcado por la Liga Juvenil, y ahora proclamaba que la «acción iba a dirigirse a Io fundamental; ya no nos interesaban más las mejoras marginales y los ajustamientos superficiales. Ya no nos quedaba ninguna duda de que, sin derecho a votación, estabamos totalmente perdidos. Sin la posibilidad de votar no teníamos forma de realizarnos en nuestra propia tierra, y ni tan siquiera de ser oídos. Sin voto, nuestro do por una minoría de blancos como había ocurrido hasta el momento…».
Se mostrará de acuerdo con el Programa de Acción de 1949, o sea en que había que emplear nuevos métodos frente a la imposición del «apartheid» porque este había tenido la virtud de dejarlo todo más claro: ya no cabe ninguna esperanza en los blancos. Estos, «sólo porque son blancos, extienden su propiedad a los restantes once millones de personas, de los que se espera se consideren afortunados con poder vivir, respirar y trabajar en un país de hombres blancos». Por lo tanto, «el factor racial»» no se puede separar de la cuestión de la propiedad, .»porque una raza insiste en poseerla en exclusiva»,. En cada medida legal asoma la misma concepción: «los blancos son los amos de los africanos, de los indios y de toda la gente de color». No se trata de una esclavitud tradicional, porque los negros no se encuentran atados de la forma física en que lo estuvieron hasta la segunda mitad del siglo pasado, pero aunque «el lenguaje de la esclavitud cambia con el tiempo», en el presente «la propiedad de las tierras ha reemplazado el poder personal. El sistema de esclavitud se ha nacionalizado. Se nos dice donde podemos trabajar y donde no podemos trabajar, donde podemos residir y dónde no podemos residir». Los blancos votan y discuten que es lo que pueden hacer con los nativos: «Nuestro destino consiste en sentir el impacto de la bota»»
Su militancia en el CNA, o mejor dicho su radicalización, hace que el gobierno sudafricano le destituya en 1952 por no hacer cumplir «la ley y el orden» . Fue llamado a Pretoria y sermoneado sobre sus deberes como jefe. Le dieron un plazo de dos semanas para renunciar a sus actividades, de lo contrario se le retiraría el cargo y el sueldo correspondiente. Con una calma bíblica, Luthuli trató de explicar a la administración que primero estaban sus deberes para con sus electores, y luego los de su condición de funcionario. Naturalmente fue destituido, aunque su pueblo siguió considerándolo como su jefe, es más, obstante su nombre con orgullo. Escogió entonces un lugar como «campesino-granjero» y se dedicó a levantar a «la población africana que vive en las regiones agrícolas, falta de instrucción, de preparación política (y que), se resigna fácilmente a su condición de esclava…». Durante los años siguientes a su destitución, las predicaciones de Luthuli sólo pudieron desarrollarse en la Iglesia local. Aunque quiso hablarle a su gente, «sacudirle de su modorra, ponerle en guardia contra los engaños, llamarle a mostrar su antigua fiereza» , mismo por lo que rechaza airadamente la hipocresía y el paternalismo cristiano de los blancos. Repite un proverbio popular y dice: «Tú cierras los ojos obedientemente para rezar, no pudo seguir porque la ley se lo impedía. Todavía siguió confiando en los métodos constitucionales, pero la experiencia le llevó a creer en la necesidad de una renovación, justamente la encarnaba Mandela,. Quien se puede decir, aunaba esta tradición con la apertura a nuevos planteamientos más activistas y radicales. En medio del giro del ANC, Mandela y Luthuli mantuvieron una reunión secreta que recoge muy bien el telefilme Mandela, de Saville. Luthuli estaba inhabilitado y la dirección del ANC tuvo que fraguar su rectificación política en la clandestinidad. Aunque se quejó de la falta de debate, comprendió la situación, y aunque lamento la exigencia de la lucha armada, se negó a desautorizar a Mandela. Básicamente, Insistió entonces en la necesidad de distanciar al CNA de su brazo armado, algo que Mandela asintió..;
El horizonte ideológico de Luthuli es el de un nacionalismo abierto y su punto de vista moral se apoya en el cristianismo, en una vertiente casi cuáquera. Quizás sea por eso y cuando lo abres te das cuenta de que los blancos han robado tu tierra y se han interpuesto entre tú y tu mujer» El pueblo africano soporta pacientemente esta hipocresía, pero se da cuenta de ella porque la mayoría de los blancos «son exponentes muy inferiores de aquello que profesan». El gobierno del doctor Verwoerd, cuando era ministro de Asuntos Nativos, retiró la ayuda a las escuelas africanas cristianas: toda política que no fuera la racista, fue prohibida. Para Luthuli la Iglesia no es el lugar más apropiado para la política, pero conoce «la sed» de su pueblo «por un poco de guía espiritual en la situación en la que nos hallamos ahora». La Iglesia «debe de estar con el pueblo», sí no es así serán infieles a la misión liberadora que le ha sido otorgada. El cristianismo, tal como debe de ser y como lo entendía él, era, decía, el punto de vista de…un extremista»: «Perdamos, decía, los bienes de la Iglesia y mantengamos la integridad cristiana. No estoy de acuerdo con aquellos que quieren evitar algo da naufragio, porque lo que veo que ocurre es el naufragio del testimonio cristiano y lo que temo es un lento camino hacia una religión del Estado nacionalista. . .
