Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
En enero de 2009, Barack Obama entró en la Oficina Oval proyectando idealismo y orgulloso de ser el profesor de derecho constitucional que iba a dedicarse a convertir en acción los principios democráticos. En sus primeras semanas en el cargo, en una serie de órdenes ejecutivas y declaraciones públicas, el nuevo presidente transmitió, para que todos se enteraran, los cincos mandamientos que iban a regir su nuevo mundo de seguridad nacional.
No torturarás
No mantendrás abierto Guantánamo
No mantendrás secretos innecesariamente
No emprenderás guerras sin límites
No vivirás por encima de la ley
Cinco años después, la pregunta que cabe hacerse es: ¿A qué altura han estado él y su administración ante esos autoproclamados mandamientos?
Veámoslos uno a uno:
1. No torturarás
El presidente estuvo aquí a la altura de sus propias normas y puso fin a una práctica vergonzosa fomentada y apoyada por la anterior administración. En su primer día en el cargo, ordenó poner fin a la práctica de tortura, o como la administración Bush la denominaba eufemísticamente: «técnicas reforzadas de interrogatorio» llevadas a cabo por servidores del gobierno de EEUU. En palabras del presidente: «Con efecto inmediato», las personas bajo custodia de EEUU «no serán sometidas a ninguna técnica o estrategia de interrogatorio ni a ningún tratamiento relativo al interrogatorio que no esté autorizado y enumerado en el Manual de Campo del Ejército».
Por tanto, no se podrían interrogar a los futuros sospechosos de terrorismo sin utilizar las formas legales estándar de interrogatorio codificadas en los sistemas de justicia militar y penal estadounidenses. Esto significaba, entre otras cosas, cerrar la red de instalaciones de prisión secretas o «sitios negros» que la administración Bush había establecido globalmente desde Polonia a Tailandia, donde la CIA había estado torturando vilmente a sus cautivos de la Guerra Global contra el Terror. Con eso en mente, Obama ordenó a la CIA que «cerrara de forma tan expeditiva como fuera posible cualquier instalación de detención que estuviera operativa en esos momentos y que no volviera a utilizarse en el futuro».
La práctica de la tortura fomentada oficialmente, que de hecho había empezado a caer en desuso en los últimos años de la administración Bush, iba ahora a acabarse definitivamente. Pero es cierto que todavía quedan algunas cuestiones a las que hay que prestar atención. La continuada alimentación forzosa a los detenidos en Guantánamo que están en huelga de hambre es un ejemplo de ello, pero la tortura patrocinada por el Estado y justificada mediante leyes es ahora ilegal en EEUU, como ocurría antes de los años de Bush.
El mandamiento que prohíbe la tortura parece estar durando hasta el sexto año de la presidencia de Obama, lo cual es una buena noticia.
2. No mantendrás abierto Guantánamo
En su primer día en el poder, el Presidente Obama prometió también cerrar la infame prisión de la Bahía de Guantánamo, donde en aquel momento había 245 detenidos, en el plazo de un año. La tarea resultó políticamente imposible. Por eso, el presidente sigue prometiendo hoy en día que va a cerrarla en un año. Como dijo en su Discurso del Estado de la Unión el mes pasado: «Este tiene que ser el año en el que el Congreso levante las restricciones que quedan a los traslados de detenidos para poder así cerrar la prisión de la Bahía de Guantánamo». Y es posible que, en esta ocasión, lo consiga realmente.
En junio de 2013, el presidente nombró a Cliff Sloan, abogado de la Casa Blanca en la era Clinton, enviado especial encargado de cerrar Guantánamo. Después de un largo período en el que la administración parecía no poder avanzar, debido en parte al Congreso, en sus esfuerzos para enviar a casa o a un tercer país a los detenidos cuya liberación se había aprobado, Sloan ha supervisado el traslado de once de ellos de la prisión de la isla. Se informa que está ahora trabajando para trasladar los menos de 80 detenidos que quedan y cuya liberación aprobó el Pentágono.
Pero hay trampa. No importa cuántos prisioneros Sloan consiga liberar. El Presidente Obama ha dejado claro que sólo trata de cerrar Guantánamo en el sentido más técnico posible, vaciando las actuales instalaciones de una forma u otra. Pero sucede que está muy dispuesto a mantener intacto el sistema de Guantánamo de detenciones indefinidas y que no tiene intención de liberar a todos los presos. Sin embargo, aquellos a los que no se puede juzgar -debido, según se ha alegado, a la ausencia de pruebas – se les mantendrá indefinidamente encerrados en alguna parte. Menos de 50 presos siguen detrás de los barrotes sin haber sido acusados ni juzgados -como señala la ley- hasta que las autoridades determinen si no suponen ya un riesgo para la seguridad nacional estadounidense. Aunque la población penal es en efecto menor (Gitmo encierra actualmente a 155 detenidos), el aspecto más esencial del sistema seguirá vigente: la afirmación, sorprendentemente antiestadounidense, de que se puede mantener detenidos, sin acusación ni juicio, a los sospechosos de la guerra contra el terror de Washington por siempre jamás.
