Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Introducción del editor de Tom Dispatch
Lamento informar de que Chalmers Johnson [para artículos en castellano del autor vea http://www.rebelion.org/
mostrar.php?id=Chalmers+ Johnson&submit=Buscar&inicio= 0&tipo=5] falleció el sábado. Fue un fiel apoyo de este sitio, y colaboró con él regularmente desde sus comienzos. Sin la menor duda, fue uno de los autores más notables que he tenido el placer de publicar, y más aún de ser su amigo. Vio el desarrollo del mundo estadounidense con impactante claridad y presciencia. Escribió al respecto con precisión, pasión y coraje. Nunca suavizó un pensamiento o trató de simplificar. Le dediqué mi último libro, y escribí que era «el más astuto observador del modo estadounidense de la guerra que conozco. Abrió nuevos caminos y marcó la diferencia.» No cambiaría ni una sola palabra. Fue un hombre en un viaje desde Arizona en la era de la Depresión, pasando por la Guerra Fría, el colapso de la Unión Soviética, a lo profundo de un mundo en el cual los fundamentos del imperio estadounidense también comenzaron a estremecerse. Experto en Japón, ex guerrero de la Guerra Fría y asesor de la CIA se convirtió, en el Siglo XXI, en el más decidido crítico del militarismo de EE.UU. Leí por primera vez uno de sus libros cuando tenía 20 años -sobre los campesinos comunistas en el norte de China que enfrentaban las campañas japonesas de «matar todo, quemar todo, saquear todo» de finales de los años treinta. Cuando lo leí esta semana, tenía 66 años. Me beneficié de cada palabra que escribió. Su Blowback Trilogy (Blowback, The Sorrows of Empire, and Nemesis.) nos acompañará durante decenios. Su obra final: Dismantling the Empire: America’s Last Best Hope [Desmantelando el imperio: La última mejor esperanza de EE.UU.], es un testamento de su poder duradero, incluso cuando su cuerpo se debilitaba. A mi juicio, su pregunta final fue la siguiente: ¿Cómo se vería la «única superpotencia» como país en bancarrota? Formuló esa pregunta. Nadie, presumo, tiene la respuesta. Podremos descubrirla. «¡Adiós!,» decía invariablemente por teléfono. ¡Adiós!, Chal. Tom
Estos últimos años de dichosa paz han provocado verdadero pánico al congresista republicano Howard P. «Buck» McKeon, que pronto será el nuevo presidente del Comité de Servicios Armados de la Cámara. ¿Cómo? -se pregunta- ¿llegarán a conseguir los famélicos militares el dinero necesario para las armas que necesitan para mantenernos seguros, y hacia dónde van esos militares, en todo caso? «Mi preocupación es que terminemos de vuelta con un ‘arco y una flecha’ -espero que no sea así», dijo McKeon sobre las medidas de austeridad en el Pentágono de la era de Obama. Prepárate, EE.UU.: los días mansurrones de la presidencia de Obama han pasado. Una vez pasadas exitosamente las elecciones de mitad de período, los halcones belicistas salen volando y van hacia Washington.
¿No recordáis esos tiempos idílicos bajo Obama cuando cambiamos cañones por mantequilla, redujeron las fuerzas armadas y la paz estaba al alcance de la mano? Yo tampoco. Estos últimos años, por cierto, hemos visto el mayor presupuesto militar de la historia, redoblaron repetidamente una guerra, fingieron la conclusión de otra, reforzaron la estructura de bases militares de EE.UU. en todo el Gran Oriente Próximo y construyeron de modo masivo bases en Afganistán, así como escalaron la violencia de conflictos en naciones que no están en guerra con EE.UU. y aumentaron a cifras récord las tropas de Fuerzas Especiales -la expansión por las fuerzas armadas de militares clandestinos- enviadas a 75 países (15 más que a finales de la era de Bush).
