Recomiendo:
0

En el ojo de la aguja

Los visajes cambiantes del racismo en el continente africano

Fuentes: Rebelión

Recientes investigaciones historiográficas han advertido las limitaciones de estudiar a la «raza» solo desde los aspectos del fenotipo. Aunque las diferencias de color de piel son reales, las reglas para organizar estas clasificaciones deben ser entendidas como construcciones sociales. Es así que la etiqueta racial es fundamentalmente un acto social y cultural de interpretación, y […]

Recientes investigaciones historiográficas han advertido las limitaciones de estudiar a la «raza» solo desde los aspectos del fenotipo. Aunque las diferencias de color de piel son reales, las reglas para organizar estas clasificaciones deben ser entendidas como construcciones sociales. Es así que la etiqueta racial es fundamentalmente un acto social y cultural de interpretación, y como tal sólo puede entenderse dentro de un contexto histórico particular. En otras palabras, la cuestión de la diferencia, y consecuentemente las categorías que refieren a la otredad singularmente, pueden ser comprendidas en el contexto de los procesos históricos que los generaron. El presente trabajo tiene la intención de sintetizar y traer al debate algunos de los últimos aportes científicos en torno a una problemática particularmente controvertida. Me refiero a la cuestión del Racismo en el continente Africano. El objetivo de este ensayo es intentar problematizar aquellas concepciones clásicas que vinculan a tal noción, en tres secciones relacionadas. En primer lugar, la dimensión de la trata negra en las concepciones racistas imperantes del mercantilismo europeo, no solo como propulsor de la discusión de la esclavitud en forma de sometimiento del hombre por el hombre, sino que también aquellas interrelaciones humanas donde interrumpe el «poder», la «exclusión» y el «control social». En segundo lugar, tratar de desenmarañar del cuerpo imaginario racista «civilizatorio» de la conquista «Imperialista», los objetivos estratégico político- económico que llevó a tal ocupación del continente africano. Teniendo en cuenta la incorporación de las ciencias sociales como instrumentos de dominación- justificación. Y en tercer, y último lugar, litigar la concepción de la «inexistencia del color» en los actos racistas, noción sostenida por varios investigadores actuales, con dos casos paradigmáticos del continente africano. Por un lado, la cuestión del «Apartheid» Sudafricano y sus correlatos actuales. Y por otro, la conflictividad identitaria racialista del ciudadano rwandés.

En la perspectiva de Michel Foucault, abordar el tema del racismo es construir una historia de los que carecen de poder, de los excluidos, porque pensar el mundo en términos de raza implica establecer una separación con el otro. En este sentido trataré al racismo como campo y trabajo; como campo porque me permite graficar espacios de disputa social por el poder, donde lo que esta en juego es la defensa de una determinada identidad colectiva, que se intenta erigir como única y valedera, por lo tanto digna de ser vivida, y como trabajo porque alude al proceso de superioridad de esa comunidad en tanto productor de sentido, en razón al uso del pasado como una estrategia esgrimida por el poder que detenta para legitimar esa sociedad su accionar. Para algunos, elevarlo como objeto de estudio implica una definición restringida que vincule los atributos estrictamente físicos, genéticos o biológicos de un grupo y sus supuestos caracteres intelectuales y morales. Al realizar ésta aproximación conceptual se limitaría la comprensión de ciertas prácticas que parecen estar mejor agrupadas bajo la denominación simple de racismo y que en sentido amplio es un conjunto de representaciones, de valores y normas expresadas en prácticas sociales que conducen a la inferiorización y exclusión del otro, cuyos atributos físicos y culturales son percibidos como distintos de los que comparte el grupo dominante, hegemónico. En síntesis, el racismo implica la constatación de las diferencias, en su materialización en el ámbito social, político y económico, así como también en los argumentos de las conductas de rechazo, exclusión y exterminio.

TRAS LAS HUELLAS DEL RACISMO: EL HOMBRE COMO MERCANCIA, EL COLOR COMO ESTIGMA

En África, como en otros continentes, la esclavitud no era desconocida antes de la llegada de los europeos. A diferencia de Grecia antigua, donde el esclavo era asimilado a la categoría de «cosa», en este continente, poseía derechos cívicos y derechos de propiedad, existiendo además, múltiples procedimientos de emancipación. Se distinguía generalmente entre esclavos de casa y esclavos de guerra, aunque estos últimos terminaban por formar parte de la primera categoría después de cierto tiempo. Los esclavos de guerra eran ciertamente el botín más importante, causa de las escaramuzas que se producían entre grupos étnicos y jefaturas tribales. Al término de la batalla todos los prisioneros que se habían alcanzado a capturar eran esclavizados. Pero la forma de esclavitud de largo más difundida en África era aquella de los esclavos domésticos, sugerida y frecuentemente impuesta a ciertas familias por la necesidad de un suplemento de mano de obra para las actividades domésticas o el trabajo de los campos. Los esclavos domésticos vivían en familia y estaban integrados en aquel modo de producción clánica y parental. Por lo tanto, la acción esclavista en el interior del continente africano se ejerció sobre aquellos individuos que por catástrofes naturales o guerras quedaban desarticulados de sus sociedades y tenían que integrarse en otras que no eran las de su origen; sin romper el orden social esta forma de esclavitud operaba como un sistema de cohesión impidiendo el aislamiento y el individualismo en sociedades que, basadas en el comunitarismo familiar, consideran al hombre sólo como parte del conjunto social. En general, el esclavo se integraba rápidamente en la familia que lo poseía.

A partir del s VIII las sociedades del oeste africano vivieron el proceso de islamización. Favoreciendo al intercambio, comunicaciones y comercio; como consecuencia los pueblos de Sudán occidental, entregaban a los árabes una cantidad de esclavos que eran transportados hasta lejanas tierras. La compra no fue el único medio por el cual los árabes accedieron a los esclavos africanos, el rapto así como la entrega de una dote fue habitual. Este tráfico no representó un despoblamiento intenso; las rutas no permitían grandes desplazamientos y los esclavos eran sólo parte de un comercio acotado. En 1971, Lenguellé consideró que la trata negrera de los árabes se la puede denominar como simbiótica, por la preocupación de la preservación del hombre. En 1444 las costas de Mauritania fueron ocupadas por los árabes, los cuales empezaron a hacer prisioneros africanos, transportándolos hacia los países del Magreb, pero sobre todo a Egipto y Medio Oriente. Ésta fue el inicio de la trata negrera africana. En la sociedad musulmana la esclavitud era una práctica corriente y en el curso de la penetración islámica sobre el continente africano los árabes han hecho muchos esclavos, transfiriéndolos al otro lado del Sáhara. La esclavitud practicada por los árabes era muy distinta de la transatlántica que sería emprendida poco después por los negreros europeos. En los países árabes las mujeres raptadas en las costas africanas eran normalmente destinadas a los harenes de los emires, de los jefes musulmanes, de los marabutos, y frecuentemente podían salir de esclavas y cubrir funciones muy elevadas. En Egipto algunas de ellas tuvieron hijos que se convirtieron en importantes líderes políticos y religiosos. Los hombres eran habitualmente empleados en el servicio doméstico, pero podían alcanzar a cubrir también cargos importantes, en el ejército o en la vida política. Una categoría particular de esclavos era la de los eunucos, destinados a servir en los harenes de los sultanes y de los príncipes árabes. También los eunucos podían alcanzar posiciones elevadas. La condición de eunuco para los árabes era importante ya que impedía la formación de un grupo privilegiado dentro de su comunidad. Los africanos eran hechos esclavos no en cuanto a su color, sino únicamente en cuanto no musulmanes. Si aceptaban convertirse en musulmanes podían ser liberados y gradualmente igualados. En cada caso estaba previsto un procedimiento que podía conducirlos a recuperar la libertad perdida. Para Ki-Zerbo, la trata practicada por los árabes dista mucho a la de los portugueses, y posteriores europeos; principalmente porque considera que la esclavitud trasatlántica practicada por los europeos cristianos se perfila a lo «industrial», a diferencia de lo «artesanal» de los orientales.

La expansión europea hacia el sur se debió a varios factores, principalmente, al descubrimiento del oro. Europa necesita un contacto directo con las zonas de extracción de oro africana, para poder fabricar su circulante, expandir su sistema comercial, estimular la economía interna y pagar el comercio de especias asiáticas. Para Betthel el estímulo del metal, desembocó en la atracción del africano como mercadería comercial. Según Ki-Zerbo a ésta época se la conoce como «bullionismo mercantilista», según la cual no existía más riqueza que el oro. En cuanto a las especias de Asia Oriental, pasaban por tantas manos que sus costos en Europa eran elevados. De aquí proviene la idea de cortar con los circuitos comerciales árabes, buscando nuevas rutas marítimas, rodeando África. Esto se hizo posible gracias al aporte de los navegantes europeos en la construcción de carabelas, brújulas, timón vertical. También contando con la innovación china de la pólvora.

