La carnicería actual en Kenia (África Oriental) evoca sentimientos mezclados de confusión y vergüenza. Confusión, porque si la causa del dicho conflicto infernal es el tribalismo, esta palabra tiene poco sentido para los negros estadounidenses, es decir, los nietos de los esclavos fueron destribalizados, o tal vez sería más preciso decir comprimidos en un solo […]
La carnicería actual en Kenia (África Oriental) evoca sentimientos mezclados de confusión y vergüenza.
Confusión, porque si la causa del dicho conflicto infernal es el tribalismo, esta palabra tiene poco sentido para los negros estadounidenses, es decir, los nietos de los esclavos fueron destribalizados, o tal vez sería más preciso decir comprimidos en un solo tribu nacional de la negritud.
Vergüenza, porque los negros aún sienten afinidad con una África idealizada y por eso sus desgracias parecen ser las nuestras; además, desde el relativamente reciente fin del colonialismo, muchos países africanos han aguantado más desgracias de lo que les corresponden.
El escritor y defensor de derechos humanos keniano Koigi wa Wamwere, en su libro Negative Ethnicity, o La Etnicidad Negativa (Seven Stories Press/Open Media, 2003), se refiere a algo desgarrador que sucedió en Kenia en 1998, citando a un hombre que se llama John Mwangi, quien detalla lo que le pasó en la zona Makuru del país:
?Estoy tumbado en el suelo en medio de un devastador incendio. Nuestra aldea está arrasada y destruida. Hay gritos por todos lados. La gente cae herida. Inhalo humo y por todas partes me llega el olor de carne, comida y madera quemada. Veo a un hombre que me acerca. Lleva una antorcha encendida para quemar las casas y los alimentos almacenados, una lanza para clavar en mi corazón y una espada para cortarme el cuello y matarme, como lo han hecho a otros. Pienso que he llegado al final, pero todavía no. ‘Por favor no me mates?, le ruego con el aliento que me quede. ?Somos africanos. Somos hermanos?. Sin mirarme, me clava la lanza en el costado y me corta el cuello. Dice: ?¡Muera, Muera, piojo sucio! No soy tu hermano. No soy de tu tribu?. Con el sabor de sangre en la boca, pierdo la consciencia y esa palabra resuena?tribu, tribu??hasta que el mundo queda en el silencio. Cuando me despierto, estoy en el hospital, envuelto en vendas de pies a cabeza. Un Buen Samaritano me recogió y me trajo aquí. Varios meses después, regreso a mi aldea, pero ya no existe. Veo el lugar donde mi casa se ubicaba antes, pero ahora hay otra en la tierra que era mía. Ahora la nueva casa y mis tierras pertenecen al tipo que pretendió matarme. Por ser de otra comunidad étnica, me desalojan de mi hogar y mi tierra y me ?limpian? de la provincia del Valle Rift, donde quien no sea Kalenjin se conoce como forastero. Lloro y pregunto ¿por qué? Nadie contesta?. [pag. 9-10]
Aunque se reporta en la prensa estadounidense que la guerra tribal no tiene precedente en el Kenia moderno, se sabe que este tipo de conflicto ocurrió hace una década (en 1998), y también casi una década antes (en 1992). Por lo regular, dichos conflictos se manipulan por los líderes políticos para ganar el apoyo comunitaria (léanse tribal) en una batalla despiadada por recursos, ganado y , sí, lebensraum (término alemán que significa ?espacio para vivir?). Wamwere lo expresó mordazmente al contar una media broma entre él y unos amigos gikuyos y kalenjinos. Bromearon sobre la manera en que los kalenjinos terminan con los mejores empleos, los mejores puestos en las escuelas, o el crédito bancario. El kalenjino diría: ?Ahora a nosotros nos toca comer. Ya les tocó a ustedes gikuyos?. (66)
Para Wamwere, el tribalismo (o para usar su término, la ?etnicidad negativa?) ha sido una herramienta poderosa utilizada por los políticos para comunicar la idea de que ?ahora a nosotros nos toca comer.?
Wamwere cuenta una clásica historia escalofriante de cuando Jomo Kenyatta tomó poder en los últimos días del colonialismo, y su gobierno asesinó a uno de sus propios ministros, Tom Mboya, un destacado político de la tribu luo. Varios disturbios de los luo sacudieron a Nairobi y a Kisumu. Wamwere recuerda que Kenyatta respondió, forzando a los gikuyo a firmar un juramento de lealtad. Los que se negaron a hacerlo fueron golpeados o asesinados. Wamwere explica que él también firmó el juramento, en parte por miedo y en parte por fascinación. El juramento fue en contra de los luo. Esto sucedió en 1969.
La idea de ?nación? es pasajera. Las naciones vienen y se van; el tribu se queda. Por lo tanto, los políticos se postulan con la promesa implícita: Si me eligen a mí, podremos comer.
Y mientras las tribus se pelean entre sí para las sobras, el orden socio-económico entero sirve para que la riqueza de la tierra se envíe a las cocinas y las arcas de Europa y Estados Unidos, mientras los políticos envían su exceso de riqueza a los bancos occidentales para salvaguardarlo. Pues ¿qué otra cosa son estos países excepto creaciones occidentales , con fronteras diseñadas a conservar las relaciones económicas corruptas en las cuales el continente entero se vuelve una enorme plantación, con capataces negros quienes manejan a las y los trabajadores negros para incrementar las ganancias de la explotación occidental?
Mientras millones de africanos padecen la desnutrición, millones de estadounidenses y europeos gastan miles de millones de dólares para intentar controlar su obesidad rampante.
¿El tribalismo? ¿la etnicidad negativa? o ¿la gente pobre peleando entre sí para las sobras? Desde el corredor de la muerte, soy Mumia Abu-Jamal. Fuentes: Wamwere, Koigi wa, Negative Ethnicity: From Bias to Genocide (New York: Seven Stories Press/Open Media, 2003); Wamwere, Koigi wa, I Refuse to Die: My Journey for Freedom (New York: Seven Stories, 2002) (para ver la crítica de Wamwere de la dictadura moi).