Traducción del árabe para Rebelión por Antonio Martínez Castro
Como si me hiciesen falta más razones para odiar a Occidente, la OTAN ha venido a corromper mi revolución favorita. Lo verdaderamente lamentable de que la colonización robe la revolución libia es que el pueblo libio ha demostrado en los meses pasados que merece un destino mejor. Los libios han demostrado algo que no admite duda y es que se trata del pueblo más valiente del mundo. Lo digo sin exagerar, y si alguien dice algo distinto, que se informe de lo que pasó en el cuartel del notable Abu Omar1.
La versión sobre el inicio de la revuelta de Bengazi sigue estando en pañales, falta de detalles y decorada con el romanticismo y la exageración que revisten los momentos revolucionarios. Sin embargo el relato general de los hechos que acaecieron en la ciudad y la consiguiente toma de Bengazi y del cuartel por parte de los revolucionarios está claro en sus grandes líneas.
Todo empezó con una manifestación de no más de un centenar de vecinos de Bengazi que pedía la excarcelación de un activista pro-derechos humanos que había solicitado al Gobierno información sobre el paradero de islamistas asesinados en prisión; parece que eso no gustó y lo encarcelaron. Las fuerzas de seguridad de Bengazi trataron a los manifestantes con dureza pese a su reducido número y carácter pacífico. Los humillaron, golpearon y muchos de ellos fueron heridos. La reacción sorprendió a todos empezando por el régimen libio: como si la brutalidad de los cuerpos de seguridad con la gente hubiese despertado en su interior un viejo gen que les impidiese pasar por alto los agravios y arrodillarse ante reyes. O como si los garrotes de los agentes del orden hubieran molido esta vez los cuerpos de una generación, diferente a las anteriores, que todavía no estaba lo suficientemente frustrada como para aceptar el trueque de una vida miserable llena de miedo a cambio de dignidad y humanidad. La población de Bengazi se agitó y salieron a miles en defensa de sus amigos y familiares increpando a quienes les habían hecho daño. Aumentó el alcance de los lemas y fueron más duros. En aquel momento las fuerzas de seguridad cometieron un error mortal al disparar a los manifestantes, mataron a muchos y con eso se disipó el último obstáculo que impedía que la gente se volviese loca.
Los manifestantes, convertidos en revolucionarios, se apoderaron rápidamente de la ciudad. Muchos de ellos murieron sin que el resto pestañease por eso. Al principio escaseaban las armas y la valiente multitud se enfrentó a los militares con palos hasta hacerse con el control de las calles de la ciudad. Ejecutaron inmediatamente a los que consideraron que habían asesinado a manifestantes y emplazaron a las fuerzas de seguridad locales a elegir entre incorporarse a la revolución -como hizo la mayoría- u oponerse y hoy ya no viven.
Al día siguiente los manifestantes se dirigieron de nuevo a la unidad militar de Bengazi en el cuartel del notable Abu Omar. Los revolucionarios sabían que su movimiento no saldría adelante si no controlaban el cuartel pues la katiba que lo defendía podía recuperar el control de la ciudad en cuestión de horas ya que entonces los revolucionarios no tenían armas ni organización para hacer frente a un ataque de semejante calibre. El primer día los manifestantes sitiaron la base pidiendo al mando militar que se les uniese. La respuesta vino en balas de plomo y la multitud, a miles, atacó la base en un intento por entrar.
Nadie puede explicar racionalmente cómo un joven puede arrojarse inerme, o con piedras, contra una ametralladora que dispara cuarenta proyectiles por segundo, sin embargo eso es exactamente lo que hicieron miles de libios en Bengazi, murieron por decenas, algunos dicen cientos, ante el acceso del cuartel en aquella primera noche.