La era moderna del tráfico de esclavos africanos empezó a partir de la conquista de Ceuta en 1415, por parte de los portugueses. Usando esta ciudad como punto de partida, Portugal empezó sus viajes de descubrimiento navegando por la costa africana occidental, llegando a Cabo Verde (1444), Sierra Leona (1460), Ghana (1482) y Angola (1483), abriendo a la influencia europea todas las tierras que en el futuro iban a figurar de forma significativa en el tráfico de esclavos. El infante portugués Henrique, llamado el Navegante decía «buscamos cristianos y especias». Lo que los europeos produjeron fue un giro en la historia de la esclavitud de África; exportaron esclavos en cantidades alarmantes a regiones desconocidas para los africanos y modificaron la concepción de esclavitud asimilando directamente ESCLAVO = COSA, con todo lo que esta caracterización implica para la vida del hombre. El diferente empezó a ser nombrado, y como dice John Langon «la categoría de negro es una identidad construida desde afuera, que niega la verdad del observado, como otro, como hombre, y definitivamente como sujeto». El «esclavo negro» se construyó en una categoría social homogénea que representa al polo inferior en esta relación asimétrica de dominado – dominador, colonizado – colonizador. En tanto que el racismo, es un conjunto de representaciones, de valores y normas expresadas en prácticas sociales que conducen a la inferiorización y exclusión del otro, cuyos atributos físicos y culturales son percibidos como distintos de los que comparte el grupo hegemónico, construidas sobre la base de una clasificación falsa del género humano, esta jerarquización pretende legitimar una distribución desigual del poder para ejercitar la dominación sobre un grupo o sobre un pueblo. En este sentido, entiendo por poder a una cuestión interrelacional, una red de interdependencias cuya verdadera naturaleza esta en la relación entre dominante y dominado. El europeo imponía una identidad supraétnica que ocultaba y negaba las identidades de los distintos grupos étnicos que habitaban en África. Devolviendo como imagen del otro un estereotipo conforme a sus intereses como dominador. De ese modo, desintegrando las identidades colectivas para reintegrarlas en el lugar de la subordinación. No es casualidad que la trata negrera europea y trasatlántica llame la atención y suscite debates; no es sólo por la escasa y confusa documentación, sino también por la exclusividad que los negros africanos tomaron en dicho proceso, a diferencia de los musulmanes que esclavizaban indiferentemente a blancos y negros. Llegados a América los esclavos perdían su nombre y eran reducidos al estado de animales. No había ninguna forma de norma o ley en tutela de los esclavos. Una vez que el propietario había adquirido al esclavo podía hacerle todo lo que quisiera: asesinarlo, mutilarlo, cortarle la lengua por el placer de ser servido en silencio. Desde mediados del siglo XV hasta en último cuarto del s XIX, unos 11 millones de africanos fueron exportados hacia las Américas con una mortandad media de un 15% durante las travesías.

Los portugueses se daban cuenta desde el principio que las costas de África occidental más abajo de Senegal formaban un territorio muy peligroso para el desembarque. La selva impenetrable y pestilente, escondía una jabalina o una flecha detrás de cada árbol, y las primitivas armas de fuego de los europeos más que darles ventaja servían en estas circunstancias para poco. Para solventar el problema de su enorme inferioridad numérica y al mismo tiempo optimizar sus armas de fuego, los traficantes levantaron sus factorías fortificadas en pequeñas islotes cerca de la costa o en las embocaduras de los grandes ríos si había suficiente campo abierto alrededor. Lo que no hay que perder de vista, que aunque los europeos realizaban pillajes y grandes cacerías para obtener esclavos, mayormente, los traficantes se limitaban a intercambiar, con la tribu que ocupaba el territorio lindante con su factoría, mercancías baratas contra presos de guerra. Hubo muchos jefes étnicos que se rehusaron a hacerlo y justamente por esto fueron maltratados y a veces muertos. La trata desencadenó guerras crónicas, acentuó la violencia entre grupos étnicos y, fue una de las causas del desmoronamiento de muchos reinos africanos. Es indudable que se creó un sistema de complicidad entre los reyes negros que aceptaron entrar en el sistema esclavista y los extranjeros (comerciantes, negreros), que recibían manufacturas, pero también alcohol y armas. A veces se compraban los esclavos pagándolos solamente con alcohol, viejos vestidos desechados recuperados de los desvanes y sótanos de las casas europeas, o armas. En el caso de los vestidos, lo que verdaderamente importaba era el color. Debían tener colores vivaces, porque el rey y los dignatarios amaban desplegar colores vistosos en sus apariciones en público. Habitualmente se hacía creer a los jefes africanos que en Europa se podían adquirir armas solamente cambiándolas por esclavos. Y la disponibilidad de armas por parte de los jefes africanos no hacía más que acrecentar el clima general de inseguridad e inestabilidad. Se iba a acechar a las personas en las aldeas, en sus casas, persiguiéndolas hasta el interior de la floresta. Esto constreñía a la gente a abandonar las aldeas y a llevar una vida errante, bloqueando así la normal evolución de la sociedad africana. Para M`Bokolo los Estado africanos se dejaron pillar por los negreros europeos. El comercio o la muerte se convirtió en parte de su contradicción más fuerte; ya que como comunidad debe ampliar sus riquezas para un mejor vivir, pero a la vez preservar la vida, algo marginal en la política de estas etnias.

A fines del s XVI el comercio negrero se concentraba en las manos portuguesas debido a que los lusitanos eran los que tenían el dominio de las tierras africanas en la región de extracción de esclavos, lo que definió el monopolio portugués sobre esta actividad mercantil. Según Meillassoux la esclavitud que se configuró con la trata negra europea despojó a las mujeres del sexo y a las madres de niños, ya que la clase esclava no tenía otro órgano para parir que un vientre de hierro y dinero. La reproducción mercantil de esclavos se logró gracias a tres virtudes del sistema, la metamorfosis de productos inertes en seres humanos, la prolongación del tiempo de trabajo reproductivo y la transformación de todos los productos de ambos sexos en reproductores de esclavos. Como considera Dockés, la esclavitud no es una relación de dominación y explotación entre otras más, un simple momento del pasado, sino es la vinculación de explotación primaria y primordial, aquella de cual proviene la servidumbre, hacia la que tiende el amo, y que este no abandona sino a la fuerza. Esto supone que el amo posee sobre el esclavo «usus, fructus, abusus». La compra del esclavo – mercancía se desprende de ello. La fuerza de trabajo todavía no es una mercancía; no hay un mercado de trabajo totalmente constituido, pero sí, lo que es muy diferente, mercados de esclavos. En tanto, que no vende su fuerza de trabajo, es el esclavo mercancía. En palabras del historiador «El esclavo colectivo debe ser trabajador productivo de la renta del amo». Porque la relación amo – esclavo es una relación de producción.

A principios del s XVI la demanda de esclavos en las plantaciones americanas por parte de los funcionarios reales coloniales obligó a la Corona lusitana a instrumentar una política de importación y control de las costas proveedoras de esclavos «negros»; por eso se impuso la licencia, como permiso de introducción de negros. El desarrollo de la trata negrera esclavista a través del Atlántico se sostuvo en mecanismos muy complejos de estrategias económicas para financiarla. Los portugueses aseguraron el comercio de esclavos negros mediante el pago de un derecho. El derecho a recaudación era arrendado por medio de un asiento (contrato) a un contratador, que entregaba los concientos a los traficantes. El asiento representa el permiso para el embarque de esclavos desde África. Este sistema consistía en un contrato monopólico. Los barcos negreros son conocidos por el nombre de «tumbeiros», «coches de muertos». Debido a la gran tasa de mortalidad y a los peligros del viaje, no había muchos beneficios para los traficantes, especialmente cuando el precio del esclavo era bajo. Cuando se zarpaba, se contaban los sobrevivientes, y se esperaba un tiempo para que se recuperaran, para luego subastarlos. Según Bethell, a los europeos les interesó el comercio de esclavos porque la prosperidad de América dependía de su mano de obra. Cada concesión, licencia o asiento estipulaba un nuevo máximo de negros que deberían llevarse al Nuevo Mundo. El ascenso al trono de Felipe II no significó la pérdida de poder económico de los portugueses en las costas africanas.

A partir de la segunda mitad del s XVI España y Portugal empezaron a perder su monopolio en América y África; a su vez, Holanda, Inglaterra y Francia iniciaron sus conquistas en el Nuevo Mundo. La trata negrera de estas décadas se convierte en una de las empresas más codiciadas por las potencias europeas mercantilistas. En este momento cesa la importancia de los asientos, orientándose la trata a verdaderos tratados de naciones, dado que el comercio en general había rebasado los límites particulares, convirtiéndose en factor decisivo para el desarrollo y prosperidad de las potencias marítimas europeas. La incorporación del Sistema de Compañías fue la norma que adquirió la competencia de Francia, Inglaterra, Portugal y Holanda con España por el dominio de América, así como por el monopolio comercial. La trata negrera era, pues, parte de ese monopolio que se pretendía controlar a través de las compañías que concentraban un volumen considerable de capitales. La rivalidad entre las potencias europeas no sólo causaba acciones bélicas internacionales, sino conflictos internos en cada país entre comerciantes y compañías, detentoras de los beneficios del tráfico. Francia consiguió la exclusividad de la trata negrera con el ascenso al poder de la Casa Borbona. En los primeros años del s XVIII, Inglaterra logra desplazar a Francia del comercio de esclavo. La hegemonía indiscutible que toma en aquellos años se torna favorable en su despegue al capitalismo. Legalmente Inglaterra tenía en las manos al tráfico marítimo negrero, a pesar de que sus competidores franceses, holandeses y portugueses continuaran con el comercio ilegal.

La Iglesia católica se mostró a favor de la esclavitud. No solo fue poseedora sino que también policía ideológica de la práctica esclavista, y sobretodo se adjudicó el control junto a los administradores. La influencia de la Iglesia se hizo notar en los dominios del amo, ya que este tenía la obligación de bautizarlo una vez comprado. Sólo quedaba a elección del señor si impartir o no la enseñanza cristiana. Muchos daban ese poder a los sacerdotes lugareños, ya que impartían el sentimiento de resignación y aceptación de su condición de cautivos. Además los amos eran los mediados de los beneficios de la caridad y paternalismo de los sacerdotes. Sin duda, que la Iglesia justificó la esclavitud del continente africano, más no de las comunidades indígenas. Para la comunidad católica los negros eran esclavizados por ser los descendientes de Cam, hijo de Noé. Por haber avergonzado a su padre, su casta sería maldita, y se la reconocería por el «estigma» de su pigmentación: «…Eran, pues, los hijos de Noé, que salieron del arca, Sem, Cam y Jafet: este mismo Cam es el padre de Canaán. Dichos tres son los hijos de Noé: y de éstos se propagó el género humano sobre toda la Tierra y Noé, que era labrador, comenzó a labrar la tierra y plantó una viña. Y bebiendo de su vino, quedó embriagado y desnudo en medio de su tienda. Lo cual, como hubiese visto Cam, padre de Canaán, esto es, la desnudez vergonzosa de si padre, salió fuera a contárselo a sus hermanos. Pero Sam y Jafet, echándole una capa o manta sobre los hombres, caminando hacia atrás, cubrieron la desnudez de su padre. Luego que despertó Noé de la embriaguez, sabiendo lo que había hecho con él su hijo menor, dijo: Maldito sea Canaán, esclavo será de los esclavos se sus hermanos. Y añadió: Bendito Señor Dios de Sem, sea Canaán esclavo suyo. Dilate Dios Jefet, y habite en las tiendas de Sem, y sea Canaán su esclavo….» (Génesis 9, 18-27).

Para los cristianos todos los hombres de la Tierra son descendientes de Adán y de Noé. El «Libro Sagrado» revelaba las respuestas precisas y categóricas sobre las cuestiones relativas al origen del hombre, tratadas en términos teológicos. La diversidad humana, para los cristianos, era fruto de la voluntad divina. La negritud era concebida como parte de la maldición de Dios a Cam sobre sus hijos Canaán: «…Los hijos de Noé se repartieron por diversas partes del mundo… Cam, hijo tercero, se fue con los suyos a la parte de África, a Bactria, Judea… parece que la maldición que le echó su padre Noé en particular a todos sus descendientes de aquellas partes de la Etiopía y Guinea, no sólo en ser esclavos los más, sino en el color moreno, efecto de la maldición ejecutada; si ya no es que la constelación y clima de la tierra haya ayudado…» (Vázquez de Espinosa, 1969).

Otra parte de la comunidad cristiana consideraba que la negritud era el signo con que Dios castigó a Cain. Si los negros no tenían alma se podía comercializarlos tranquilamente, sin escrúpulos; y si tenían alma era necesario hacer de todo por salvarla. Si el negro no hubiese sido considerado como un sub – hombre no podría haber sido objeto de comercio. Esto no es nuevo, ya los agrónomos latinos asimilaban al esclavo con el ganado y los aperos. El esclavo era el instrumentum vocale, el ganado el instrumentum semivocale y las herramientas el instrumentum mutuum. Lo único que diferenciaba a unos de otros en la consideración técnica de la administración rural era su distinta capacidad para el lenguaje. La deshumanización era la condición básica de la esclavización. Lo destacable de la trata colonial es que explican su lugar en la jerarquía humana o en la «escala del ser», desde el origen. Justificando de ese modo la condición de libres o esclavos. Creencias teñidas por la filosofía aristotélica: «algunos nacen para ser servir, y otros para ser servidos».

Quienes consideraban que el hombre estaba hecho a imagen y semejanza de Dios, interpretaban que la negritud era producto de la deformación del clima. Esté no sólo influye en el color, en el cuerpo, lo moral sino que los moldea a su imagen. Eran bárbaros por naturaleza. Los hombres negros o silvestres que viven en el bosque y en las montañas, apartados de la civilización, carecen de comunicación, y sobretodo no saben vivir en comunidad. En realidad, es en este momento, en el que el esclavo negro se lo despersonaliza; éste «otro» no es un par, solo es una «cosa», «un objeto comerciable». En definitiva, el comerciante lo ve como un instrumento de producción. La etiqueta racial fundamentó el acto social y cultural de interpretación. El color era el indicador de origen y, posición social; en otras palabras, negro quería decir esclavo. En este proceso se desprende el sentido de una sociedad organizada jerárquicamente donde un grupo se considera superior al otro, superior al excluido; siente el derecho de controlarlo. En esta asimetría en la que un grupo se considera hegemónico, se produce una disrupción esencial en las relaciones sociales, no de igualdad sino de diferencia e iniquidad. Por lo tanto, el racismo esta estrechamente ligado al etnocentrismo, y a la exclusión, no en un fenómeno abstracto, sin actores, sino que se inscribe en estas relaciones sociales de poder. Impensables sin una estructura de control social. Este conjunto de medios de intervención, sean positivos o negativos, puesto en marcha por la sociedad, son el fin para dar normas a sus propios miembros, para no ver comportamientos desviados. Para someterlos se desarrolló una cruel tecnología para la tortura y el suplicio: los grilletes, las sogas, el cepo, las cadenas, el látigo y la marca con hierros al rojo vivo para asegurar la propiedad. Los esclavos adoptaron infinidad de formas de resistencia como contrapartida al dominio de los amos: los gritos, la lucha, la huida, el trabajo realizado en más tiempo que el exigido, el robo de propiedades, los sabotajes, las huelgas de brazos caídos, el asesinato de capataces y amos, la quema de los edificios de las haciendas, las sublevaciones, las rebeliones, etc. Pero tampoco, dejaré de omitir la dificultad que implica resistirse viviendo, o más precisamente, «sobre-viviendo» extenuado, aterrorizado, enfermo, herido, sediento, golpeado, famélico y agotado intelectual y psicológicamente. Gustavus Vass en su autobiografía recuerda: «… Un día, cuando teníamos un mar liso y un viento moderado, dos de mis decaídos paisanos que fueron encadenados juntos, (estaba cerca de ellos en ese momento) prefiriendo la muerte a tal vida de miseria, de alguna manera pasaron a través de las redes y saltaron en el mar: inmediatamente, otro desanimado compañero, que, a causa de su enfermedad, fue puesto fuera de los hierros, también siguió su ejemplo; y creo que muchos más muy pronto habrían hecho igual, si no hubieran sido detenidos prevenidas por los tripulantes de la nave, que fueron alertados inmediatamente…» .

Aquí se hace claro que a los negreros no les conviene ese tipo de resistencia. No sólo por la pérdida de dinero, sino también de control sobre el grupo de esclavos. Lo que no cabe duda, es que la resistencia constituyó la contrapartida de la esclavitud. Esto nace del hecho de que el esclavo nunca puede reducirse a la categoría de «objeto» a la que se le quiere confinar. Por esto, la esclavitud siempre implicó una vigilancia continua y los castigos físicos fueron de aplicación común para los esclavos. Para Dockés, la esclavitud tiene su primigenia en tal concepción: «el esclavo es aquel que tendría que haber sido muerto y sobrevive por la gracia del amo; es un muerto viviente». No es solo aquel que conserva la vida por la gracia del amo, sino que es también, el que ha temido a la muerte. Preferir la vida a la libertad es ser esclavo. Entonces, aceptar la muerte significa el fin de la esclavitud. Poner fin a la vida implica dejar de ser muerto – viviente. Si la liberación es un deseo, la resistencia un arma. En este complejo entramado, se une el sueño del retorno. El sueño de un vínculo renovado con la comunidad de origen, o por lo menos de una comunidad de la misma naturaleza: la ciudad de los esclavos.

La legitimación ideológica proviene de diferentes fuentes, no sólo teológicas. Los europeos vociferaban que los negros esclavizados que vendían eran amorales, por ser prisioneros de guerra, criminales, o indigentes. Irónicamente Vissière expone que los tratantes creen en la «…solidaridad de los continentes: Europa, para valorizar a América convoca a África…». El tratante holandés Bosman escribe en 1704 «… es necesario que ustedes sepan que aquí se realizan un mercado de hombres como el de animales entre nosotros…». A diferencia de la gran mayoría de tratante, no le interesa relativizar su acción, aludiendo que este tráfico era natural en África. Agrega a las pocas páginas, porque los azotes son necesarios: «…esto os parece sin duda cruel y bárbaro, pero es necesario hacerlo; sin embrago, tenemos cuidado de hundir el hierro muy profundamente, y sobre todo en las mujeres que son por lo común las más delicadas…» . Este sistema de poder se sostiene en la estructura de control social; las sanciones, los castigos físicos, la interdicción y el aislamiento, la reprobación social y el rechazo hasta el caso de extremo hambre, manifiestan el control social por medio de la violencia y la amenaza de muerte constante. El sistema esclavista irá dando a través de sus necesidades y prácticas, la justificación de una «lógica de la exclusión». Necesidades demográficas, insuficiente cantidad de esclavos; necesidades agrícolas, los esclavos negros son más resistentes al clima y al trabajo; necesidades económicas, una nueva cultura emanada del conocimiento de los productos americanos (café, cacao, tabaco, etc.) generan las condiciones a la dependencia de la mano de obra esclava, inclusive a la dependencia de la metrópolis al comercio colonial. En ésta lógica se encierra la necesidad vital de la trata negrera, aceite del engranaje mercantilista.

En pleno s. XVIII el racismo toma un cariz biológico, en el que la autoridad de la ciencia se hace sentir. Efectivamente en ese siglo, los argumentos teóricos de la Enciclopedia se convierten en inapelables, daban la autoridad y el poder para justificar los abusos flagelantes de la trata. Los viajes de aquellos años muestran a un África feroz, caníbal, amazona, con torturas, y decapitaciones, sin más «salvaje». Los lectores contemporáneos sensibles a esta escritura contribuyeron a provocar repulsión y rechazo, y a confirmar un imaginario en el que los negros son una subhumanidad, dignos de ser esclavizados. La biología será la ciencia madre en está cuestión de la «raza». Mediante la experimentación y observación, la ciencia trata de apartarse de la mitología bíblica, y dar cuenta de la diversidad de la humanidad desde la razón. Uno de los destacados científicos de la época es el Conde de Buffón. Este controvertido personaje ha sido objeto de varias disputas académicas. Frente a una posición que lo considera el precursor del racismo biológico, Martinez Campo sostiene que es un biólogo con una postura antropológica antirracista. En el lado apuesto se encuentran los que representan al biólogo como una postura clara de etnocéntrismo, fundamentador moral del colonialismo y justificador de la «obra civilizadora del hombre blanco frente al salvaje» basada en la superioridad. Particularmente me inclinó por la última postura, y principalmente lo considero un racialista. Buffón se ha adelantado a los biólogos del s. XIX, al establecer que el género humano se divide en razas, de acuerdo a sus aspectos físicos. Sus investigaciones se basaron en la lectura de viajeros, y observaciones propias, llegó a la conclusión que los pueblos ubicados al norte de los esquimales parecen «abortos de otras razas». Asocia su idolatría al color de piel, estatura, cabello y ojos. Considera que los negros son producto directo del clima. Son seres inferiores, por lo que es normal dominarlo y someterlos. Entre sus escritos se pueden rastrear los siguientes fragmentos «… huelen de tal manera cuando están acalorados que es imposible aproximarse a ellos; apestan tanto que su olor están fuerte como los puercos… todos estos pueblos miserables son feos y mal hechos; el aire y la tierra influyen mucho en la forma de los hombres. Solo ha habido originalmente una sola especie de hombres que al haberse multiplicado y esparcido por toda la superficie de la tierra, ha sufrido diferentes cambios, debido a la influencia del clima, a la diferencia de la alimentación, a la manera de vivir… a la mezcla variada al infinito de los individuos más o menos semejantes…» han terminado por sufrir alteraciones, es decir «degeneraciones». En todo momento se da la mezcla confusa de lo natural con lo cultural. Concluye que en los climas templados se encuentran los hombres más bellos, y mejor formados. El clima de estos países forma, según él, el verdadero color natural del hombre, de ahí que Europa septentrional sea el modelo de la humanidad. Valga la redundancia, es el hombre blanco quien se convierte en referente estético y natural de belleza, paradigma del verdadero hombre, en lo físico, lo cultural, lo social, lo económico y lo político. El nosotros se configura como el hombre blanco de la ciudad, el otro como el salvaje, de «más allá». El racismo salido del período negrero encuentra en estas circunstancias la ocasión de renovarse. En efecto, el discurso de los europeos sobre África se hacía, ahora, sobre el «arcaísmo «, el «retraso «, el «salvajismo» del continente. Poniendo a Occidente como modelo. Sin dudas, que los postulados del Conde de Buffón son netamente etnocéntrico, y particularmente eurocéntrico.

El papel clave del racismo, desde sus primeras apariciones en la época de la trata negra, ha sido la negación de la participación social, política y económica a este grupo y la legitimación de diversas formas de explotación. Está incrustado en las relaciones de poder; refleja la capacidad de determinado grupo de formular una ideología que no sólo legitima una relación de poder particular entre comunidades étnicas, sino que resulta ser un mecanismo útil para reproducir esa relación. Dentro del discurso racista el poder se ejerce epistemológicamente en las prácticas duales de nombrar y evaluar al otro, ya que ambas actividades permiten la clasificación de los individuos y les atribuyen un rol pasivo: reciben lo que decide el que sustenta el poder. La identidad blanca, la mayoritaria, se considera legítima dueña de las «cosas», de los esclavos. Las calificaciones determinan el estatus social de la persona. En todo este proceso, sin embargo, el hecho social más significativo es, sin duda, la exacerbación del color como criterio cotidiano social. Pues, ser calificado como blanco, era de por sí solo indicador de la condición de libre. La identidad socio – profesional de los hombres libres, se crea a partir de la expresión «vivir de…», en oposición al esclavo que «servían a …» alguien . Es en este proceso de nominación y negación del sujeto del Otro, en el que se inscribe el subtítulo del trabajo: «Tras las huellas del racismo. El hombre como mercancía, el color como estigma». En definitiva, la noción de «color» heredada de ésta época, no designaba, específicamente, matices de pigmentación o distinto grados de mestizaje, sino que trataba de definir lugares en la sociedad, en los cuales la etnia y la condición estaban indisolublemente unidas.

ESTADOS COLONIALES: LA ETIQUETA RACIAL SE HACE «LEY»

A fines del s. XVIII la trata empezó a ser cuestionada por un cierto sector «humanista», que tomará la pelea bajo sus riendas a principios del siguiente siglo. El prestigio que tenía ser negrero en las primeras décadas de la actividad esta desmoronándose. El tratante inglés Snelgrave sostenía a fines del s XVIII que «… aquellos que hacen este negocio tienen tantas razones para justificarse del reproche que se les hace como los que existen para autorizar otras ramas del comercio. ¿Cuántas ventajas no trae no sólo a los mercaderes sino a los mismos esclavos?…». Mientras que la Iglesia Católica en el siglo XVI consideraba decente arrancar de su país a los negros para salvar sus almas, en el XIX habiendo constatado el tremendo gasto humano, numerosos misioneros se levantarán contra el genocidio y tratarán de dar su apoyo a las tendencias para controlar e incluso conquistar África por parte de los europeos, para poner fin a la matanza. Desde mediados de siglo XIX se hará progresivo la prohibición de la trata de negros. Pero la renovación del interés no se explica por cuestiones humanistas, sino como lo destaca Ki-Zerbo tiene un trasfondo económico-político. En efecto, primero Gran Bretaña, y luego los demás países europeos, van a sufrir un cambio en las estructuras, la «revolución industrial». La invención de la máquina de vapor que se aplica en la hilatura, generará radicalmente nuevas necesidades. Ya no había necesidad de brazos esclavos, las máquina agrícolas los estaban reemplazando. Además los negros podían servir de mano de obra en la misma África, para proporcionar las materias primas y alimentos para los consumidores europeos. Sin dejar de lado, que se convertirán en mercados selectos de la producción europea. Las metas de los capitalistas europeos se configurarán en buscar en África las posibilidades de extracción de plantaciones y minas, controlando tales recursos, y de disponer de una gran masa de consumidores. El avance europeo se deberá sobre todo a los viajeros y aventureros, y a las columnas militares británicas y francesas. Pues África era un territorio a «explorar». El coronel británico Worsley escribía en sus memorias: «…el abismo entre las civilizaciones era demasiado grande para tender un puente entre las orillas, a veces incluso demasiado grande para un entendimiento mutuo. Periódicamente, cuando los hombre rompían las barreras del idioma, montes, océano, murallas, se quedaban boquiabiertos ante lo que veían. ¿Cómo podían los hombres llevar existencia tan animalezca? ¿Eran realmente hombres?…»

Debido a la carrera más pronunciada por el «Reparto del Mundo» entre las potencias, y ante el avance exorbitante de los británicos en África, se trató en la Conferencia de Berlín (1885) de fijar las reglas de juego. La industrialización estaba ya muy avanzada en ciertos países europeos, que por otro lado tenía que defenderse del poderío agrícola e industrial de países como EEUU y Rusia, cuya producción, gracias a las mejoras de los transportes terrestres y marítimos, compiten con los europeos. Se establecieron barreras aduaneras, hasta Gran Bretaña cabeza del librecambismo cambió de idea. Había que asegurar el monopolio de las regiones productores de materias primas y de las salidas de los productos manufacturados propios. La Conferencia guiada por Bismarck plantea que la ocupación de la costa no basta para reclamar una soberanía de la portencia, a menos que éste fuese ocupado con notificación a las potencias, además los ríos del Congo y Níger se los declara libres para el comercio internacional. Así se inicia la carrera hacia África, el principal crimen imperialista. Como dice Ki-Zerbo «se ocupa un territorio porque se piensa que es necesario para proteger las ocupaciones anteriores; se ocupa, además, porque se halla al alcance de la mano; se conquista para adelantarse al vecino…». Este investigador considera que la «Historia de África» que se la puede entender desde los «giros» que el mundo occidental impuso. Uno de ellos es el vertedero de sangre de la trata negra, y el segundo el reparto y edad de oro de las potencias extranjeras. En el que se destacan Gran Bretaña, Francia, la Bélgica de Leopoldo II, y la Alemania de Bismack.

Para Bandelier, la situación colonial, es la dominación impuesta por una minoría extranjera racial y culturalmente diferente, que actúa en nombre de una superioridad racial o étnica y cultural; dicha minoría se impone a una población autóctona que constituye una mayoría numérica, pero que se la puede considerar inferior desde un punto de vista material. La dominación es llevada a cabo por países industrializados, imponiéndose a otros países con una industria poco desarrollada y una economía atrasada o en crisis. La empresa colonial, esta legitimada en la base de una ideología (tentativas de deposición religiosa para permitir la evangelización cristiana, una acción directa de un aprendizaje importado, y en la transmisión de un modelo de cultura considerado superior), una política y administración (control de la justicia, control de las autoridades locales, oposición al régimen político local), y una empresa material (control de la tierra, y una economía ligada a la metrópolis). La penetración colonial se enmarca en la lógica: de la apropiación, privación (tierras) y producción (materias primas y mano de obra). Siempre considerando que lo «descubierto» no le pertenece a nadie.

