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Subastando las migajas de Camelot

Fuentes: Cubarte

En la Biblia aparece la curiosa figura de Simón, El Mago, un samaritano partidario de la filosofía gnóstica que pretendió comprarle a Simón Pedro el secreto para comunicarse con el Espíritu Santo. Por derivación, la Santa Inquisición siempre persiguió con saña, especialmente entre el clero, a los acusados del nefasto pecado de simonía, la compra […]

En la Biblia aparece la curiosa figura de Simón, El Mago, un samaritano partidario de la filosofía gnóstica que pretendió comprarle a Simón Pedro el secreto para comunicarse con el Espíritu Santo. Por derivación, la Santa Inquisición siempre persiguió con saña, especialmente entre el clero, a los acusados del nefasto pecado de simonía, la compra y venta de objetos sagrados del culto, y también de ciertos símbolos espirituales inseparables de su doctrina. En este punto, como en casi ningún otro, a los siempre probos y febriles varones del Santo Oficio le asistía algo de razón: no se puede comerciar con lo sagrado, sin que se lesiones profundamente el edificio de la religión que estos símbolos representan.

Tras el asesinato en Dallas, en 1963, del presidente John F. Kennedy, quien por estos días es muy evocado a raíz de la elección de Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos, se indicó a Evelyn Lincoln, su secretaria, la delicada tarea de conservar sus efectos personales, los objetos históricos de su entorno y sus escritos. La familia Kennedy le pidió organizarlo todo de manera que pudiesen luego decidir qué donar a la Biblioteca Memorial que hoy lleva su nombre, y qué quedaría en poder de la propia familia. Debe decirse, en honor a la verdad, que semejante muestra de confianza había sido justamente ganada por la leal secretaria, al servicio del entonces senador Kennedy, desde 1953. Pero, a pesar del extraordinario celo y la devoción mostrada siempre por la Sra Lincoln, tanto Robert como Jacqueline Kennedy se vieron obligados, apenas un año después, a encargar una investigación al historiador Arthur Schlesinger, notable historiador, quien fuese también asistente especial del asesinado presidente, y a Burke Marshall, abogado de la familia y y asistente del Fiscal General.

Las investigaciones en marcha y los cotejos de las listas en poder del Archivo Nacional demostraron que una parte de los objetos inicialmente inventariados, se había esfumado. Casi siempre figuraba una nota en los registros atribuyendo a la Sra Lincoln la decisión de sacarlos de los almacenes, sin explicación alguna. Pronto se descubriría que la Sra Lincoln, hasta ese momento una persona de extrema confianza de la familia, había estado comerciando con ellos, cometiendo lo que, para los seguidores más fanáticos del extinto presidente y de la saga de Camelot, sería una claro pecado de simonía. De esa manera se supo, por ejemplo, que uno de los receptadores más contumaces había sido Robert White, un coleccionista de objetos de la era Kennedy.

Cartas de Jacqueline a John tras la muerte de su hijo Patrick y el diario escrito por este último, en sus días de congresista, a raíz de un viaje a Europa, son algunos de los documentos que el Sr White intentó vender a elevados precios, y que recibió, ilegalmente, a través de la Sra Lincoln. Entre los objetos rescatados de diferentes subastas, por la acción de la familia Kennedy, del Archivo Nacional y del Departamento de Justicia, se encuentran una mesa de caoba que se hallaba en el Despacho Oval de la Casa Blanca, y que era usada por Kennedy para rubricar documentos, el libro encuadernado en piel, donde se recogen los detalles del encuentro en Viena entre Kennedy y Nikita Kruschev, en junio de 1961, y memorandums a la OTAN, de mayo de 1962. También fueron rescatados documentos relacionados con la situación política en China, en el Congo, Viet Nam y Laos.

