Debido a que Estados Unidos es un país creado por acuerdo de las 13 Colonias originales, el sistema político adoptó una arquitectura federal que otorga relevancia al Congreso. De las 8084 palabras de la Constitución casi tres mil están referidas al Congreso y unas 500 al presidente y de las 27 Enmiendas 20 aluden al […]
Debido a que Estados Unidos es un país creado por acuerdo de las 13 Colonias originales, el sistema político adoptó una arquitectura federal que otorga relevancia al Congreso. De las 8084 palabras de la Constitución casi tres mil están referidas al Congreso y unas 500 al presidente y de las 27 Enmiendas 20 aluden al legislativo y a los legisladores. Originalmente era el Congreso quien elegía al presidente y todavía hoy únicamente el Senado puede destituirlo.
Los fundadores de los Estados Unidos que padecieron las monarquías europeas, especialmente la Corona Británica, repudiaban profundamente el despotismo de los reyes y no eran proclives a los liderazgos personales. Ese hecho explica por qué, en su esencia más profunda el sistema político estadounidense desconfía del presidente y se protege de él. Nadie puede ser presidente más de ocho años y casi la mitad lo han sido sólo cuatro.
Cuentan que debido a que nadie aclaró cómo debía ser nombrado, el día de la elección, un ujier trató a George Washington de «majestad». Sintiéndose ofendido, el mandatario detuvo la ceremonia para aclarar al sirviente: «Con que me llame señor es suficiente honor». Desde entonces, el protocolo oficial de los Estados Unidos sólo admite que al nombre del presidente se anteponga el titulo de señor»
Los Estados Unidos fueron un Estado antes de ser una nación. Un extraño lugar de América donde el catolicismo no es dominante, los sindicatos típicos no existieron, la clase obrera no fue nunca una clase para sí, el comunismo no echó raíces, nunca hubo un partido o un líder socialdemócrata y ningún general ha dado golpes de Estado. Se trata de una sociedad en la cual la polarización política no desmiente la cohesión ideológica cuyo centro no es una doctrina, sino un conjunto de metas compartidas centradas en el individuo y el éxito económico.
Quienes con fines analíticos se aproximen a la realidad política estadounidense a partir de fijaciones estereotipadas, preconceptos ideológicos o dogmas, están equivocados. Estados Unidos es un fenómeno histórico singular y una realidad política diferente.
El país realmente existente votó el martes 2, no para enviar un discreto mensaje a Barack Obama sino para humillarlo, hacerle saber que él fue puesto donde está para servirlo. Honrada y humildemente el presidente entendió de que se trataba, admitió la derrota como una paliza y habló de hacer mejor su trabajo. El sistema funciono. En parte la cuenta quedó saldada y la pelota fue puesta en el lado republicano.
Es cierto que al perder la Cámara de Representantes, el órgano legislativo más numeroso, popular y constitucionalmente con mayores atribuciones, Obama pierde poder, aunque también lo es que los republicanos adquieren responsabilidades. El 2012 está cerca pero no es mañana. Por delante hay una crisis que administrar y dos guerras que librar y lo que es más importante, encontrar una agenda y una figura convincente.
Por cierto, la crisis económica y las guerras no son imputables a la actual administración y los analistas más rigurosos reconocen que Obama hizo lo único que podía hacer que era preservar el sistema: usar recursos públicos para reforzar las instituciones económicas y financieras básicas del país. Todos los gobernantes saben que ningún líder y ningún programa hubiera sido capaz de remontar la crisis en dos años. Al exigir tal cosa el partido Republicano ha manipulado exitosamente la verdad, lo cual no es novedad.
Hace apenas dos años los americanos eligieron al presidente que podía haber sido el más liberal desde Franklin D. Roosevelt o como mínimo desde JFK para que hiciera lo que aquellos hicieron: corregir el rumbo del país, que es a lo que los norteamericanos llaman «cambio». El pueblo americano no quiere un país diferente, sino más eficiente.
Tal vez por observar al pie de la letra una regla ética no escrita según la cual los presidentes no acostumbran a criticar a sus antecesores, Barack Obama no insistió suficientemente en que recibió de George W Bush una herencia maldita. El actual presidente fue elegido como la mejor opción tras dos desastrosas administraciones republicanas. De haber tenido en alta estima al partido republicano, los estadounidenses hubieran votado por McCain.
La explicación del fracaso inicial de Obama que llena de júbilo a la derecha dentro y fuera de los Estados Unidos y a una parte de la izquierda en el extranjero, no tiene que ver con las intenciones y la capacidad del primer presidente negro en la historia estadounidense, sino con la fuerza del conservadurismo norteamericano que le impidió gobernar. Esa receta es conocida: primero se le impide a alguien hacer y luego se le sanciona por lo que no hizo.
En cualquier caso el daño está hecho. En la política domestica, especialmente en el manejo de la economía la ganancia republicana es total: de ahora en adelante todo lo malo que ocurra seguirá siendo culpa del presidente y todos los avances se atribuirán a la victoria republicana; los proyectos sociales: reforma de salud, reforma migratoria y programas de empleos basados en la intervención estatal; así como la reforma financiera y otros serán frenados o revertidos. Podemos olvidarnos del cierre de Guantánamo y las fechas para la retirada de Irak y Afganistán están entre signos de interrogación. Lo que hace unos meses fue una oportunidad, comienza a parecer una oportunidad perdida.
A partir de ahora ante la agenda interna que es donde se negocian los votos para la elección presidencial, los asuntos exteriores pierden prioridad y con los comités de relaciones exteriores, servicios armados, inteligencia, comercio y otros en poder de la oposición, los grandes temas de la agenda internacional: limitación de armas y desarme, cambio climático y concertación para la seguridad frente al terrorismo, serán desalentados.
No se puede augurar ningún avance en las relaciones con Rusia, puede ocurrir un peligroso retroceso en los entendimientos con China; Corea del Norte e Irán deben prepararse para escenarios peores, mientras en Israel Netanyahu respirará aliviado. Está por ver si el ego y los planes futuros de Hillary Clinton toleran los cambios de énfasis
En cuanto a América Latina la receta parece ser la misma. México ascenderá entre las prioridades no precisamente para bien y puede que los procesos políticos de signo positivo, especialmente en Venezuela y Bolivia sean confrontados más abiertamente.
En cuanto a Cuba que no creyó en las promesas de Obama y nada esperó, nada pierde. Tampoco gana.
La victoria demócrata del martes 2 de noviembre no significa que en Estados Unidos haya un nuevo gobierno, aunque sí una nueva correlación de fuerzas que condiciona a la administración y la obliga a redefinir prioridades y matizar objetivos. La derecha republicana capitalizó a su favor el descontento que ella misma creo, estimuló el conservadurismo y colocó al stablishment en mejor posición. No se sabe aun cuánto capital político ha perdido Obama aunque si es evidente que sus adversarios ganaron mucho.
Hace cincuenta años que escucho decir que el pueblo americano es una cosa y sus gobiernos otra. Es falso. El pueblo americano es parte del imperio americano. No se puede decir que haya girado a la derecha porque nunca estuvo en la izquierda. Mientras se realinean las fuerzas correrán las tintas. Allá nos vemos.
Fuente: http://www.argenpress.info/2010/11/los-americanos-no-giraron-la-derecha.html