En l959 el gobierno revocó su destitución, y el de nuevo Luthuli, se dedicó a viajar y hablar en las principales ciudades de la Unión hasta que los actos fueron haciéndose cada vez más masivos y las audiencias mixtas se constituyeron en una preocupación para el gobierno que temió el peso de su influencia entre los blancos. Al regresar de Suecia escribió sus memorias y, imposibilitado para actuar públicamente, se convirtió en una especie de jefe de la oposición en el exilio al que los visitantes políticos extranjeros .iban a visitar como hartan, décadas mas tarde, con Mandela en la cárcel. Murió atropellado por un tren el 21 de julio de 1967 como el digno representante de un movimiento cuya integridad y nobleza resultó, como tantas otras veces en la historia, insuficiente para doblegar la prepotencia de los opresores.
La «Pimpinela Negra».
«Mezcla a tu prudencia un gramo de locura» (Horacio)
La proscripción obligó al CNA a una drástica adecuación organizativa para la que no estaba preparado. Casi veinte mil miembros de asociaciones legales africanas fueron encarcelados después de Shaperville, ent re ellos todo el «Estado Mayor de la organización que todavía se guía fiel a sus métodos tácticos sobre cuya ingenuidad ofreció cumplida cuenta el episodio de Ciudad del Cabo cuando unos treinta mil manifestantes se plantaron pacíficamente delante del Parlamento –donde ni tan siquiera el personal de la limpieza era negro–, y pidió hablar con un responsable del gobierno. un astuto policía desbordado por la muchedumbre fue capaz de convencer que el líder de la acción Philip Kgosane, militante del PAC, se quedara allí para ser atendido mi entras los «. demás se dispersaban. Kgosane fue detenido .Y desapareció a «la argentina», como innumerables militantes africanos.
Bajo la dirección de este «Estado Mayor» el CNA adopto un plan de trabajo, el plan M que había trazado Mandela, y que en palabras de Tambo, venía a significar «un sencillo plan de sentido una base que permitiera que los voluntarios del diariamente en contacto con el pueblo, alerta a sus necesidades y capaces de movilizarlo»
A Mandela le correspondió dirigir este plan, lo que, ni que decir tiene, significó el fín de su «vida normal». Winnie ha contado que su esposo no tenía apenas tiempo para comer; apenas comenzaba el día cuan do sonaba el teléfono que lo convocaba para sacar a alguien bajo fianza de una lejana comisaría o para que acudiera a una reunión urgente. Ella estaba entonces embarazada de Zindziswa, y asumió su papel sin el menor asomo de contratiempo. Ahora debía «de llevar una vida separado de las personas que le eran más queridas, correr de continuo el riesgo de ser detenido y encarcelado». Había que tener una conciencia muy clara de los ideales que se defienden para optar por una vida así, pero,: dirá Mandela más tarde, «llega un momento, como llegó en mi vida–, en el que a un hombre se le niega el derecho a vivir una vida normal, en el que sólo puede vivir la vida de un proscrito porque el gobierno ha decidido aplicar así la ley. ..»