En el 2003, investigadores del Archivo Nacional informaron a Deborah Leff, directora de la Biblioteca Kennedy, que habían detectado la subasta a través de Internet de un mapa de Cuba relacionado con la Crisis de Octubre, el que se presentaba como «… la última reliquia de JFK, originalmente adquirido al más notable coleccionista de objetos relacionados con este presidente, el sr Robert White». El mapa se ofertaba por la suma de $ 750 mil USD, y se supo que había pasado por diferentes manos hasta llegar a la subasta. Al morir White, en octubre del 2003, el Archivo Nacional propuso a la Biblioteca Kennedy llegar a un acuerdo para dividirse los objetos que forman parte, ilegalmente, de la colección White, el cual se firmó en el 2005.

Entre los objetos recobrados figuran 29 plumas de fuente Esterbrooks y tinteros, usados por Kennedy para firmar leyes y tratados internacionales, y 775 documentos de índole variada.

La trama simoníaca alrededor de las migajas del esplendor de la era de Camelot, pone un epílogo de sainete, de teatro bufo a un mandato presidencial como el de Joh F. Kennedy, que en su momento se recibió en los Estados Unidos y buena parte del mundo, como una epopeya inédita, el inicio de una primavera imperial, del reverdecimiento de los laureles de un liderazgo norteamericano en franco declive y como la renovación del desafío a la URSS y el campo socialista, esta vez, no solo en el alcance de las armas atómicas almacenadas, en la cantidad de submarinos disponibles, ni de las divisiones y bombarderos estratégicos desplegados en Europa, sino también en el terreno no menos decisivo de las ideas, la cultura y el glamour. Sin dudas, una lección histórica.

Mientras la crisis financiera internacional avanza, y un avispado presidente Sarkozy llama a «refundar el capitalismo», para lo cual convocará en diciembre una conferencia- remake de la Bretton Woods, se aceleran los preparativos para la toma de posesión del recién electo presidente de los Estados Unidos, la cual tendrá lugar en Washington, el 20 de enero del 2008, ante la escalinata del Capitolio. Ese día, de creer en los vaticinios del equipo y los seguidores de Obama, se iniciará una era de cambios que sorprenderán por su alcance y originalidad a los habitantes del planeta, en lo que podríamos imaginar, más o menos, como el inicio oficial de una perestroika con un fondo de country music.

Después de los juramentos de rigor, y es de esperar que tras los discursos, se iniciará la llamada Presidential Inauguration Parade, considerada «una tradición americana». Las unidades militares, los grupos ciudadanos escogidos y las bandas de música avanzarán por Pennsylvania Avenue y los espectadores podrán presenciar el desfile a ambos lados de la avenida, desde las calles Tercera a Diecisiete. Como es de esperar, el acceso al espacio limitado donde el presidente y su vice efectuarán el juramento constitucional de rigor será ocupado por invitados selectos. Y es aquí donde el espectro de Simón, El Mago y de las fechorías simoníacas que empañaron el final de Camelot, renacen y comienzan a ensombrecer lo que sin dudas, es, para muchos, un día histórico y una jornada de esperanza.

Ya se sabe que los revendedores de tickets para la ceremonia están al acecho, como una banda de hambrientos felinos, esperando el momento en que una parte sean puestos a disposición del público. Ya se sabe que en las subastas de Internet se estima que uno de tales tickets puede llegar a costar la cifra de $ 40 mil USD. Ya trascendió que se ha advertido severamente a los prohombres de la patria, a senadores y representantes, que se considerará una falta grave contra la ética la reventa de los tickets que corresponde a cada uno para distribuir entre sus electores y colaboradores. Ya se sabe que todas estas medidas y amonestaciones no surtirán efecto alguno.

Y cuidado con la Biblia sobre la que Obama jure el cargo. Cuidado con el atril que use para leer su discurso. Cuidado con la pluma con que firme el acta presidencial. Cuidado con el acta misma.

Sin dudas, las migajas de la era Obama se cotizarán más alto que las de la era Kennedy. No en vano la crisis viene sacudiéndolo todo.