¿Por qué razones un país que abrió sus puertas al capitalismo liberal y a la globalización -y con ello a la sociedad de clases- no parece, a simple vista y en términos generales, revelar clasismo en su población? ¿Cómo es posible que un sector minoritario y de altos ingresos, a pesar de sus propiedades y […]
¿Por qué razones un país que abrió sus puertas al capitalismo liberal y a la globalización -y con ello a la sociedad de clases- no parece, a simple vista y en términos generales, revelar clasismo en su población? ¿Cómo es posible que un sector minoritario y de altos ingresos, a pesar de sus propiedades y consumo de estilo europeo, no presente esnobismo?
Sea esta o no, una herencia de mentalidad socialista, una costumbre musulmana o bien forme parte de la cultura árabe, lo cierto es que se hace trabajoso encontrar signos de estos dos tipos de discriminación en este universo social argelino. A pesar de las diferencias, de las desigualdades cada vez más patentes, la realidad social y cotidiana se empeña en demostrar que aún en este nuevo contexto socio-económico, producto de esta apertura sin precedente histórico en Argelia, el verdulero es amigo del notario, el policía del barrendero, el juez del obrero y el empresario del joven sin empleo. Es este un pueblo en el que a pesar de las diferencias y distinción evidentes y cada vez mayores, la simplicidad y modestia reinan socialmente.
Si miramos al Occidente cristiano, no encontramos nada parecido. Por el contrario el clasismo y esnobismo son moneda corriente en ciertos sectores de la sociedad, a menudo reflejado en los medios audiovisuales. Una herencia aristocrática que tomó nueva forma con la llegada del capitalismo y liberalismo, con la irrupción de las clases sociales, en el sentido marxista del término.
«Se conoce como clasismo al prejuicio y discriminación basados en la pertenencia o no a determinadas clases sociales. El problema se agrava cuando la estratificación de las clases coincide con determinadas etnias, produciéndose un solapamiento de sentimientos discriminatorios racistas y clasistas».
«La palabra s/nob era colocada junto al nombre de los estudiantes que ingresaban a las universidades de Oxford y Cambridge cuando comenzaron a admitir alumnos de procedencias sociales que no eran nobles pero que deseaban recibir instrucción de alto nivel. Fue desde ese momento que se utilizó para referirse a la «gente que trataba de aparentar más de lo que era».
En el mundo hispanohablante está aún más presente, es más palpable, por momentos hasta delictiva. En Latinoamérica se mezclan el clasismo, el esnobismo y el racismo. Sin ir más lejos, resulta inimaginable intentar siquiera acercarse a ciertos «barrios» o zonas urbanas con determinada vestimenta, automóvil o actitud despreocupada, sin pasar antes por el robo, el insulto, la pelea o en el peor de los casos la muerte. Si bien esto tiene relación directa con la delincuencia y el vandalismo, lo cierto es que el clasismo y esnobismo apabullante en esas sociedades, alimenta indirectamente, entre otras razones, este tipo de actitudes antisociales y violentas.
Con estos enemigos de la igualdad, llegan la envidia, el recelo, la frustración. Estas diferencias marcadas y a veces violentas han generado en la historia de Occidente, junto a otras motivaciones de orden político, social y económico, verdaderas rebeliones y hasta revoluciones.
¿A qué se debe esta diferencia? ¿Por qué en unas sociedades sí y en otras no?
Algunos sostienen que se debe a la herencia socialista. Ponen como fundamento el ejemplo de Cuba. Argumentan que en una sociedad sin clases, sin marcadas diferencias materiales, con igualdad de acceso a la salud, educación y cultura, se va construyendo una mentalidad que deja huella en la población y genera hábitos y costumbres sociales determinadas, que la inmunizan frente a este verdadero virus social.
Otros dicen que se debe al Islam, religión, y al fin y al cabo también ideología, que no está enfrentada con el dinero y las clases sociales, como sí lo ha estado un sector del catolicismo cristiano -sin embargo poderoso socio, más tarde y en la práctica, del Capitalismo-. Para el Islam, un musulmán rico es, ante los ojos de Dios, igual que un musulmán pobre. Aquel sermón de la montaña en la que Cristo bienaventuraba a los pobres, porque de ellos sería el reino de los cielos, no corre en el Islam. Para este último, incluso la riqueza está bien vista y puede ser síntoma de un buen musulmán. De esta forma, las imágenes de contraste socio-económico que uno puede observar y que interactúan con despreocupación y naturalidad en diferentes y variados espacios sociales, son una evidencia que sorprende y al mismo tiempo cautiva.
