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El 13 de junio de 1939 llegó a Veracruz (México) el primer barco con exiliados españoles

En la puerta de la libertad, 70 años después del viaje del «Sinaia»

Fuentes: soitu.es

El 13 de junio de 1939 llegó a Veracruz (México) el primer barco con exiliados españoles. Charlamos en el lugar con uno de ellos, el filósofo y antropólogo Claudio Esteva Fabregat. «Esto no era así. El suelo no era así. Aquel edificio no lo recuerdo, no estaba cuando llegamos», recuerda Claudio Esteva Fabregat mientras camina […]

El 13 de junio de 1939 llegó a Veracruz (México) el primer barco con exiliados españoles. Charlamos en el lugar con uno de ellos, el filósofo y antropólogo Claudio Esteva Fabregat.

«Esto no era así. El suelo no era así. Aquel edificio no lo recuerdo, no estaba cuando llegamos», recuerda Claudio Esteva Fabregat mientras camina con su esposa Berta por el Malecón de Puerto de Veracruz. Setenta años separan ambos momentos. Mira a todas partes tratando de reconocer los lugares. «¡Aquello sí lo recuerdo!» Es el faro de Venustiano Carranza. La emoción del momento, el tiempo y la memoria, se aúnan al atardecer, un par de días antes de que se cumplan las siete décadas de la llegada del ‘Sinaia’ a México con 1.681 republicanos a bordo.

Dieciocho días de travesía desembarcaban el vapor el 13 de junio de 1939 en Veracruz. Primero habían navegado el Mediterráneo, procedentes de Francia. Luego surcaron el Atlántico tras, con cierto temor, haber cruzado el Estrecho de Gibraltar. Ahora la tierra mexicana les daba una cálida acogida. «¡Como héroes, nos recibieron como héroes!» recuerda Esteva Fabregat.

La llegada del primer barco fletado para llevar refugiados republicanos a México tras la Guerra Civil «fue inolvidable. Una multitud nos esperaba en el muelle. Todos vestidos con guayabera, pantalón blanco y sombrero. Y hacía un calor tremendo». Atrás quedaba una guerra, campos de refugiados, huidas, hambre. Por delante, una nueva oportunidad. «Establecimos contacto con los lugareños inmediatamente». Cuenta que al pisar tierra les abrazaban. «Llorábamos. Estábamos siendo recibidos con afecto». Una cercanía que dista de lo que para él fue su estancia en Francia, curiosamente la tierra que, aunque circunstancialmente, le vio nacer (1918, Marsella).

Claudio recuerda hoy, a sus 90 años, cómo cuando contaba con 20 trataba de encontrar una vía para escapar del Campo de Refugiados de Saint-Cyprien. «Habíamos escrito una carta al Comité Británico de Ayuda a España, porque habíamos oído que iba a haber una expedición a Inglaterra». La situación en el campo francés no era nada buena, pero la guerra que parecía que iba a haber en Europa hizo que su solicitud fuera rechazada. «Me llamaron por la megafonía del Campo para decirme que me iba, pero que se había denegado la petición de asilo». Aun así, entró en el cupo que el comité tenía en el «Sinaia». «Días después nos volvieron a llamar para decirnos que podíamos recoger nuestros bienes porque nos íbamos. Pero no teníamos ni una manta». Así pues, con lo puesto, «con la ropa rota, sucios y con barba», ni una ducha. «Imagínese, 100 días en un campo de refugiados en el Pirineo, desde febrero, con ese frío». El lugar donde había llegado tras luchar en los frentes republicanos del Este y del Ebro.

Con su compañero Vicente se embarcó en un vapor que estaba destinado a ser un «barco para salvar a intelectuales en peligro, con un importante valor para México». No tenían muy claro dónde iban. La única idea que se tenía de México por aquel entonces era la de «Pancho Villa o Emiliano Zapata, la de la revolución mexicana». Poco a poco en el barco se les iba instruyendo sobre lo que se encontrarían al llegar. El boletín diario del ‘Sinaia’, además de informarles de lo que ocurría en el mundo, les daba información del país gobernado por Lázaro Cárdenas. «La primera noche la pasamos en vela, por el temor a ser arrestados por alguna fragata franquista al cruzar el estrecho«. Se decía que un buque inglés controlaba desde la distancia el barco de exiliados, «pero nunca lo comprobamos». El otro miedo del viaje aparecía cuando a veces un marinero comentaba, refiriéndose al estado del barco: ¡a ver si llegamos!

Finalmente, el 13 de Junio de 1939 una multitud ataviada de blanco recibía entre vítores y abrazos a los exiliados españoles en el malecón de Puerto de Veracruz mientras desfilaban hacia el zócalo. «El primer día no pudimos visitar la ciudad. A los jóvenes nos llevaron a las cantinas, para invitarnos a unas cervezas. Esa fue su forma de acogernos entre ellos».

Tras unos días, la vuelta a   la realidad se hacía inevitable. El inminente viaje al Distrito Federal se hacia efectivo, y allí empezar a buscarse la vida. Al principio fue el SERE (Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles) el que les concedió un subsidio para sobrevivir, pero a los pocos meses el dinero se acababa y había que buscar trabajo. En Puebla, el equipo de automóviles Packard, aparentemente de fútbol aficionado, le fichó, donde ya jugaban varios españoles, casi todo refugiados. Seguía así su trayectoria futbolística rota por la Guerra Civil, cuando días antes del levantamiento firmaba su ficha como juvenil del Barcelona.

Pero el equipo se disolvió, y fue la industria textil en la que comenzó a trabajar. «Vendía repuestos y accesorios para telares. Pero nunca fui bueno vendiendo». Un día, caminando por el DF se encontró con la escuela de Antropología, donde comenzó a estudiar y al pasar los años se convirtió en profesor. Lo que le llegó a brindar la posibilidad de codearse durante un tiempo con el psicoanalista Erich Fromm. Es en el año 56 cuando vuelve a España con la responsabilidad de haber sido «exiliado político y no económico», y con el encargo de trabajar por el reforzamiento de sus ideas hasta su jubilación, cuando volvió a México para continuar con su labor investigadora en Jalisco.

Hoy, la plateada estatua humana de un ‘cowboy’, fotógrafos de turistas, vendedores callejeros, barcos y autobuses turísticos, jóvenes que saltan al agua a por monedas, paseantes, niños jugando… pueblan el malecón que 70 años atrás veía llegar el primer barco destinado a evacuar exiliados tras la Guerra Civil; el ‘Mexique’, con los Niños de Morelia a bordo, lo había precedido dos años antes; después, el ‘Ipanema’ le tomaba el testigo.

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