Con ‘palomas’ semejantes, ¿quién necesita halcones? Y sin embargo, aterrizará a pesar de todo una nueva bandada de halcones republicanos. Puede llegar a haber tantos competidores, cuando se trate de financiar la guerra que -como deja en claro David Swanson- no se sabrá si nuestros conflictos son guerras de Obama, o guerras de McKeon, o… bueno, tendréis innumerables alternativas cuando se llegue a seguir aumentando los presupuestos militares mucho más allá de los niveles de la era de Bush.
Swanson, colaborador regular de TomDispatch, organizador contra la guerra y dinamo versátil, quien ahora dirige el sitio en la red War Is a Crime, entre otras cosas, publica su último libro: War Is A Lie, al aparecer este artículo. Utilizando su usual estilo vigoroso, encara cada argumento utilizado para justificar la guerra y todas las mentiras con las que por desgracia nos hemos familiarizado dolorosamente durante estos últimos años. Tom
El nuevo Congreso de la guerra
Una alianza bélica Obama-republicana
David Swanson
Para comprender hasta qué punto el 112 Congreso, elegido el 2 de noviembre y que entrará en funciones el 3 de enero, será dañino para la paz sobre la Tierra, hay que comprender cuán increíblemente horribles han sido el 110 y el 111 Congresos durante los últimos cuatro años y luego medir hasta qué punto es probable que las cosas empeoren aún más.
Sorprendentemente, al hacerlo salen a la vista algunos sorprendentes rayos de esperanza.
La Cámara y el Senado han tenido mayorías demócratas durante los últimos cuatro años. En enero la Cámara será dirigida por republicanos y se reducirá la mayoría demócrata en el Senado. Todavía tendemos a llamar «guerras de Bush» las guerras en Iraq y Afganistán. Los republicanos son a menudo los partidarios más entusiastas de esas guerras, mientras numerosos demócratas se autoproclaman «críticos» y «oponentes».
Guerras semejantes, sin embargo, no pueden tener lugar sin financiamiento, y los últimos cuatro años de financiamiento ascienden de por sí a un período de guerra más largo que la participación de EE.UU. en una u otra de las guerras mundiales. Tendemos a pensar en esos cuatro años como si fueran una reducción en la intensidad de las «guerras de Bush», a pesar de que en ese período el Congreso asignó realmente fondos para escalar la guerra en Iraq y luego la guerra en Afganistán, antes de que fuera reducida la presencia de tropas de EE.UU. en Iraq.
Pero lo curioso es que: aunque los demócratas sufrieron una pérdida neta de más de 60 escaños en la Cámara en las recientes elecciones de mitad de período, sólo tres de los demócratas derrotados habían votado contra el financiamiento de una escalada en Afganistán el pasado 27 de julio. Otros tres demócratas contrarios a la guerra (quiero decir aquellos que realmente votaron contra el financiamiento de la guerra) se retiraron este año, como lo hicieron dos republicanos contrarios a la guerra. Otra demócrata contraria a la guerra, Carolyn Kilpatrick de Michigan, perdió en una primaria ante el congresista electo Hansen Clarke, quien también votará probablemente contra el financiamiento de la guerra. Y otro demócrata más contrario a la guerra, Dan Maffei de Nueva York oeste, se enfrenta a una contienda que aún no ha sido decidida. Pero entre los 102 demócratas y 12 republicanos que votaron «no» al financiamiento de la escalada de la Guerra Afgana en julio, por lo menos 104 volverán en el 112 Congreso.
Esa votación en julio resultó ser un momento culminante de varios años de esfuerzos del movimiento por la paz -esfuerzos que no siempre se reflejaron en los medios- para persuadir a miembros del Congreso para que dejaran de financiar nuestras guerras. Lejos todavía de la mayoría de 218 votos necesarios para tener éxito, no hay motivo para creer que los miembros del Congreso contrarios a la guerra no vean aumentar sus filas por sobre 114 -especialmente con la rápida disminución del apoyo popular para la Guerra Afgana- si se presenta a la votación una ley destinada a financiar sobre todo la guerra en 2011.
