El show mediático sin precedente en torno al «súper martes» podría llevar a la suposición de que algo trascendental para Estados Unidos se dirime en la puja presidencial entre millonarios. Ni tanto ni tan poco. Del lado republicano las tres figuras en contienda validan la política bushista de guerra, tortura legalizada, restricción de las libertades […]
El show mediático sin precedente en torno al «súper martes» podría llevar a la suposición de que algo trascendental para Estados Unidos se dirime en la puja presidencial entre millonarios. Ni tanto ni tan poco. Del lado republicano las tres figuras en contienda validan la política bushista de guerra, tortura legalizada, restricción de las libertades civiles y a favor de los ricos y las grandes corporaciones. El favorito John Mc Cain promete lograr la «victoria» en Irak, quedarse cien años en ese país y su lenguaje se inserta en el rumbo bandidesco y racista de la «guerra contra el terrorismo» al proclamarse el único capaz de liderar la lucha contra el «islam extremista radical».
En el bando demócrata, tanto Barak Obama como Hillary Clinton se distancian de algunos de los aspectos más crudos del bushismo aunque no planteen una ruptura verdadera con el estado de cosas prevaleciente. Dicen que pondrían fin a la guerra en Irak pero se pronuncian por mantener allí hasta fecha indeterminada un contingente de tropas para proteger los intereses y los ciudadanos estadunidenses y «disuadir» a Irán. Afirman oponerse a la tortura y no favorecer el sacrificio de las libertades en aras de combatir al «terrorismo» y que de llegar a la Casa Blanca cerrarían el campo de concentración de Guantánamo. Sin embargo, ambos han votado en el Senado los fondos para continuar la ocupación de ese país y Afganistán y la prórroga de la Ley Patriota. Expresan que mejorarán el sistema de salud pero sus propuestas no rozan siquiera las sacrosantas y pingües ganancias de las compañías aseguradoras a costa del contribuyente, que lo han llevado al desastre.
En cuanto a la economía, carecen de una plataforma que los diferencie de las políticas neoliberales dominantes desde el mandato de Ronald Reagan, a pesar de que el país está entrando en una recesión de consecuencias imprevisibles, los salarios son los más bajos en muchos años y se prevén grandes recortes de personal en los próximos meses. Tampoco han cuestionado el presupuesto de guerra que les hereda Bush, muy superior a los de la época de la guerra fría, que, en un país técnicamente en quiebra, no deja un centavo para atender el descomunal rezago social que critican: escuelas en ruinas, millones en pobreza, maestros mal pagados, empleos basura, déficit de vivienda e infraestructura, pensiones insuficientes para una enorme masa que llega a la edad de retiro y un largo etcétera.
Sobre América Latina los aspirantes de ambos partidos coinciden en la línea dura contra el «populismo»(léase Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y todo gobierno que no se pliegue a la política de Washington) y en mantener el bloqueo a Cuba, aunque Obama ha hablado de dialogar con Chávez y Fidel Castro y flexibilizar las restricciones a los cubanos para viajar a la isla y enviar dinero a sus familiares.
Los votantes del Partido Demócrata están bastante más a la izquierda que sus aspirantes presidenciales. Por eso, es probable que la victoria de cualquiera de los dos debilite políticamente las posturas más derechistas en política interior y el curso ultrabelicista de la pandilla de Bush, pues respondería a una movilización contra la guerra, el recorte de las libertades civiles, la tortura, el conservadurismo cultural y la práctica de favorecer a ultranza a las corporaciones. Pero un cambio de cierta magnitud dependería de la capacidad de los movimientos sociales de organizarse desde ahora y exigirlo a aquellos y no está a la vista. En el caso de Irak, por ejemplo, únicamente una gran presión popular podría poner fin a la guerra.
Muchos en el campo progresista, como la organización antiguerra Move On, han endosado la candidatura de Obama argumentando la influencia que el inédito caudal de voto juvenil, liberal y negro arrastrado por este pudiera ejercer en su eventual presidencia. Alegan que aquel está rodeado de elementos menos conservadores que Hillary Clinton, quien tiene entre sus asesores a verdugos de pueblos como Madeline Albright y Richard Holbrooke.
Pero sería ligero cantar por anticipado el triunfo de los demócratas. Los golpes bajos de los Clinton a Obama vislumbran una competencia desgastante que puede dividir al partido y llevar al final a la cúpula a imponer una fórmula decepcionante para los partidarios del afroestadunidense. Y nadie habla del fraude, esa arma tan bien manejada por los republicanos que llevó a Bush dos veces a la presidencia…