Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Introducción del editor de Tom Dispatch
En su segundo día en el Despacho Oval, Barack Obama prometió cerrar la prisión tristemente célebre de Guantánamo en el plazo de un año, pero como dijo recientemente el Wall Street Journal «rápidamente echó marcha atrás después de encontrar oposición de los republicanos y de algunos legisladores demócratas». ¡Y esos fueron los buenos tiempos!
En el nuevo paisaje político post electoral, que indudablemente incluirá una tempestad de investigaciones republicanas del gobierno de Obama, no penséis por un segundo que Guantánamo pueda cerrarse. Además, los resultados de la elección probablemente asegurarán que se impongan las frecuentemente ridiculizadas comisiones militares en esa prisión y que simplemente se evapore cualquier plan para juzgar a presuntos terroristas en un sistema judicial civil
En términos de veredictos de culpabilidad, probablemente no importa ni un ápice. En términos de reforzar el sistema de Guantánamo, ciertamente importa. Pero, seamos realistas, Guantánamo -esa joya de la corona y Triángulo de las Bermudas del sistema offshore de injusticia del gobierno de Bush- está incrustado en nuestro mundo con tanta firmeza como el Departamento de Seguridad Interior, la Ley Patriota, y la Guerra Global contra el Terror (llámese como se quiera). El presidente Obama nos ha instado repetidamente a «mirar hacia adelante y no hacia atrás», y a «volver la página» respecto a gran parte de la historia de la era de Bush. Pero seamos realistas, cuando se mira hacia adelante, se sigue viendo gran parte del legado de Bush. Pensad, por lo tanto, en Guantánamo como en un escalofriante monumento vivo a lo que Bush & Cía. arraigaron en nuestro mundo.
Lo mismo que en todos los aspectos del excepcionalismo estadounidense, sin embargo, Guantánamo no es tan excepcional como quisieran creer los que lo adoran o aborrecen, como el abogado (y periodista) Chase Madar deja en claro en su primera contribución a este sitio. Tom
Guantánamo: ¿excepción o regla?
Justicia al mejor estilo estadounidense para un niño soldado en el Guantánamo de Obama
Chase Madar
Cuando estuve en Guantánamo hace algunos meses, una veterana periodista alemana dejó escapar que no le gustaba mucho el lugar. «Esto», nos confesó a muchos de los periodistas presentes, «es el peor sitio que he visitado en toda mi carrera».
No cuesta comprender por qué mi amiga amante de los superlativos se sentía así: estábamos cubriendo el caso de Omar Khadr, un canadiense de 15 años capturado después de un tiroteo con fuerzas de EE.UU. en las afueras de Kabul en julio de 2002, torturado e interrogado durante varios meses en la Base Aérea Bagram en Afganistán y luego transportado a Guantánamo. Acababa de llegar a un acuerdo de aceptación de culpabilidad que evitará un juicio ante una comisión militar en Guantánamo por cinco «crímenes de guerra». Cuatro de ellos, especialmente inventados para la ocasión, no son reconocidos como crímenes de guerra por ningún otro tribunal del planeta. (Khadr se declaró culpable de todas las acusaciones y obtendrá por lo menos un año más en Guantánamo -incomunicado- y luego tal vez lo tranfieran a Canadá para los siete años restantes.)
Aparte de Khadr y alrededor de otros 130 prisioneros que pueden esperar un juicio algún día, Guantánamo también retiene a otros 47 prisioneros de la Guerra contra el Terror quienes probablemente permanecerán «detenidos»
Guantánamo y todos los demás sitios sin derechos de habeas corpus son ciertamente sitios deprimentes -y ciertamente hay algo detestable en cuanto a la primera convicción de un niño soldado desde la Segunda Guerra Mundial. En todo caso, no pude dejar de preguntarme si mi vehemente Kollegin había visitado alguna vez una prisión federal interna como la de Terre Haute, Indiana (cuya ala de máxima seguridad fue copiada hasta en el último detalle del Campo 5 de Guantánamo), o incluso nuestro atiborrado encierro estatal corriente y moliente, el tipo que uno pasa en la autopista sin siquiera darse cuenta, o una de las dilapidadas instalaciones de detención juvenil en el Estado de Nueva York que, como sabemos los abogados que hemos representado a jóvenes delincuentes, son infernales.
