Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Como anunció recientemente el primer ministro del Reino Unido, David Cameron, Gran Bretaña, Alemania, Francia y EE.UU. han comenzado conversaciones para apoyar la transición de Libia de una dictadura violenta y para ayudar a crear las condiciones para que el pueblo de Libia pueda escoger su propio futuro.
Parece que las potencias norteamericana y europea han decidido tomar la iniciativa, después de que las revoluciones tunecina y egipcia les pillaran por sorpresa.
El razonamiento tras la intervención militar en Libia me recuerda a una declaración de la Conferencia de Berlín de 1885, en la cual las potencias coloniales de la época acordaron: «comprometerse a vigilar la preservación de las tribus nativas, y a cuidar la mejora de las condiciones de su bienestar moral y material… instruyendo a los nativos y haciéndoles entender las bendiciones de la civilización».
Cuando se trata de políticas en Medio Oriente, ¡parece que no ha habido gran cambio!
En un momento de frustración, me sentí tentado de volver a leer a Kipling y su «Oriente es Oriente, Occidente es Occidente y jamás sus caminos han de encontrarse» en busca de solaz, para explicarme por qué las potencias norteamericanas y europeas se han lanzado a tanta pasión y presura a las operaciones militares.
Pero el occidentalismo, que es «la relectura de Kipling», es una generalización tan falsa como su hermana «Este es Este» y una burda tergiversación de la parte del mundo llamada convencionalmente Occidente.
Así, la raíz del problema no es «occidente», sino más bien una determinada maquinaria política, económica y militar, un imperio que busca soberanía antes que legitimidad, en todo el globo, por todos los medios, y a pesar de la voluntad de sus pueblos, quienes son casi tan vulnerables y víctimas de sus políticas como cualquier otro pueblo del mundo.
Problemas de legitimidad
Al ver como se desarrollan en sus numerosas formas las políticas norteamericana y europea en la región, con la intervención espontánea, auto-invitada y mal recibida en Libia, tengo algunas preguntas sobre la moralidad política.
¿Qué es lo que hace que la intervención militar sea deseable, agradable y familiar para los protagonistas norteamericanos y europeos a pesar de su naturaleza obscena, perdidamente pragmática y egoísta, condescendiente e irrespetuosa?
¿Por qué se arrogan los gobiernos la prerrogativa de poder lanzar ataques militares a pesar de que su acción carece de apoyo popular legítimo en el interior y de demandas obvias del pueblo libio?
¿Hay algo en la historia reciente que pueda esclarecer un poco el modo de pensar de los responsables políticos en los pasillos del poder de las potencias norteamericana y europea?
Conocemos la respuesta inmediata. Voy a excluir justificaciones humanitarias y altruistas. Simplemente no son lógicas.
Las potencias norteamericanas y europeas tienen ciertos intereses nacionales, mundanos, concretos, y pragmáticos, en la región. Consideran que la zona es simplemente demasiado importante para abandonarla.
Esto su puede deducir de cómo los dueños del poder en la OTAN se esfuerza por asegurarse una buena tajada tras la salida de Gadafi, encastrarse en Libia para por fin distribuirse los contratos, fijar un precedente para una posible intervención en Siria e Irán, diseñar y canalizar las olas de cambio en Medio Oriente, e lanzar a Europa a la política mundial de un golpetazo.
Puede que sea de gran ayuda el que el lenguaje de la política internacional considere los intereses de la nación-Estado como la divisa del espacio internacional, en el que domina en última instancia la fuerza bruta y/o el equilibrio del poder. Pero dejo los detalles de este tema a analistas más capaces que yo,
«La carga del hombre blanco»
Hay una corriente oculta, más sutil pero omnipresente -y por lo tanto peligrosa- una actitud y manera de pensar visibles en la intervención de la coalición en Libia: la mentalidad de los participantes en la Conferencia de Berlín.
Me refiero específicamente al discurso de la mission civilisatrice, que considero profundamente arraigado en la cultura del arte de gobernar europeo desde el siglo XIX.
