Traducido por Caty R.
Las elecciones presidenciales de Kenia del 27 de diciembre estuvieron plagadas de fraudes masivos. Desde entonces una ola de violencia sacude al país estrella de África del este. ¿Hasta dónde llegará la crisis?
Más de 350 víctimas, 35 de ellas abrasadas vivas en una iglesia de Eldoret; motines en Kisumu y Nairobi; policías armados que controlan la capital; refugiados que intentan entrar en la vecina Uganda que se ha visto obligada a cerrar la frontera. Se esgrimen machetes, vuelan las piedras, arden las casas, suenan insultos «étnicos» y hay decenas de miles de desplazados. El anuncio, el 30 de diciembre, de la reelección del presidente Mwai Kibaki provocó escenas de horror como no se habían visto en Kenia desde hacía mucho tiempo.
Este país, que dio tanta esperanza a África en el momento de la alternancia histórica de 2002, vuelve a encontrarse con sus viejos demonios: fraude electoral masivo, control de los medios de comunicación, corrupción, violencia. A la vista del caos que prevalece actualmente, es muy difícil decir quién ganó las elecciones, pero una cosa es segura: el pueblo de Kenia paga los platos rotos y sobre el país entero planea el espectro de la guerra civil.
Si creemos la declaración que hizo la comisión electoral el 30 de diciembre, Mwai Kibaki habría arrasado en justicia a su rival Raila Amolo Odinga, del Movimiento Democrático Naranja. Pero, ¿se puede confiar realmente en ella? Según el diario The Standard, el propio presidente de dicha comisión, Samuel Kivuitu, habría declarado: «No sé si Kibaki ganó las elecciones». Una confesión que dice mucho sobre el alcance del fraude. Y sobre las presiones soportadas.
En numerosas circunscripciones, los formularios oficiales de cómputo de votos no se firmaron, otros se falsificaron y otros, pura y simplemente, desaparecieron. Por arte de magia un centro electoral donde estaban inscritos 1.200 votantes recogió los sufragios de 12.000 personas, la mayoría a favor de Kibaki. A veces se roza lo grotesco. En varias decenas de circunscripciones las cifras «se inflaron» sin contención: ¡Hasta 70.000 votos!
Investigación independiente
Si esta gran estafa parece, sobre todo, obra del «ganador», que habría superado la ventaja de Odinga (1 millón de votos, de todos modos) para ganarle por los pelos por unos 230.000 votos aproximadamente, la oposición no está exenta de reproches. En el feudo de Odinga, en el oeste del país, el partido presidencial también denunció irregularidades. El fiscal general de Kenia, Amos Wako, acabó pidiendo a principios de enero una investigación independiente sobre el resultado del escrutinio.
Incluso antes del anuncio de los resultados oficiales, una ola de violencia azotó al país, revelando al mismo tiempo la persistencia de divisiones que se pensaba que pertenecían a un pasado cerrado. Aunque el voto a favor de Odinga (que pertenece a un partido minoritario, el Luos) superó las previsiones, los enfrentamientos tomaron un aspecto étnico inquietante. Agraciado desde la independencia, el grupo mayoritario de los kikuyus, al que pertenece Kibaki, fue el objetivo de numerosos ataques.
A pesar de todo, la cuestión tribal no es la causa principal de los enfrentamientos. En cualquier caso, mucho menos que la pobreza, la corrupción y, sobre todo, las desigualdades cada vez más escandalosas en este país donde «personas inocentes mueren de la forma más espantosa mientras sus dirigentes viven en el lujo y la comodidad pagados por los contribuyentes» (The Nation 1 de enero de 2008). Todo esto favorece el pillaje y explica las escenas de saqueo a las que asistimos actualmente.