Semejantes prisiones carecerán del entorno exótico del Campo Delta de Guantánamo, pero no hay que olvidarlas. A riesgo de sonar exagerado, sucede que muchísimas prisiones olvidadas en el interior de EE.UU. también abusan rutinariamente de los reclusos, al estilo de Guantánamo, son incapaces o reacias a impedir la violación de reclusos, emplean la incomunicación sostenida a largo plazo, y compiten por superar o superan al waterboarding [asfixia simulada con agua], y en la práctica están a menudo fuera de la ley. El que se obtengan confesiones, verdaderas o falsas, mediante la violencia y amenazas, tampoco es una exclusividad de Guantánamo. No cuesta encontrarlas en nuestros 48 Estados contiguos. Y en cuanto al resto de nuestro sistema carcelario, ¿dónde están los periodistas alemanes indignados? ¿Por qué no hay «lores» ingleses que califiquen el supermax federal en Florence, Colorado, de «agujero negro jurídico» como calificó lord Johan Steyn a Guantánamo?
Desgraciadamente Guantánamo no es tan excepcional, sino que se encuentra mucho más cerca de la regla en nuestro sistema de justicia penal, y el caso de Omar Khadr, en lugar de ser una anomalía de la Guerra contra el Terror, es de demasiadas maneras algo típicamente estadounidense. No cabe duda de que encarcelar a un niño soldado capturado en un país extranjero, cuyo interrogatorio implicó que fuera colgado semidesnudo en una celda de 1,5 por 1,5 metros con las muñecas encadenadas a barras al nivel de sus ojos y con un capuchón estrechamente apretado sobre su cara, y procesarlo por «asesinato» porque supuestamente lanzó una granada en un campo de batalla en el extranjero, presenta algunos problemas legales que no surgen normalmente en Spokane o Chillicothe.
Pero ¿es Guantánamo, «una traición a los valores estadounidenses»? ¡Ojalá fuera así! Por desgracia, se puede encontrar una fácil analogía para casi cada horrendo artículo en un tabloide en el caso Khadr en nuestro sistema de justicia penal de todos los días. En cierto sentido, gran parte de nuestra Guerra contra el Terror ha resultado ser una versión ligeramente más condimentada de nuestro modo «normal» de hacer justicia penal. Utilizando el caso de Omar Khadr, veámoslo paso a paso.
Niños soldados y delincuentes juveniles
El caso de Khadr debería haber sido un poco nauseabundo para nosotros, estadounidenses. ¿No ha habido una oleada de preocupación por los niños soldados en los clubes del libro y en grupos parroquiales en todo el país? El resultado, sin embargo, es que esa compasión a larga distancia se evapora cuando se aproxima. Desde el segundo en que un niño soldado apunta con un fusil a un estadounidense, no a otro africano, todos dicen adiós al niño victimizado, y hola al brutal terrorista.
La hipocresía en todo esto es menos evidente de lo que pueda parecer. Después de todo, la clemencia para delincuentes juveniles, sean niños soldados o sólo chicos del lugar, va a contrapelo estos días. Si procesamos rutinariamente a niños, incluso de menos de 15 años, como si fueran adultos -y lo hacemos- ¿por qué debería ser diferente en el caso de un niño soldado extranjero?
De hecho, EE.UU. incluso tiene unas pocas docenas de reclusos con cadena perpetua sin libertad condicional por actos cometidos cuando tenían 13 o 14 años, y la mayoría de esas sentencias fueron preceptivas más que la prerrogativa de un juez especialmente vil. (Un pequeño progreso: en mayo pasado, en Graham contra Florida, la Corte Suprema decidió que los jóvenes pueden ser condenados a cadena perpetua sin libertad condicional sólo si es por homicidio.) En general, EE.UU. ha mostrado en los últimos años muy poca clemencia hacia sus niños, o los de los demás.
Interrogatorio coercitivo de menores
En mayo pasado, el cuerpo de prensa de Guantánamo se quedó sin aliento cuando el «Interrogador Número Uno» de Khadr, Joshua Claus, describió las amenazas veladas de violación que utilizó en la Prisión Bagram para tratar de quebrantar el espíritu del joven prisionero. Si Khadr no cooperaba, le dijo Claus, sufriría la misma suerte de otro joven (e imaginario) detenido afgano que fue supuestamente enviado a una penitenciaría en EE.UU. y violado hasta la muerte en una sala de ducha por «neonazis y cuatro grandes sujetos negros». Claus, un abusador de detenidos juzgado por una corte marcial, había sido el jefe del interrogatorio final de un taxista afgano encarcelado por error a quien golpearon hasta la muerte los guardias estadounidenses en Bagram en el año 2002. Antes de recibir una sentencia bastante ligera en el caso, Claus prometió toda su cooperación en el procesamiento de Khadr, y cumplió con su parte del trato con visible entusiasmo.
