El primer cuerpo era de un joven que no tenía más de 26 años. En menos de cuatro meses un segundo caso de suicidio llegó al consulado de El Salvador en Los Ángeles. Ambos se habrían quitado la vida cansados de permanecer como indocumentados. Uno de ellos, de hecho, estaba a un paso de la […]
El primer cuerpo era de un joven que no tenía más de 26 años. En menos de cuatro meses un segundo caso de suicidio llegó al consulado de El Salvador en Los Ángeles. Ambos se habrían quitado la vida cansados de permanecer como indocumentados. Uno de ellos, de hecho, estaba a un paso de la deportación.
«No sabemos hasta dónde la persecución migratoria y el ambiente antiinmigrante esté afectando a la comunidad, pero definitivamente está teniendo un impacto en la salud mental de nuestros migrantes. Cuando amigos y familias de ambos casos nos notificaron que los suicidas estaban desesperados por no tener papeles, por la falta de oportunidades y que uno de ellos tenía orden de deportación, fue claro que algo estaba pasando «, comentó Soudi Jiménez, portavoz del consulado de El Salvador en Los Ángeles.
Con la ayuda del consulado, los cuerpos de los dos salvadoreños fueron enviados a su país.
Sin embargo, estos incidentes no son aislados.
En junio de este año, el salvadoreño José Armando Ramos apareció colgado en su apartamento del sur de Chicago. En la última conversación que mantuvo con su familia, Ramos, al igual que sus dos compatriotas de Los Ángeles, narró en medio del llanto su desesperación por no tener documentos legales y la falta de oportunidades laborales dignas para los trabajadores indocumentados, según reportes del periódico Chicago Tribune.
El 4 de marzo, la policía de Marlborough, Massachusetts encontró al brasileño Gustavo Rezende, de 19 años, colgando de un árbol en un bosque cercano a su casa.
La madre de Rezende declaró a la prensa: «Él siempre decía: ‘He estado aquí 11 años y no tengo derechos… No tengo derecho a una licencia de conducir, no tengo derecho a seguir estudiando, no tengo derecho a nada'».
Frente a una pila de datos estadísticos, el sociólogo Agustín Kposowa, de la Universidad de California en Riverside (UCR), apunta que en sus investigaciones ha podido encontrar una tendencia de conductas suicidas mayor entre los migrantes que son indocumentadas.
«Es el secreto a voces más grande entre la comunidad de indocumentados, y los casos están ocurriendo en todo el país, lo mismo entre latinos, que africanos y asiáticos», recalcó el experto.
Para Kposowa, tras las históricas cifras de deportaciones masivas se esconde una alta tendencia suicida. «No son simplemente cifras de expulsados. Muchos no están soportando más la tensión antiimigrante y terminarán quitándose la vida», apunta el experto.
Las investigaciones de Kposowa se han centrado durante los últimos cinco años en el condado de Riverside, donde alrededor del 15% de las víctimas de suicidio mayores de 15 años eran inmigrantes, y poco menos de la mitad eran indocumentados, con datos revelados en 2009.
Riverside, una de las zonas de más rápido crecimiento de población inmigrante en Estados Unidos, mostró una tasa suicida del 10.4%, mientras que el resto del estado se colocó en 9.1%, según datos del especialista.
«Se entrevistó a jóvenes que llegaron a este país siendo niños y que ahora tienen pensamientos suicidas por la falta de oportunidades de estudio o de una licencia para conducir. Otros migrantes se sienten derrotados, vienen aquí con la esperanza de un futuro mejor, pero todo termina en una tragedia», explica el experto.
La respuesta de quitarse la vida también se refleja más allá de la frontera estadounidense. En febrero, el ecuatoriano Segundo Encalada decidió envenenarse después de haber sido deportado y separado de su familia que se quedó en el estado de Nueva York.
«La separación familiar no sólo aumenta la desintegración familiar, sino el potencial del suicidio de estos familiares que se quedaron en su país», reveló por su parte el estudio Inmigración y Comportamientos Suicidas entre Mexicanos y Mexicoamericanos. Expertos en salud coinciden en que el suicidio es el resultado de enfermedades mentales no diagnosticadas, pero también en que los indocumentados muchas veces no son elegibles para recibir ayuda psicológica o desconocen que ésta existe.
«El grupo que más nos preocupa es el de los inmigrantes recién llegados porque no saben ni cómo recurrir a las líneas de prevención del suicidio», recalca Kposowa.
A la carencia de servicios o campañas de prevención para los inmigrantes recién llegados al país, el estigma y el miedo a abordar el tema del suicidio propaga el problema social, señala María José Carrasco, directora del Centro de Acción Multicultural de la Alianza Nacional sobre Salud Mental (NAMI).
«Las políticas de ayuda mental no están destinadas a reducir el suicidio, la depresión, la ansiedad o el estrés para comunidades de inmigrantes», resumió Carrasco.
La línea de ayuda para pacientes suicidas, Didi Hirsh, registró un aumento de llamadas de 22,000 en 2007 a más de 33,000 el año pasado y sólo de condados del Sur de California.
En la esquina de jornaleros del vecindario de East Valley, en el condado de Riverside, Joaquín Parra, de 20 años, se gana la vida poniendo pisos de cerámica.
Sus padres lo trajeron a la edad de 4 años de Puebla, México, lugar al que jamás ha regresado.
«De chavito yo no tenía ni idea de qué era ser indocumentado, pero cuando creces, man!, te pega gacho. Yo no pienso quitarme la vida pero si ‘oyí’ a un camarada de la secundaria que me dijo que qué ching… hacía uno aquí. A su ‘apá’ se lo llevó la migra y él tuvo que dejar la escuela. Decía que mejor ‘tar muerto y el carnal ‘taba’ chavo», dice Joaquín mientras espera bajo el sol que alguien lo contrate.