La necesidad del Imperialismo fue la de conocer a sus colonias, desde sus instituciones hasta su modo de vida; tanto el evolucionismo como el funcionalismo antropológico ayudó a ese objetivo. Mostrando que las sociedades «primitivas» son estáticas, y por ende necesitan del contacto cultural para poder reorganizarse y equilibrase en el sistema; además negaron el pasado de cada pueblo investigado, permitiendo justificar el dominio colonial, como el inicio de la historia de esas sociedades. La fraseología científica catalogó a las sociedades en tres estadios: primitivo, bárbaro y civilizado. Mezclando factores culturales y sociales con rasgos físicos. En la primera mitad del s XIX, uno de los destacados «científicos» que configuró la noción de «raza» fue el Conde de Gobineau. Este representante de la aristocracia francesa consideraba, en su «ensayo sobre las desigualdades humanas» que el desarrollo o retroceso social dependía de factores físicos comprobables; siendo de vital importancia la conquista de un pueblo por otro de raza superior, por su condición de ser civilizado: «la variedad negra es la más baja y ocupa los peldaños inferiores. El carácter dado a su forma básica le impone su destino desde el instante mismo de la concepción. Nunca pasa de las zonas más restringidas del intelecto…» Escritos posteriores del evolucionismo y funcionalismo, así como la etnografía, destacan que las comunidades africanas encarnan el salvajismo, antítesis de los más preciados valores decimonónicos, pudor y castidad practicados supuestamente por los europeos. El gran Linneo decía «los africanos son famélicos, indecentes, y dominados por el capricho…»; y Cuvier «la prominencia de la parte inferior del rostro y el grosor de sus labios la aproximación a todas luces de los simios… estado de la más absoluta barbarie…». El negro se había convertido en la parte del eslabón perdido en la historia de la naturaleza, en ese sentido, y en tanto objetivo de estudio, su lugar estaba en los museos de historia natural y en los zoológicos. Parte de la diversión burguesa. Obvio que se lo desterró de la historia de la Humanidad. A pesar que esta seudo-ciencia quiso mostrar los rasgos físicos civilizatorios europeos, queda claro que no son las diferencias físicas observables entre los grupos humanos las que crean por sí nociones populares de raza en una determinada sociedad, sino la acepción social, más o menos consensuada y consiente, de que tales diferencias son socialmente relevantes. A partir de ello se legitima formal o informalmente una jerarquización social que puede transformarse en algunas sociedades en una criterio básico de estratificación social.

Este proceso de superioridad tiene que ver que en el transcurrir de su experiencia Europa intenta definirse y explicarse, afirmarse replicando que no es como África, irá definiendo un discurso de gran coherencia, una coherencia que se cimienta en la interpretación que tiene sobre ese continente. Poco importará la correspondencia o no con el África «real», inabarcable y probablemente incomprensible, puesto que es la relación, de dominio y poder, la que define la mirada. África es una idea, pero es una idea que tiene una historia, una tradición de pensamiento pletóricos en imágenes y vocabulario que le han dado una realidad y una presencia en y para Occidente. El discurso occidentalista habilita a un acceso a África, revelando en su misma elaboración, una mirada que filtrada para conocer(la) aumenta la distancia con respecto a ese mundo que intenta atrapar. Derrida sostiene en varios trabajos, que Occidente está asentado en la idea de «centro», ya sea la «Verdad», «Esencia», «Ley», «Dios» o el mismo hombre. Para el filósofo, al occidental se le hace incomprensible la idea de «vacío»; en este sentido, los occidentales han heredado la importancia de la presencia antes que la ausencia. De allí, proviene la necesidad de excluir a los otros centros, quienes en la práctica dejarían de ser una operación para devenir en el verdadero «Otro». El deseo de ser el centro único proyectará una idea binaria, en los cuales un término será central y el otro marginal. La única posibilidad de llegar a la realidad es por medio de conceptos e ideas que se tenga de los centros marginales. Decir OTRO equivale decir diferente, distinto. Pero la diferencia adquiere interés en la medida en que «nosotros» y los «otros» entramos en un mismo sistema. En esta concepción poco importa las resistencias armadas por las comunidades que habitan el continente, porque no existen como parte de la historia. Para Carina Mendez, si pudiéramos explicar la relación Occidente – Oriente como una operación discursiva, cabría decir que África es a la vez una presencia – ausente. En otras palabras, exhibirlo a través de un concepto equivaldría a representarlo, y al representarlo lo ausenta: «…el otro es pensado desde Occidente. Pero ¿qué es el pensamiento sino el refuerzo del sujeto de representarse los objetos, dárselos, ponérselos para él y ante él?…». Vale decir, el signo no es otra cosa que la representación; pues representar es sustituir a un ausente, y de ese modo confirmar su ausencia. La representación es la imagen opaca del Otro, y en ese eclipse esta la duplicación de la ausencia.

A medida que se arraigaba las conquistas imperialistas, el evolucionismo clásico dejó de considerar al negro como un animal para convertirlo en el primitivo, el niño necesitado de tutelaje. Por lo tanto ante los ojos del mundo los colonialistas estaban cumpliendo la tarea de educar a esos niños «faltos de razón». En este momento los test de inteligencia se hicieron ecos de los requerimientos imperialistas. Tal es así que muchos sostenían que el negro era «una hoja en blanco donde podemos escribir todo lo que deseamos, sin la necesidad de borrar primero viejas impresiones…» . Al ser la raza negra producto de una degeneración, los cientistas sociales se vieron en la obligación «moral» de preguntarse cómo regenerarla y si es posible. La respuesta es por la disciplina y el trabajo, de modo que los aspectos más agraviantes del sistema imperialista, se encuentran justificados porque están dirigidos al progreso de la raza negra . Como propone Mamdani, puesto que la vida económica en los territorios africanos era en general precapitalista a fines del s XIX, apenas existía un mercado de mano de obra en el que contratar trabajadores. Si la convención internacional había abolido el comercio de esclavos, razonaban, esto no era exactamente lo mismo que haber abolido la esclavitud. Si el fin del comercio de esclavos disminuía los suministros locales de mano de obra, la escasez se iba a llenar con varios tipos de mano de obra no libre: trabajo forzado. Para poder comprender cabalmente este proceso, Mamdani busca encuadrar su análisis en el sentido que las autoridades coloniales concibieron a la tenencia consuetudinaria de la tierra para las comunidades africanas. Al tratar de comprender las normas de acceso simplemente en términos de la falta de «propiedad privada» de la tierra, las potencias coloniales acabaran teniendo una noción consuetudinaria de tenencia de la tierra que implicaba al menos tres tergiversaciones. La primera consistía en pensar a la comunidad como propietaria consuetudinaria de la tierra, sin llegar a comprender que el derecho individual o corporativo no son excluyentes. La segunda tergiversación, apunta a considerar que los hombre con poderes rituales sobre la tierra son los líderes políticos con nombramiento como detentores y ejecutores de esa propiedad. Vale decir, para las autoridades coloniales estos «sacerdotes» tenían el derecho de asignar el uso de la tenencia a la comunidad, ya que la tierra les pertenecía. La tercera tergiversación, une a las demás, ya que como derecho comunal consuetudinario, el extraño a la comunidad no tiene derecho al uso. A raíz de esto idean un «plan de acción» que había que encontrar a todos los «propietarios de la tierra», además de «brindarles protección» contra la explotación negándoseles el derecho a disponer libremente de sus intereses.

Es el acceso consuetudinario a la tierra lo que define al campesino libre en África, es también este acceso el que le da la autonomía y lo hace un campesino libre que se auto- reproduce. El hecho de que sea consuetudinario, no lo hace menos coercitivo. El régimen que hizo cumplir las «compulsiones» se conoció como la autoridad nativa, ese sujeto que las autoridades coloniales entendieron como «jefe». Éstos eran los que se encargaban de extraer mano de obra y sus productos por la fuerza de las unidades de los campesinos libres para las autoridades coloniales. Además de ganar un salario del Estado central los jefes tenían también una fuente autónoma de ingreso: tributo personal. Este proceso generó un despotismo descentralizado. El imperativo político implicó un «rígido dualismo de la tenencia» entre «reservas de campesinos» y «granjas de colonos». Mientras que las granjas eran de dominio absoluto, las reservas implicaban el derecho consuetudinario, donde el objetivo era contener la mano de obra migratoria dentro de una posesión comunal.

Para redondear la idea que trabaja Mamdani, el campesino libre africano de la época colonial, es un productor directo en tierras que están protegidas del impacto de las fuerzas de mercado, y en esta medida sometidas a compulsión por las autoridades nativas a causa de un derecho consuetudinario a la tierra. Por lo tanto, los migrantes provenían de las reservas tribales en las que tenían un derecho consuetudinario de acceso a la tierra y a las que estaba obligado a regresar periódicamente. El derecho de regreso y compulsión están justificados en cuento derecho consuetudinario. En las primeras décadas, se exigía el trabajo forzado no sólo para el cultivo y las obras públicas, sino también para el trabajo primordial de cargador. Debido a que los medios de transportes eran escasos los puertos de exportación estaban a distancias inmensas, estos trabajadores forzados construyeron sin máquinas las vías férreas que comunicarán con los enclaves importantes. En algunas zonas se prefirió crear reservas de mano de obra para abaratar costos de traslado. Llegó a existir una categoría de trabajo forzoso que se agregó a la obligación de mano de obre reglamentada que satisfacías las necesidades de compañías y grandes obras públicas y que se convirtió en una manera de cumplir con los impuestos mixtos. Este tipo de trabajo coercitivo tuvo su corolario en altas de mortalidad. Meillaussoux considera que este proceso de la explotación colonial y avance del capitalismo, no necesariamente destruye a un modo de producción doméstica, sino que la agricultura de alimentación permanece casi totalmente al margen de la esfera capitalista, pero está, directa o indirectamente, en relación con la economía de mercado mediante el abastecimiento de mano de obra alimentada por el sector doméstico. Lo que el imperialismo pone en juego son los medios de reproducción de una fuerza de trabajo barata en provecho del capital. Es mediante la preservación de un sector doméstico productor de alimentos como el imperialismo realiza y sobretodo perpetúa la acumulación primitiva. Por lo tanto no es a nivel de las alianzas de clases capitalista y jefe de linajes corrompidos como se articula los modos de producción, sino de manera orgánica, e íntima en el plano económico. Lo que el capitalista ve como ganancia es parte de un tiempo de trabajo vendido a bajo costo.

