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La guerra en los suburbios

Fuentes: La Estrella Digital

Cómo haya de evolucionar la guerra en el futuro ha sido siempre preocupación, no solo de los ejércitos, que han de ejecutarla sobre el campo de batalla, sino también de los que tienen la grave responsabilidad de decidirla y dirigirla: los gobernantes. Pero la historia de las guerras muestra lo difícil que es adivinar la […]

Cómo haya de evolucionar la guerra en el futuro ha sido siempre preocupación, no solo de los ejércitos, que han de ejecutarla sobre el campo de batalla, sino también de los que tienen la grave responsabilidad de decidirla y dirigirla: los gobernantes. Pero la historia de las guerras muestra lo difícil que es adivinar la evolución de este fenómeno social. A lo largo de toda su vida profesional, los militares estudian con detalle cómo hacer las guerras del pasado, que es lo que se explica, por lo general, en las academias militares de todo el mundo. Y cuando en éstas surge algún espíritu iluminado que aventura nuevas teorías, el fracaso suele acompañarle.

Pocos años después de concluida la Segunda Guerra Mundial, la organización de los ejércitos, sus tácticas y estrategias se empezaron a regir por el previsible uso del arma nuclear. Pues bien, ningún artefacto de este tipo se utilizó en combate después de Nagasaki, aunque el mundo estaba -y, en parte, sigue estando- erizado de proyectiles nucleares de muy distinto tipo, listos para ser utilizados. En cambio, algunos de los ejércitos vencedores de aquella contienda, poseedores de los más modernos medios de combate, fracasaron al abordar nuevos tipos de guerra no previstos, como ocurrió a Francia en Indochina y Argelia, a EEUU en Vietnam o a la Unión Soviética en Afganistán.

Desde entonces, y como siempre ha ocurrido, la guerra sigue presentando facetas mutantes en muy rápida evolución. Los Balcanes, África, Oriente Medio han sido escenarios de intervenciones militares que, siguiendo el principio antes enunciado, se abordaban utilizando los instrumentos mentales y materiales propios de conflictos anteriores, no siempre en consonancia con el problema real planteado.

Desde hace mucho tiempo, un apartado secundario de los manuales tácticos de todos los ejércitos suele tratar del llamado «combate en localidades», es decir, en zonas urbanas o pobladas, del mismo modo que se dedican secciones especiales a las peculiaridades del combate «en montaña» o «en bosques». Siempre ha sido evidente que las características de la lucha en esos espacios físicos implican condicionamientos que obligan a hacer excepciones a lo que suele ser el empleo de las armas combatientes en terreno abierto.

No es preciso mostrar dotes adivinatorias para intuir que el modo de combatir que hoy se practica en Iraq y en Afganistán va a determinar en gran manera la evolución de la guerra. En un mundo en el que el campo está cada vez menos poblado y aumenta velozmente el número de habitantes que se refugian en las ciudades -y, sobre todo, en los extensos y enmarañados suburbios de las capitales del mundo menos desarrollado-, los enfrentamientos armados más complejos se producirán en esos nuevos teatros de operaciones.

Más de mil millones de personas habitan ya en los degradados cinturones suburbiales de las grandes capitales del mundo, cifra que crece al ritmo de unos 25 millones al año. Si a esto se une el hecho de que son esos suburbios el lugar donde con más facilidad anidan y se multiplican algunos modernos factores de inestabilidad que afectan a toda la humanidad (fanatismo, miseria, opresión, explotación, etc.), las perspectivas que esto presenta son harto preocupantes.

En EEUU se estudia ya cómo hacer frente a este nuevo tipo de guerra. El investigador estadounidense Nick Turse escribe: «El Pentágono ha decidido prepararse para cien años más de guerra contra los diversos núcleos de los inquietos y oprimidos pueblos de los suburbios». Sus expertos -afirma- se disponen a afrontar «una lucha interminable que la Historia les indica que nunca podrán ganar», pero que producirá enormes destrucciones, desestabilizará naciones enteras y acarreará más y más muertes de personas inocentes.

Su famosa DARPA (Agencia para Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa) ya estudia los nuevos instrumentos necesarios. Vehículos aéreos de observación, muy pequeños y no tripulados, que puedan cubrir el cielo de las ciudades y transmitir información instantánea a los mandos militares. Instrumentos para observar a través de muros y paredes y permitir penetraciones rápidas en todo tipo de edificios. Armas que en vez de afectar solo a individuos aislados produzcan simultáneos efectos paralizantes en grandes aglomeraciones. La imaginación no tiene límites.

No hay que ser muy suspicaz ni mal pensado para sospechar que el desarrollo de tácticas e instrumentos para controlar multitudes suburbiales hostiles en países extranjeros puede tener también aplicaciones de índole puramente local, al servicio de la seguridad de los Estados. La dinámica investigadora en este campo procede, por tanto, no solo de los ejércitos sino también de las fuerzas policiales, en una peligrosa sinergia multiplicadora, sin olvidar los intereses de las grandes corporaciones prestas a fabricar y vender los nuevos instrumentos bélicos de tan universal aplicación.

Que la guerra en los suburbios pueda ser la sucesora de la guerra nuclear en las preocupaciones humanas es un claro síntoma del desquiciamiento que parece aquejar hoy a vastos sectores de la humanidad.


* General de Artillería en la Reserva