En un artículo anterior, formulaba una pregunta como titular del mismo, que decía: ¿Está usted interesado en que ETA pase a la historia? Una de las respuestas indirectas salió de las fauces del actual ministro del Interior español, Alfredo Pérez Rubalcaba, cuando anunció que su equipo de especialistas en recorte de libertades civiles, había decidido […]
En un artículo anterior, formulaba una pregunta como titular del mismo, que decía: ¿Está usted interesado en que ETA pase a la historia? Una de las respuestas indirectas salió de las fauces del actual ministro del Interior español, Alfredo Pérez Rubalcaba, cuando anunció que su equipo de especialistas en recorte de libertades civiles, había decidido paralizar la legalización del partido abertzale Sortu, porque en el despacho oficial del funcionario mentado (en la Puerta del Sol, justo encima de los calabozos donde se torturó y asesinó a miles de demócratas), los citados peritos en conculcación de derechos humanos habían decidido que tal proyecto político era otra continuidad de Batasuna.
Dado que esa agrupación fue ilegalizada ilícitamente, merced a la Ley de Partidos del régimen borbónico (hermano gemelo del que mantuvo Mubarak en Egipto, Ben Alí en Túnez, Uribe en Colombia, o que aún sostienen Alan García en Perú o el rey Mohamed VI en Marruecos), que conculca algo tan elemental como la libertad de expresión, o aún más, impone sanciones al silencio, habrá que cantarles aquello que compuso Lluís Llach: Sou vosaltres qui heu fet del silenci paraules (Sois vosotros los que habéis hecho del silencio, palabras)
No vale que los gestores de Sortu sean personas que jamás figuraron en las listas de la mentada Batasuna, cuyos objetivos políticos se mantienen firmes en decenas de miles de corazones vascos (como en HB, Euskal Herritarrok, e incluso dentro de ETA). No vale que en los estatutos se incluya la condena de todas las violencias (la del ministro también, verbal pero que esconde picanas y demás armas de destrucción humana), incluyendo la de la organización armada. No vale que miles de personas clamen en las calles por la paz definitiva, por el regreso a casa de los presos políticos. No vale que valedores internacionales hayan acompañado a Sortu en su presentación de estatutos. Ni que un nutrido grupo de europarlamentarios llamen a Zapatero a visitar la ciudad de la Cordura. No vale la mano tendida. Nada de eso sirve.
La estrategia está bien clara. Tiene que darse la confrontación, la represión, el castigo… aunque cabe una sola posibilidad para Sortu, tal vez sibilinamente diseñada en las cloacas del teatro de la Moncloa. Me explico.
Hay una obra clandestina que se llama «La batalla contra PePe«, cuyos actores principales son el propio Rubalcaba, teniendo como comparsas a Antonio Camacho (aquel que negaba la tortura, pidiendo a un periodista australiano que apagara la cámara con la que grababa), amén del resto de expertos en recortes, que cobran un buen salario en el ministerio, teniendo además acceso a los fondos reservados.
En el escenario, Don Alfredo, con ademán muy digno en su rol de cántabro de Solares, aire de Manolito Gafotas pero sin lentes, gesticula, parlotea, cacarea y bufa sobre el partido a legalizar. Decenas de mercenarios del periodismo (desde RTVE a la COPE), actuando como claqué involuntaria, tratan de someter al ministro a un interrogatorio presuntamente inteligente. El regidor de la obra indica a Don Alfredo que mueva la mano en ademán tranquilizador, colocándose políticamente a la altura del PePe, alegando que Sortu va a sufrir en el parto más que la Santísima Virgen cuando le explicaba a San José su embarazo. Mas el ministro, que es un cuco, oculta un plan tan complicado como el Laberinto de Creta.
En el cuadro siguiente, Don Alfredo sale por peteneras cántabras, en plan Guerrero del Antifaz, pelín blandiblú, pero sin Condesa Ana María, pasándole el testigo a los jueces del Supremo y estos al Constitucional. En la escena final, Don Alfredo se lava las manos ante una más que probable legalización de Sortu, allá cuando las elecciones municipales en Euskadi ya estén encima de los candidatos. El nuevo partido no tendría tiempo para hacer su campaña, ni espacio obligatorio y gratuito en la televisión y radio vascas.
El dramático final de la obra supera a la misma Agatha Christie. Rajoy sufre un ataque de histeria, Cospedal se mete monja en un convento de frailes de San Benito, Aznar solicita a Felipe González el liderazgo del GAL y el Señor Equis acaba con los linces de Doñana.
Dada la trama del bodrio, enrevesada hasta el delirio, colijo que uno de los autores podría ser alguien de la catadura de Jaume Roures, un formidable experto en montar entramados que quieren decir cosas, pero no se divisa claramente lo que se quiere conseguir, aunque se haga lo imposible para que se comprenda y se oculte el mensaje. Lo que parece no aparece, y lo que se ve resulta que no parece. Tremenda paradoja. Para entendernos, algo como el diario Público, pero en teatro.
Si la obra camina por esos derroteros, no habrá problema para la sociedad abertzale. Sus votantes serán aún más de los esperados. Todo el tiempo que se pierda en este esperpento voluntario, que Zapatero encargó al ministro del Interior, para justificar más tarde ante Rajoy que el Constitucional es infalible en materia jurídica, ayudará a que la representación municipal del sector vasco independentista, crezca de forma impensable.
En esos días, los franquistas del PePe lanzarán a la calle a sus mesnadas de falangistas, carlistas (rama Sixto de Borbón), sádicas antiabortistas, tertulianos de Intereconomía (que por cierto, aún no han pasado por el veterinario) y otro largo etcétera de seres aparentemente racionales, con el propósito que siempre les caracterizó: su amor por la violencia.
No obstante, la obra es más que patética, no por el argumento, sino por la forma y el fondo, la interpretación, el decorado y la música militar que acompaña a los actores. El director de la banda ronca en la Zarzuela tras una ingesta de buen vino, en la seguridad de que la partitura se ha interpretado sin desafine. Según su ideología, en España sólo ha asesinado ETA. Franco fue un héroe, aunque muchos opinemos que fue un terrorista millón de veces más sanguinario que todos los miembros de la organización armada.
Para que quede claro. Un demócrata convencido, que conozca el verdadero significado de tan hermosa palabra, daría la mano encantado de la vida a cualquier votante, militante o simpatizante del mundo abertzale, antes que al monarca. Aquí está la mía, Sortu.
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