Traducción para Rebelión de Alma Allende
Los guantes de látex de Salim están sucios de sangre. No puedo olvidar la escena. Uno a uno escoge los trocitos de carne entre los cristales pulverizados del auto, una Daewoo Nubira. Es el cerebro de Wahid Elhasi, disuelto por la metralla de una de las centenares de bombas lanzadas hoy por el ejército de Gadafi sobre la ciudad de Ijdabiya. Son las 11:30 del quince de marzo y acabamos de llegar a la línea del frente en Ijdabiya. Los muchachos de las milicias no nos han dejado pasar para fotografiar los cráteres de las bombas arrojadas por la aviación del régimen. Y ahora comprendemos por qué. Los bombardeos son incesantes. Distinguimos claramente un avión, gira sobre nuestras cabezas, a mucha altura, impasible, y cada vez que pasa sobre la periferia occidental de la ciudad, lanza una descarga de bombas. El estruendo de la explosión se alterna con las detonaciones de la antiaérea, que sin embargo no logra nunca alcanzar el blanco. A cada bombardeo, las ambulancias del hospital derrapan hacia el frente, que ahora está en la periferia de la ciudad, indiferentes al peligro.
Salim es uno de los voluntarios. Viene de Derna y se desplaza con el frente. Estaba en Ras Lanuf, después se replegó a Brega y ahora está aquí para asistir a los heridos. Y se quedará hasta el final o hasta que le den la orden de evacuar. «Espero morir como él, moriremos todos pero Gadafi no entrará», dice señalando a tres voluntarios que empujan despacio una camilla cubierta por una tela negra hacia la cámara mortuoria del hospital. Es el cadáver de Walid. El amigo que conducía el automóvil y que ha salido indemne del accidente, se lleva las manos a la cara para secarse las lágrimas. Él y Walid no estaban siquiera en el frente, estaban recorriendo sencillamente la Brega-Ijdabiya para regresar a Benghazi. Walid tenía 25 años y, en lugar de disfrutar de la vida, ha terminado en una cámara frigorífica.
La cámara mortuoria hiede a muerte. En el suelo hay un charco de sangre. Gotea desde una cámara abierta a medias. Los enfermeros han sacado uno de los ochos cadáveres de los enfrentamientos de estos días. Y preguntan a los periodistas si lo conocen. Por el aspecto se diría un hombre en torno a los 60 años, cabellos grises y perilla. Dicen que tiene la piel demasiado clara para ser libio, podría ser un periodista asesinado en el frente. Ha muerto de un tiro en la cabeza. Pero lo misterioso es que lo encontraron desnudo abandonado en mitad de la calle, hace dos días.
A las 12:30 comienza el sexto bombardeo de la jornada. No se han interrumpido desde las cuatro de la mañana. El niño que da vueltas solo desde esta mañana en la entrada de urgencias me pregunta si nos van a alcanzar. Le digo que esté tranquilo, que las bombas caen lejos del hospital. Pero sé que es una media mentira, porque están solo a tres kilómetros y golpean el frente pero también las primeras casas de los barrios periféricos de Bab Gharbia, a lo largo de la carretera de que viene de Trípoli. Y en efecto, en el lapso de pocos minutos llegan al hospital dos coches y una ambulancia. Del coche bajan dos hombres con dos niños en brazos. Uno de cuatro años y el otro de siete. La mirada aterrorizada y los brazos apretados al cuello de su padre. De la ambulancia, en cambio, descargan a la carrera una camilla con un joven, la ropa ensangrentada y los intestinos fuera del vientre. La bomba ha caído a pocos metros de la casa y le ha herido la metralla. Por fortuna, lo de los dos niños no es grave. El joven, en cambio, ha sido operado de urgencia y quizás se salve, pero tendrán que transferirlo lo antes posible a Benghazi, preferiblemente antes de que las milicias de Gadafi retomen el control de Ijdabiya. Y se venguen de quienes han osado oponerse a la dictadura.
El coronel ha repetido de nuevo en sus discursos: «zanqa, zanqa, dar, dar», calle por calle, casa por casa. Será una caza del hombre hasta matar a todos los opositores. Una promesa ya en parte cumplida en Brega y Ras Lanuf, las dos primeras ciudades conquistadas en el este por las tropas fieles al régimen. Hace dos días, según Muftah, en Brega los milicianos habrían detenido la ambulancia en la que se encontraba Brahim Hiblu, un chaval de las brigadas de los revolucionarios herido en la pierna, y lo habrían matado allí mismo de un disparo en la cabeza. El mismo día, siempre en Brega, habrían ido a buscar a su casa a uno de los líderes de la revuelta, Gibril Bujgama, para dispararle a continuación en la calle. Las noticias están sin confirmar, pero para comprender de qué estamos hablando bastaría con recordar que durante el asedio a Ras Lanuf de la semana pasada las fuerzas armadas de Gadafi bombardearon también el hospital y la mezquita. Y alcanzaron una ambulancia con los proyectiles de la antiaérea.
Ahmed me enseña en su teléfono móvil la foto de un chico alcanzado en la cabeza durante un bombardeo en Ras Lanuf. Sólo se reconoce la boca. En su teléfono Ahmed tiene otras imágenes. La de dos hombres literalmente despedazados por la antiaérea durante los enfrentamientos en Benghazi del día 20. Y un vídeo de un niño de seis años herido por las bombas en Ras Lanuf y muerto el día después en el hospital Aljala de Benghazi. Desde hace una semana Ahmed no ve otra cosa. Tiene 22 años y es estudiante desplazado de Khums. Al frente ha venido con un grupo de amigos del curso de medicina de la universidad Gar Yunis de Benghazi. Aprovecho para preguntarle si, habiendo trabajado en los hospitales del frente, sabe decirme el número de muertos. Me responde que en realidad no lo sabe nadie. Las ambulancias nunca han llegado hasta la primera línea de fuego, por motivos de seguridad. Y más de un herido con el que ha podido hablar, le ha contado de compañeros abandonados sobre el terreno, moribundos.
Cuando suena de nuevo la sirena de la ambulancia, es un joven de la brigada de voluntarios el que llega. Lo llevan a la carrera a la sala de operaciones, pero es ya demasiado tarde. Ha muerto desangrado. Me da la noticia el cirujano Abdelhelim, un hombre de unos sesenta años. En un rincón del quirófano, una enfermera llora. «¿Qué está esperando la ONU?», pregunta el viejo cirujano a la prensa. «¿Qué estáis esperando?».
El profesor Mahmud Fakri aumenta la dosis poco antes de que decidamos cortar el tema: «No queremos vuestras tropas, eso sería una invasión. Hemos elegido la revuelta y estamos dispuestos a pagar el precio. Pero detened sus aviones si no queréis que nos masacre. Y salid a la calle en manifestación para apoyar nuestra batalla». Cuando nos vamos, la autopista entre Ijdabiya y Benghazi lleva mucho tráfico. Escapan del frente, son centenares de automóviles. Sobre todo familias, mujeres y niños. Prolongan la paz unos cuantos kilómetros, buscando refugio en la capital de la Cirenaica en casa de amigos o parientes.
Fuente: http://fortresseurope.blogspot.com/
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