Yo era un quinceañero cuando, en noviembre de 1965, el régimen racista de Ian Smith declaró ilegalmente a Zimbawe -o a la colonia de la Rodesia meridional, como entonces se llamaba- independiente de Gran Bretaña. Mi familia vivía en la capital, Salisbury, hoy Harare. Recuerdo que miraba los cielos, esperando ver a los paracaidistas británicos […]
Yo era un quinceañero cuando, en noviembre de 1965, el régimen racista de Ian Smith declaró ilegalmente a Zimbawe -o a la colonia de la Rodesia meridional, como entonces se llamaba- independiente de Gran Bretaña. Mi familia vivía en la capital, Salisbury, hoy Harare.
Recuerdo que miraba los cielos, esperando ver a los paracaidistas británicos descender para liberarnos. Pero, por supuesto, no vinieron. La idea de usar la fuerza contra sus «familiares y amigos» blancos era anatema para el establecimiento británico.
Así que al escuchar a alguien como Paddy Ashdown decir que la intervención contra el régimen de Robert Mugabe «podría estar justificada» me entran ganas de vomitar. Aparentemente, está bien usar la fuerza contra un gobierno negro, pero no contra uno blanco.
Es precisamente este doble rasero el que Mugabe ha explotado brillantemente para mantener un grado de apoyo en el resto de África y en el Sur Global. No podría haber escogido mejores enemigos que Tony Blair y George Bush.
Por supuesto que la llamada de Mugabe para luchar por la «completa independencia» de Zimbawe contra el imperialismo occidental es una podrida farsa. Está buscando apalear a su población, oprimida y medio muerta de hambre, para acabar de someterla a los intereses de una minúscula camarilla de figuras prominentes del partido gobernante, el Zanu-PF [la Unión Nacional Africana de Zimbawe – Frente Patriótico, por sus siglas en inglés; T.]. Temen por el botín acumulado y por sus propias vidas, si Mugabe dejara de ser presidente.
Este grupo está concentrado en la cúpula de los aparatos militar y de seguridad. Aparentemente, mediante el Comando de Operaciones Conjunto, ha tomado el control de la dirección política desde que Mugabe y el Zanu-PF perdieron las elecciones parlamentarias y presidenciales a fines de marzo.
Represión
El cálculo de Mugabe y sus compinches parece ser doble. Primero, creen que el pueblo de Zimbawe está desangrado por el colapso económico y la represión de masas, y que eso lo incapacita para levantarse en una insurrección exitosa.
En segundo lugar, Mugabe cuenta con que sus aliados en la región -especialmente el presidente Thabo Mbeki de Sudáfrica- bloquearán la intervención exterior. Ninguna de estas presunciones es loca; lo necio es la descripción de Mugabe, presentado por los medios de comunicación británicos como un loco irracional.
Extrañamente, el pensamiento de Mugabe se refleja en el de Ian Smith, quien en 1971 se regodeaba de esta suerte: «somos los africanos más felices del mundo». Smith creía que podría sobrevivir tanto ti
Y lo mismo que Smith antes que él, Mugabe terminará por descubrir lo errado de sus cálculos. El pueblo de Zimbawe mostró ya en marzo la determinación con que rechaza a su régimen.
La combinación de desempleo y emigración masivos pueden haber afianzado al régimen. Pero todo el terror no puede disimular el hecho de que Mugabe ha perdido sostén en muchas de las áreas rurales que lo apoyaron fuertemente contra la oposición del Movimiento por el Cambio Democrático [MDC, por sus siglas en inglés; T.] a principios de 2000.
Por eso -como reveló la pasada semana el interrogatorio gubernamental del secretario general del MDC, Tendai Biti- las figuras predominantes en el Zanu-PF estaban ansiosas por explorar un acuerdo después de las elecciones de marzo.
Por otra parte, el apoyo de Mbeki es un activo amortizable. Ha sido un pato cojo desde que fue derrotado aplastantemente en diciembre por Jacob Zuma para el liderazgo del gubernamental Congreso Nacional Africano. Un punto clave de la base de Zuma es el Congreso de los Sindicatos Sudafricanos [Cosatu, por sus siglas en inglés; T.].
Cosatu ha hecho campaña consistentemente contra los asaltos de Mugabe a la democracia. En abril, los sindicatos sudafricanos llevaron a la acción el bloqueo de la importación de armas chinas destinadas a Zimbawe, forzando con ello a Mbeki a hacer lo mismo.
En el Observer del domingo, el dirigente de Cosatu Zwelinzima Vavi denunció las elecciones de Zimbawe de la pasada semana como una farsa y llamó «a los trabajadores de África y de todo el mundo, así como a todos los ciudadanos progresistas del mundo, a trabajar para el total aislamiento de Mugabe y su gobierno».
Más pronto o más tarde, una combinación de la resistencia del pueblo de Zimbawe y de la solidaridad pulverizará el régimen de Mugabe, y no gracias a los imperialistas apolillados de Londres y Washington.
Alex Callinicos es miembro del Socialist Worker Party (SWP) británico, editor del semanario Socialist Worker (www.socialistworker.co.uk ) y catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de York.
Traducción para www.sinpermiso.info: Daniel Raventós