Este discurso ha ayudado a justificar políticas coloniales, así como a aliviar la disonancia moral y cognitiva causada por la brutalidad de la empresa colonial.
Articulada abiertamente o implicada, la mission civilisatrice siempre ha sido útil para escribir la historia y dar nueva forma a identidades, culturas, y estructuras socio-económicas y políticas de los colonizados, de tal manera que se haga comprensible y útil para el colonizador.
Lo que se intenta ahora mismo en Libia (y se ha intentado en Iraq y Afganistán) es un procedimiento colonial similar.
Mediante la modalidad de la tutela, las potencias norteamericanas y europeas anuncian que protegerán al pueblo libio contra el dictador (señalo, pero no voy a discutir, el doble rasero que existe cuando se trata de otros dictadores) y que establecerán un gobierno amigo que no plantee un riesgo para sus intereses en la región.
Por lo tanto, la intervención militar en Libia marca un retorno al discurso de la mentalidad «medio diablo, medio niño» que infantiliza a los colonizados: los árabes no se pueden representar a sí mismo, tienen que ser representados; no pueden resolver sus problemas, las naciones civilizadas tienen que hacerlo por ellos.
Este cuidado paternal y aleccionador implica la presencia de la coerción y el castigo cuando sea necesario. Apuntan a educar a árabes (y musulmanes) paso a paso para que puedan superar el lastre de su cultura (en singular) y de su subdesarrollo.
Actualizando el discurso del intervencionismo
Según el análisis de Roland Paris de la relación entre la creación de la paz internacional y la mission civilisatrice, la revolución de diseño también parece representar una versión actualizada de la mission civilisatrice, o de la noción de la era colonial de que los Estados «avanzados» de Europa tenían la responsabilidad moral de «civilizar» a las sociedades indígenas que estaban colonizando.
Hay que enfrentarse a ese tipo de mentalidad. Promete una perspectiva insalubre en las relaciones estadounidenses y europeas con Medio Oriente, precisamente porque es simplemente ofensiva, egoísta y arrogante.
A corto plazo, ha privado a los revolucionarios de su autoridad moral, debilitado la credibilidad de su causa, y alentado al dictador a recurrir a narrativas nacionales, tribales, y xenófobas para reunir el apoyo en su persona.
A largo plazo, abre la puerta a nuevas formas de colonialismo y dependencia y propaga un falso sentido de inocencia, incluso orgullo, entre los ciudadanos de las potencias norteamericanas y europeas al tergiversar la intervención y su resultado.
Por ello, existen varias interpretaciones posibles de la intervención. Uno puede verla de manera altruista, como que genuinamente se propone ayudar a los revolucionarios. Puede ser interpretada también pragmáticamente, en el sentido de que la intervención apunta a proteger los intereses vitales de las potencias norteamericanas y europeas en Libia y en la región.
Aunque ambas interpretaciones son plausibles, aluden y se hacen eco de otra antigua narrativa.
Por lo tanto tiendo a interpretar la intervención en forma diagonal. No se puede entender la intervención militar y el discurso que se forma alrededor de ella fuera de su correspondiente historia, que es la misión colonial civilizadora – la carga del Hombre Blanco.
No veo otra lectura alternativa viable de la intervención militar que sea consciente de este contexto en su análisis.
Sean humanitarias o pragmáticas, las políticas en Libia y en la región van a conformarse dentro del discurso de la mission civilisatrice hasta, y a menos, que los responsables políticos demuestren que han analizado, encarado, y dejado atrás este legado colonial.
Al ver al lobo disfrazado de cordero, casi se olvida la buena mentalidad del cruzado, que a pesar de su fastidioso salvajismo, tuvo bastante valor, honestidad y caballerosidad para llamar al enemigo por su nombre.
El doctor Hayrettin Yücesoy es profesor asociado de historia en la Universidad Saint Louis y autor de Messianic Beliefs and Imperial Politics in Medieval Islam (Columbia: South Carolina University Press, 2009) y Tatawwur al-Fikr al-Siyasi inda Ahl al-Sunna (Amman: Dar al-Bashir, 1993).
Fuente: http://english.aljazeera.net/
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