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¿Empresarios o diazferranes?

Fuentes: Rebelión

Cayo Lara dijo hace unos meses que el capitalismo es incompatible con la democracia y le cayó encima la despectiva crítica de los habladores que conforman la opinión pública. Sin embargo, el Coordinador General de IU no hablaba metafóricamente ni exageraba; lo que decía es rigurosamente cierto. Quizá sea oportuno recordar que el capitalismo es […]

Cayo Lara dijo hace unos meses que el capitalismo es incompatible con la democracia y le cayó encima la despectiva crítica de los habladores que conforman la opinión pública. Sin embargo, el Coordinador General de IU no hablaba metafóricamente ni exageraba; lo que decía es rigurosamente cierto.

Quizá sea oportuno recordar que el capitalismo es un sistema en el que un grupo muy minoritario de la sociedad, la clase capitalista o burguesa -aunque adopten los nombres de empresarios o emprendedores o inversores-, maneja la mayor parte de la riqueza social, bien para apropiársela como beneficios, bien para distribuirla en forma de impuestos, salarios, maquinaria, publicidad, materiales, compras…. Para ello administra los ingresos producidos por la venta de bienes y servicios de sus empresas y decide sus propios beneficios y los gastos -gastos corrientes e inversiones- a realizar en función de sus intereses. La graciosa justificación de este proceder es que arriesgan su dinero, cuando todo el mundo sabe -y, si no lo sabía, ahí está la crisis para hacérselo ver- que lo que arriesgan es nuestro dinero, nuestro trabajo y nuestra salud. Su poder no es absoluto, por supuesto, existen, producto de las luchas obreras, unas legislaciones fiscal y laboral que deberían cumplirse, y el Estado también realiza actividades de tipo económico, que ya se ocupan de desmontar o acomodar a sus intereses1; pero, en ese marco, su capacidad de decisión sí es absoluta. Por eso en el capitalismo unos pocos deciden por todos cómo se crea y se distribuye la riqueza de todos.

El más elemental sentido común nos dice que, si las decisiones que nos afectan a todos las toman unos pocos, no existe democracia. Si alguien creía ingenuamente que las tomaba un gobierno democráticamente elegido, no tiene más que ver lo que hacen los gobiernos cuando les hablan ‘los mercados’.

Tal vez el que Marx dijera (prólogo a la primera edición de El Capital) que «no puede hacer al individuo responsable de la existencia de relaciones de la que él es socialmente criatura» ha llevado a que, por parte de la izquierda, generalmente se analicen sólo las datos globales, la estructura del edificio, y se preste poca atención a las vigas y ladrillos que lo componen. Se conocen las cifras de nuestra desgracia (inversión, productividad, fracaso escolar…), pero la realidad cotidiana, tan importante en las luchas diarias de los trabajadores, y que es la que refleja y produce el sistema, queda relegada al plano sindical y al ámbito local. Es importante conocer esta dinámica del día a día porque la realidad empeora el modelo y también porque la forma en que los capitalistas gestionan sus empresas, el estilo de la burguesía dominante que varía de un país a otro, determina en parte no menor el devenir de la sociedad. Aunque no lo dijera Marx -pero resulta que sí lo dice un poco antes de la frase citada-, «las naciones pueden y deben escarmentar en cabeza ajena«, a lo que podría añadirse, que incluso en cabeza propia. Y sólo podemos escarmentar si conocemos lo que pasa, tanto en el modelo como en cada realización del mismo.

La derecha está encantada. En un programa de televisión de hace unos días, Pedro Schwartz, un conocido representante del fundamentalismo neoliberal, contestó a una intervención crítica del economista Juan Torres aduciendo, con la sonrisa triunfal del que ha encontrado un argumento incontrovertible y compadece a su oponente, que su argumento no se podía sostener porque implicaría que los empresarios españoles eran distintos de los del resto de Europa, lo que, siendo a todas luces falso, los eximía de toda culpa en la situación actual. De lo que se deduce que ésta se trasladaba al gobierno español de izquierdas que sí era diferente de los buenos gobiernos de la derecha europea.

Hay que contestar con claridad que sí son diferentes los empresarios españoles de los europeos, mucho más que los trabajadores. Y que si el capitalismo es deleznable, su versión feudal española es, además de miserable, ridícula.

