Anchas y caudalosas expectativas circundan al ya presidente demócrata Barack Obama. En EEUU, su toma de posesión adquirió carácter ritual, como si un nuevo mundo fuera a surgir de la Casa Blanca a partir del 20 de enero. Pero no ocurrirá tal. El propio Obama ha indicado la perspectiva adecuada, al designar un gabinete de […]
Anchas y caudalosas expectativas circundan al ya presidente demócrata Barack Obama. En EEUU, su toma de posesión adquirió carácter ritual, como si un nuevo mundo fuera a surgir de la Casa Blanca a partir del 20 de enero. Pero no ocurrirá tal. El propio Obama ha indicado la perspectiva adecuada, al designar un gabinete de color «clintoniano», empezando por su secretaria de Estado, Hillary Clinton. Por demás, no ha sido Obama el único presidente en despertar expectativas enormes con su elección. La historia ayuda a atemperar ánimos y poner hielo a las expectativas.
En 1913, tras varios gobiernos republicanos, ganó la presidencia el demócrata Woodrow Wilson quien, durante su campaña electoral, había criticado duramente la violenta política exterior de sus predecesores, esto es, el gran garrote de Teddy Roosevelt y la diplomacia del dólar de Howard Taft. No obstante los discursos, Wilson fue el presidente más intervencionista de EEUU. Envió tropas a México e invadió Nicaragua, Haití, República Dominicana y Cuba, intervino en China y participó en la coalición que invadió la Rusia soviética, donde soldados estadounidenses combatieron de 1918 a 1920. Wilson llevó -tardíamente, es cierto- a EEUU a la Primera Guerra Mundial, pero fue el republicano Calvin Coolidge quien auspició el pacto de renuncia a la guerra de 1928, primero que condenaba el recurso a la violencia.
El sucesor de Franklin D. Roosevelt, el también demócrata Harry Truman, posee el dudoso honor de ser el único presidente que ha ordenado el uso del arma atómica, contra Hiroshima y Nagasaki, en 1945. Truman intervino en la guerra civil griega, en 1947, y llevó a EEUU a la guerra en Corea en 1950. Bajo su mando se inició la Guerra Fría y se creó el cinturón de fuego que rodeó a la Unión Soviética, con una serie de tratados militares del que sólo sobreviven la OTAN y el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), aunque el TIAR está, hoy, enterrado de facto.
Hay quienes quieren ver en Obama un nuevo John F. Kennedy. Kennedy ha sido, sin duda, el presidente más popular desde Franklin D. Roosevelt; pero Kennedy inició la intervención estadounidense en Vietnam, en 1961, aprobó la Doctrina de la Seguridad Nacional (que llenó América Latina de dictaduras fascistas, exiliados y cadáveres), ordenó la invasión de Bahía de Cochinos (o Playa Girón) en 1963 e impuso el bloqueo contra Cuba, elevado desde entonces a dogma de política exterior en EEUU. Con Lyndon Johnson, también demócrata, la cifra de soldados estadounidenses en Vietnam alcanzó, en 1966, el millón y medio de hombres, y la guerra adquirió su mayor extensión. Johnson ordenó también invadir República Dominicana en 1965.
El republicano Richard Nixon llenó Latinoamérica de dictaduras atroces, pero firmó la paz en Vietnam y retiró sus soldados de Indochina. El demócrata Bill Clinton, ordenó invadir Haití en 1994 y atacar Yugoslavia en 1999. Dispuso, además, bombardeos contra Sudán y Afganistán y los mayores sobre Irak. Suya fue la decisión de convertir en ocupación la misión humanitaria en Somalia, en 1993, que terminó en desastre.
Por otra parte, el complejo militar-industrial (sobre el que advirtió el presidente Dwight Eisenhower), mueve unos 950.000 millones de dólares anuales. Demasiados millones para que su manejo pueda ser puestos en solfa por una persona, por muy presidente que sea. Creer que Obama terminará las guerras en Irak y Afganistán, pondrá fin al «escudo antimisiles», reducirá el inmenso gasto militar y hará renacer a la ONU es conocer poco los entresijos del poder en ese país. Los intereses del complejo militar-industrial son casi sagrados y en ello concuerdan demócratas y republicanos. Distinto menester es la política interior. En el ámbito doméstico las diferencias pueden ser muy notables, sobre todo en campos como seguridad social, trabajo o impuestos.
Obama, como Kennedy en 1960, recibe un país en crisis. La diferencia es de grado. Kennedy enfrentó una recesión que solventó sin problemas. En 1960 EEUU era el 45% de la economía mundial y su hegemonía económica era casi total. Obama recibe un poder imperial en franco declive. La economía estadounidense es apenas el 19% de la economía global y su crack financiero es colosal. EEUU necesita del mundo para salvar su economía y el mundo debe auxiliarlo para evitar que la actual crisis termine en catástrofe. Kennedy tenía como único rival a la URSS. A Obama le sobran, como China (sin cuyas reservas se asfixiaría), India y Rusia. La UE y Japón son, a la vez, aliados estratégicos y rivales económicos, comerciales y tecnológicos. Latinoamérica no es la obediente de Kennedy, sino una región gobernada por una mayoría abrumadora de gobiernos progresistas y de izquierda, más lejos de EEUU y más cerca de China. Kennedy, en fin, iniciaba con muchos recursos económicos una guerra en Vietnam; Obama recibe dos, en Irak y Afganistán, con el país en virtual bancarrota.
La tarea esencial del presidente Obama no será tanto la imposible de restablecer un poder imperial que ya no existe, sino administrar, de la mejor manera posible, la decadencia de EEUU, de forma que le permita a su país conservar un máximo de poder, desde la dura realidad de que será un poder disputado por aliados y no aliados. Obama pasará a la historia no sólo por ser el primer presidente «negro» de EEUU. Lo hará por haber sido el presidente que inaugure oficialmente el mundo multipolar y entierre el sueño de un siglo XXI estadounidense. Un siglo nacido con el sello made in China.
Augusto Zamora es Profesor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid