Durante muchos años, el sistema de educación superior pública del estado de California estuvo considerado entre los mejores del mundo, por su nivel académico y las posibilidades que ofrecía a los estudiantes de bajos recursos de recibir un título universitario. Esta situación ha cambiado radicalmente en años recientes, y todo el andamiaje que soportaba el […]
Durante muchos años, el sistema de educación superior pública del estado de California estuvo considerado entre los mejores del mundo, por su nivel académico y las posibilidades que ofrecía a los estudiantes de bajos recursos de recibir un título universitario. Esta situación ha cambiado radicalmente en años recientes, y todo el andamiaje que soportaba el sistema de educación pública se está desmoronando. La principal causa: los draconianos recortes al presupuesto en ese rubro.
La necesidad de reducir el astronómico déficit de California ha resultado no sólo en recortes al gasto de salud y servicios sociales sino también en el gasto para la educación. Como siempre, las restricciones se concentran en los servicios que el Estado presta a quienes no pueden pagar por ellos, que son los más necesitados. En el caso de la enseñanza superior, la solución más rápida ha sido aumentar las colegiaturas, reducir la planta docente y la cancelación o reducción de disciplinas ahora consideradas no esenciales, entre ellas las ciencias sociales y las relativas al arte.
Con este marco, la presión para que el sistema escolar del nivel obligatorio se privatice crece cada día con mayor intensidad. Pareciera, además, que ya no se trata tan sólo de resolver las carencias del sistema educativo, sino de cambiar su orientación por uno que refleje más la concepción de una ideología en la que prevalece el individualismo. El ejemplo más reciente es que en algunos estados la nación estadunidense se promueve un sistema de certificados
emitidos por el gobierno para ser utilizados en planteles de educación privada. El monto de estos certificados proviene de transferencias del presupuesto destinado a la enseñanza pública a la privada.
No hay que aguzar mucho el ingenio para comprobar que la pretensión es perpetuar una educación en la que se considera como normal la estratificación y desigualdad de quienes la integran. Con algunas excepciones, la formación de quienes estudian en instituciones privadas, muchas de ellas religiosas, en esencia se contrapone a una sociedad laica cuya meta debe ser la enseñanza de aquellos valores que destacan la integración social y la solidaridad en momentos en los que el paradigma de una sociedad menos desigual se ha perdido.
La reducción del presupuesto para la educación pública se ha convertido en una obsesión para los legisladores y los administradores públicos en todo Estados Unidos, y de paso en una moderna cruzada para cambiar su orientación.
Es refrescante notar que en México, al menos en semanas recientes, esta cruzada parece haber encontrado un dique en las protestas que estudiantes de universidades privadas y públicas han realizado en contra de la manipulación.
In memoriam Felipe Becerra