Traducido para Rebelión por Guillermo F. Parodi y revisado por Caty R.
Algunos la consideran como «el principio de algo»; otros sólo ven una «agitación inútil». El día del 12 de febrero conoció la movilización de aproximadamente tres mil de personas en las calles de Argelia, congregadas para exigir la salida del régimen en el poder. A esta cifra, avanzada por la Coordinación Nacional para el Cambio y la Democracia (CNCD), se oponía el impresionante dispositivo de seguridad desplegado para impedir la marcha: alrededor de treinta mil policías controlando cada sector de la ciudad.
La CNCD se creó después de las manifestaciones del 5 al 14 de enero, con el fin de continuar su dinámica de manera pacífica. Entre sus reivindicaciones se encuentra el levantamiento del estado de emergencia, vigente desde 1992. El primer ministro Ahmed Ouyahia ya anunció que se levantará antes del fin de febrero. Los primeros que convocaron a un encuentro de todas las fuerzas democráticas fueron La Liga Argelina de los Derechos Humanos y cuatro sindicatos autónomos (Snapap, CLA, CNES y Satef). Debilitados por las múltiples estrategias del poder para destruirlos (infiltraciones, creación de sindicatos clones, arrestos…), esos sindicatos permanecen, a pesar de todo, en el centro de las luchas sociales en Argelia en los diez últimos años.
Sobre el papel de los sindicatos autónomos en el CNCD, Rachid Malaoui, del Sindicato del Personal de la Administración Pública (Snapap), precisa que son solamente iniciadores: «La Coordinación no es una institución. No tiene líder ni portavoz, reúne partidos políticos, asociaciones y jóvenes internautas». Pero el poder sabe dónde tiene que golpear para paralizar la estructura. El 12 de febrero, los representantes sindicales fueron de los primeros detenidos y retenidos en las comisarías «entre 10 y 19 horas para impedirles que participaran en la dirección de la manifestación», precisa Salem Sadali, Secretario General del Sindicato de la Educación y la Formación (Satef).
La sombra de la década negra
En opinión del CNCD, la manifestación del 12 de febrero fue un éxito, ya que «rompió el muro del miedo». Para el Frente de las Fuerzas Socialistas (FFS), que no se adhiere a la organización, no hay de qué alegrarse. Karim Tabbou, el número dos del más antiguo parido de la oposición, incluso rechaza el número de 3.000 manifestantes y lamenta que, «en vez de favorecer la cuestionamiento y una evaluación objetiva de la situación, los signatarios de la Coordinación prefieran la lógica de los aparatos donde a la gente se basta con multiplicar las siglas y las actividades mediáticas». Karim Tabbou resalta igualmente que los adherentes de la CNCD no poseen arraigo social y denuncia la presencia de personalidades provenientes del régimen, de las alianzas «infra-políticas», y sobre todo el rechazo del pasado que los lleva a concentrarse solo en el futuro: «No corresponde que Ahmed Benbitour que escribió el prefacio delibro del general Khaled Nezzar, ni a Abdelaziz Rahabi, ex embajador que apoyó a la junto militar en los años 1990, nos den lecciones de democracia. Ni a Sid Ahmed Ghozali, que era primer ministro cuando se impuso el estado de emergencia y se crearon las prisiones especiales. Si ahora vemos [al líder del RCD] a Saïd Saadi al lado de Ali Belhadj [el número dos de la ex FIS], ¿para qué habrán servido los doscientos mil muertos de los años noventa?». Esos son los motivos que minan la Coordinación desde su interior como lo demuestra un mensaje enviado por la Acción para el Cambio de Argelia, un grupo de la red social Facebook y miembro del CNCD: «¡Estamos dividiéndonos! (…) Hay miembros que repiten (…) que ya no irán si Saadi (está) allí. ¡Hay otros miembros que afirman que no irán si se excluye a Saadi de la marcha!»
¿Túnez, Egipto? Sí, pero…
Para Karim Tabbou, «en Túnez y en Egipto, fue el pueblo el que convocó a la clase política. En Argelia, es la clase política la que quiere convocar al pueblo». Pero Rachid Malaoui no comparte esta lectura: «Debemos cambiar las cosas, ya que si perdurasen dos o tres dictadores en la región, harán todo lo necesario para hacer que fracase la democratización de Túnez y Egipto». La otra divergencia entre Tabbou y Malaoui está relacionada con el papel que desempeñaría el ejército en el caso de revolución argelina. Para el primero, «los argelinos nunca confiarán en los militares que crearon falsas guerrillas para evitar las verdaderas», mientras que el segundo recuerda que «el ejército egipcio, él también, asesinó y torturó opositores en el pasado y nuestros jóvenes no tienen miedo de que los maten puesto que ellos mismos se matan entre sí todos los días».
El FFS preconiza un «trabajo de proximidad» a través de reuniones previstas, sobre todo el territorio nacional, para sensibilizar al pueblo antes de convocarlo. ¿Bastará esto para movilizar a las poblaciones rurales, punta de lanza de todas las revoluciones argelinas? Hay que reconocer que el CNCD afecta esencialmente a personas que comenzaron su experiencia militante en las organizaciones tradicionales (políticas, sindicales y asociativas) y concentradas en los medios urbanos. En cualquier caso, las montañas rebeldes de Kabylie, que consideran que han sido abandonadas por las otras regiones del país en la Primavera Negra de 2001, prefieren por el momento observar de lejos los desfiles en la capital.
Es lo que dice un joven cabilio (de Cabilia, comunidad berebere del Norte de Argelia, NdT.) que estaba en primera fila de las manifestaciones de hace diez años: «¿Por qué siempre tenemos que ir nosotros a manifestarnos a una ciudad que cuenta con cuatro millones de habitantes? ¿Y por qué no se manifiestan los argelinos?» Aunque se regocije al ver a los argelinos reaccionar uniformemente, duda de que lleguen hasta el final de su combate: «Estamos agotados por todo lo que pasa. [El poder] nos hace actuar como quiere y compra su tranquilidad con dinero. Aquí se dice que en enero el Primer Ministro llamó personalmente, al caid (juez islámico, NdT.) de la ciudad de Tizi-Ouzou para pedirle que detenga los «motines» en la ciudad».
Por su lado, la Satef quiere «fomentar debates en las universidades, ayudar a los diferentes estamentos sociales a organizarse a nivel local y, en el momento oportuno, lanzar una huelga general que podrá marcar un rumbo decisivo en el movimiento». Por el momento, el CNCD llama a manifestarse en la capital todos los sábados. ¿Conseguirá mantener la movilización por mucho tiempo si los miembros levantan el campamento el resto de la semana? El riesgo es que esta modalidad exaspere aún más a una población encolerizada, lo que provocaría nuevas manifestaciones violentas de las que el régimen saca siempre provecho para garantizar su perpetuidad.
Fuente: http://www.monde-diplomatique.