En otras culturas existen autores que analizan seriamente la irracionalidad de la práctica capitalista, aunque, como Dilbert en USA, la presenten de forma amable. Aquí sólo El Roto y pocos más entran en sus entresijos. Este artículo intenta describir algunos elementos esenciales de lo que todo el mundo conoce y pocas veces se recoge de las empresas españolas. De cada una de las afirmaciones o descripciones siguientes se podrán citar excepciones con razón, mayormente en Cataluña y el País Vasco, pero es difícil rebatir la visión general en lo que se refiere a la industria y gran parte de los servicios; el ladrillo ha sido muy analizado en sus corrupciones, y las finanzas, aunque participan de muchas de esas características, requieren consideraciones adicionales que, por otra parte, salen frecuentemente a la luz con ocasión de los reiterados escándalos. Las pequeñas empresas no tienen autonomía para constituir un modelo y actúan al socaire de las grandes.

¿Cuáles son las características que describen y distinguen el modelo empresarial español?

El primer lema es: comprarás y venderás, y jamás fabricarás. Igual que en los cuentos de Las mil y una noches, en los que el sueño de todo mercader es comprar mercancías y revenderlas en tierras lejanas a diez veces el precio de compra, pero ahora sin el riesgo que significaría fletar y conducir una caravana. Como consecuencia, las actividades esenciales en una empresa son: hacer ofertas y facturar. Hacer ofertas no quiere decir necesariamente hacer buenas ofertas ni ganarlas. Facturar no quiere decir cobrar. Se hacen ofertas en muchos casos porque el incentivo depende del número de ellas presentadas -siempre el último día y de cualquier manera, frecuentemente con valores inventados, salvo los márgenes que son sagrados. La presión por emitir facturas en las empresas privadas es paralela a la presión por recibirlas de las administraciones públicas: en las primeras porque la contabilidad registra la facturación como ingreso, en las segundas porque hay que cumplir el presupuesto; si no se ha acabado el proyecto o la instalación no funciona, ya se verá qué se hace. Si lo facturado no se cobra, siempre se pueden poner las pérdidas como I+D.

No importa tanto que no se disponga del producto solicitado o que no se sepa ejecutar el proyecto: con la adjudicación en la mano ya se subcontratará lo que haga falta. Se da por supuesto, lo que raramente es cierto, que todo el conocimiento y todos los productos necesarios están en el mercado y se pueden comprar cuando se necesiten aun sin saber qué se quiere, por lo que lo único importante será la negociación económica. Los problemas técnicos no deben enturbiar una buena operación comercial. Los comerciales deben alejarse de los ingenieros, siempre problemáticos.

La dirección económica-financiera fundamentalmente fija los márgenes y negocia créditos y pagos. No le importa qué se hace ni cómo se hace: la empresa debe dar beneficios… o encubrir las pérdidas. Son constantes los conflictos sobre los márgenes. El ingenioso truco de retrasar los pagos -tres meses como norma, seis o más en caso de grandes empresas y administraciones públicas- le debió venir bien al primero que lo hizo, pero su generalización ha anulado la ventaja que podía suponer y ha creado una enorme inestabilidad en el sistema y aumentado, incrementado por la restricción del crédito, los impagos y la ruina de muchas pequeñas empresas.

Sobre estos dos pilares, comercial y financiero, se apoya la dirección general o presidencia, los empresarios. Desde esta altura no pueden ver la empresa; un jefe de personal (ahora director de recursos humanos) se encarga de la gente. El presidente es el primer comercial y el que negocia con los bancos. Come y cena con gente y consigue o no cosas en su entorno de relaciones, a veces, demasiadas, corruptas. (La corrupción va desde los fajos de billetes a la prestación de servicios de todo tipo y en los casos importantes se utilizan intermediarios, algunos de nombre bien conocido). La toma de decisiones se basa en criterios ajenos a consideraciones técnicas o de utilidad, y la gestión se aleja de la realidad material y social.

Consecuencia de esta óptica es la destecnificación creciente y la pérdida de autonomía de las empresas españolas. El director de producción frecuentemente no está en la dirección de la empresa: reporta al director comercial. Cuando está presente suele hacerlo como chivo expiatorio de los errores de todos los demás, además de los suyos propios: un producto entregado tarde o demasiado costoso nunca es culpa de la oferta o de la valoración económica imposibles que no se consultaron. No importa qué y cómo se hace, ni cuándo se puede hacer: eso son problemas técnicos -así se dice cuando algo no merece la atención de la alta dirección-, lo que importa es cuánto se vende. Las empresas están para ganar dinero es la respuesta a todas las observaciones sobre la preponderancia del enfoque financiero sobre la actividad de la empresa. Pero a ninguno de los repetidores incansables de tan ingeniosa frase se le ocurre que se puede ganar dinero haciendo las cosas bien, cubriendo nuevas necesidades, cumpliendo los plazos, teniendo a los empleados motivados…, cosas que en todo el mundo han sido objeto de estudios y atención. La primera víctima es la capacidad de desarrollo de productos y procesos de la empresa, área considerada de puro gasto inútil ya que no reporta beneficios inmediatos, aunque sea de buen tono en las presentaciones entre ejecutivos decir que se gasta el 7% en I+D2.