¿Qué clase de presidente será Obama en 2012?
La votación de financiamiento de julio también marcó una transición en la próxima Cámara republicana ya que más republicanos (160) votaron «sí» que demócratas (148). Es probable que esa brecha aumente. Los demócratas tendrán menos de 100 miembros de la Cámara en enero que no se hayan vuelto ya contra las guerras más recientes de EE.UU. Los republicanos tendrán unos 225. Suponiendo que una influencia libertaria no se propague en todo el caucus republicano, y que los demócratas no den marcha atrás en su camino hacia el logro de la paz, es probable que veamos que las guerras sean consideradas por los estadounidenses como de naturaleza republicana-Obama (u Obama-republicana).
La noción de una alianza bélica entre los republicanos y el presidente al que les encanta odiar, podrá sonar estrambótica, pero comentaristas como Jeff Cohen que han prestado atención a los caminos trazados por la presidencia de Bill Clinton han estado presentando esta posibilidad desde que Obama entró al Despacho Oval. Lo que no significa que no sea embarazoso. El nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START), por ejemplo, apunta a reducir el despliegue y el potencial de proliferación de armas nucleares. Obama lo apoya. La semana pasada, vimos el espectáculo de senadores republicanos que expresaron previamente apoyo para el tratado se volvieron en contra, colocando aparentemente la oposición al presidente por encima de sus propios puntos de vista con respecto a la seguridad nacional.
Eso no significa, sin embargo, que sea probable que coloquen la oposición al presidente por encima de su apoyo a guerras que debilitan en última instancia la seguridad nacional. En los hechos, es bastante posible que en 2011 traten de separarse del presidente proponiendo aún más financiamiento de las guerras del que él solicita y desafiándolo a que no firme las leyes, o incluyendo en las leyes de guerra medidas a las que Obama se opone, pero no lo suficiente para vetarlas.
Por parte de Obama, aunque siempre se ha esforzado por trabajar con los republicanos, una ruptura clara con los demócratas no le es atractiva. Si los sondeos mostraran que los liberales han comenzado a identificarle como dirigente de guerras republicanas, puede aumentar la presión sobre su persona para que las reduzca, especialmente en Afganistán.
Si la economía, como se espera, no mejora significativamente, y si la gente comienza a asociar la falta de dinero para programas de creación de empleos con las inmensas sumas invertidas en las guerras, el presidente podría llegar a temer seriamente por su reelección -o incluso a no obtener por segunda vez la candidatura del Partido Demócrata. Su suerte se compara regularmente con la de Bill Clinton, quien fue reelegido en 1996 después de una derrota republicana a mitad de período. (En su exitosa campaña por volver al Despacho Oval, Clinton recibió la ayuda de Ross Perot, candidato independiente quien obtuvo votos republicanos y cuyo papel podría repetir en 2012 el alcalde de la Ciudad de Nueva York Michael Bloomberg.)
La historia, sin embargo, tiene sus propias sorpresas; a veces los que se repiten son los capítulos del pasado en los que no se piensa. Hay, por ejemplo, tres presidentes que no son Bill Clinton y cuyas experiencias podrían ser relevantes: La guerra de Lyndon Johnson en Vietnam condujo a su decisión de no presentarse a la reelección en 1968; la oposición a los abusos de los poderes de guerra fue probablemente un factor en decisiones similares de Harry Truman en 1952 en medio de una guerra impopular en Corea y de James Polk en 1848 después de una guerra controvertida contra México.
El recorte más cruel
Cuesta más persuadir a miembros del Congreso para que voten contra las leyes que financian guerras junto con el resto de las fuerzas armadas y lo que hemos llamado de manera tan equívoca durante los últimos 62 años el Departamento de «Defensa», que contra leyes que financian primordialmente guerras. Las leyes de «defensa» y el tamaño general de las fuerzas armadas han estado aumentando continuamente cada año, incluido 2010. Sorprendentemente, incluso con un Congreso republicano repleto de halcones belicistas, sigue existiendo la posibilidad de que esa tendencia se revierta.