Cabe anotar que el CNA no, ni mucho menos, estaba preparado para la clandestinidad, su tradición había sido la lucha abierta y carecía de un aparato capacitado para un menester erizado de dificultades. Fue necesario improvisar los primeros instrumentos: las células, los contactos, las imprentas, y un largo etcétera Uno de los problemas más temibles era el de los confidentes. La policía africana estaba habituada a destruir a muchisima de la gente que detenía por cualquier motivo, la miseria por la demás había dado lugar a un lumpen africano muy extenso, personas que después de la tortura o de un estado de postergación extremo, se brindaban a cobrar las altas recompensas que se ofrecían por delatar a los militantes activos ‘contra ‘el sistema. Mandela sobrellevó esta experiencia con una audacia impresionante. Aparecía en los lugares más insospechados y se disfrazaba de una manera tan cabal que en más de una ocasión consiguió engañara a la misma Winnie, por la que se arriesgaba, constantemente, para verle con una asiduidad que no es abusivo considerar como irresponsable, no hay precedentes semejantes en las numerosas experiencias de actividad clandestina conocidas
Mientras que la policía lo había declarado el enemigo público número uno» del régimen, Mandela siguió mostrando su audacia ante la satisfacción de sus partidarios que lo llamaba –y el nombre saltó a la prensa liberal- «Pimpinela Negra», aunque su objetivo no era precisamente salvar aristócratas de la guillotina sino liberar a la mayoría «plebeya» de la dominación de aquella «raza de señores» que se proclamaban los europeos. Trabajaba en estrecha colaboración con Walter Sisulu, un hombre sensato y modesto que se había convertido en la eminencia gris del CNA, en su principal organizador. No obstante, hay que considerar que el talento de Mandela y Sisulu no era, ni mucho menos, suficiente para dar a la ofensiva racista la respuesta que necesitaba, más bien expresaban el doloroso retraso que llevaba la lucha en relación a los medios que pudieran hacer tambalear la arrogancia del poder. Esta debilidad se iba a poner de manifiesto en los dos grandes acontecimientos sociales y políticos de 1961 la revuelta campesina del Pondoland y la proclamación de la «República boers».
Desde finales de la década anterior las «reservas» se habían convertido en centros de resistencias contra el plan de Verwoerd de imponer los bantunstanes. Estallaron insurrecciones en varias regiones animadas por campesinos, sobre todo en el Transkeï, pero aunque los objetivos de estas luchas coincidían plenamente con los del CNA, este movimiento no estaba en condiciones para organizar y encabezar unas luchas que habían explotaron espontáneamente, fruto de la desesperación. El Estado de Emergencia que había sido suspendido, fue proclamado de nuevo en el Transkeï. Finalmente el gobierno obligó a los pueblos de Zeerust, Sekhukhuniland, Pondoland) Nongoma, Tembuland y otras zonas a aceptar el sistema impopular de las Autoridades Bantúes.
Bajo la presión de los demás países de la Commonwealth, Gran Bretaña y Australia votaron contra Africa del Sur por primera vez en las Naciones Unidas. La Commonwealth pidió a Verwoerd y a su gobierno que renunciaran a la política del «apartheid», y la respuesta nacionalista fue le decisión de efectuar un referéndum en el que la minoría blanca decidiría la proclamación de una República separada de la Commonwealth aunque no de la «zona de la libra esterlina». Gran Bretaña y Australia, así como las grandes potencias de Occidente inauguraron su política de condenación del «apartheid» en el terreno de las palabras y los comunicados, sin menguar en lo más mínimo el flujo habitual de inversiones e intercambios, incluidos los militares y policiacos.
El 25 de marzo de 1961 Mandela presidió una Conferencia General africana que reunió en Pietermauritzburg a 1.400 delegados de diferentes grupos políticos y culturales, y con una representación de algunos hombres que habían encabezado la rebelión contra las Autoridades Bantúes. La súbita aparición pública de Mandela después de diez años de silencio forzoso fue, según uno de los delegados, «electrizante». La Conferencia exigió la convocatoria de une «Convención Nacional» de representantes elegidos por todos los adultos, «basada en la igualdad, independientemente de le raza, el color, las creencias ni ninguna otra limitación». Se eligió un Consejo de Acción Nacional liderada por Man de la para comunicar la petición al Dr. Verwoerd.
En la carta abierta enviada a éste, se le hace constar: «La firme oposición de los delegados era que su gobierno, el cual representa sólo a una minoría de la población del país, no está autorizado para tomar una decisión semejante (proclamar le República) sin conocer primero las opiniones y obtener el consentimiento expreso del pueblo africano, La conferencia temía que bajo este República, su gobierno que es ya conocido en el mundo por su detestable política, continuara efectuando ataques cada vez más salvajes contra los derechos y las condiciones de vida del pueblo africano».