Pero existen otras interpretaciones, ligadas a la primera mencionada, que podríamos definir como pesimistas o realistas, según se mire. Las mismas afirman que dicho fenómeno social se desarrolla de momento muy lentamente, debido a que la sociedad está inmersa en un período de transición hacia el capitalismo y la sociedad de clases. Fundamentan su posición demostrando ligeros y aún tímidos ejemplos en determinados círculos de la alta sociedad, barrios residenciales y cerrados, en cierto trato peyorativo y arrogante hacia el personal de servicio y limpieza, etc. Afirman que poco a poco estos fenómenos de la sociedad de clases, se van colando por las rendijas de un tejido social débil, ante un impetuoso modelo socio-económico que no perdona, no mira hacia atrás, ni se molesta en levantar al que «cae».
El destacado sociólogo francés, Pierre Bourdieu, fallecido hace pocos años, quien pasara importantes años de su vida y estudio en la Argelia revolucionaria, nos diría que, en efecto, Argelia, como tantas otras sociedades, sí presenta un tipo de clasismo: el institucional o estructural. Aquel que tiene relación con las instituciones sociales y los aparatos del Estado y que se disponen «sutilmente» a reproducir las diferencias y estratificar, por medio del lenguaje y la acción simbólica, a los miembros de una sociedad. Así contribuyen a la reproducción de las desigualdades sociales, y como tal, al clasismo.
» El espacio social es un espacio de diferencias, de distinciones entre posiciones sociales (susceptibles de ser caracterizadas por nombres de categorías profesionales definidas), que se expresa, se retraduce, se manifiesta, se proyecta, en un espacio de diferencias, de distinciones simbólicas, que hacen que la «sociedad» en su conjunto funcione como un lenguaje. Esto significa que la topología social, que describe la estructura del espacio, es inseparablemente una semiología social, que describe el mundo social como un sistema de signos, un lenguaje (que somos capaces de leerlo prácticamente, sin poseer explícitamente la gramática, desprendida por el análisis sociológico, a través de las intuiciones del habitus, como sistema de esquemas de percepción y de apreciación, que nos permite relacionar inmediatamente un acento, o un traje, o una práctica alimentaria, con una posición social, y, al mismo tiempo que se le confiere un cierto valor, positivo o negativo) «.
Sin embargo, si esto que afirmara Bourdieu fuese cierto e indiscutible, estaríamos también en la lícita posición de afirmar que si en la sociedad no se presentan rasgos claros y marcados de algún tipo de clasismo, significaría entonces también, que las instituciones reproducirían esta misma ausencia. Lo que confirmaría nuestras sospechas. ¿Si no hay clasismo, qué van a reproducir desde las Instituciones -incluida la Familia como una de las fundamentales-, sino su propia ausencia?
Según la óptica bourdiana, ningún grupo social parecería estar a salvo de este tipo de diferencias y distinciones, desigualdades marcadas y reproducidas en el espacio social con su consecuente discriminación clasista. Pero por otro lado, también afirma que para comprender, por ejemplo, la obra sociológica que se escribe en un país determinado, es necesario tener en cuenta: primeramente, la posición de cada autor en el interior del campo de producción sociológica nacional; y en segundo lugar, la posición de tal o cual campo nacional en el campo mundial.
Para el periodista, escritor y cineasta Roshd Djigouadi, existe clasismo en Argelia. Destaca el actual clasismo económico existente en la sociedad -sobre todo en Argel- y agrega otro de orden cultural y tradicional -que se vive sobre todo en el interior del país-, pero que sin embargo pierde peso en comparación con el primero, que termina hegemonizando todas las relaciones sociales de hoy día.
Sea cual sea la verdad -que nunca es una y siempre habita más allá- lo cierto es que la Argelia social parece todavía evidenciar signos tímidos y ambiguos -incluso en comparación con países de la región mediterránea europea- que hacen reinar la duda a la hora de abordar estos fenómenos de la sociedad de clases.
¿Es posible una sociedad desigual sin clasismo? ¿Posible la distinción sin esnobismo? Las mismas preguntas parecen contradictorias y paradójicas, sin embargo no lo es menos esta sociedad argelina llena de contrastes y desafíos sociológicos. Estas realidades parecen ser los signos de una resistencia a un capitalismo liberal importado que choca con una sociedad tradicionalmente igualitaria en sus relaciones y su mentalidad.
En la resistencia habita la esperanza, dice Sábato.
*Fernando Casares es periodista argentino-español residente en Argel