En otras palabras, en lo que se refiere a su segundo mandamiento, el presidente podrá cumplirlo sólo redefiniendo el significado de cierre.
3. No mantendrás secretos
La primera cuestión que Obama destacó como clave de su presidencia en su primer día en el poder fue la necesidad de establecer una administración transparente. En las primeras etapas se comprometió a poner fin al secretismo excesivo de la administración Bush y a ofrecer más información al ámbito de lo público. Las políticas de secretismo de la era Bush habían sido esenciales para poder establecer las prácticas de tortura, las escuchas telefónicas sin orden judicial y otros excesos gubernamentales y actividades patentemente ilegales. El objetivo confeso de Obama era restablecer la confianza entre el pueblo y su gobierno comprometiéndose a sí mismo con la «transparencia», es decir, el intercambio abierto de información del gobierno y de sus actos con la ciudadanía.
La transparencia, subrayó, «promueve la rendición de cuentas y proporciona información a los ciudadanos acerca de lo que su gobierno está haciendo. La información ofrecida por el gobierno federal es un activo nacional. Mi gobierno adoptará las medidas adecuadas, de conformidad con la ley y con la política, para divulgar rápidamente la información de forma que el público pueda encontrarla y utilizarla con facilidad». A tal fin, el presidente hizo un primer gesto para sellar sus buenas intenciones: publicó una serie de documentos anteriormente clasificados de los años de Bush sobre la política de la tortura.
Y ahí se acabó la luz y las sombras se deslizaron de nuevo. En los cincos años siguientes, pocas cosas dignas de mención se produjeron en nombre de la transparencia y muchas en nombre del secretismo, incluyendo una guerra emprendida contra denunciantes de todo tipo y condición. De hecho, durante esos años, la administración Obama asumió el secretismo (y su extensión) de forma notable. El presidente hizo que sintiéramos también un escalofrío proveniente del gobierno mismo al procesar a siete personas que se consideraban ellas mismas denunciantes, muchas más que todos los otros presidentes juntos. Y lanzó una caza internacional del hombre para capturar a Edward Snowden, después de que éste hubiera entregado a varios periodistas archivos secretos de la Agencia Nacional de Seguridad que documentaban métodos globales de espionaje. En un momento dado, la administración llegó incluso a obligar a aterrizar en Europa al avión del presidente boliviano suponiendo (erróneamente) que Snowden iba a bordo.
Tras el continuado redoble de tambores durante meses a causa de las revelaciones de Snowden, autoridades del gobierno, incluido el presidente, continuaron insistiendo en que las técnicas de vigilancia, secretas, masivas y sin que mediara orden judicial, eran cruciales para la seguridad de EEUU. (Afirmaciones rechazadas por un panel de cinco importantes expertos en seguridad nacional que Obama designó para que examinaran los documentos secretos y propusieran reformas para los programas de vigilancia de la Agencia Nacional de Seguridad.) El portavoz de la administración continuó también insistiendo en que la exposición de esas políticas secretas de la Agencia Nacional de Seguridad representaba un perjuicio de primer orden para la seguridad de la nación. (De esta afirmación tampoco hay aún prueba alguna).
Antes de las revelaciones de Snowden sobre la recogida de metadatos telefónicos de los ciudadanos estadounidenses, el Director de la Inteligencia Nacional, James Clapper, no dudó en mentir en un comité del congreso sobre la cuestión. Después, afirmó que era el «robo más masivo y más perjudicial de información de inteligencia de nuestra historia». Ciertamente, el asunto resultaba muy bochornoso para responsables como Clapper.
En 2014, ya no puede estar más claro que el secretismo, y no la transparencia, se ha convertido en el mantra de este gobierno (acompañado de confusas proclamas sobre la seguridad nacional), igual que en los años de Bush. Un claro ejemplo de esta desvergonzada opción por el secretismo salió a la luz el mes pasado cuando el panel de expertos nombrado por el presidente evaluó la reforma de la ANS. Aunque se sugirieron en efecto reformas constructivas, no se cuestionó la idea de que un tribunal secreto -el tribunal FISA- pudiera ser el árbitro final de quién puede ser legalmente espiado. En cambio, las reformas sugeridas y aceptadas por Obama perseguían claramente reforzar ese tribunal. Nadie pareció plantearse la pregunta: ¿Acaso un tribunal secreto no es un anatema para la democracia?