Por lo tanto, la economía del campesino libre estaba en los intersticios de mercados y compulsiones. Vale aclarar, la distancia es más bien entre la intervención directa de la fuerza en el proceso mismo de producción (coerción extraeconómica) y su presencia indirecta y externa para garantizar las bases legales para la reproducción de las relaciones mercantiles. En una fuente de Camerún de puede leer «has de darme 40 hombres, y el jefe de la aldea pidió que pasarán el mensaje… entonces los mensajeros armados con sus fusiles embisten a los aldeanos… y agarran a quienes quieren… ¿Quieres ser liberado? Entonces dame un pollo. Dame 5 francos… no los tienes, mala suerte…». A medida que la organización colonial se imponía, las jerarquías sociales se hacías cada vez más evidentes. Sobretodo en el explotación del trabajo forzado.

El doble juego que las autoridades coloniales pusieron en la idea de «trabajo forzado» reforzó por un lado a la autoridad nativa, creando así un despotismo descentralizado; y por otro impulsó a las ideas racistas de civilización. Como rescata Mamdani, la diferenciación que se gestó entre nativos y colonos debe ser entendida no solo como categorías sobre la raza, sino necesariamente como «entidades políticas» que hicieron una forma particular de Estado. Si se vuelven fuertes políticamente, es porque fueron impuestos legalmente por un Estado que hizo una distinción entre los indígenas (nativos) y quienes no lo son (colonos). Este campo se volvió propicio para la discriminación política, social y civil. Al estigmatizar lo indígena como carente de civilización y razón suficiente para negar sus derechos a los conquistados, y al valorar lo extranjero como sello de civilización y convertirlo en una garantía de derecho, privilegios, los inmigrantes, colonos y nativos fueron clasificados racialmente como identidades legales y políticas. Quisiera aclarar, que las identidades sociales se definen como posiciones relativas, acaso negociables por estar en función de unos actores comprometidos en una red de relaciones, en un conflicto o sobre un lugar que nunca es puramente político, ni exclusivamente social, ni íntegramente religioso; por este motivo la particular topología del espacio social, permiten reivindicaciones o asignaciones identitarias nuevas. La exclusión y alteridad, son factores de todo orden cuya instauración requiere el trazado de una línea que separa a quienes lo encarnan o lo reproducen y que por ello son considerados miembros legítimos de la comunidad, de aquellos otros que no se ajustan a sus consideraciones, y que por ello, potencial o manifiestamente representan un peligro para ella. La comunidad se presenta frente a los últimos como estructura cerrada y reactiva, que mantiene latente o hace estallar el conflicto. Pero como aclara Mamdani, cuando la materia prima de la identidad política se extrae del campo de la cultura, como es la identidad étnica, el vínculo entre identidad y poder es que lo nos permite entender cómo las identidades culturales se traducen en identidades políticas, y por tanto distinguir entre ellas.

Los Estados coloniales en África por lo general prefirieron un gobierno indirecto, intento proyectar en la práctica el plan legal que fractura la identidad singular, racial y mayoritaria, nativa, en varias identidades minoritarias plurales y étnicas, tribus. Es en este sentido que busca crear en los «jefes nativos» clones de la modernidad occidental mediante un discurso civilizatorio y de asimilación. Esto generó una doble crisis, en primer lugar el proyecto civilizatorio tendía a dividir a la sociedad entre una minoría extranjera civilizada y una mayoría nativa atrasada. Y en segundo lugar, intelectuales y empresarios nativos, aspiraban a reemplazar al gobierno extranjero con el autogobierno como la base de una modernidad nativa. En este nudo está la base de la crisis del gobierno directo. Por lo tanto el plan de acción para llevar está concepción a las comunidades africanas se ideo en base a los censos coloniales. Estás planillas dividían en dos grupos a la población: unos «razas», y otros «tribus». Los no nativos son etiquetados como razas, mientras que los nativos pertenecen a las tribus. Pero está distinción tiene un significado directo a nivel legal. Todas las «razas» eran gobernadas por una sola «ley», la romana. Obviamente que existe una discriminación interna racial, entre las razas de amos (europeos) y las razas sometidas (asiáticos y árabes). En cambio, las tribus como ya advertí se manejan con el derecho consuetudinario, sus leyes son usos y costumbres. Se supone que las razas tienen un futuro común, no así las tribus. En este sentido, las consecuencias sociopolíticas del racismo están sujetas al poder que poseen los racistas. Así, un grupo puede considerar a sus vecinos como endémicamente inferiores, pero si carece de poder para imponer sus puntos de vista, éstos serán limitados y no tendrán ninguna trascendencia. Cuando un grupo impone una concepción del mundo que contiene elementos racistas, la sociedad en cuestión se divide automáticamente entre grupos mayoritarios y minoritarios. Los grupos minoritarios no son necesariamente inferiores en número, sino que son aquellos que se enfrentan con el prejuicio y el tratamiento desigual porque son vistos, de alguna manera, como inferiores. En esa dinámica, la expresión minoría es sinónimo de falta relativa de poder y el grupo mayoritario, por el contrario, posee el poder político, económico, social e ideológico.

Lo que el Estado Colonial consagró en las comunidades africanas fue la autoridad de los jefes nativos. Además que se movieron como fundamentalistas del período moderno. Al promover y poner en práctica dos propuestas engarzadas: una, que todo grupo colonizado tenía una tradición original y pura, religiosa o étnica, y dos, que debía obligarse a todo grupo colonizado a regresar a esa condición original, y que esto se haría por medio de la ley. Una identidad legal no es voluntaria y tampoco múltiple, como es el caso de la identidad social. Una vez aplicada legalmente, la identidad cultural es llevada al campo de la política y se vuelve política. Una identidad así no puede considerarse como un vestigio de la tradición a causa de su historia antigua, ni puede considerarse como una simple invención de la potencia colonial por su aplicación legal. Aún cuando están basadas en una genealogía que precede al colonialismo, identidades populares como la religión y el grupo étnico deben entenderse como la creación misma de la modernidad colonial. Distinguir entre identidades culturales y legales/políticas es distinguir entre la identificación propia y la identificación del Estado.

DEL VISO «NEGRO» COMO ESTIGMA A LA INEXISTENCIA DEL COLOR

Más que verificar mi hipótesis de las raíces del racismo, el ensayo hasta este momento ha estado apoyado en la relación de dos categorías interelacionadas: RACISMO Y PODER, vinculación que deriva necesariamente la EXCLUSIÓN. Porque como demostré el racismo es intolerante y excluyente, priva a los segregados de sus propias normas, confinándolos a un mundo de control social. En otras palabras, si el racismo es hegemónico impone a los segregados normas externas a través del castigo y terror. Este sistema de poder es el que se aplicó en la trata negrera y se duplicó en el trabajo forzado colonialista. En este sentido, fue necesario comprender los significados políticos que la etiqueta racial adoptó, para explicar la dinámica del propio racismo en ese determinado momento. Consecuentemente, se reforma a lo largo del tiempo, en tanto que cambia por los intereses y estrategias, por las interacciones entre diferentes grupos. La etiqueta racial es así fundamentalmente un acto social y cultural de interpretación, y como tal sólo puede entenderse dentro de un contexto histórico particular. El racismo no es una simple herencia del esclavismo o del colonialismo. Incluye prácticas que son producidas, discutidas y valoradas de múltiples formas y que tienen múltiples efectos.

Para Dossier «…El creciente proceso de la no diferenciación entre blancos pobres y negros o mestizos libres habría llevado a que se silenciase el color de ambos grupos. La desaparición del color está relacionada con una creciente absorción de negros y mestizos dentro del mundo libre, que ya no es monopolio de los blancos, aunque el calificativo «negro» se aún sinónimo de esclavo y, a la vez, con una desintegración social de la igualdad conferida por la libertad, o sea, desintegración social de una identidad en el color blanco, asociada a la potencial esclava…». El debate de la «inexistencia del color» en actos racistas se encausó en el análisis que se generó con la segregación espacial y social de crecientes sectores de la población producto de decisiones económico- político que reorganizan, entre otras cosas, el mercado de trabajo formal, que demanda una mayor calificación y deja fuera de la competencia a una masa marginal.