La Conferencie, consciente de cual iba e ser la actitud gubernamental –que, siguiendo una rancia tradición boers no consideró digno considerar una respuesta–, se proponía que «se llevaran a cabo manifestaciones de protestas en todo el país en víspera de le {proclamación) de le República» prevista para el 31 de mayo del mismo año. Las manifestaciones se desarrollarían de «modo pacífico y ordenado». De antemano ya se preveía cuales iban a ser los medios utilizados por el gobierno: «…Después de todo, Sudáfrica y el mundo saben que durante los últimos trece años su gobierno nos ha sometido a una dominación despiadada y arbitraria. Centenares de los nuestros han sido proscritos y desterrados a ciertas zonas. Muchos otros han sido desplazados a lugares remotos del país y muchos más arrestados y encarcelados por innumerables ofensas. Se ha hecho dificilísimo hacer reuniones y la libertad de expresión han sido drásticamente restringida. Durante los últimos doce meses hemos pasado un período de cruel dictadura durante el cual 75 personas fueron asesinadas y centenares heridas, mientras se manifestaban pacíficamente contra los «pases.»
Para Mandela y pare los representantes de su pueblo el dilema entre la monarquía británica o la República boers era secundario en relación a la cuestión central del sufragio universal para todos, no obstante, la proclamación unilateral del poder blanco les facilitaba el terreno pare desplegar Une movilización en defensa de las reinvindicaciones de le mayoría e inspirado por «la idea de creer una República democrática en la que todos los sudafricanos disfruten de los derechos humanos sin la más mínima discriminación». Mientras que le Idea de una «Convención Nacional» fue apoyada por toda la oposición, le convocatoria de une huelga general no encontró el mismo sostén. El Partido Unido, el más importante dentro del Parlamento que se oponía e los afrikaners muy arraigado entre la clase media angloparlante y con importantes intereses en las minas y en el comercio, no respondió a la propuesta de Mandela. En la misma línea, toda le prensa liberal sin apenas excepción acabó plegándose e las medidas gubernamentales contra la huelga cuando no tomo partido claramente en contra del CNA y de los huelguistas.
Se temía una represión del tipo de Shaperville y la acción se plan se configuró como una huelga durante la cual la gente permanecería en casa, durante tres días a partir del 29 de mayo. La respuesta gubernamental fue rotunda. La policía practicó redadas y detenciones a gran escala fueron detenidos numerosos dirigentes y unos diez mil africanos pretextando la ley del «pase» , se prohibieron las reuniones en todo el país y la prensa divulgó noticias provocadoras con «planes secretos» atribuidos al CNA y a los comunistas. El corresponsal del Observe» de Londres dió la siguiente descripción de la situación: «La mayor llamada a filas habida en el país desde la guerra, decenas de fuerzas integradas por ciudadanos y unidades de comandos se movilizaron en las grandes ciudades. Se establecieron campamentos en puntos estratégicos: pesados vehículos militares que transportaban equipos y suministros circulaban en una corriente incesante por el Reef (aglomeraciones urbanas del Witwatersrand compuesta por Johannesburgo y los. poblados mineros de los aledaños}: los helicópteros sobrevolaban las zonas de residencia de los africanos y apuntaban sus reflectores hacia casas, patios, tierras y zonas iluminadas. Cientos de civiles blancos prestaron juramento como policías especiales. Cientos de mujeres blancas dedicaron los fines de semana a practicar el tiro al blanco. Las armerías agotaron sus existencias de revólveres y munición. Se cancelaron los permisos de los policías de todo el país. Vigilantes armados se apostaron para proteger las centrales eléctricas y otras fuentes de servicios básicos. Vehículos acorazados y transportes de tropas patrullaban los townships. Los furgones policía. les patrullaban las zonas y emitían comunicados que decían que los africanos que fueran a la huelga serían despedidos y obligados a marcharse de la ciudad…
A pesar de todo, el 29 de mayo, en Johannesburgo y en Pretoria más del 60% de los trabajadores africanos respondieron a la convocatoria y, en Port Elizabeth, se alcanzó el 75% También entre los indios la incidencia de la lucha fue muy notable. Al día siguiente; en una reunión secreta con los periodistas, un Mandela firme y sonriente, respondía a la pregunta sí la convocatoria había sido un fracaso: «Si tenemos en cuenta las medidas que ha tomado el gobierno fue un éxito tremendo». Había que tener mucho valor para desafiar un estado de guerra no declarado: «Si la reacción del gobierno es silenciar nuestra lucha no violenta con la fuerza bruta, tendremos que considerar nuestras tácticas seriamente. No había duda de que existían miles de hombres y mujeres dispuestos a luchar por medios pacíficos, pero la desproporción entre una fuerza y otra era enorme y al día siguiente Mandela desconvocó la huelga. Temía una matanza, que la bota de hierro acabara por destruir la resistencia. Era necesario hacer una rectificación táctica, las reflexiones más inmediatas sobre la convocatoria evidencie la debilidad y la inexperiencia del CNA en le clandestinidad, terreno en el que solamente el SACP había aprendido a moverse con cierta seguridad. Habían pasado ya catorce meses desde la ilegalización del CNA y sus militantes y cuadros, forjados en campañas abiertas y no violentas, estaban aprendiendo todavía. Los más jóvenes y radicales abogaban abiertamente ya por el giro hacia la luche armada, las discusiones eran llevadas en las cárceles y entre todos los núcleos de activistas. El PAC organizó una pequeña guerrilla.