Lo que pasa es que las amenazas veladas de violación y violencia contra un menor de Claus no habrían sido tan poco comunes en salas de interrogatorio en el interior del país. «Por las historias que conozco, las amenazas semejantes son de un tipo bastante usual en la táctica de interrogatorio de la policía», dice Locke Bowman, director legal del Centro de Justicia MacArthur en la Universidad Northwestern.
En el caso de los jóvenes, el problema no es que sea tan difícil conseguir una confesión falsa, incluso sin utilizar la amenaza de verdadera violencia física, como lo muestra el caso de Marty Tankleff en Long Island, para no hablar de los niños de siete y ocho años en el vecindario Englewood de Chicago quienes, en el verano de 1998, «confesaron» haber asesinado a una niña por su bicicleta. Incluso después de que el ADN del semen encontrado en el cadáver coincidió con el de un delincuente sexual serial adulto, el Superintendente de la Policía de Chicago primero se negó a exonerarlos. El Fiscal del Estado también podría haberlos procesado, si todo el Lado Sur de Chicago no hubiera amenazado con estallar.
Tortura
Bueno, ¿y en el caso de la tortura? Nos lamentamos con mucho sentimiento porque EE.UU. se «ha convertido» en un Estado que utiliza la tortura. Por desgracia esto tampoco es algo tan nuevo, ni se ha limitado a insurgentes extranjeros (sean comanches, filipinos, o vietnamitas) o presuntos terroristas. Veamos, por ejemplo, el caso del antiguo detective de alto rango de la policía de Chicago, Jon Burge, quien, durante una carrera de 20 años, realzó sus interrogatorios con ejecuciones simuladas, asfixia, electrochoques, cachazos de pistola, y sí, una forma de waterboarding. Todo esto salió a la luz en 2002 en una épica investigación especial que condujo a la revisión de más de 100 casos, varias condenas revocadas, múltiples perdones por el gobernador y los usuales procesos contra el Departamento de Policía de Chicago. Como el estatuto de limitaciones por los crímenes de Burge había expirado, el deshonorado policía fue condenado en junio pasado por perjurio y obstrucción a la justicia. Hoy espera su sentencia.
Abusos rutinarios en las prisiones
En cuando a los abusos rutinarios en las prisiones, Bagram y Abu Ghraib han sido descritas regularmente como aberraciones excepcionales, pero no es difícil encontrar los orígenes de semejante brutalidad en nuestro trato a prisioneros dentro del país. Esta continuidad es personificada por Charles Graner, el cabecilla de la tortura en Abu Ghraib. Había sido, como corresponde, guardia en el Instituto Correccional Estatal Greene de máxima seguridad en el sudoeste de Pensilvania, que también fue objeto de un gran escándalo por abuso de prisioneros a finales de los años noventa, lo que llevó al despido de varias guardias, aunque no de Graner.
El hecho es que el abuso y/o la tortura de prisioneros, aunque lejos de ser sistemático, no es tan poco común en muchas prisiones estadounidenses. Lo que mostraron las fotos de Abu Ghraib no es, según el programa estadounidense (cada vez más activo) de Human Rights Watch, tan diferente de los abusos y la brutalidad en muchos de nuestros propios encierros dentro del país.
En Nueva York, por ejemplo, una fuerza de tareas estatal convocada por el gobernador David Paterson en 2008 consideró que todo el sistema de detención para jóvenes estaba «roto». El informe oficial estableció que los guardias en todo el sistema utilizaban regularmente «fuerza excesiva» contra los jóvenes reclusos, quebrando a veces huesos y rompiendo dientes.
El abuso en las prisiones en EE.UU. puede ser igual de fatal que en Bagram. En Nueva York, un niño desequilibrado emocionalmente de 15 años murió en 2006 después que agentes correccionales lo inmovilizaron de cara al suelo. (Hay que recordar que en Bagram los interrogadores trataron de hacer que el joven Khadr hablara amenazando con enviarlo a una prisión estadounidense, lo que aparentemente consideraban por lo menos tan amenazante como cualquier cosa que pudiera existir en Afganistán.)