Incluso para los ejércitos profesionales, la cuestión de «la primera ola» supone un problema histórico que todas las organizaciones militares se han tenido que plantear. En Bengazi, miles de jóvenes civiles optaron, voluntariamente, por parar las balas del ejército con el pecho al descubierto, en el sentido literal del término. Murieron por decenas a la entrada del cuartel sin poder siquiera traspasar el primer recinto. Al día siguiente llegó más gente con armas mejores, incluso algunas versiones apuntan a que llegaron suicidas con camiones-bomba que abrieron una brecha en el muro de la base. La batalla se trasladó al interior del cuartel pero el resultado fue el mismo: murieron por decenas pero no cayó la katiba. El tercer día de ataque, quinto de la revuelta, los revolucionarios lanzaron un nuevo ataque, esta vez acompañados por unidades militares desertoras y consiguieron derrotar a los defensores y apoderarse de la sede militar, lo que les permitió asegurar la zona de Bengazi, liberarla del poder del régimen y tener un bastión. Más tarde en Zawiya y en Misrata sucedió algo similar a la batalla de Bengazi.
El corruptor de las revoluciones
Después llegó la OTAN y corrompió todo. No tenemos que engañarnos ni hacernos fantasías. En cuanto Occidente apadrinó la revolución libia se acabó la partida y los próximos pasos pueden adivinarse sin demasiado esfuerzo. En cuanto intervino la OTAN la revolución dejó de ser un movimiento libio y las negociaciones entre invasores y élites locales se interrumpieron. El lenguaje de la oposición cambió en cuanto los aviones de la OTAN se pusieron a sobrevolar el país. Las prédicas espirituales y el diálogo con Dios del pueblo libio desaparecieron. Los políticos de la oposición – cuyo grueso está en el exilio- comprendieron que el camino hacia el poder pasa por los pasillos de las sedes de los ministerios de exteriores -no por trasmitir la esperanza del pueblo- y el objetivo consistió en ganarse el afecto de Occidente para ser «designado» líder. El estilo de Occidente es conocido porque se repite en todas partes: juegan sucio- siempre lo hacen-; eligen un ala para gobernar y cortan la que no les gusta. Diseñan alianzas, rumores y escándalos, perpetran asesinatos mientras sus servicios secretos se mueven activamente a todos los niveles. La élite de la oposición libia podría haber tranquilizado a todos de antemano declarando que defendería con celo la soberanía de Libia y las decisiones del pueblo, que no entregará el país al colonialista sin condiciones; sin embargo, su conducta ha sido clara y su mensaje no puede pasar inadvertido: apoyo incondicional a los gobiernos occidentales y alabar a sus cabecillas sin hacerles la menor crítica.
Los resultados han empezado a salir a la luz: El Consejo Nacional de Transición publicó un proyecto para reorganizar el sector del petróleo libio cuando el régimen de Gaddafi no había aún abandonado Trípoli: ¿Debemos creer que los revolucionarios, envueltos en batallas, han estado ocupados en redactar borradores y proyectos económicos? Además, quien lo lea se dará cuenta de que ha sido redactado por las empresas occidentales de petróleo. Abd-al-Yalil alza las manos tomando las de Sarkozy (que, parece ser, pagaba sobornos a Gaddafi) y de Cameron en el centro de Trípoli celebrando la caída del régimen al que Abd-al-Yalil sirvió durante decenios. ¿Quién puede creerse que Abd-al-Yalil, el humano y demócráta, fue ministro de Gaddafi por casualidad? ¿Sabéis qué hay que hacer para convertirse en ministro de un régimen como el libio? Incluso Jeffrey Feldman, que supervisó la dirección del conflicto civil en Líbano y después su destrucción en el año 2006, apareció en Trípoli -más enano y regordete- para teorizar sobre el futuro de Libia en una conferencia de prensa.
La OTAN ha transformado una revolución abierta a todas las posibilidades en uno de esos proyectos de «construcción de naciones» que emprenden los países occidentales, con éxito similar, desde Iraq hasta Afganistán. Todas las cuestiones esenciales que afectan a la vida de la sociedad libia ya están decididas, exactamente igual que en Iraq. El sistema económico será de libre mercado, exactamente como lo desea el capitalismo mundial; el sistema político será democrático liberal, según la definición de los países occidentales que se encargarán de supervisar sin descanso todos los detalles de la operación de «transición democrática»; y la administración de los recursos naturales de Libia ya está aprobada sin discusiones ni diálogo nacional. Todo esto sin que a los libios se les haya dado aún la oportunidad de votar en elecciones.