Mandela no podía permanecer al margen de este debate. la pregunta que se hacían todos era asta: «Es políticamente correcto seguir abogan do por la paz y la no violencia cuando tratamos con un gobierno cuya bárbara actuación ha traído tan sufrimiento a miseria a los africanos». –la respuesta no tardaría en llegar. El 26 de junio de 1961, el «Día de la Libertad, formuló una declaración en la que avanzaba nuevas formas de lucha. De momento no especificó más que los métodos habituales de no colaboración» boicot económico, etc. Finalmente preguntó a los su. vos desde algún lugar desconocido: «Luchara contra el gobierno codo con codo con vosotros hasta que consigamos la victoria. ¿Qué vais a hacer? ¿Vendréis con nosotros o vais a colaborar con el gobierno en sus esfuerzos para reprimir las reinvindicaciones y las aspiraciones de vuestro pueblo? (…) ¿Permanecer callados y neutrales en una cuestión de vida o muerte para mi pueblo, para vuestro pueblo?; Por mi parte, ya he tomado una decisión. No saldré de Sudáfrica ni me rendiré»
La historia me absolverá
«A veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas» (Marcel Proust)
En diciembre de 1961 tuvo lugar e! primer acto de sabotaje organizado contra instalaciones gubernamentales. Los responsables del acto eran los combatientes del Umkhonto we sizwe (La Lanza de la Nación) un grupo armado que dirigía Mandela en tanto que Sisulu se responsabilizaba del CNA que no obstaculizaría la lucha armada» aunque proseguía con sus métodos clásicos. Mandela siguió siendo el disidente político mas buscado del país y mantuvo su prestigio de «Pimpinela Negra» aun que no faltaron ocasiones de alta tensión como cuando pudo percatarse en medio de la calle que un guardia africano lo había reconocido. Así era, pero en vez de detenerlo el hombre le guiñó un ojo y le hizo el saludo tradicional del CNA.
Durante una época hasta pudo estabilizar algo parecido a una vida familiar en una pe quería granja alquilada para Umkhonto llamada Lillieasloef, cerca de Rivonia, un suburbio situado en loas afueras de Johannesburgo. Winnie pudo frecuentar el lugar e incluso trasladarse con sus dos hijas, Zeni y Zindzi, a las que Nelson pudo explicar las mismas historias de su pueblo que a él tanto le habían marcado en su infancia. En esta época, los actos de sabotaje se incrementaron al tiempo que se desarrollaba una ardua propaganda en la que se insistía en el derecho de un pueblo a resistir. En uno de sus manifiestos, Umkhonto se decía que ellos: «…siempre hemos tratado de alcanzar la liberación (…) sin derramamiento de sangre ni enfrentamiento civil. Incluso en este momento tan avanzado confiamos en que nuestras primeras acciones despierten a todos para que comprendan la situación desastrosa a la que conduce la política del Partido Nacionalista. Confiamos en que haremos entrar en razón al gobierno ya sus partidarios antes de que sea demasiado tarde, para que tanto el gobierno como su política cambien antes de que la situación llegue a una fase desesperada de guerra civil. En la vida de las naciones llega un momento en el que sólo quedan dos opciones: someterse o luchar. Ese momento ha llegado ya a Sudáfrica. No nos someteremos, y la única opción que nos queda es devolver los golpes, dentro de nuestras posibilidades, en defensa de nuestro pueblo, nuestro futuro y nuestra libertad».