Los abogados que representan a los detenidos en Guantánamo son conscientes de esta situación. «Podría recomendar a un cliente que acepte diez años en un ala común de Guantánamo en lugar de tres años incomunicado en el supermax en Florence,» dice Shayana Kadidal, abogado director sénior en la Iniciativa de Justicia Global en Guantánamo en el Centro por Derechos Constitucionales. El abogado Joshua Dratel, quien participó en la muy exitosa defensa del detenido en Guantánamo David Hicks, me dijo recientemente que la peor prisión dirigida por EE.UU. no es Delta en el Campo de Guantánamo, sino más bien el Centro Correccional Metropolitano en el centro de Manhattan. Y sin embargo, de un modo algo misterioso, es más probable que los neoyorquinos estén mejor informados sobre la brutalidad en Guantánamo y Abu Ghraib que del abuso fatal y las atroces condiciones en la prisión de su propio Estado.
Sin duda Guantánamo y los diversos «sitios ocultos» globales de la CIA fueron significativamente peores en muchos aspectos importantes. Primero, el uso de la tortura ha sido mucho más generalizado en Bagram, Abu Ghraib, Guantánamo, y en las prisiones secretas establecidas en los años de Bush que en el interior del país. Además, el gobierno también ha tomado la decisión de encarcelar a algunos detenidos sin proceso durante la duración de lo que ha sido descrito como una guerra global contra el terror «multigeneracional». Incluso los prisioneros con derecho a habeas corpus han tenido problemas para lograr que las órdenes de liberación otorgadas por el aparato judicial se cumplan. Media docena de fiscales de Guantánamo -nótese, fiscales, no abogados defensores- han renunciado disgustados por todo el proceso, expresando opiniones duras sobre los defectos estructurales que inclinan el sistema hacia la obtención de condenas a costa de la justicia imparcial.
Sin embargo, nuestro sistema de justicia en el interior no es mejor, en aspectos importantes. Darrell Vandeveld es un ex fiscal de Guantánamo. Renunció en una crisis de conciencia en 2009. También fue antes defensor público en San Diego donde vio que numerosos acusados sólo pudieron obtener un simulacro de justicia. «Los derechos de la mayoría de los acusados se respetaron ocasionalmente. Es un sistema sobrecargado que sólo se ha empeorado. ¿Comparable con Guantánamo? Sin duda.» Vandeveld, quien ahora dirige la oficina del defensor público en Erie, Pensilvania, subraya que, aunque las ofensas no son idénticas, son comparables.
Agujeros negros legales, en el interior y el exterior
Una mirada al agujero negro de Guantánamo también puede provocar fácilmente reflexiones inquietantes sobre el vigor de la ley en EE.UU. en tiempos de guerra. Como señaló otro abogado hace 2.000 años cuando su república degeneraba hacia un imperio, «Inter armas silent leges» (en tiempos de guerra, las leyes guardan silencio).
Hay que considerar que la Guerra Global contra el Terror -un nombre que ha sido tímidamente abandonado sin abandonar la guerra correspondiente- no es de ninguna manera la única guerra que deforma nuestro sistema de justicia. Durante las últimas tres décadas, la Guerra contra el Crimen y la Guerra contra la Droga se han desatado en toda su violencia, y se hicieron cada vez menos metafóricas a medida que los presupuestos para la policía y las prisiones aumentan desmesuradamente, y luego vuelven a aumentar desmesuradamente. Esas violentas ofensivas en el interior han tenido lugar con mucha retórica marcial y manipulación política del temor y de la cólera, abriendo un amplio camino para los excesos de la Guerra Global contra el Terror. Al sobrecargar los tribunales penales y el sistema carcelario en un grado inimaginable hasta ahora, esas «guerras» también crearon agujeros negros legales donde el vigor de la ley es ficticio en el mejor de los casos.