Según Meillassoux se debería repensar el juego enmarañado de la existencia del doble mercado. Ya que para él, apunta a dividir orgánicamente al proletariado en dos categorías de acuerdo a la forma de explotación que está sometido: la de los trabajadores integrados, que se reproducen íntegramente en el sector capitalista; y los trabajadores migrantes/inmigrantes ilegales, que sólo se reproducen parcialmente. Este doble mercado se apoya a través de diversas discriminaciones; la primera es sobre la distinción entre salario directo (reconstitución) y salario indirecto (mantenimiento/ reproducción). La segunda es la sabia inestabilidad del empleo que los sectores dominantes saben aprovechar pagando bajos salarios, con el fin de mantener alejados a los trabajadores integrados. En este sentido los actos xenófobos y racistas son funcionales para mantener el control y facilitar el funcionamiento de este doble mercado. Aunque los prejuicios atañen al «color», el juego tramposo está en la calificación a priori del trabajador migrante/inmigrante, llevándolo a empleos peor pagos, y justificando su superexplotación. El racismo juega una función clave en el mantenimiento de estos dos mercados. Por un lado, la de producir terror en una fracción del proletariado, ya que siempre es latente el miedo a que se rebele el sobrexplotado. Y por otro, contribuye a retrasar la conciencia de clase, al oponer a los autóctonos del inmigrante, a la tribu étnica del obrero asalariado urbano. Mientras que a nivel nacional, esa masa de campesinos – proletariados son atraídos por necesidad al sector capitalista, ya que su economía doméstica los rechaza por no poder solventar su subsistencia, por lo que el empleador toma de ganancia su «tiempo muerto»(renta), a diferencia de los inmigrantes ilegales que son obligados a retornar por no ser reconocidos sus derechos de seguro social y empleo. En este sentido es necesario replantearse el estudio del Apartheid en Sudáfrica.

Sudáfrica

Para lograr entender la política gestada en los años 50` en Sudáfrica, es necesario retrotraerse al descubrimiento ingleses de diamantes y oro de las zonas de Kimberley, en 1886. La industria minera suscitó, junto a un mercado en expansión, una enorme demanda de mano de obra africana. Tras las guerras que desbastaron a las comunidades boers, los ingleses pudieron establecer las bases de un Estado moderno con una administración adecuada, un sistema indígena uniforme y un sistema educativo mejorado. Paralelamente, la Corona Británica decidió supervisar y mantener bajo el Commwealth a la Unión Sudafricana, «independiente» desde 1910. Con la intensión de obtener una mano de obra barata africana para las minas, se ideó la política de «segregación». Lo cual asignaba a los africanos unas reservas de las cuales los jefes, las leyes, y las costumbres tribales estaban sometidas al control blanco. En este sentido, la ley sobre las Tierras de 1913 se creó con el objeto de separar el territorio en zonas blancas y reservas negras bajo el control blanco. Además los negro sólo podían acceder a las zonas urbanas si trabajaban para las empresas blancas. Para Mamdani, esta Ley ocasionó a la larga un campesinado marginal, que no le quedaba otras que convertirse en una fuerza de trabajo cautiva. Reforzada con nuevas leyes que prohibían la libre circulación y desplazamiento de las comunidades, así evitaban que los africanos buscaran mejores condiciones de empleo; siendo obligatorio los pases y el empleo continuo, por la existencia de la ley de vagos. En 1923 se terminó de dar forma a la regulación del trabajo migratorio en Sudáfrica con la Ley de Zonas Urbanas (bantú). Aquel negro que desee vivir en la ciudad tiene que gestionar su permiso, y si se aprobaba no podía residir más de once meses. Es necesario recordar que los trabajadores migrantes son, para Mamdani, campesinos libres en un escenario industrial urbano, obligados por sus derechos consuetudinarios a la compulsión del trabajo y al retorno a su reserva. Como explica Meillassoux, para los capitalistas mineros ingleses es necesario preservar, por medios legales y represivos, un lugar donde la fuerza de trabajo pueda reproducirse por sí misma, pero en el estricto nivel de la subsistencia; por eso son admitidos por tiempos cortos para evitar que el empleador se haga cargo de la masa de migrantes. Las minas lo que intentaron fue retener un flujo regular de estos trabajadores, a través del reclutamiento sistemático procedentes de las reservas. Su peor adversario en el acaparamiento de la mano de obra es el dueño de la finca, que genera constantes deudas a los campesinos para su retorno.

Los años 30` fueron desbastadores para los afrikaners poco preparados a las crisis del capitalismo. El Estado Colonial tuvo que intervenir en el mantenimiento de la mano de obra migratoria y poner un manto de seguridad a las inversiones de los «blancos pobres». El Apartheid de los 50` era en cierto modo parte de un perfeccionamiento del sistema de segregación, que respondía más a un ajuste político que económico. Implicó dos movimientos: una reorganización del aparato de control nativo, tanto en las reservas como en las ciudades, y el traslado forzoso para desplazar radicalmente a la población nativa a zonas de gobierno indirecto. Obviamente, que el apartheid fue la consolidación de la autoridad del gobierno indirecto, la institucionalización de la segregación, bajo la autoridad nativa en las tierras rurales, y bajo la autoridad policial en los albergues urbanos. El trabajador migratorio terminó de dar forma a su costado semiproletariado negativamente definido, porque en realidad era un trabajador campesino. Los albergues eran instituciones autorizadas a alojar a los campesinos migrantes durante su estadía en la ciudad, cumpliendo con su respectivo trabajo. Está política es la decisión firme de impedir la urbanización de los africanos.

Mamdani sostiene que no se debe mirar al migrante como actor pasivo, ya que en los años 50` estos fueron parte de luchas aguerridas contra los jefes en el campo, llevando consigo lo urbano en lo rural. Sobretodo en los 70`, donde eran parte del sector militante y sindicalizado que se hacia ecos del movimiento estudiantil «Conciencia Negra». A la sindicalización de esos años, se la debe despegar de los factores sociológico que comúnmente se recalcan: derrumbe de la base rural, relativa estabilidad del trabajo en zonas urbanas, albergue como lugar de la organización colectiva, falta de opción en relación con el trabajo comparada con las de los trabajadores urbanos, y la absoluta vileza del trabajo compulsivo. Éste proceso se debe comprender cabalmente con la organización interna de los nuevos sindicatos. La diferencia más notoria la dan los sindicatos comunales: con raigambre en los antecedentes de la Conciencia Negra, fomentaron internamente la participación democrática de sus miembros; a diferencia de los sindicatos industriales, con dirigentes blancos, cimentados en una representación democrática de sus miembros. Con las huelgas de Durban (1972) y Soweto (1973) el Estado colonial logró fracturar la alianza migrante- obrero urbano a través de la exclusión de los migrantes de todos los sindicatos registrados. A pesar de las directrices del gobierno, los sindicatos habían ganado la primera batalla con el Estado del Apartheid. Las tensiones surgieron en los años 80` como resultado de procesos sociales subterráneo que minaron la captación del movimiento sindical. Los sindicatos manufactureros se fueron apartando de su base en los albergues, debido a la mutación del trabajo y trabajador, y en parte al cambio de dirigencia sindical. En estos años, el migrante fue cada vez más marginado del plan sindical de sabotear al Estado del Apartheid. Cuando en 1986 se abolió el control de la corriente migratoria y la obligación de pases, y se da paso al regreso de exiliados (Congreso Nacional) se abre el paso a elecciones no raciales por primera vez en 1994. Migrantes y albergues se habían convertido en la parte vulnerable de los sindicatos y de la actividad civil, tanto por la represión estatal como las terceras fuerzas.

Como lo expone Bond el fin del apartheid racial no alteró la enorme grieta estructural en lo que se refiere a la riqueza que separa a la mayoría negra de la minoría blanca. De hecho, con el ascenso al gobierno del Congreso Nacional Africano (Mandela) y su puesta en marcha de políticas neoliberales, terminaron por exacerbar las desigualdades de clase, raza y género. La pretendida democracia social se eclipsa ante un programa de privatización de los servicios, que el Estado no hoza en encargar la resolución de los problemas sociales y ambientales. Sudáfrica terminó siendo parte del tablero de las corporaciones, que debatían sobre el futuro de las telecomunicaciones, transporte, electricidad y agua . En palabras de Bond: la realidad Sudafricana reemplazó el apartheid racial por un apartheid de clase, donde el subdesarrollo y segregación sistemática de la mayoría oprimida se hace evidente mediante prácticas económicas, políticas, legales y culturales estructurales. Lo que queda en evidencia es que, a pesar que Dossier insista en la asistencia de actos políticos racistas cimentados en la «inexistencia del color», los resultados de las políticas neoliberales del Congreso Africano terminan por peuperizar a la masa de africanos «negros», ante la desventaja que genera el mismo sistema. La sobrevivencia de aquellos que pueden financiar los servicios.

Rwanda

Para Mamdani Rwanda Colonial era distinta, ya que los censos no identificaban a tribus alguna. ´solo conocía razas: hutus como bantúes y tutsis como hamites. Presuponiendo que los primeros eran incivilizados, y los segundos todo lo contrario, civilizados. Por lo tanto, el Estado Colonial Belga identificaba identidades políticas basadas en términos raciales, no étnicos. Con el movimiento revolucionario de 1959 se pone en duda ¿quién es el enemigo? y ¿quién el pueblo?. Siendo el primer episodio significativo que convirtió a tutsis y hutus en nombres que identificaban adversarios. Quienes perdieron sostenían que era una batalla de los pobres contra los ricos, de la mayoría hutu contra la minoría tutsi. Está tendencia empezó a ser quebrada cuando los tutsi intentaron restaurar la monarquía disuelta. El violento movimiento hutu arrasó con todo lo que identificaba a este grupo, hasta con los jefes tutsis. Para que se hiciera «justicia» el nuevo Estado Republicano dominado por los hutus insistía en la continuidad de la práctica colonial de censos, para identificar la «nación», del extranjero».