Al principio de 1962, Mandela salió clandestinamente de Sudáfrica para participar en la Conferencia de la Libertad Panafricana que se celebraba en Etiopía. En Addis-Abeba se encontró con Oliver Tambo. y sintió, por primera vez en su vida, un hombre libre, sin trabas por su color. Su intervención en la Conferencia tuvo un marcado sentido antiimperialista, y denunció con vehemencia al gobierno sudafricano. En un pasaje, describió la historia de las últimas luchas: «La represión había sido muy dura y el CNA se había visto obligado a actuar en la clandestinidad. sin embargo, aseguró, el pueblo no estaba desanimado». También planteó un problema importante que se debatía fuera y dentro de Sudáfrica: «Se ha opinado en algunos lugares fuera de Sudáfrica que, en la situación especial que existe en nuestro país, nuestro pueblo nunca conseguirá la libertad con su propio esfuerzo. Quienes mantienen este punto de vista señalan el formidable aparato de fuerza y coacción en manos del gobierno. la magnitud de sus ejércitos, la feroz represión de la libertades civiles y la persecución de los opositores políticos del régimen. Por consiguiente, en esos lugares nos instan a buscar nuestra salvación más allá de nuestras fronteras. Nada más lejos de la realidad».
Era verdad que el régimen gozaba de unas fuerzas, sin embargo internacionalmente se había debilitado, y nacional crecía. Exaltó los movimientos de liberación de Angola y prosiguió con el punto en cuestión: «…sería funesto crear la ilusión de que las presiones externas hacen innecesario que hagamos frente al enemigo desde dentro. El núcleo y la piedra angular de la lucha por la libertad y la democracia en Sudáfrica está en la misma Sudáfrica.. .». Ahora, aunque se habían cerrado «todas las oportunidades para agitación y la lucha pacífica». Se estaba desarrollando «una crisis en serio», aunque no precisó sus contornos como tampoco ofreció mayores detalles sobre cómo pensaba vencer. Insistió en 1a importancia de la lucha política, en los nuevos métodos, la unidad –durante la huelga general había tenido palabras muy duras contra laque consideró una posición equívoca del PAC y en la necesidad de una actitud solidaria de todos los dirigentes africanos así como de «todos los pueblos amantes de la libertad». A continuación. Mandela recorrió diversos países africanos junto con Tambo con la intención de gestionar ayuda militar y técnica –instrucción, becas, etc–, y dió el salto hasta Londres donde se entrevistó con los líderes laboristas y liberales que le brindaron tan buenas palabras como escasas ayudas…Hasta tuvo un día para hacer turismo en Westminster.
De vuelta a Africa pasó por a Argelia donde tuvo importantes encuentros con Ben Bella y Bumedian, y pasó revista a las tropas de la revolución, saludando «a la flor y nata de la juventud argelina que había luchado contra el imperialismo francés y cuyo valor había traído la libertad y la felicidad a su país». Argelia era en la época la principal referencia anticolonialista del continente. El pueblo argelino había superado una prueba que parecía imposible, y había derrotado a una minoría colonialista –los famosos «pied noir»– tan racistas como los boers, y también a un ejército tan poderoso como el francés. Ulteriormente, Mandela viajó al Africa oriental y tuvo entrevistas con Julius Nyrere, futuro presidente de Tanzania, con Kenneth Kaunda, lo mismo pero en Zambia, y con Oginga Odinga, líder de la oposición en Kenia En estos viajes pudo comprobar la convivencia pacífica y normal entre negros y blanco., algo sencillo aunque en Sudáfrica pareciera algo totalmente utópico. De nuevo en Johannesburgo informó de su periplo al Alto Mando Nacional de Umkhonto, y poco después, el domingo día 5 de agosto de 1962, cuando viajaba simulando la función de «chófer negro» de su amigo, el actor Cecil Willians, Mandela fue detenido por tres coches llenos de policía que habían recibido un «chivatazo» sin precisar de quien se trataba. Winnie recibió la noticia con la natural desolación: «Fue el hundimiento de un sueño político. En aquel instante sólo estaba conmocionada por mí misma. Estaba conmocionada por la lucha y lo que significaba la causa para mi gente, en aquel momento, cuando estaba en la cumbre de su carrera política».
