Nadie niega, empezando por Fidel y Raúl, que Cuba atraviesa una crisis seria. De ahí, la cantidad de análisis y especulaciones divergentes, unos bien intencionados, y la mayoría malévolos. En semejante situación, no caben anatemas, y las respuestas tienen que ser, como decía José Martí, ideológicas y de debate profundo. Vamos a dejar de lado […]
Nadie niega, empezando por Fidel y Raúl, que Cuba atraviesa una crisis seria. De ahí, la cantidad de análisis y especulaciones divergentes, unos bien intencionados, y la mayoría malévolos. En semejante situación, no caben anatemas, y las respuestas tienen que ser, como decía José Martí, ideológicas y de debate profundo.
Vamos a dejar de lado a los de siempre, para quienes la mera existencia de la Revolución cubana resulta inaguantable. En nuestros países capitalistas, la campaña contra Cuba alcanza niveles altísimos de mentira, de agresividad, de estigmatización.
Hoy día, para un intelectual francés, solidarizarse con la Revolución cubana es una posicion ética, pero arriesgada y muy minoritaria. En nuestros medios, somos blanco de unos ataques insistentes, que remiten en realidad a lo que está en juego en Francia. Acreditan así la idea de que «no hay alternativa posible». «Miren a Cuba», nos dicen… y la miramos, y no se derrumba.
Cabe recordar que Cuba no es una situación virtual. Enfrenta desde hace más de un siglo al imperialismo más potente y peligroso. La nación cubana se ha construido básicamente en ese pulso. Descontextualizar el «problema cubano» es caer en una ciencia ficción politiquera. En un contexto de agresiones, de bloqueo, de crisis internacional, de errores propios también, Cuba no ha logrado implementar una política de desarrollo endógeno. La hipercentralización estatal y de la economía, la burocratización, el paternalismo, la insuficiente separación entre el partido y el estado, han llevado en parte a la situación de hoy.
Se trata pues de construir una economía liberada de las muchas trabas burocráticas, una economía descentralizada, de valorar el trabajo y de estimular a los trabajadores. Los dirigentes cubanos se enfrentan a una problemática universal: ¿cómo desarrollar las fuerzas productivas sin pasar por el capitalismo? ¿Es factible un socialismo con mercado? (lo cual dista mucho de significar un «socialismo de mercado»). ¿Cómo introducir formas conflictivas, encontradas, de propiedad sin aumentar las desigualdades? Etc.
Las soluciones no van a ser fáciles, y pueden tener un costo social y político en una sociedad cada vez más heterogénea y exigente, con fuertes aspiraciones al cambio. Quienes hablan de «terapia de choque» no conocen a Cuba. Nunca la Revolución ha dejado a nadie atrás, aunque esta vez la situación es más preocupante. Si lo hiciera, se sabotearía. El PCC ha planteado que la situación necesita una reactivación de las organizaciones populares y de masa para que los trabajadores se vuelvan actores de los cambios. Ese es un desafío mayúsculo. Son ridículos los que hablaban de «inmovilismo», los que anuncian un «retorno al capitalismo». Soy de los que consideran que en Cuba, aunque se entre en una nueva fase histórica, el impulso revolucionario no está agotado.
* El autor de este texto es profesor en la Universidad de Pau (Francia)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.