Esto redunda en pérdida de conocimiento técnico, falta de equipos humanos capaces de realizar proyectos complejos, y escasez de tecnología y productos propios.

Por eso se prefiere traer las cosas del extranjero, también como los mercaderes de Las mil y una noches; a eso, que en muchos casos es simplemente importación-exportación, se le llama encontrar un socio tecnológico, al que se convence con las relaciones comerciales y las influencias que se poseen en el mercado interior. Y los márgenes. Otras variantes son la licencia o el suministro de productos básicos para su montaje. Frecuentemente este camino lleva a abrirle el mercado al socio tecnológico que acaba instalándose aquí y desplazando o absorbiendo la empresa; lo normal es que, en este caso, el empresario se la ‘sanee’ antes, es decir, despida a trabajadores, con ayuda pública en muchos casos, para facilitar la implantación del comprador con sus propios recursos3. Hay ‘empresarios’ o ‘directivos’ especialistas en estas operaciones, verdaderos pistoleros a sueldo como los que en las películas del far west expulsaban de sus tierras a los campesinos en beneficio de los ganaderos.

Las consecuencias son inexorables. Por una parte, los sectores avanzados que necesita un país moderno, aunque esté en regresión, caen como fichas de dominó, directa o indirectamente, en manos principalmente alemanas o norteamericanas (no es nacionalismo, es constatación de lo que hacen los empresarios españoles, cosa que no pasa en Francia ni en Italia a este nivel ni mucho menos); en los demás, la degradación tecnológica es creciente y, junto con las reformas laborales, la emigración de cerebros (que fuera sí valen) y el Plan Bolonia, nos aprestamos a competir bravamente con Sierra Leona. Mención aparte, pero está fuera del alcance de estas notas, merecería la intervención de los bancos y las empresas de capital-riesgo en la agravación de esta situación.

¿Por qué esas diferencias entre el empresariado español y el francés, italiano o alemán? No es momento de extenderse sobre un tema que se sale del ámbito de este artículo, pero podría apuntarse que, frente a burguesías consolidadas en sociedades industriales maduras hace más de cien años con una clase obrera consciente y sindicatos fuertes, en España -salvo las excepciones territoriales parciales citadas- la clase capitalista actual proviene fundamentalmente del grupo feudal de los ganadores de la guerra civil a los que se sumó un puñado de arribistas durante el felipismo y el aznarato.

Que no echen la culpa de la situación a los obreros o a los técnicos españoles que, en líneas generales, son comparables a los de cualquier país europeo ni a la ‘rigidez’ de la legislación laboral. La diferencia está en el empresariado español tan competitivo de palabra como incompetente en sus acciones. Tal vez tengan la disculpa de que el regalo del sector público de los últimos veinticinco años ha sido tal bocado que no han podido digerirlo ni se había notado cómo lo malgastaban. Y de que ha legislado para ellos un Estado para el que la mejor política industrial es la que no existe.

Para ser fresador en una empresa hay que saber el oficio; para ser empresario, tener amigos. Y la cara dura de decir que crean empleo y se arriesgan. Véase, si no, Díaz Ferrán que fue su jefe y espejo durante años.

Hay excepciones, pocas por desgracia, pero ésta es la tónica general.

¿Son éstos los que van a crear empleo? ¿En qué?

Notas:

1 Por eso, en la evolución de la sociedad capitalista, como puede verse con absoluta claridad en estos momentos, las flechas de los capitalistas se dirigen, además de a recortar los derechos de los trabajadores y aumentar su parte del pastel de la producción nacional, a privar al Estado de toda función económica que no sea proporcionarles contratos a ellos con el dinero que recauda de todos; por otra parte, incluso las funciones del Estado que parecían más intocables (justicia, policía, ejército, instrucción pública y asistencia social) están siendo privatizadas con el acuerdo fundamental de las fuerzas políticas capitalistas (PPOE y derechas nacionalistas).

2 Un caso real repetido: las inversiones se consiguen con el viejo truco de convencer a la dirección de contratar una consultoría (consultor: el que te pide prestado el reloj y te cobra por decirte la hora) que dictamine sobre la situación; la aceptación del gasto por la alta dirección la compromete a asumir el dictamen resultante. El consultor pide información a fabricación y emite su informe, con lo que se cierra un círculo que podría haberse resuelto en la empresa antes y de forma más económica, si se hubiera preguntado a los que hacen las cosas.

3 Se presentaron en su día como operaciones financieras magistrales el regalo de SEAT a Volkswagen y de Pegaso (ENASA) a Iveco. Lo primero que se consiguió fue la desaparición de los departamentos de diseño, actividad que se reservaron los compradores.

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