Mandela fue inmediatamente acusado de incitar a la huelga y de abandonar el país sin documentos legales. El juicio, celebrado en el Tribunal de Old Synagogue de Pretoria entre el l5 de octubre y el 7 de noviembre del mismo año, tuvo a Mandela como acusado y abogado defensor al mismo tiempo. Nada más empezar habló sin tapujos: «Creo haber cumplido mi deber para con mi pueblo y también para con Africa del Sur. Estoy seguro de que la posteridad me rehabilitará y dirá que los únicos criminales que debían de haber sido traídos ante este tribunal son los miembros del gobierno de Verwoerd». Este método de defenderse atacando al régimen causó todavía más sensación pocos meses más tarde, durante el celebre juicio de Rivonia que se prolongó durante once meses y un día y que puede ser considera do sin miedo a exagerar como el juicio más importante de su época y el más famoso de toda la historia de Africa. La conclusión del juicio de Pretoria fue la condena de Mandela por cinco años a cumplir en la Prisión Central de Pretoria.
Allí se encontraba cuando el 11 de junio de 1963 la policía arrestaba también a ocho dirigentes de la oposición radical, entre los que se encontraban Dennis Goldberg –uno de los fundado res de Umkhonto -, Ahmed Kathrada, un viejo y respetado profesor y uno de los líderes más activos del Congreso Indio; el compañero inseparable de Mandela, Walter Sisulu, así como Govan Mbeki (padre del actual presidente de Sudáfrica), Raymond Mhlaba, Lionel Bernstein, Elias Motsoaledi y Andrews Mlageni, todos pertenecientes a la dirección del CNA. Mandela fue sacado de la cárcel para encabezar el grupo de los acusados en el juicio que comenzó en octubre de 1963. Los cargos contra ellos fueron de sabotaje y conspiración –obviamente, de carácter «comunista»– para derrocar violentamente al gobierno e instaurar un Estado comunista o sea totalitario. Esta acusación tenía como antecedente la Ley de Supresión del Comunismo, la definición de «libelo comunista» a la Carta de la Libertad, y, sobre todo, se apoyaban en las estrechas relaciones históricas mantenidas entre el CNA y el SACP con la obvia intención de amalgamar, o mejor, de enmascarar, una acusación cuyo trasfondo solo tenía que ver muy tangencialmente con la «guerra fría».
La acusación gubernamental reposaba primordialmente sobre la masa de documentos requisados en la granja de Lilliesleaf, en Rivonia, perteneciente al actor blanco afín al CNA, Arthur Goldrich, y que había servido primero para esconder a Mandela y luego para las actividades de Umkhonto, En los documentos se hablaba de los métodos y los instrumentos para efectuar las tareas de sabotaje, y también se daban indicaciones sobre la creación de los guerrilleros. Como era habitual ya por parte del poder, se utilizaron para la acusación «militantes desengañados» (gente lumpen o simplemente personalmente anulada), pero estos testimonios fueron, en su mayoría, fácilmente desacreditados por la defensa. El ambiente del proceso fue bastante dramático. Era claro que el gobierno quería decapitar al movimiento y los acusados aparecían como inmejorables «cabezas de turcos». Sobre ellos planeaba una amenazante condena a muerte, ya que no en vano ésta era la pena habitual en los casos de acusaciones como las que había sobre ellos, el grupo más representativo de la resistencia. Este fue por lo demás el mensaje que dejaron claro desde el principio los abogados del gobierno, que instaban al colaboracionismo como la única forma de eludir la pena capital.
Ante la magnitud de la acusación, el grupo de abogados blancos presidido por el abogado de la Corona, Bram Fischer, que asistía a los acusados, cree que la línea de defensa debería basarse en desmontar los argumentos de la acusación. Mandela y sus compañeros opinan de otra manera. Consideran que el gobierno no va a permitir ninguna «liberalidad» judicial como la del Juicio por Traición. Lo que importaba ahora era la confrontación política y no el hecho jurídico, ya prácticamente determinado. Fue entonces cuando Mandela asumió nuevamente la principal responsabilidad de la defensa con la asistencia de Fischer, y volvió a tomar la iniciativa para convertir el juicio en una plataforma de acusación del gobierno, fue de nuevo la razón contra la fuerza, el argumento contra los intereses creados, la voz pacífica frente a la imposición, todo con una claridad que dejará una huella indeleble en la memoria de su pueblo. De entrada, admite sin embages que había tomado parte en la preparación de la campaña de sabotaje con el fin de derrocar al gobierno y que habían tomado numerosas disposiciones para organizar un movimiento de guerrillas. Por otra parte, refutaron rotundamente la acusación de que habían conspirado en favor de una potencia extranjera. En su intervención del 20 de abril de 1964, Mandela dice lo siguiente :
«…Algunas de las cosas que antes se dijeron en la corte son verdad y otras son falsas. No obstante, yo no niego que he planeado el sabotaje. No lo planea con un espíritu temerario, ni porque me guste la violencia. Lo planeé como el resultado de una tranquila y sobria estimación de la situación política que había surgido después de muchos años de tiranía, explotación y opresión de mi pueblo por los blancos…Admito de inmediato que fui una de las personas que ayudaron en la formación de Umkhonto we Sizwe y que tuve un papel prominente en sus asuntos hasta que fui arrestado en agosto de 1962…».