Vivamos sin historia
Nuestra esperanza reside en que el joven libio que ha luchado sin miedo por su libertad no acepte que su país se convierta en una gasolinera europea dirigida por las embajadas occidentales y que no deje que un puñado de profesionales del asilo político, que ha pasado lustros soñando con que EEUU bombardease su país para que los erija gobernantes, le robe su voluntad e independencia. Quien sepa algo del perfil ideológico de los combatientes de la revolución y de las organizaciones espontáneas que han surgido en las distintas ciudades libias sabe que la OTAN y los opositores del exilio van a encontrarse sorpresas desagradables y descubrirán, de repente, que la democracia en Libia no sirve a sus intereses.
La contradicción continua es que el libio que quiere creerse el discurso oficial y está agradecido por el bombardeo de la OTAN se asemeja al iraquí agradecido a EEUU o al afgano que se siente en deuda con los imperialistas por su libertad. Todos ellos tienen que vivir sin historia o con la memoria perforada. Tiene que olvidar que los países que han intervenido «humanitariamente» en Libia son los mismos que le impusieron un embargo bestial, durante más de un decenio, prohibiéndole toda forma de progreso e incluso medicamentos. Así el SIDA segó la vida de cientos de niños libios y la gente se moría por cualquier enfermedad a causa de lo obsoletos que estaban los equipamientos médicos y la seguridad social. Los mismos que han robado el futuro a una generación de libios son los que dan un nuevo significado a la insolencia cuando se alaban a sí mismos por enviar ayudas en alimentos y materiales médicos a Libia para aminorar el sufrimiento de los civiles.
Si queremos aplicar la lógica del discurso colonialista, y asimilarlo, nos convertiremos en sujetos sin historia ni dignidad ni respeto por nuestras vidas y nuestros muertos, exactamente del mismo modo que nos ve el colonialista. Debemos aceptar ecuaciones del tipo de que la vida de un puñado de occidentales equivale al destino de nuestras naciones, que nuestra sangre es más barata que la suya, que la venganza por sus muertos es inexorable mientras que los nuestros no tienen ni lápida sobre la tumba. ¿Qué sentido tiene la revolución, la dignidad y la libertad si nos movemos en ese tipo de equivalencias?
Sobre el odio a «Occidente»
Hadi el-Alawi cargaba lleno de odio contra Occidente y su cultura contemporánea hasta el punto de la obsesión, como si el pensador iraquí estuviera convencido de que el mal reside en la esencia misma de dicha cultura. Alawi practicó un «orientalismo invertido» aunque reconocía que algunos hombres occidentales estaban entre los grandes de la historia de la humanidad, siendo la excepción y no la regla. Sin duda Alawi se quedó espantado leyendo la historia de la modernidad occidental: exterminios masivos, guerras continuas durante siglos, depuraciones étnicas en las colonias y una cantidad de violencia inimaginable en cualquier otra cultura. Los personajes malvados de nuestra historia, como al-Hayyay ben Yusuf o Ziyad Ibn Abihi, eran gobernantes moderados frente a los ejemplos de la historia reciente de Europa ya que sus víctimas no pasaron de las decenas de miles.
Al individuo árabe no le hace falta tomar clases para odiar a Occidente, todo lo que tiene que hacer el ciudadano árabe es leer algo de su historia y recordar el pasado inmediato para saber, por ejemplo, qué ha hecho Occidente con Iraq. Podemos distinguir varias formas de bombardeo: el «violento», el «salvaje» y el «bestial». Iraq en 1991 fue bombardeado de forma «bestial» sin relación alguna con objetivos militares ya que la batalla estaba sentenciada antes de empezar.
James Baker amenazó en su día con «devolver Iraq a la era preindustrial» y es exactamente lo que hizo. Iraq, por poner un ejemplo, era un país pionero en la región en la explotación de gas natural y el año de la guerra estaba a punto de terminar una desarrollada red para almacenar gas y distribuirlo como una fuente barata de energía y una locomotora para la economía iraquí en generación de energía eléctrica, industria petroquímica y exportación. ¿Qué sentido militar tiene que los pilotos yankis quemaran la red iraquí de gas? ¿Qué sentido tiene dejar las enormes plantas petroquímicas reducidas a cenizas cuando estaban recién pintadas y todavía no se habían terminado de pagar a Francia? ¿Estaba EEUU forzado a bombardear los generadores eléctricos, las fábricas de cemento y cualquier industria de cierta envergadura?