Por ejemplo, la Ley de Reforma de la Litigación Carcelaria de 1995 que hizo prácticamente imposible que los reclusos demanden a las autoridades carcelarias, y que ha colocado a miles de estadounidenses fuera del alcance de todo tipo de autoridad judicial. Según Bryan Stevenson, un incomparable litigador en casos de pena capital y director ejecutivo de Equal Justice Initiative en Montgomery, Alabama:
«Los funcionarios de prisiones estadounidenses han obtenido más y más facultades discrecionales para enviar a alguien a confinamiento solitario por años; para introducir por la fuerza a personas desnudas en sus celdas, sin alimentación; para infligir medidas punitivas sin ninguna posibilidad de intervención externa. Es a menudo un sistema cerrado cuyos administradores tienen toda la autoridad, especialmente en nuestras instalaciones supermax. Funcionan de muchas manera como Guantánamo.»
Guantánamo y Bagram estaban bien dentro de nuestro potencial antes del 11-S. Sí, es verdad que los funcionarios del gobierno de Bush y expertos nos dijeron excitados cómo, en nuestro contraataque a al-Qaida «nos estábamos sacando los guantes». Para muchos estadounidenses que ya estaban en las prisiones de EE.UU., sin embargo, nunca nos hemos colocado esos guantes para comenzar. Eso provoca algunas preguntas molestas sobre cómo administramos nuestra indignación. No está de ninguna manera en claro cómo interrogatorios violentos, abusos, y torturas deberían ser más escandalosos cuando ocurren en ultramar que en Chicago.
¿Qué explica este «Jellibyismo» colectivo? ¿Es porque tantos de nuestros reclusos en el interior, especialmente en las regiones en las que se produce la opinión nacional, son afroestadounidenses y latinos, mientras la mayoría de nuestros reformadores sociales profesionales en el sector sin fines de lucro son blancos y asiáticos? ¿Es porque la mayoría de nuestros abogados de elite del interés público y propugnadores principales pro bono provienen de una media docenas de escuelas de derecho superiores donde es muy probable que hayan recibido una buena idea de tribunales federales bien atendidos, pero poca o ninguna exposición a nuestros tribunales penales sobrecargados? ¿Es simplemente demasiado deprimente ver nuestro sistema penal en desintegración, agotado, en términos parecidos a Guantánamo? ¿Se impone primero y más fuerte la insensibilidad por esas atrocidades más cercanas a nosotros? Sean cuales sean los motivos, los inmensos agujeros negros legales en nuestro sistema interior de justicia y penal han adquirido la impenetrable invisibilidad de un secreto a voces.
No es por casualidad que la mayoría de los intelectuales estadounidenses que han identificado a esos precursores internos de la Guerra Global contra el Terror -periodistas como Margaret Kimberley y Bob Herbert, y el profesor de derecho James Forman, Jr.- sean afroestadounidenses. Estadounidenses negros, cuya tasa general de encarcelamiento probablemente sea mayor que la de ciudadanos soviéticos en la cima del gulag, han tenido amplias razones durante siglos, y ahora más que nunca, para dudar de la equidad fundamental de la justicia estadounidense. Es simplemente desconcertante para los que saben cómo funciona realmente nuestro sistema que haya abogados que comparan a los tribunales militares desfavorablemente con «la versión Cadillac de la justicia» que reciben supuestamente los ciudadanos de EE.UU. (que es como un abogado defensor de Guantánamo describió a los tribunales internos de EE.UU.).
De hecho, la familiaridad aburrida de gran parte de la inmundicia de la Guerra contra el Terror puede ayudar a explicar el motivo por el cual tantos estadounidenses ven con indiferencia lo que ha sucedido en Guantánamo, y a menudo responden con exasperación al choque y horror liberal. Lo mismo ha estado ocurriendo aquí mismo durante décadas, ¿dónde habéis estado?
El procesamiento de alguien de 15 años por «asesinato» con la ayuda de un poco de tortura y algunas amenazas de violación podrá no ser el tipo de cosa que deseemos mostrar a periodistas alemanes. Simplemente se horrorizan. Les falta el contexto. Pero nosotros, estadounidenses, no tenemos realmente derecho a afirmar que nos sentimos horrorizados. Nos hemos acostumbrado hace mucho tiempo a cosas semejantes. El procesamiento del ex niño soldado Omar Khadr no ha sido nada, en otras palabras, que no sea típicamente estadounidense.
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Chase Madar es abogado en Nueva York. Escribe reseñas e informes para London Review of Books, Le Monde Diplomatique, American Conservative Magazine y CounterPunch.
Copyright 2010 Chase Madar
Fuente: http://www.tomdispatch.com/
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