Para Mamdani la conflictividad tutsi-hutu no estaba arraigada antes de la colonia; ya que en un primer momento los dos grupos étnicos luchaban contra los tutsi que estaban en el poder aliados a las potencias coloniales. Otro hecho de envergadura, es que estas personas no identifican con el nombre «hutu» sino «bakigas» montañeses. Hutu era la identidad política de todos aquellos que estaban sometidos al poder del Estado rwandés. Además, antes de la introducción de los imperialistas, existía un ennoblecimiento ritual de hutus, los individuos prósperos se volvían tutsi. Lo mismo que los tutsi podían bajar a la calidad de hutus. Lo que el colonialismo belga introdujo fue justificación del privilegio tutsi. Por primera vez, la etiqueta racial colonial en Rwanda identifica a tutsi como extranjero, y hutu como indígena. De modo que su privilegio era hamítico, racialmente extranjero. Se podría considerar que los sucesos del 59` son desembocadura de la génesis colonialista, que se perpetuó en el tiempo. Porque al catalogar por razas el Estado convirtió la ideología social en racista. Vale decir, la reproducción de la etiqueta racial tuvo lugar a través del proyecto político nacionalista que tradujo la identidad colonial de los hutus como la raza indígena en la nación ruandeza poscolonial, traduciendo así el proyecto de raza colonial en el proyecto de construcción de la nación después de la colonia.

Los tutsis exiliados del 50` encontraron refugio principalmente en Uganda, donde pasaron a ser parte del Ejército Nacional de Resistencia (ENR). En cada avance por la liberación de Uganda de las potencias coloniales, quedaba sin resolver la cuestión jurídica del tutsi exiliado, en relación a su postulación o representación en la asamblea ugandesa. Esto se resolvió ante una redefinición del derecho colonial otorgándole la ciudadanía ugandesa a los exiliados residentes de más de 10 años. Pero el problema no acabó aquí, ya que se debía redistribuir las tenencias incorporadas. Otra vez el problema de los tutsi y su cuerpo jurídico en Uganda se puso en duda. Se cambió de ley de residencia y ciudadanía, y se extirpó el problema de raíz. Organizando el cruce forzado de los tutsis exiliados a Rwanda. No sólo fue un regreso armado a Rwanda, sino también una expulsión armada de Uganda.

En Rwanda la Segunda República consideró que los tutsis exiliados que enfrentaban la vuelta son eternos extranjeros para los cuales la desnacionalización rwandesa será perpetua. Mientras que los tutsis residentes se los elevó políticamente como una minoría rwandesa que podía esperar legítimamente una representación minoritaria en sus instituciones política. Ya no se habla de la raza «tutsi», sino de la etnia. El concepto de etnia, si bien permite prescindir del término de raza, en realidad deja un espacio mas o menos amplio para los factores físicos. Una suerte de biologísmo que se combinaría con rasgos culturales. Para Diaz Polanco, el mayor peligro de esta concepción ronda en su ampliación relativista de las culturas, según las cuales las etnias son entidades específicas, autónomas entre sí, iguales entre sí. Según el antropólogo, cuando este relativismo se aplica a las reivindicaciones étnicas, el racismo se refuerzan con la avalancha de estereotipos; lo cual, no es inusual el hecho de que ciertas colectividades culturales se definan como superiores y consideren inferiores a otras culturas, porque cuando existe una revalorización positiva de los atributos identitarios de cierto grupo o comunidad social, suele emplearse el término etnicidad, en cambio cuando se destaca una serie de características negativas de los grupos identitarios se denomina etnicismo. Para el investigador, el tratamiento de lo étnico en varias dimensiones de la política y la ideología encubren doctrinas y comportamientos racistas de varios sectores sociales. En determinadas coyunturas históricas el racismo será la vara que divida las aguas entre el nosotros, y los otros .

Pero el regreso militar de los exiliados tutsis no fue fácil, la línea radical de los hutus consideraba que volvían a restablecer la monarquía. Esto desencadenó la segunda guerra civil en Rwanda en 1990/1994. Llegando a límites inusitados de violencia racial, que Mamdani se atreve a decir «genocida». Dossier se hace tangible en la experiencia repetida de guerras civiles rwandesas, la «inexistencia del color» queda mediatizado ante reclamos nacionalistas que se arraigaron en la colonia. Pero sobretodo, tanto raza como grupo étnico deben comprenderse como la politización de identidades extraídas de otros campos: la raza como identidad política de los no indígenas (colonos) y el grupo étnico como la identidad de los indígenas (nativos).

Queda todavía un amplio debate si la postura de Dossier de la «inexistencia del color» es sólo válida para las comunidades «afroamericanas». Queda claro que no son las diferencias físicas observables entre los grupos humanos las que crean por sí nociones populares de raza en una determinada sociedad, sino la acepción social, más o menos consensuada y consiente, de que tales diferencias son socialmente relevantes. A partir de ello se legitima formal o informalmente una jerarquización social que puede transformarse en algunas sociedades en una criterio básico de estratificación social. Como escribía Berhes en 1971 «racismo es todo conjunto de creencias en que las diferencias orgánicas, transmitidas por la vía genética (reales o imaginarias) entre los grupos humanos, están intrínsecamente asociadas con la presencia o ausencia y, por lo tanto, en que tales diferencias son una base legítima para establecer distinciones injusta entre los grupos». Pero cada visaje del racismo tiene un trasfondo de explotación económica.

BIBLIOGRAFÍA

BERNAL, .: (1993) Atenea Negra, Crítica, Barcelona.

BETHELL, V.: (1950) Los Africanos en Historia de América Latina, Crítica, Barcelona.

BOAS, M.: (1999) La cultura, Fondo de Cultura Económica, México.

BOND, P.: «Del Apartheid Racial al Apartheid de clase: la frustrante década de libertad de Sudáfrica», Monthly, Vol 55, marzo 2004.

BOU, L.: (2007) África y la Historia. Editorial Último Recurso

BLAGER, J.: (1962) Psicología de la Conducta. Paidós, Bs. As.

CARZOLIO, I.: (2003) Inclusión/exclusión. Las dos caras de la sociedad del Antiguo Régimen. Prohistoria, Rosario.

CASTORIADIS, C.: (1975) La institución imaginaria de la Sociedad. Tusquets, Barcelona, 1983

DOCKÉS, M.: (1995) La liberación medieval. Fondo de Cultura Económica, México.

DOSSIER, «La raza y el racismo en una perspectiva histórica» Historia Social (Italia), num 10, 1995, pp. 83-100.

FROMM, E.: (1941) El miedo a la Libertad. Paidós. Bs. As., 1962.

GOFFMAN, E.: (1961) Estigma, Amorrortu, Bs. As., 1970.

GOMEZ GARCÍA, M.: (2000) Las ilusiones de la identidad, Frónesis, Cátedra de Valencia.

HARRIS, M.: (1988), Manual de Antropología, Eudeba.

HUGH, T.: (1998) La trata de esclavos. Planeta, Barcelona.

INIKORI, J.: (1981) «La trata atlántica y las economías atlánticas de 1451 a 1870». En: La trata negrera del s. XV al XIX. Barcelona.

KI-ZERBO, J .: Historia del África Negra Editorial Alianza

KI-ZERBO, J .: «De Vasco da Gama al 2000».

LEWONTIN, R. C. y otros.: (1987) No está en los genes. Racismo, genética e ideología, Crítica, Barcelona.

LISCHETTI, A.: (1985) Antropología. Eudeba, Bs. As., 1999.

M’BOKOLO, E.: (1993) La dimensión africana de la trata de negros. Le Monde Diplomatique, ed. Española.

MAMDANI, M.: (1998) Ciudadano y Súbdito: África contemporánea y el legado del colonialismo tardío Siglo XXI, España (Cap 5 y 7)

MAMDANI, M.: «Darle sentido histórico a la violencia política en el África poscolonial»

MEILLASSOUX, C.: (1990) Antropología de la esclavitud. El vientre de hiero y dinero, Fondo de Cultura Económica, México.

MEILLASSOUOX, C.: (1977) Mujeres, graneros y capitales. Siglo XXI. (Segunda Parte)

MELLAFE, R.: (1987) La esclavitud en Hispanoamérica, Eudeba, Bs. As.

MEMMI, A.: (1983) «Racismo y odio del otro», en Correo de la Unesco, año XXXVI, noviembre.

KARDINER, A.: (1939) El individuo y su sociedad. Fondo de Cultura Económica, México, 1945.

KI-ZERBO,: (1980) Historia del África negra. De los orígenes al s. XIX, Alianza Universitaria.

SAID, E.: (1990) Orientalismo. Libertarias, Madrid.

SAID, E.: (1996) Cultura e Imperialismo. Anagrama, Barcelona.

SARTRE, J.: (1970) Colonialismo y neocolonialismo. Losada, Bs. As.

SCHWARTZ, (1980) «Las plantaciones de azúcar en el Brasil colonial». En Manual Cabrigge IV.

ZINN, H.: (1999) La otra historia de los Estados Unidos, Siglo XXI, México.

Páginas en Internet:

BABOT, «La revuelta en el buque naviero Don Carlos» En [CD` de la cátedra de Asia y África II] Rosario, 2005.

BARTICEVIC, M. «La esclavitud: América conquistada, África esclavizada». En [www.afro.com/barticevic] 22-11-2005.

INIKORI, J. «Trabajo forzoso y tráfico de seres humanos: la esclavitud todavía nos acecha». En [www.afro.com/inikosi]. 22-11-2005

DIAZ POLANCO, «Las aristas del racismo». En [www.naya.org/polanco/aristasdelracismo] 04-10-2006.

MENDEZ, «La alteridad como problema historiográfico». En [CD` «Xº Jornadas Interescuelas/ Departamentos de Historia] Rosario 2005.

OLAUDAH EQUIANO, «La biografía de Gustavus Vass» [CD` de la cátedra de Asia y África II] Rosario, 2005.

María Daniela Cortes miembro del Observatorio de Conflictos, Cátedra de Historia de Asia y Africa II, Universidad Nacional de Rosario, Argentina.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.