En los últimos meses estamos viviendo el despertar de la sociedad civil del mundo árabe y Oriente Próximo (y, también, una intervención militar de países occidentales). La mecha se encendió con lo que parecía un suceso aislado en Túnez (cuando el ya «héroe» Mohamed Buaziz, un frutero harto de ser explotado y humillado se quemó […]
En los últimos meses estamos viviendo el despertar de la sociedad civil del mundo árabe y Oriente Próximo (y, también, una intervención militar de países occidentales). La mecha se encendió con lo que parecía un suceso aislado en Túnez (cuando el ya «héroe» Mohamed Buaziz, un frutero harto de ser explotado y humillado se quemó a lo bonzo el 17 de diciembre). Este hecho se convirtió en un símbolo de una sociedad hastiada de tanta pobreza, del inmovilismo político y de la falta de democracia.
La mecha prendió con mucha fuerza no sólo en Túnez sino en todos los países árabes (incluso podría hacerlo en alguno que no es de origen árabe, como Irán). Desde el Golfo Pérsico hasta el Atlántico, el mundo árabe es muy diverso, plural y complejo, pero con unos elementos comunes que son los que están haciendo que la llamada a la revolución se contagie con tanta facilidad. Estos elementos de identidad común se asientan, sobre todo, en el fracaso de sus elites políticas y económicas para incorporar a estos países a la modernidad y en unas sociedades muy jóvenes (el 68 por ciento de las y los árabes tiene menos de 30 años).
En la era de la comunicación, la revolución está corriendo más rápido que la pólvora gracias a Internet y, especialmente, a las redes sociales, que facilitan que se traspasen fronteras y se escape del control de la comunicación que muchas veces se ha intentado ejercer dentro de estos países.
Lo que muchos están denominando como el despertar del mundo árabe es algo más que una de las conocidas hasta hoy como «revueltas del pan» que ya se habían dado en países como Túnez y que hasta ahora el expresidente Ben Alí había sabido sofocar muy bien. Detrás de estas movilizaciones hay factores económicos pero también, y principalmente, factores sociales y políticos. Los jóvenes están hartos de la represión y del inmovilismo de sus gobiernos, aspiran a algo más que a sobrevivir. Por lo tanto, esta es, sobre todo, una lucha por la dignidad y la democracia.
Túnez, la mecha
Como ya se ha dicho, todo comenzó en Túnez, donde desde el día 14 de enero la presión popular ha logrado tumbar tres gobiernos e imponer elecciones para una Asamblea Constituyente. Así se hizo visible al mundo entero la realidad de un país que todos consideraban moderado y con unos índices de desarrollo que no estaban mal, en comparación con muchos de su entorno. Pero la realidad era otra: el 60 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB) estaba en manos de la familia de Ben Alí y su mujer, Leyla Trabelsi. Con su huída se puso de manifiesto que era un país dictatorial, corrupto y pobre, como describe ampliamente Santiago Alba Rico en su artículo «La revolución tunecina: democracia y segunda independencia» y que forma parte de esta sección: «Esta fusión totalitaria entre dictadura, corrupción y pobreza explica por qué en Túnez, como en el resto del mundo árabe, la democratización pasa necesariamente por una ruptura institucional y una recuperación de soberanía nacional».
En Túnez asistimos a un tipo de revolución muy inusual en esta zona geográfica: no es una revolución islamista, pero tampoco es socialista. Se trata de una revolución que busca meter a su sociedad de nuevo en la historia y reinventarse, pero de forma independiente, sin injerencias a nivel internacional. Son muchas personas las que hablan de una segunda independencia y una oportunidad para una nueva unión del pueblo árabe, contra toda intervención internacional, pero también contra las dictaduras locales. Una lucha del pueblo que, en algunos casos, como en Túnez, ha partido, curiosamente, de la periferia hacia la capital y que ha sido iniciativa de la clases más bajas, a las que luego se ha unido la sociedad media, que ha quedado después como protagonista. Podríamos estar asistiendo a un hito en la historia tan importante como el de la caída del muro de Berlín, tras el cual cambiaron también las relaciones y el paradigma a nivel internacional.