Alea jacta est. Winnie Mandela, que se encontraba en la sala junto con su suegra, recordaría más tarde el doble sentimiento que le embargó en aquel momento. Por un lado, era consciente de todo lo que estaba en juego, y por otro, sentía el orgullo de ver al que consideraba su compañero y su líder desafiando a las poderosas autoridades racistas. Mandela no hablaba ya sólo para el tribunal y para los que les escuchaban, se dirigía a su pueblo, a las generaciones presentes y venideras y sus discurso tenía la coherencia de un programa político, de un libelo que no tardaría en imprimirse con el título «Estoy dispuesto a morir» en el que subrayaba su resolución y que se convertiría en uno de los documentos más leídos y traducidos de la historia africana.
A continuación entró en el punto de su nacionalidad, de las ideas que defendía. Explicó sus orígenes, su infancia, lo que aprendió entre los suyos, su juventud como estudiante para desembocar en la Liga Juvenil donde formó parte de «un grupo que pidió la expulsión de los comunistas del CNA». Contó como esta propuesta fue rechazada por los veteranos que argumentaron que el CNA «se había formado y construido no como un partido político con una sola filosofía política, sino como un Parlamento del pueblo africano, en el que se acomodaban personas de diversas convicciones políticas, unidas todas por la meta común de la liberación nacional…». Luego él mismo adoptó este punto de vista. La connivencia con los comunistas era –y lo siguió siendo– uno de los puntos determinantes para la resistencia al «apartheid». El gobierno de la minoría blanca. virulentamente anticomunista, trató desde los comienzos de la «guerra fría» de establecer una amalgama entre los propósitos del SACP y la URSS con los del CNA. Su planteamiento era muy simple y eficaz, no en vano siguió siendo el punto central de su propaganda hasta el presente. Esta amalgama, con su corolario del establecimiento de un Estado émulo del de Cuba en la zona, fue y siguió siendo también la principal preocupación para las potencias occidentales, que antepusieron este miedo por delante de sus posibles repugnancias hacia el «apartheid».
Mandela que trataría la cuestión detalladamente en innumerables discusiones y artículos, desarrolla una explicación sobre la cuestión que podemos sintetizar así: «…durante muchas décadas, los comunistas fueron el político que en Sudáfrica estaba dispuesto a tratar a nos como seres humanos y como sus iguales: que estaba dispuesto a comer con nosotros ya trabajar con nosotros, a vivir con nosotros y a trabajar con nosotros. Era el único grupo político que estaba dispuesto a trabajar con los africanos por el logro de los derechos políticos y por una participación en la sociedad. Por este motivo hay muchos africanos que, actualmente, tienden a equiparar la libertad con el comunismo (…) . «El CNA y el SACP tienen una meta común –el fin de la supremacía blanca–, y esto es porque los comunistas han jugado siempre un papel activo en la lucha de los países coloniales por su libertad porque los objetivos del comunismo, a corto plazo, corresponden siempre a los objetivos a largo plazo de los movimientos de liberación…Estos son los casos de Malaya, Argelia e Indonesia, e incluso el general Chiang Kai-Check durante la guerra chino-japonesa. El caso más notable de colaboración puede encontrarse en la cooperación entre Gran Bretaña, los Estados Unidos de América y la Unión Soviética en la lucha contra Hitler. Sólo Hitler habría osado insinuar que tal cooperación convertía a Churchill o a Rooselvelt en comunistas …Los anticomunistas no comprenden por que aceptamos a los comunistas como amigos, y la razón es que las diferencias teóricas entre los que luchamos contra la opresión es un lujo que no podemos permitirnos en esta etapa, y los comunistas han apoyado al CNA tanto nacional como internacionalmente.