Después de todo, las fuerzas derechistas dentro (y fuera) de Washington DC, han logrado convertir el déficit del presupuesto federal en un espíritu diabólico al estilo Sadam Hussein. Mientras el objetivo de muchos de los que promueven esa visión del terror del déficit puede haber tenido el propósito de meter los dedos en Wall Street en nuestros ahorros de la Seguridad Social o de reducir los fondos de las escuelas públicas, el derroche militar podría convertirse en daño colateral al hacerlo.
La bipartidaria Comisión Nacional de Responsabilidad y Reforma Fiscal, conocida en la televisión como «la comisión del déficit» y en blogs progresistas como «la comisión del alimento para gatos» (en honor de lo que podría quedar para que se lo coman nuestros ciudadanos mayores), no ha publicado todavía sus propuestas para reducir el déficit, pero los dos presidentes, Erskine Bowles y Alan Simpson, han publicado sus propios conjuntos de propuestas preliminares que incluyen la reducción del presupuesto militar en 100.000 millones de dólares. La propuesta es, en parte, vaga pero -en un nuevo giro de la elite de Washington- incluye la sugerencia de una reducción de un tercio de los gastos para el vasto imperio de bases que EE.UU. controla globalmente.
La miembro de la comisión y congresista Jan Schakowsky (demócrata de Illinois) ha propuesto recortar sólo un poco más -110.700 millones de dólares- del presupuesto militar como parte de un paquete de reformas que, a diferencia de las propuestas de los presidentes, grave a los ricos, invierta en puestos de trabajo y refuerce la Seguridad Social. Incluso si una propuesta similar termina por salir de la comisión en pleno, es poco probable que la nueva Cámara republicana apruebe nada parecido a menos que haya un auténtico aumento de la presión pública.
Mucho más de 110.700 millones de dólares podrían, de hecho, recortarse del presupuesto del Pentágono a favor de la seguridad nacional, y se podrían obtener economías aún más grandes, claro está, si se terminaran realmente las guerras de Afganistán e Iraq, una posibilidad que no se ha considerado en estas propuestas. Si los recortes militares se vombinana con importantes recortes a la Seguridad Social o a cualquier otra cosa, es probable que los progresistas se opongan al paquete igual que los republicanos.
Aunque la nueva Cámara republicana financiará las guerras por lo menos tan a menudo y tan generosamente como la Cámara demócrata saliente, es decir todo el tiempo, los votos indudablemente parecerán diferentes. La dirigencia demócrata ha tendido a permitir que los demócratas progresistas tengan la oportunidad de votar medidas contra la guerra, como enmiendas a las leyes de financiamiento de las guerras. Esas medidas han variado desde prohibiciones de todo financiamiento para las guerras a solicitudes de estrategias de salida no vinculantes. No se han aprobado, pero generaron cobertura noticiosa. También habrán facilitado, sin embargo, que algunos demócratas establezcan sus credenciales contra la guerra votando «sí» por esas enmiendas -antes de darse media vuelta y votar por el financiamiento de las guerras-. Si el financiamiento es el único voto sobre la guerra que se les permite, es más probable que algunos de ellos voten «no».
El 10 de marzo de 2010, el congresista Dennis Kucinich (demócrata de Ohio) utilizó una maniobra parlamentaria (que todavía tendrá a su disposición como miembro de la minoría) para imponer un prolongado debate sobre una resolución para terminar la guerra en Afganistán. Kucinich ha dicho que presentará una resolución similar en enero de 2011 que exigiría que la guerra terminara el 31 de diciembre de 2012. Eso asegurará una oportunidad inicial para que los observadores del Congreso evalúen la situación en el 112 Congreso. También es probable que sea la primera vez que la guerra se identifica sólidamente como propiedad del presidente y de los republicanos.