Aún con todo, los efectos de la guerra son modestos en comparación con lo que la siguió. El embargo, al contrario de lo que se imaginan algunos, no fue una catástrofe natural, ni por «culpa de Saddam», ni una decisión tomada deprisa, sino que se trataba de una política estudiada y diseñada con precisión, y hasta se le concedió a los artífices el tiempo necesario para que observaran el desarrollo y analizasen los resultados. Desde principios de los noventa las organizaciones internacionales publicaron informes sobre la destrucción que causaba el embargo en la sociedad iraquí, así como el Dr. Kamel Mahdi tiene un libro basado en estudios de campo en el que documentó los terroríficos resultados del embargo. Aislaron a Iraq de la economía mundial porque los países vecinos, y la mayor parte del mundo, prefirieron ser cómplices del crimen de exterminio masivo antes que desobedecer las órdenes del Imperio. Muchos de los nuestros, como de costumbre, eran aún más entusiastas e insolentes que sus amos blancos y ahí están los archivos de los medios donde pueden verse numerosas caras árabes defendiendo con ferocidad el embargo, pidiendo que se intensifique y burlándose del sufrimiento del pueblo iraquí.
La mayor parte de la oposición iraquí que gobierna hoy no dijo ni media en contra de EEUU y de las Naciones Unidas cuando su pueblo estaba siendo degollado, más bien apoyaron las sanciones, lo que demuestra su patriotismo. Quien conoce algo los estragos del embargo de Iraq sabe que todos los que se vieron involucrados en su implantación y defensa, o los que simplemente se callaron y colaboraron, son, con toda sencillez, gente sin corazón.
Conclusión
El Occidente colonialista ha tratado al mundo de forma extremadamente mala siempre que ha tenido ocasión. La modernidad occidental es una serie de oportunidades perdidas. La revolución industrial permitió, con los beneficios de la colonización, una sacralización de la riqueza y de los medios de producción en Europa Occidental y Norteamérica de un modo sin precedentes en la historia. Cualquier ciudadano norteamericano de clase media dispone un nivel de consumo que no se había vuelto a ver desde la era de los emperadores romanos. ¿Cómo han elegido esas sociedades disfrutar el bienestar material? Podían haber construido sociedades virtuosas, innovar y probar políticas, y superar las fronteras de lo posible a nivel humano, moral y técnico. En lugar de eso, Occidente ha preferido construir sociedades de miedo. Miedo de perder los privilegios históricos. Como si el ciudadano desahogado de Europa Occidental y Norteamérica entendiese subconscientemente que su bienestar material no es más que el resultado de las relaciones de fuerza que hacen que él obtenga por el mismo trabajo mucho más de lo que su homólogo indio y éste es un estado que, según los principios del capitalismo, no puede durar. La clase gobernante de Occidente siempre siente que está rodeada por enemigos que quieren quitarle su «forma de vida»- como decía Ronald Reagan en su campaña electoral y repitió George Bush ante la amenaza del «terror islamista»-. Las sociedades con más seguridad del mundo viven constantemente atemorizadas inspirando dicho miedo en enemigos diversos conforme al momento: comunistas, terroristas, emigrantes, musulmanes,… Occidente ha tratado al mundo de forma extremadamente mala siempre que ha tenido ocasión. Occidente intenta sacar todo el provecho de lo que pasa.
En nuestra región vivimos un tiempo que no necesita mucha teorización para ser entendido. El enfrentamiento entre las fuerzas colonialistas y la revolución es muy fácil: sólo tenemos que decir la verdad y las fuerzas del mal se ocuparán de ocultarla. Después de todo lo que hemos pasado en los últimos decenios a cualquier árabe le basta con mirar su historia para quedarse conmocionado: cuando lee los cables filtrados de Wikileaks, o cómo se invierte el dinero del petróleo, o cómo se han desentendido de Palestina, lo que le hicieron a Náser, lo que hicieron de Iraq… antes que nada es una cuestión de voluntad entender que tenemos historia, que indiscutiblemente hemos salido de ella, y que éste es un cuento que merece ser contado, y no que lo escriba por nosotros el colonialista.