Hemos superado la conmoción inicial que nos generó la reciente masacre con armas semiautomáticas, pero el dolor sigue creciendo. En la última semana se han celebrado funerales todos los días. No serán 27, sino 28 los funerales que se lleven a cabo, ya que el asesino de Newtown, Connecticut, Adam Lanza, se quitó la vida […]
Hemos superado la conmoción inicial que nos generó la reciente masacre con armas semiautomáticas, pero el dolor sigue creciendo. En la última semana se han celebrado funerales todos los días. No serán 27, sino 28 los funerales que se lleven a cabo, ya que el asesino de Newtown, Connecticut, Adam Lanza, se quitó la vida después de matar a su madre en su casa y, acto seguido, a 20 niños de entre seis y siete años de edad y seis mujeres que intentaron protegerlos en la Escuela Primaria Sandy Hook. Desde que el Presidente Barack Obama asumió el cargo han tenido lugar por lo menos 16 masacres colectivas, tras las cuales ha ofrecido lúgubres palabras de pésame e instado a la nación a sanar. Sin embargo, lo que realmente hace falta es establecer un control sobre la tenencia de armas, un control verdadero, como el que fue implementado en Australia rápidamente después de una matanza sin sentido perpetrada por otro hombre armado. Aquella masacre tuvo lugar en Port Arthur, Tasmania; el asesino era originario de New Town, un pueblo cercano.
El 28 de abril de 1996, Martin Bryant, un hombre de 28 años originario de New Town, Tasmania, se armó con un rifle Colt Ar-15 semiautomático y se dirigió a la cercana zona turística de Port Arthur. Para el momento en que lo detuvieron, en las primeras horas del día siguiente, había matado a 35 personas y herido a 23. El suceso generó una reacción profunda en Australia, sobre todo porque se trataba de una nación compuesta de amantes de las armas de fuego, desde cazadores hasta aficionados al tiro al blanco. La masacre dio paso inmediatamente a un debate nacional sobre el control de las armas de fuego. Rápidamente se adoptaron leyes estrictas mediante las cuales se prohibieron las armas de fuego semiautomáticas y se implementaron verdaderos controles a la posesión de armas. No se ha registrado desde entonces ninguna masacre de este tipo en Australia.
Rebecca Peters fue una de las protagonistas de aquel debate. En la actualidad es una activista internacional a favor del control de armas de fuego. En aquel entonces, dirigió la campaña a favor de la reforma de la legislación australiana sobre armas de fuego posterior a la masacre de Port Arthur. Algunos días después de la masacre de Newtown, le pedí a Peters que me explicara los cambios que sufrió en Australia la legislación sobre armas tras la masacre de 1996: «En Australia, la nueva ley no solo prohibió la venta de rifles y escopetas semiautomáticas y de armas de asalto, sino que prohibimos las importaciones y la tenencia de estas armas, por lo cual la persona que poseyera armas a partir de ese momento incurría en un delito. El gobierno llevó a cabo una compra masiva de esas armas a un precio que era igual al precio de venta al público más un 10 por ciento, aproximadamente. Además, no era posible repararlas, ni tampoco revenderlas. Fue una prohibición bastante extensiva. Con este programa, el gobierno compró y destruyó cerca de 650.000 armas de este tipo: se trata del programa de recompra y destrucción de armas de mayor amplitud que se haya llevado a cabo en cualquier parte del mundo.»
Al igual que en Estados Unidos, en Australia la legislación sobre armas de fuego era un crisol de legislaciones establecidas por cada estado. El primer ministro John Howard, del Partido Liberal, de centro-derecha, utilizó su liderazgo para lograr que se adoptaran normas fuertes y uniformes en todo el país. En agosto de este año, inmediatamente después de la masacre de Aurora, Colorado, Howard publicó una reflexión respecto de la legislación sobre armas de fuego. En su texto, titulado Brothers in arms, yes, but the US needs to get rid of its guns (Compañeros de armas, sí, pero Estados Unidos tiene que deshacerse de sus armas), Howard reflexiona sobre una charla ofrecida en la Biblioteca Presidencial George H.W. Bush en 2008: «Cuando expresé que estaba orgulloso de lo que se había hecho en Australia para restringir el uso de armas de fuego, se escucharon expresiones de sorpresa. Ello me recordó claramente que, pese a tantas cosas que nuestros amigos estadounidenses y nosotros compartimos, existe una enorme brecha cultural en lo que respecta al libre acceso a las armas de fuego.»
De la misma manera, en Gran Bretaña, tras la masacre que tuvo lugar en marzo de 1996 en una escuela de Dunblane, Escocia, en la que murieron 16 niños de entre 5 y 6 años y dos maestros, se prohibió la tenencia de pistolas de mano. Las estadísticas demuestran que en ambos países tanto la violencia por armas de fuego, como los asesinatos y los suicidios se han reducido.
¿Qué puede hacerse aquí en Estados Unidos, mientras toda la nación llora a las últimas víctimas inocentes asesinadas al mismo tiempo?
La senadora del estado de California, Dianne Feinstein, ha prometido impulsar una prohibición de las armas de asalto, que empezará a ser debatida cuando comience a sesionar la nueva legislatura, en enero. El domingo habló en el programa de NBC ‘Meet the Press’, donde afirmó: «Presentaremos un proyecto de ley en el Senado y en la Cámara de Representantes para prohibir las armas de asalto. La ley prohibirá la venta, la transferencia, la importación y la posesión, no de manera retroactiva, sino prospectiva. Lo mismo se aplicará a todo tipo de cargadores con una capacidad de más de 10 balas». Sin embargo, añadió: «Quedarán exentas más de 900 armas de fuego específicas, que no serán incluidas dentro de las disposiciones de la ley.»
«¿Novecientas exenciones?» Le pedí a Paul Barrett, editor en jefe adjunto de Bloomsberg Bussinessweek y autor de Glock: The Rise of America’s gun (Glock: el auge de las armas de fuego en Estados Unidos) que comentara la propuesta de Feinstein, que probablemente sea una revisión de ciertos aspectos de la ley de 1994:
«La llamada Prohibición de Armas de Asalto de 1994 es uno de los instrumentos legislativos más laxos e ineficientes que tuve la oportunidad de analizar. Está lleno de lagunas. No se aplica a las armas de fuego que fueron fabricadas y vendidas hasta un día antes de su promulgación. Y el hecho de que fuera a aprobarse en un período de unos años les dio a los fabricantes de armas la posibilidad de correr a sus fábricas y fabricar grandes arsenales de armas. Así que, si el Congreso no propone que se prohiban las armas de fuego que ya están en circulación, quedarán millones y millones de armas dando vueltas.»
El presidente Obama designó recientemente al vice-presidente Biden para que presida una comisión que evalúe acciones posibles. Sin embargo, a menudo las comisiones de evaluación o investigación dejan pasar la oportunidad, hasta que el tema finalmente se diluye. En Australia, la estricta prohibición fue adoptada en cuestión de semanas, bajo la dirección de un primer ministro conservador. ¿Cuánto tiempo más tenemos que esperar para que se adopten leyes razonables para el control de armas en Estados Unidos? ¿Cuántos niños deben morir?
Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 750 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 400 en español. Es co-autora del libro «Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos», editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur. Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.
© 2012 Amy Goodman
Texto en inglés traducido por Mercedes Camps. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, [email protected]
Fuente: http://www.democracynow.org/es/blog/2012/12/21/cuntos_nios_ms_deben_morir_para_que_estados_unidos_prohiba_las_armas_de_asalto