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La Argelia rica de los argelinos pobres

Fuentes: El Corresponsal de Medio Oriente y Africa

Como resultado de una coyuntura internacional favorable en cuanto al precio del petróleo, el Estado argelino, principalmente de la mano de su empresa energética Sonatrach, viene desde hace años percibiendo un crecimiento sin precedente. Al mismo tiempo, su deuda externa es comparativamente baja. Pese a los auspiciosos indicadores, el país padece un desempleo feroz y […]

Como resultado de una coyuntura internacional favorable en cuanto al precio del petróleo, el Estado argelino, principalmente de la mano de su empresa energética Sonatrach, viene desde hace años percibiendo un crecimiento sin precedente. Al mismo tiempo, su deuda externa es comparativamente baja. Pese a los auspiciosos indicadores, el país padece un desempleo feroz y una pobreza tal vez atribuible a la ineficiente administración de las riquezas.

Decía alguien por ahí que la primera impresión era la que contaba, claro que también esto tiene su réplica en aquella que sentencia el engaño de las apariencias. Es como la que afirma que hay excepciones a la regla pero al mismo tiempo se puede contrariar alegando que la sola existencia de excepciones confirman que las reglas no existen. De cualquier forma, sea esto o no verdad, hay una imagen actual de Argel, que se ha modificado y que también existe, que tiene excepciones y es regla al mismo tiempo, que aparenta y que engaña, que es real y que satura los pequeños comercios de esta ciudad mediterránea y musulmana: los fast food y pizzerías, locutorios, cibercafés y lo que algunos llaman «economía de bazar» (mercados y comercios que venden desde una mecha de taladro nº 10 hasta unas braguitas estilo brasileño).

Argel, además de estar tapizada de automóviles, lo está también de estos pequeños comercios y mercados. La ciudad se ha convertido en pocos años en una urbe de colores, sabores y olores heterodoxos pero sobre todas las cosas, intensos, fuertes, olfativamente violentos y arrolladores.

La tan famosa globalización y su madrastra, la libertad de mercado, eufemismo éste que habla menos de libertad que de explotación económica, o en todo caso de libertad para explotar por parte del que detenta poder y capital, penetró en Argelia como irrumpe intempestivamente el masivo caudal de un río ante la apertura de compuertas de un inmenso dique: rápida y furiosamente. A este proceso de aceleración económico-social le siguió un estado de saturación de cierta oferta, tal que si en España afirman que hay un bar cada 100 metros, en esta perla del Magreb hay pizzerías, locutorios y cybercafés en esa misma dimensión pero por duplicado. Como hongos han crecido estos comercios en este débil tejido económico, bien como forma de autoempleo -en un país con una enorme tasa de desempleados-, bien como camino hacia la formación de una pequeña burguesía nacional y futura clase media en un país de herencia socialista.

«El Estado se sentó en primera fila a observar el espectáculo, sin intervenir, sin normalizar ni regular, solo conservando los feudos de la seguridad, el gas y el petróleo. El mercado se regula solo, la mano invisible todo lo ajusta», me diría Kateb, notario un tanto excéntrico, recordándome a los viejos liberales y a los más contemporáneos neoliberales. «Usted mismo lo verá: un locutorio al lado del otro, un ciber al lado del otro, un fast food al lado del otro, ni siquiera en frente o a 100 metros, no; uno al lado del otro», sentencia el notario haciendo notar lo que el mercado tendría que regular.

Argelia abrió las puertas de par en par a la globalización de la mano de Bouteflika, un ex ministro de Exteriores del gobierno socialista de Boumedien, quien por un lado repartió concordia y reconciliación (después de una década sangrienta de terror) con el objetivo de pacificar y conciliar a la sociedad toda, y por otro liberó la economía con el fin de distender tensiones sociales y dinamizar sectores que se habían quedado estancados y obsoletos. En esta liberalización las inversiones extranjeras jugarían y juegan un papel fundamental.

En materia política, los resultados parecen haber sido los esperados por el gobierno. El porcentaje de abstención en Argelia es altísimo, síntoma de una rotura y distanciamiento entre la sociedad y la clase política. El argelino termina por divorciarse de la política -ni por las urnas ni por la violencia, parecería sentenciar la realidad-, que pierde así su sentido como generadora de cambios y evolución. De esta forma el Estado se asegura continuidad (reformista en lo económico y conservadora en lo político) sin violencia, cambios bruscos ni revueltas sociales.

Pero en materia económica el desempleo (aproximadamente del 30%, afectando sobre todo a los jóvenes) y el mercado negro o informal (que aglutina sectores del comercio capaces de crear una verdadera economía paralela) son signos de una política económica que no acaba de despegar. El Estado ha propuesto a los jóvenes de menos de 35 años financiar proyectos de creación de empresas pidiendo colaboración a los bancos; sin embargo, el resultado hasta ahora ha sido que la mayoría de las solicitudes aprobadas han sido para la creación de pizzerías y fast food, locutorios y cibercafés. Por otro lado, nuevos gremios exigen al Estado elevar sus salarios al nivel de sus colegas de Marruecos y Túnez. «Un docente marroquí cobra 5 veces más que un colega argelino -que cobra 160 euros- y el Producto Nacional Bruto es 10 veces más elevado que el de Marruecos», afirman desde el Consejo Nacional de Enseñanza Superior (CNES).

