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El círculo vicioso africano

Fuentes: Prensa Latina

Africa, sobre todo su Región Subsahariana, conocida también como Africa Negra, constituye un área prácticamente desconocida en el mundo de hoy, que se menciona en los medios de difusión casi de manera exclusiva en caso de desastres naturales, guerras civiles, o a modo de ejemplo de situaciones de pobreza extrema. Sin embargo, al mismo tiempo, […]

Africa, sobre todo su Región Subsahariana, conocida también como Africa Negra, constituye un área prácticamente desconocida en el mundo de hoy, que se menciona en los medios de difusión casi de manera exclusiva en caso de desastres naturales, guerras civiles, o a modo de ejemplo de situaciones de pobreza extrema.

Sin embargo, al mismo tiempo, ha devenido importantísimo reservorio mundial, con enormes riquezas, tanto desde el punto de vista de la disponibilidad de casi todo el diapasón de recursos naturales, zonas prácticamente inexploradas y grandes reservas de agua y de biodiversidad, cuestiones que se consideran como sumamente estratégicas en la actualidad.

¿Cómo explicar tanta riqueza y tanta pobreza al mismo tiempo?

Es obvio que las enormes dificultades económicas, sociales y políticas que enfrentan los países y la población de ese continente son el resultado de largos siglos de la peor y más brutal de las explotaciones instrumentadas por los colonialistas a nivel mundial.

La esclavitud no sólo fue un gran crimen desde el punto de vista humano, sino un enorme saqueo que combinó la depredación sin límites de los recursos naturales con el total desarraigo de la fuerza productiva más importante de cualquier sociedad: la fuerza de trabajo.

Esta realidad, además de otros factores, constituye la causa fundamental del profundo subdesarrollo africano, el cual se ha visto exacerbado por las luchas internas, sobre todo inter-tribales, que son estimuladas por las potencias extrajeras, bajo el famoso principio de «divide y vencerás» y que han atentado de manera particular contra la necesaria unidad, provocando guerras y muerte por casi toda la región.

Hacer referencia global a una zona tan extensa esconde las especificidades propias de cada país, en tanto pueden señalarse algunos casos de naciones como Suráfrica, por ejemplo, que han logrado un cierto avance económico, asociado en buena medida al hecho de haber sido «elegido» como receptor por parte de los capitales foráneos por poseer alguna característica particular atractiva.

Tampoco puede entenderse que este crecimiento haya repercutido favorablemente sobre la población, sino todo lo contrario, por lo que en ningún caso puede hablarse de desarrollo.

En general, sí pueden considerarse algunas regularidades y tendencias comunes que han caracterizado la región a lo largo de los años.

En el Continente Negro se concentran los países y poblaciones más pobres del mundo, que se ven abrumados por un enorme abanico de problemas en el marco del gran círculo vicioso en que se encuentran, tales como la deforestación y la desertificación -por el uso indiscriminado de los recursos por parte de las empresas trasnacionales radicadas en esos territorios- o enfermedades curables en el resto del mundo, como la tuberculosis o la malaria y también el SIDA y otras relacionadas con la escasez de agua potable, por ejemplo, el cólera o la diarrea infantil.

En los análisis realizados recientemente por especialistas de la Organización de Naciones Unidas, se ha puesto de manifiesto que -dada la gravedad de su situación-, ninguno de los países africanos será capaz de alcanzar el Objetivo del Milenio de reducir la pobreza a la mitad en el año 2015, mientras que tampoco será posible garantizar el cumplimiento de otros compromisos como la educación primaria universal, o la reducción de la epidemia de SIDA.

Por el contrario, siguen aumentando la malnutrición, la mortalidad infantil – que alcanza la cifra promedio de 175 por cada mil niños nacidos vivos-y la desigual distribución de los ingresos, por señalar sólo algunos ejemplos.

Curiosamente, la mayor parte de estas naciones han logrado durante los últimos tres años crecimientos económicos del orden del cinco por ciento promedio anual, lo que pudiera estar indicando un punto de inflexión y la posibilidad de comenzar a dar pasos para salir de tan serias dificultades.

La realidad es bien distinta, en tanto no se han tomado medidas para erradicar las graves deformaciones estructurales que existen, sino que por el contrario, las mismas se agudizan cada vez más.

En tales circunstancias, el crecimiento económico alcanzado ha resultado totalmente insuficiente para al menos contribuir en un mínimo al mejoramiento de la gravísima situación social y ecológica existente, mientras que este crecimiento en realidad es atribuible básicamente a causas muy coyunturales, debido al aumento de la demanda mundial de productos primarios y energía y no a factores internos más sólidos, profundos y duraderos.

También el problema de la deuda externa africana resulta particularmente serio, sobre todo si se analiza en términos relativos, o sea, en comparación con las capacidades de que se dispone para obtener recursos que permitan hacer frente a las obligaciones contraídas.

La situación es tan grave que se han establecido diversos programas especiales con el propósito de darle solución, destacándose las condonaciones realizadas sobre todo por los gobiernos europeos y la llamada Iniciativa HIPCs -Países Pobres Altamente Endeudados- que han resultado absolutamente insuficientes y en muchos casos han estado condicionados por dañinas políticas de ajuste.

Los recursos financieros que se requieren de manera imprescindible, dadas las circunstancias, adoptan básicamente la forma de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) -que como se conoce tiene una clara tendencia a disminuir -, mientras que históricamente apenas si se han recibido inversiones, salvo en el caso de los países petroleros principalmente.

No obstante, en la actualidad, cuando tiene lugar una fuerte competencia entre las grandes empresas en la lucha por los mercados y el acceso a la energía y las fuentes de materias primas, Africa ha comenzado a aparecer con otra dimensión, despertando un especial interés para el capital privado, aunque, por supuesto, de manera selectiva.

Se calcula que la afluencia neta de capital privado a Africa al sur del Sahara ascendió a 39 mil 800 millones de dólares, equivalente al 5,6 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) en 2006, superando con creces los flujos de AOD por primera vez en muchos años, auque los mismos continúan siendo muy importantes al representar como promedio más del cinco por ciento del PIB en el 80 por ciento de los países de la región y más del 10 por ciento en muchos casos, significando al mismo tiempo aproximadamente un tercio del total mundial.

En este contexto, hay que considerar muy especialmente las nocivas consecuencias que tiene la acción del capital privado, en circunstancias como las africanas, cuando se desarrolla una feroz batalla para atraer las inversiones, sin que se establezca regulación alguna que limite sus acciones depredadoras, con serias consecuencias sobre todo desde el punto de vista ecológico y de drenaje de recursos, lo que empeora todavía más la situación.

Es obvio que se requieren recursos procedentes del exterior para afrontar y resolver los gravísimos problemas existentes, pero también es cierto que resultan imprescindibles cambios esenciales al interior de los países africanos sin los cuales no será posible salir del círculo vicioso en que se encuentran y en lo que va la vida de la población del continente, principalmente de las nuevas generaciones.

*Hilda Puerta Rodríguez es catedrática de la Universidad de la Habana. Colaboradora de Prensa Latina.