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Karakoleka, grupo de consumo ecológico en Madrid

Fuentes: Pueblos

Ante las pocas dudas que quedan sobre la inviabilidad ecológica, social y económica del modelo agroalimentario surgido de la «revolución verde», han ido naciendo diferentes respuestas y experiencias que intentan enfrentar la irracionalidad monetarista para cubrir una necesidad básica como son los alimentos. Nuestro grupo de consumo forma parte de ese movimiento en expansión que, […]

Ante las pocas dudas que quedan sobre la inviabilidad ecológica, social y económica del modelo agroalimentario surgido de la «revolución verde», han ido naciendo diferentes respuestas y experiencias que intentan enfrentar la irracionalidad monetarista para cubrir una necesidad básica como son los alimentos. Nuestro grupo de consumo forma parte de ese movimiento en expansión que, con una variedad de modelos organizativos bastante amplia, ha recuperado la relación directa entre el hecho de consumir alimentos y producirlos, y que podríamos denominar como «agroecológico».

Si nos atrevemos a catalogarnos como movimiento social se debe, en primer lugar, a que nuestra práctica como grupo pretende transformar unas relaciones económico-sociales claramente injustas y desequilibradas; en segundo lugar porque esa práctica se relaciona con la satisfacción de unas necesidades concretas de los miembros del grupo; y en tercer lugar porque los años de andadura nos han demostrado que la inclusión dentro de un grupo de consumo implica un aumento de la conciencia crítica y de la participación ciudadana, sea cual sea la motivación inicial de cada persona.

En la relación con los agricultores o proveedores solemos priorizar algunos criterios: una relación directa con el productor siempre que es posible, y que nos lleva a mantener cierta fidelidad hacia ellos; la apuesta por lo local y cercano y por productos de temporada; buenas condiciones laborales que compensamos aceptando mayores costes. Estos y otros criterios parten de reconocer el esfuerzo extra (en energía humana o no, tiempo y dinero) que supone cumplirlos, y por eso se está empezando a esbozar la idea de «certificación participativa» para salirnos del formalismo institucional de los sellos ecológicos oficiales que sólo cumplen una mínima parte de los criterios agroecológicos. Somos un grupo autogestionado, lo que significa que somos un «laboratorio» para experimentar prácticas de auto-organización.

Aprendemos economía cuando nos enfrentamos a la complejidad de la distribución y la logística y tenemos que valorar los pros y contras de cada decisión operativa. Tomamos las decisiones en asamblea procurando llegar a consensos que respeten la diversidad de perspectivas sobre la alimentación personal, lo que nos entrena en la escucha inteligente y la resolución colectiva de los conflictos. Hemos convertido el acto cotidiano de «ir a la compra» en una actividad social (con «cañas» incluidas) que amplía nuestras motivaciones para hacer más actos colectivos. Obviamente, todo esto supone dedicar un esfuerzo personal para que las cosas funcionen, pero en muchos casos supone menos tiempo que ir al supermercado, y desde luego es mucho más gratificante.

Uno de nuestros criterios organizativos para garantizar las prácticas participativas es «no crecer» sino «reproducirnos»: somos «hijos» de un grupo más antiguo y hemos contribuido a crear varios grupos nuevos a partir de la lista de espera. Vivimos una especie de explosión de grupos de consumo y de personas interesadas que no siempre pueden incorporarse o formarse como grupo nuevo ya que no es fácil encontrar locales ni a veces proveedores adecuados.

Vemos que hay un potencial de crecimiento muy elevado pero aún tenemos que resolver, al menos en Madrid, una serie de deficiencias: cada grupo está muy centrado en la gestión logística, lo que le hace descuidar los aspectos más «políticos» del modelo agroecológico; estamos muy dispersos, cada grupo se se auto-referencia consigo mismo; nos preocupa no ser capaces de cerrar los ciclos con los productos y los envases, etc… Pero estamos buscando: los grupos de Lavapiés hemos conseguido hacer por segundo año una Jornada Agroecológica y andamos explorando más elementos de colaboración política y logística. La Coordinadora de Grupos de Consumo de Madrid, compuesta por algunos grupos de los más antiguos y en la que está el nuestro, está intentando redefinir su papel y poner su experiencia y sus fallos a disposición de los grupos más nuevos. Se ha creado la Iniciativa por la Soberanía Alimentaria (ISA) que aglutina a productores, consumidores, organizaciones ecologistas y agrarias y que pretende entre otras cosas, juntar a los diferentes sectores para ver si es posible poner un poco de optimización organizativa a todo el entramado de idas y venidas de productos de un lugar para otro. Yotras gentes andan haciendo cosas parecidas en otros lugares.

Sabemos que son procesos complicados: construir alternativas es muy lento y requiere tacto y cuidado, justo lo contrario que los procesos destructivos. Estamos, además, en un marco social que dificulta enormemente cualquier proyecto alternativo: la relación campo-ciudad está destruida, la rentabilidad monetaria impone corsés a veces imposibles de romper, la escala del entramado social hace difícil ser eficaces sin crear superestructuras… Yno queremos tanto crear nuevas estructuras como compartir necesidades, experiencias y esfuerzos para poder adaptarnos entre todos a unas ciertas «economías de escala» que en lugares tan mastodónticos como Madrid parecen inevitables.


Toño Hernández forma parte del grupo de consumo «Karakoleka» de Lavapiés (Madrid).

Este artículo ha sido publicado en el nº 39 de la Revista Pueblos, septiembre de 2009.