El otro sitio en el que ocurrirá una discusión pública de las guerras será en las audiencias de comité, y todos los comités de la Cámara tendrán ahora presidentes republicanos, incluidos Buck McKeon (republicano de California) en Servicios Armados, y Darrell Issa (republicano de California) en Supervisión y Reforma del Gobierno. En décadas recientes, el comité de supervisión sólo se ha utilizado vigorosamente cuando el presidente no ha pertenecido al partido del presidente. Fue el caso en 2007-2008 cuando el congresista Henry Waxman (demócrata de California) investigó la administración de Bush, a pesar de que permitió que altos funcionarios y departamentos del gobierno se negaran simplemente a cumplir las órdenes de comparecer emitidas por el comité. Será interesante ver cómo presidentes republicanos del comité reaccionan ante semejantes desafíos de órdenes de comparecer durante los próximos dos años.
Semillero de expansionismo militar
El Comité de Servicios Armados será probablemente un semillero de expansionismo militar. El presidente entrante McKeon quiere que el comandante de la Guerra Afgana, general David Petraeus, testimonie en diciembre (incluso antes de que llegue a ser presidente) sobre la próxima revisión de la política de la Guerra Afgana del gobierno de Obama, mientras que, según se informa, el Pentágono no desea que lo haga porque no hay nada bueno que informar. Aunque el presidente McKeon puede insistir en testigos tan impactantes en las noticias el próximo año, su objetivo será la expansión de la guerra, pura y simple.
De hecho, McKeon tiene interés en actualizar la Autorización de Utilizar Fuerza Militar (AUMF) de 2001 para otorgar al presidente la autoridad continua de ir a la guerra contra naciones que nunca tuvieron que ver con los ataques del 11-S. Eso seguirá despojando al Congreso de sus poderes de declarar la guerra. Del mismo modo seguirá despojando a los estadounidenses de derechos como la protección de la Cuarta Enmienda contra allanamientos y detenciones desatinadas que el presidente Obama ha tendido a justificar más sobre la base de la AUMF original que en los supuestos poderes inherentes de la presidencia en los que se apoyaron tan fuertemente los abogados de Bush.
El presidente ha dejado cada vez más claro en estas semanas posteriores a la elección que no está apurado por terminar las guerras en Iraq y Afganistán. La fecha programada para el fin de la ocupación de Iraq, 31 de diciembre de 2011, ocurrirá ahora mientras los republicanos controlan un Congreso que podría, concebiblemente, bajo los demócratas, haberse visto forzado a insistir en su derecho a terminar finalmente esa guerra. Los republicanos y sus amigos en el Washington Post discuten ahora ávidamente sobre la continuación de las guerras existentes de la forma que siempre lo discute esta parte, ampliando los límites y exigiendo tanto más -como una guerra contra Irán- que el nivel existente de demencia llega a verse como algo positivamente cuerdo.
El más rayo más esperanzador puede ser la posibilidad de un renacimiento del movimiento por la paz. Las nuevas memorias de George W. Bush revelan realmente la sorprendente fuerza que el movimiento por la paz había logrado en 2006. Ese año, el líder de la minoría en el Senado, Mitch McConnell (republicano de Kentucky), quien denunciaba en público toda oposición a la guerra, instó en privado a Bush a sacar las tropas de Iraq antes de las elecciones al Congreso. Pero ése fue el último año en el cual los intereses del movimiento por la paz estuvieron alineados con los de grupos y donantes que se orientan según el Partido Demócrata.
En noviembre de 2008, los últimos de los principales donantes del movimiento por la paz tomaron sus libretas de cheques y se fueron. Si por fin aprovecharan este momento para crear lo contrario a Fox News y a Tea Party, una maquinaria independiente de los partidos políticos que impulsara un programa de paz y justicia, todo sería posible.
David Swanson es autor del libro recién publicado War Is A Lie y de Daybreak: Undoing the Imperial Presidency and Forming a More Perfect Union. Bloguea en Let’s Try Democracy y War Is a Crime.
Copyright 2010 David Swanson
Fuente: http://www.tomdispatch.com/
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