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Cronopiando

Estado de derecha

Fuentes: Rebelión

«Vivimos en un estado de derecho» repiten los que han hecho del derecho ajeno su repleta alcancía de beneficios. Y es que no hay respingo, murmullo o casual tos que no encuentre delante el secular pretexto del «estado de derecho» exigiendo obediencia e imponiendo silencio. Y al incuestionable «estado de derecho» se han atrevido, incluso, […]

«Vivimos en un estado de derecho» repiten los que han hecho del derecho ajeno su repleta alcancía de beneficios. Y es que no hay respingo, murmullo o casual tos que no encuentre delante el secular pretexto del «estado de derecho» exigiendo obediencia e imponiendo silencio.

Y al incuestionable «estado de derecho» se han atrevido, incluso, a agregarle el bienestar, como genérica definición de los tiempos y las circunstancias al uso.

No importa que se encojan aún más los ya de por sí desprovistos salarios y aumenten sus groseras ganancias los banqueros; no importa que el trabajo precario sustituya al empleo y las colas del paro aumenten efectivos…vivimos en un «estado de derecho y bienestar» insisten ellos, los administradores de la panacea.

De un estado de derecho en el que la justicia vulnera los más elementales derechos del ser humano y que con la misma templanza con que condena a diez años de cárcel el crimen de dos artículos de prensa, condecora y absuelve la picardía de la tortura, la gracia de la impunidad; de un Estado que dispone sus juicios y sentencias al real acomodo de sus intereses y accionistas, y decide, como si fuera competente, si es delito el diálogo, cuándo no es sujeto de sanción, porqué el derecho de reunión hoy no es derecho, y encausa a un presidente de gobierno autonómico y criminaliza el derecho de expresión de un pueblo.

De un estado que ha oído a su propio ministro de justicia su intención de instrumentar nuevos cargos a los presos vascos que cumplieran sentencia, que no a todos, y que, también, lo ha visto obrar en consecuencia, como si semejante despropósito fuera legal, menos aún moral; de un Estado que tolera que excarcelados pistoleros a cargo del Estado, como Rafael Vera, puedan vivir en fincas intervenidas por la justicia; que todavía ignora, porque no le importa, qué ha sido de los asesinos de los cinco abogados laboralistas de la calle Atocha; que mientras condena en Otegi o en jóvenes catalanes su irrefutable verdad sobre los monarcas españoles, cabildea la comprensión para quienes desde los grandes medios de comunicación pegan fuego a la real memoria, en el único acto lúcido que se les recuerde.

De un estado que avala elecciones fraudulentas y que usurpa gobiernos por el fraude, que vende programas pacifistas y se embarca en alianzas militares, que cierra periódicos y calla emisoras de radio y televisión, que entierra todos los días cinco trabajadores muertos en los llamados accidentes laborales, que vulnera e incumple sus propias leyes dependiendo de la conveniencia de sus testaferros y que nadie mejor que Valle-Inclán definiera en sus Luces de Bohemia, cuando Max Estrella «poeta ciego de odas y madrigales», «que vive de hacer versos y vive miserablemente» nos muestra en su calvario por Madrid el «trágico esperpento» de una España «desgreñada y macilenta», «cuya leyenda negra es su propia historia», «el dolor de un mal sueño», «un corral donde el sol es, y no siempre, el único bien», esa España de «ladinos, guindillas y fantoches», «en la que los bizarros coroneles se caen de los caballos hasta en las procesiones», donde gobierna «el rey de Portugal» y es «marquesa del Tango», Enriqueta la Pisa-Bien. Esa España en la que «todo lo manda el dinero», que decía el preso en Luces de Bohemia; y en la que «se premia el robar y el ser sinvergüenza», que apostillaba el sepulturero.

-«Los que tienen a su cargo -afirmaba Max Estrella- la defensa del pueblo son al mismo tiempo sus verdugos», «¡y a eso llaman justicia los ricos canallas!», mientras las leyes reposan en «carpetas de badana mugrienta» y la autoridad es un «pollo chulapón de peinado reluciente» (cualquier parecido con Garzón es pura coincidencia y el autor de la coincidencia es Valle-Inclán) que se pasea y dicta: «Aquí no se protesta» (Serafín); «habrá que darle para el pelo» (Capitán Pitito); «Se la está ganando» (Guardia).

Hasta que al final preguntaba el preso «van a matarme… ¿qué dirá mañana esa prensa canallesca?».

-«Lo que le manden», respondía Max Estrella.

No, aquí lo que sigue habiendo es un estado de derecha, de la más rancia derecha.