Desde el punto de vista político el periodismo en general y las organizaciones de derechos humanos alegan que la reconciliación nacional, sometida a referéndum en 2005 y aprobada por el 98% de los votantes, se hizo para cerrar la página de una trágica década sin demandas ni enjuiciamientos al Estado y su pilar -la fuerzas armadas-, señaladas como autoras de una guerra sucia en la lucha contra el terrorismo. Desde el punto de vista económico, el discurso del Estado al islamismo en general sería: hagan negocios y dejen la política. Así, hoy podemos ver en Argel una cantidad nada desdeñable de comercios atendidos y regentados por los famosos «barbudos», considerados como islamistas moderados, que justifican dedicarse a los negocios como lo habría hecho el profeta en su tiempo. El islamo-business es un fenómeno que también parece observarse en otros países musulmanes.

Paradójicamente las cifras de su macroeconomía gozan de una salud envidiable. Como resultado de una coyuntura económica internacional favorable en cuanto al precio del petróleo, el Estado argelino, principalmente de la mano de su empresa energética Sonatrach, viene desde hace años percibiendo un crecimiento sin precedente y haciendo de sus grandes cuentas resultados positivos anuales (8.000 millones en 1998, 13.000 en 1999, 32.000 en 2004, 45.000 en 2005, 50.000 en 2006). Sus reservas superan los 55.000 millones de dólares. Al mismo tiempo, su deuda externa es comparativamente baja (se calcula que cerca de 17.000 millones de dólares), lo que la convierte en una preocupación irrisoria a la luz de las actuales cuentas y de la década pasada, que estaba en el orden de los 24.000 millones.

El gobierno de Bouteflika -que asumió en 1999- esperaba escasez y sin embargo le sobrevino abundancia. Desde el punto de vista gubernamental el problema no reside en conseguir dinero para reactivar la economía, sino en no despilfarrarlo como se ha hecho en ocasiones y gobiernos anteriores a raíz de las crisis petroleras que tanto beneficiaron a estos países miembros de la OPEP.

En la primera de esas crisis (1973-1974), el gobierno de Houari Boumedien destinó dinero a la compra de fábricas «llave en mano». Se compró lo mejor y lo más caro (acero, aluminio, abonos, papel, química y camiones fueron la prioridad). Las fábricas se instalaron en regiones pobres, donde los operarios no tenían formación y no se sentían cómodos con estas tecnologías modernas. La consecuencia fue que todo se atrasó y el ciclo petrolero se cerró antes de que la industria pesada se pusiera en marcha. Resultado: empresas que perdían dinero, fábricas trabajando a medio gas y una deuda externa que crecía rápidamente por los créditos contraídos para financiar este programa de industrialización.

En la segunda crisis (1979-1982), el presidente Chadli Benyedid destinó el dinero del petróleo a un programa antipenurias (PAP) que tuvo como resultado una ola de importación de productos de consumo en las tiendas del Estado: refrigeradores, televisores y automóviles. El PAP desapareció sin dejar sucesores.

La tercera crisis (1991-1992) pasó inadvertida. El dinero del petróleo fue destinado a pagar las deudas que se habían acumulado en los años 80. El objetivo era evitar un reescalonamiento de la deuda externa, que podría haber puesto a Argelia bajo monitoreo y control del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Sin embargo, en 1994 y en plena violencia terrorista, Argelia terminó aceptando el reescalonamiento a falta de suficientes petrodólares.

Hoy, la Sonatrach (propiedad del Estado) es la duodécima industria petrolera mundial y una de las más grandes exportadoras de gas (segundo proveedor de gas natural a Europa, después de Rusia, y segundo proveedor de gas licuado GNL, después de EEUU) y presenta una amplia gama de productos exportables, además del petróleo (condensat, GPL, productos refinados, petroquímica).

Sin embargo, curiosamente, el gobierno de Bouteflika aumenta espectacularmente los efectivos policiales (120.000 actualmente más 45.000 que se incorporarán antes del 2009, frente a unos 30.000 de la década de los 80). Si bien la sangrienta década de los 90 produjo este cambio en cuestiones de seguridad y efectivos, llama la atención en pleno período posterrorista semejantes cifras.

Cabe preguntarse por qué Argelia es rica y los argelinos pobres. Hasta el momento el aumento presupuestario ha sido fundamental. En 2005 lanzó un programa de apoyo al crecimiento económico (2005-2009) con 55.000 millones de dólares, para continuar un anterior programa de reactivación económica adoptado en 2001. Una ley de finanzas de finales del 2005 muestra la dimensión de los medios: el presupuesto de equipamiento del Estado ha aumentado el doble con respecto a 2004 y supera por primera vez al de funcionamiento.

Pero existe un problema crucial que no tiene que ver con el dinero, sino con la falta de capacitación del personal a la hora de utilizarlo y hacer efectivos diferentes proyectos de envergadura nacional: la desorganización e inestabilidad ministerial y burocrática y la mala voluntad de los funcionarios.

Aún así, a una creciente demanda sigue habiendo una escasa oferta. Cabe preguntarse si el Estado podrá administrar eficiente, audaz y rápidamente una realidad económica que evidencia caos y mala gestión. Cabe preguntarse para cuándo a la Argelia rica le seguirán argelinos ricos.

*Fernando Casares es un periodista argentino residente en Argel.