Los Estados Unidos tienen una imprudencia espléndida para ayudar a destripar los príncipes infelices que tienen regados por el mundo. Sólo es comparable con el disimulo sinvergüenza que los caracteriza para ayudar a apuntalarlos cuando son sus aliados, secuaces y perros de presa en las maduras. Un pábulo a la larga bueno, porque nutre de […]
Los Estados Unidos tienen una imprudencia espléndida para ayudar a destripar los príncipes infelices que tienen regados por el mundo.
Sólo es comparable con el disimulo sinvergüenza que los caracteriza para ayudar a apuntalarlos cuando son sus aliados, secuaces y perros de presa en las maduras. Un pábulo a la larga bueno, porque nutre de una vez la antimateria, los procesos inversos, y termina desmenuzando las propias dictaduras, como ocurrió con las de la América Latina.
Pero que tiemblen esos amigos en las verdes, cuando sus pedestales se tambalean. Que lo digan Ben Alí, en Tunez, o Mubarak, en Egipto. Ayer, Noriega, en pleno canal de Panamá. O Saddam Hussein, allá en el rancho grande del polvorín. Hoy, Gadafi, en Libia.
Mañana… Mohammed VI, en Marruecos; Abdullah II y su primer ministro de afán, Maouf Bakhit, en Jordania; Ali Abdullah Saleh , y su vice Abd al-Rab Mansur al-Hadi, en Yemen, quienes han prometido salir en 2013 pensando escurrir así el hecho de tener que irse ahora mismo; Hamad Ibn Isa Al Khalifa y su primer ministro, Khalifa bin Salman Al Khalifa, en Bahrein.
Hasta Abdalá Bin Abdelaziz Al Saud, en Arabia Saudí; Yalal Talabani y su primer ministro, Nuri al Maliki en, en Irak, por supuesto, o Mahmud Ahmadineyad y el Líder Supremo Ayatolá Ali Jamenei, en Irán, que oran callados mientras silencian el runrún. La lista es larga.
En la cuerda floja, asustados, por lo menos advertidos, están Mohamed Ould Abdel Aziz, en Mauritania; Bashad Al-Assad, en Siria; Abdelaziz Bouteflika, en Argelia; Michel Suleiman y su provisional primer ministro Najib Mikati, en Líbano; Isaías Afewerki, en Eritrea; Omar Hassan al-Bashir, en Sudán; o Qabus ibn Said, en el Sultanato de Omán, un remedo de país cuyo día nacional, cómo no, es el cumpleaños del sultán. La lista es larguísima.
Monarquías absolutas, dinastías legendarias, herencias caducas, nepotismos sin disimulo; democracias de papel, constitucionales de adorno; presidentes de rémora y parlamentos de fábula; oposición entorpecida, opiniones proscritas; partidarios movilizados y pagos, contrincantes exiliados. Porra contra avión, piedras contra fusiles: soluciones de rejo y policía.
Y el gringo ahí
La Unión Europea y su brazo siniestro, la OTAN; Estados Unidos e Israel, donde no se sabe bien quién es el apoyo nefasto de quién: Van y vienen, arrojan redes, procuran pescar en el río revuelto del Medio Oriente (tan Próximo, como lo ven los españoles), del Magreb y de todo el noreste de África, y azuzan la jauría mediática para reforzar la confusión. ¿Qué tanto, un galimatías premeditado?
Hacen falta días, para mover las fichas, para trepar a los podios vacantes a nuevos cofrades, otros fanáticos de esas tiranías que dan pábulo a las democracias protocolares que les sirven, y a las realezas y soberanías que lo mismo.
Y tiempo, precisamente, es lo que no hay. Las bolas de nieve ruedan imparables sobre los ardientes desiertos. Los aludes van arriados por las mesetas, los llanos y las planicies. Y uno vuelve y se pregunta, ante la inesperada baraúnda: ¿esperada por cuántos, inesperada para quiénes?
«Los países de la región tienen el mismo tipo de retos en términos demográficos: las aspiraciones de su pueblo, la necesidad de reformas» , dijo hace poco el portavoz del Departamento de Estado de los Estados Unidos, Philip Crowley. «Animamos a estos países a tomar acciones específicas, que respondan a las aspiraciones y las necesidades y las esperazas del pueblo.»