El fin de Mubarak
Por el momento este despertar del pueblo ha conseguido derrocar ya a dos tiranos, Ben Alí en Túnez y Hosni Mubarak en Egipto. En este último país hemos asistido a un movimiento popular de una fortaleza tremenda, decidido a impulsar el cambio y la democracia de forma pacífica, contando incluso con el apoyo del Ejército, que se negó a usar la fuerza contra el pueblo. Tras más de 30 años en el poder y tratando de resistirse todo lo posible, incluso anunciando ciertas medidas reformas, Mubarak tuvo que abandonar el cargo de presidente el 11 de febrero de 2011, dejando el Gobierno en manos del Ejército, que ha garantizado que organizará una rápida transición a la democracia.
Las revueltas no han parado aquí. En Yemen el pueblo también ha salido a la calle para pedir al régimen autoritario del presidente Sáleh igualdad y redistribución de las riquezas, dentro de un país en el que tras la unificación de 1990 no se ha conseguido una pacificación total ni una verdadera unidad. Pese a la aparición de hidrocarburos, Yemen cuenta con los ingresos más bajos de todo el mundo árabe y las oportunidades económicas y de desarrollo se concentran en las principales ciudad y sus cercanías, dejando al resto en una situación muy precaria.
La resistencia de Gadafi
Por el momento, Libia es el país en el que la revolución popular está teniendo una represión más brutal, generando un conflicto interno de grandes dimensiones. El 17 de febrero, fecha en la que comenzaron las movilizaciones, Muamar el Gadafi afirmó bien claro que no se dejaría vencer tan fácilmente. Todo ello justo en el país árabe en el que el gobierno dictatorial se había sustentado en el dispendio económico y en la falacia de ser un movimiento por y para el pueblo, con el Libro Verde como hoja de ruta. Tal y como afirma Gutiérrez de Terán Gómez-Benita en el artículo de esta sección «La lección libia y la revolución de los pueblos», «la paradoja es que el levantamiento popular, por mucho que el padre y el hijo la hayan motejado de islamista radical y liderada por saboteadores y drogadictos, ha deparado la constitución en numerosas ciudades y pueblos de comisiones revolucionarias dedicadas a administrar de manera directa y sin intermediarios sus asuntos internos».
De pronto se ha desvelado al mundo que la imagen que se tenía sobre la sociedad Libia era una ficción: el estatus de la mujer no es tan bueno y «excepcional» con respecto al resto de los países árabes ni la educación y la sanidad pública está tan universalizada (es más, incluso se ha utilizado como medida de castigo sobre gran parte de la población).
Libia es uno de los regímenes más contradictorios del sistema actual. En un principio se basó en el socialismo y el colectivismo, pero poco a poco se ha ido instalando en el sistema capitalista, aprovechando su riqueza en recursos naturales como el gas y el petróleo. Gadafi se ha resistido al cambio exigido por su pueblo, llevando al país a una guerra civil entre la resistencia al régimen y sus tropas. El 18 de marzo el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU) aprobó una zona de exclusión aérea sobre Libia con diez votos a favor, cero en contra y cinco abstenciones, entre estas las de Rusia y China. En la práctica lo que está habiendo es una intervención militar área en la que los aliados apoyan el avance de los rebeldes y los enclaves controlados por las tropas de Gadafi se resisten. Mientras, los líderes de la alianza debaten sobre el control de la intervención y el objetivo final de esta: apoyo armamentístico o no a los rebeldes, persecución o no de Gadafi, etc.
¿Hacia dónde?
En definitiva, lo que encontramos como factor común en estas revoluciones del mundo árabe es una juventud que está harta de vivir sin perspectivas de futuro, sin libertad, con sus anhelos más básicos frustrados y sin posibilidad de un desarrollo personal.La caída de Ben Alí y de Mubarak se ha convertido en un ejemplo y un símbolo para seguir luchando. Los árabes parece que por fin pueden alzar la cabeza, conquistar la dignidad y asumir su propio destino.
No se sabe hasta dónde llegará este despertar, incómodo incluso para quienes se llenan de orgullo enarbolando la bandera de la democracia, puesto que muchos de ellos han apoyado de forma muy evidente a los dictadores para que mantuvieran pacificada una zona con grandes intereses por sus recursos naturales.
Susana Pérez Sánchez forma parte del Consejo de Redacción de PUEBLOS – Revista de Información y Debate.
Este artículo ha sido publicado en el nº 46 de la Revista Pueblos, segundo trimestre de 2011.