En Nairobi, sobre todo en el barrio chabolista de Kibera, bastión de la oposición, la situación sigue siendo muy tensa. «En algunos casos la policía tira a matar», dice un repatriado francés. «Los que pueden huyen de los barrios de chabolas, bajo el toque de queda, para refugiarse en los próximos. Circula mucha información falsa por SMS que proviene sobre todo de la oposición, resuelta a hacer que hablen las armas. Habrá que ver hasta dónde están dispuestos a llegar el Luos y los demás partidos para conseguir que gane su candidato. Sólo hay una certeza: Kibaki, y sobre todo Raila, son testarudos».
Llamadas al diálogo
¿Testarudos? Es lo menos que se puede decir. A pesar de las llamadas al diálogo que han hecho la Unión Europea, Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Africana, cada uno se aferra a sus posiciones. Aunque ha perdido a más de la mitad de su gabinete, Kibaki está resuelto a dar pruebas de la mayor firmeza frente a los que «debilitan la paz» y sigue haciendo oídos sordos a las críticas de la comunidad internacional en cuanto a la legalidad del escrutinio. Alfred Matua, el portavoz del gobierno, echó leña al fuego afirmando que «los partidarios de Raila Odinga están embarcados en una limpieza étnica».
Odinga, por su parte, puede jactarse de una amplia victoria de su Movimiento Democrático Naranja en las elecciones legislativas. En un régimen de tipo francés, habría podido esperar una «cohabitación», lo que no está por el momento en la agenda. Sabe que el tiempo es su enemigo. Y que debe promover el apaciguamiento, con el fin de preservar su imagen de estadista, y a la vez ejercer una presión máxima sobre su rival. Sus aliados son la calle y la comunidad internacional. Actualmente afirma que sólo aceptará la negociación si Kibaki reconoce su derrota.
Viejos conocidos
Los dos hombres se conocen bien. En 2002 se aliaron en la «Coalición arco iris» que acabó con el reinado sin partición del Kanu (Kenia African National Union) abatiendo a Uhuru Kenyatta, el delfín designado por Daniel arap Moi. Pero su acuerdo no duró; Kibaki no respetó el acuerdo electoral que preveía una división de los poderes entre los partidos de la coalición y la adopción de una nueva Constitución. En el referéndum de 2005 sobre esta última cuestión, Odinga, que deseaba la creación de un puesto de súper Primer Ministro, se opuso victoriosamente a Kibaki. En la actualidad, se acusan mutuamente de «genocidas».
La mediación conjunta que debían emprender John Kufuor, presidente de la UA, y Ahmed Tejan Kabbah, jefe de la misión de la Commonwealth (y ex presidente de Sierra Leona) ha fallado. La última esperanza, quizá, sea la intervención estadounidense. Jendayi Frazer, el Secretario de Estado adjunto encargado de los Asuntos africanos, debe entrevistarse con los principales protagonistas de la crisis, mientras los partidarios de Odinga tienen prohibido manifestarse en Nairobi, donde se desplegó un importante dispositivo policial. Después de felicitar a Kibaki, Estados Unidos insiste en sus declaraciones e intenta actualmente utilizar su influencia en este país estratégico para su «guerra contra el terrorismo».
Además de los estragos humanitarios que ya está causando, la crisis de Kenia es una noticia muy mala para el conjunto del África del este. Dotada de una sólida economía (6% de crecimiento) y con un sector privado dinámico, Kenia ofrece una salida marítima, a través del puerto de Mombasa, a numerosos países de la región de los Grandes Lagos. Por ejemplo Uganda, donde la gasolina ya empieza a faltar.
Texto original en francés:
http://www.jeuneafrique.com
*Nicolas Michel, escritor y periodista, nació en 1974 en Aix-en-Provence. Ha vivido en Finlandia y Uganda. Fue periodista de Jeune Afrique de 2002 a 2005 y actualmente trabaja en Arts Magazine. Ha publicado varias obras, entre ellas las tres novelas: Un revenant (Premio Goncourt de Primera Novela y Premio Emmanuel Roblès), Le Dernier Voyage d’Emilie (Premio Vialatte, traducida a 5 lenguas) y La Bleue, Ed. Gallimard.
*Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.