Una frase que no por etérea deja de ser invulnerable. Y si no fuera porque es tenida como mentira por el gobierno que la sostiene y dicha como tal por el portavoz que la desabrocha, valdría la pena, además de citarla, repetirla por ahí.
Cualquiera creería, incluso, que es tomada de modo literal de lo dicho por algún ideólogo progresista, como dicen ellos con eufemismo, anti imperialista y nada patán.
Por eso mismo, tal vez, a muchos les pone los pelos de punta oír a CNN hablando de revolución, insurrección y rebelión por esas tierras del olvido. Rebelión, una palabra que escandaliza a la Wikipedia, ahora la trillan los gráciles reporteros de los medios occidentales. Un asunto sospechoso.
Dirán: «oportunismo gringo»; tildémoslo de rapacidad imperial, pero es pura pericia, simple y llanamente. Son años sometiendo, urdiendo, acallando.
La siempre Libia
Libia ha sido, ancestralmente, una tierra de nadie, y, por lo mismo, de todos los que cruzan por allí.
Morada de mercenarios contratados por el Antiguo Egipto, posesión cartaginesa en tiempos de Aníbal, dominio romano; invadida por los árabes, sojuzgada por los vándalos y tomada por los turcos otomanos, hados sin gracia llevaron a Libia a ser colonia de Italia en 1911.
De Italia, nada más ni nada menos; aquella patria grave cuya Roma pasó de la teta de la loba a mamar y mamarse de lobos como el Duce Mussolini, Craxi, Andreotti… ¡Berlusconi! De Italia, ni más ni menos, tan lejos de Dios y tan cerca del Papa (2). Italia, que en un agotado arrebato imperial, a comienzos del siglo XX, no halló a mano sino la desolación Libia. Y la tomó.
En territorio libio, durante la Segunda Guerra Mundial, se batieron a muerte el Afrika Korps, de Rommel, y las tropas británicas, de Montgomery. Un zorro (3) y un vizconde levantando con sus blindados el polvo de los desiertos.
Libia fue tres regiones desde tiempos inmemoriales: Cirenaica, Fezzán y Tripolitania, unidas a finales de 1950 para conformar la monarquía federal del Reino de Libia. Libia fue la primera colonia africana en lograr su independencia.
Regiones una vez vueltas provincias, luego llamadas gobernaciones, más acá nombradas distritos, desde las revueltas recientes todo aparenta que rebotan al mismo estado que tenían hace un siglo: el de vilayatos; de ahí, a un paso del de tribus.
Mientras se escinden las ideas de la izquierda en el mundo en torno al tema, Libia se escinde como nación.
El peso marrón
Para los gobiernos occidentales, Gadafi vale pocos dinares (LYDs, pues), pero Libia vale petróleo, muchísimo petróleo ligero, marrón claro, del bueno, que para los Estados Unidos y la Alianza es más que oro, más que todo, y harto más que lo que pueden significar seis millones de bereberes y árabes y un puñado de nómadas o seminómadas.
El imperio, está claro, busca ganarlo todo sin apostar nada. Nosotros no podemos caer en la trampa de la trama eterna: apostarlo todo para ganar nada.
A cuento de qué enredarnos en la ficción de que Gadafi es un sol. Magnánimos, diremos, se cotiza en dirhams (monedas), abalorios y túnicas, también, color marrón. El revolucionario que fue, y lo fue, o pudo serlo, ya no es.
Socialista junto al presidente Chávez, espada de Bolívar en alto; capitalista peculiar con Berlusconi o Aznar; sátrapa vil entre Mugabe, Mubarak y Ben Alí: Gadafi chocante de cada día, en una fase que lleva ya varios años.
Jefe beduino trepado a Guía, Líder, Hermano Líder… Gran Hermano de una tierra que a sí misma nombró la Gran Jamahiriya Árabe Libia Popular Socialista: un país que en su historia ha tenido un rey, Idris I, primero y único, 18 años en el poder, al que Muamar en buena hora bajó de un tajo. Un reycillo proveniente de Cirenaica, la misma región oriental que hace días dice Italia que «ha sido liberada» de Gadafi. Como para atar cabos.
Y que ha tenido un solo paladín en el poder, año tras año vuelto cada vez más totalitario: Gadafi, claro.
Gadafi es el jefe de Estado más antiguo del mundo. Con excepción de las monarquías, desde luego, y aunque la suya pareciera ahora otra de tantas y cada vez más afín a la que tumbó.
Gadafi, en los años setenta, se libra de las bases extranjeras y nacionaliza varias empresas petrolíferas. En 1977, proclama la Jamahiriya o Estado de las Masas, influenciada por Nasser y con clara tendencia socialista. Apoyó en un tiempo a las guerrillas y subversivos del mundo. Fue panarabista. Fue panafricanista. En 1986, el gobierno republicano estadounidense de Ronald Reagan bombardeó a Libia, asesinó a Jana, una hija adoptiva de Gadafi, y chamuscó la jaima en Trípoli.
Gadafi deshizo jerarquías militares, trastocó generalatos y estamentos encumbrados. Reclutó unas buenas docenas o centenas de mujeres vírgenes, por qué dudarlo, y con ellas conformó su guardia personal, que demostró su eficacia en el atentado contra el líder hace unos años.
Veremos ahora qué tan útil es tener un dragoneante al frente de la tropa y dentro de poco reconfirmará lo de las vírgenes cuidándole las espaldas.
Parafernalias del oportunismo
Casi con el cambio de milenio, o apenas un poco antes, la política exterior de Gadafi experimentó un fuerte viraje.
La condescendencia alega que fue una adaptación de su pensamiento a los nuevos tiempos y del país a la realidad, que en casi 1.800.000 kilómetros cuadrados apenas alberga poco más de 6 millones de habitantes, comprendidos todos, kilómetros y habitantes, sobre una de las riquezas petroleras más grandes del mundo.
La vana esperanza indicaría que todo es una estrategia para conocer mejor al enemigo, para fortalecer la revolución, para no cejar en el empeño de afianzar los logros.
Los hechos apuntan a que el pequeño niño beduino se hizo viejo, egocéntrico y opresor. El malicioso capitán del Cuerpo de Señales fue olvidando al Ché Guevara y a Nasser. El anticolonialismo resuelto de otrora es episódico. El Libro Verde maduró biche (4): las hojas, en el otoño súbito del patriarca, son hojarasca.
La jaima, genuino símbolo de identidad, se volvió el armazón pintado de un gobernante excéntrico, que se instalaba por el ancho mundo. En los jardines del Hotel Marigny de Paris. O en Alcalá de Guadaira, en Sevilla, o en los jardines del palacio de El Pardo, en Madrid, en España. En el vistoso Jardín Villa Pamphili de Roma, en Italia. O junto al Kremlin. O en Nueva York.
En Libia o afuera, en Trípoli o en las afueras, la jaima se atiborró de negocios controvertibles e invitados azarosos y zalameros, como Zapatero y los reyes de España; Aznar y su Botella; Sarkozy y su Carla; Il Cavaliere, y quién sabe cuál; Moratinos; Micheline Calmy-Rey; Lawrence Gonzi; Tony Blair. El etcétera no acaba.
Al presente, Gadafi se aferra al poder, aunque mande sólo entre la tribu Qadhadhfa, que es su familia, sus allegados y él mismo, arrinconados junto al Mediterráneo, en la Tripolitania original, en un caudillaje que ahora no va más allá de la incertidumbre.
Quiera este tiempo que sea su desobediencia al pasado lo que lo tumbe, es decir, el pueblo cansado de lo mismo y de él mismo, y no los tejemanejes afanados de los Estados Unidos y la OTAN, cuyos misiles de buena voluntad y cazas pacificadores calientan los motores, al aliento de las grandes transnacionales, que por la gracia del etéreo ven aparecer otra Irak en las narices.
Gadafi, entre tanto, rodeado de sus beldades, vocifera, desafía, miente. Y la voz telúrica en la tribuna es el canto del cisne.
(*) Juan Alberto Sánchez Marín es Periodista y director de cine y televisión colombiano.
http://juanalbertosm.blogspot.
(1) CABRERA INFANTE, Guillermo. Beldad y mentira de Marilyn Monroe. En su: Cine o sardina. España, Punto de Lectura, 1997. Pp. 322-330.
(2) Paráfrasis de la frase pronunciada por el dictador mexicano Porfirio Díaz: «¡Pobre México!, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos.»
(3) Erwin Rommel, Mariscal de Campo alemán durante la Segunda Guerra Mundial, era conocido como el «Zorro del Desierto».
(4) Biche: Adj. Col. Dicho especialmente de un fruto: Que no ha alcanzado su plenitud o culminación (DRAE).
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