Ni tampoco, por supuesto, se ha limitado el secretismo a la ANS. Ha sido un distintivo de los años de Obama y, por ejemplo, sigue dificultando las comisiones militares de Guantánamo. Sus manos están atadas (es una forma de hablar) por las ansiedades obsesivas de la CIA de que aún pueda aparecer material clasificado en el tribunal: la anticuada información que los personajes de al-Qaida detenidos desde hace más de una década pudieran haber conocido o la prueba de cuán salvajemente fueron torturados. Sin embargo, quizá el ejemplo más sorprendente hoy en día de la brutalidad del gobierno sea el programa de los aviones no tripulados (drones). Ahí, el presidente continúa insistiendo en que los documentos del Departamento de Justicia que ofrecen autorización «legal» y justificación de los asesinatos de sospechosos ordenados por la Casa Blanca, incluidos ciudadanos estadounidenses, tienen que seguir siendo clasificados; inclusive cuando los funcionarios de la administración filtran información sobre el programa porque creen que así parecerá que estaban justificados.
Por tanto, en el mandamiento contra el secretismo, el presidente se ha trasladado de forma decidida y desafiante desde el «no harás» al «deberás hacer».
4. No emprenderás guerras sin límites
Al comienzo de la presidencia de Obama, la administración puso en duda la noción de un campo de batalla sin límites, es decir, el mundo entero. También arrojó al basurero de la historia el término utilizado por la administración Bush de «Guerra Global contra el Terror» o GWOT (por sus siglas en inglés), el acrónimo por el que era conocida.
Este pasado mes de enero, en su discurso del Estado de la Unión, el presidente afirmó su continuada aversión a la noción de que Washington persiguiera una guerra sin límites. No sólo se refería a la geografía de un ilimitado campo de batalla, sino a la idea misma de guerra sin punto final.
«EEUU», aconsejó, «debe retirarse de la posición de guerra permanente». Meses antes, al hablar sobre el uso de la guerra de drones, el presidente había indicado su compromiso con reducir el uso de la fuerza. «Por tanto, estoy deseando que el Congreso y el pueblo estadounidense se comprometan en los esfuerzos para perfeccionar y, en última instancia, derogar el mandato [de la Autorización para el Uso de la Fuerza Militar]».
Sin embargo, a pesar de la insistencia del presidente en poner límites a la guerra, su propia marca de guerra ha ayudado a sentar las bases para un estado permanente de guerra global estadounidense a través de las campañas de drones de «bajo perfil» y de operaciones de las fuerzas especiales en persecución de un enemigo cada vez más cambiante, habitualmente identificado como alguna rama de al-Qaida. Según el Senador Lindsey Graham, la administración Obama ha matado ya a 4.700 personas en numerosos países, incluyendo Pakistán, Yemen y Somalia. En ese proceso ha matado también a cuatro ciudadanos estadounidenses y al parecer se está considerando que son cinco los asesinados. El presidente ha ido empotrando con éxito en la rama del ejecutivo el proceso de asesinatos con drones de forma tal que cualquier futuro presidente va a tener que heredarlo, junto con la «lista para matar» de la Casa Blanca y sus reuniones de «los martes de terror». La guerra global ilimitada forma parte ahora de lo que significa ser presidente.
Así pues, respecto al mandamiento contra emprender guerras sin límites, el presidente ha fracasado visiblemente a la hora de obedecer su propio mandato.
5. No vivirás por encima de la ley
Al inicio de su presidencia, Obama parecía mantener en alta estima el concepto de rendir cuentas. En seguimiento del espíritu de su intención de prohibir la tortura, su fiscal general, Eric Holder, abrió una investigación sobre las políticas de tortura de los años Bush. Incluso nombró a un fiscal especial para que examinara los abusos de la CIA. Sin embargo, dos años después, de todos, excepto de dos de los casos, se había retirado la acusación y no se había llevado a cabo procesamiento alguno. En 2012, esos dos casos finales, ambos implicando las muertes de detenidos, se descartaron también sobre la base de que no había pruebas suficientes «para presentar y sostener una acusación más allá de una duda razonable». Tampoco hubo deseo alguno dentro de la administración de procesar a los abogados del Departamento de Justicia de la era Bush que habían redactado los «memoranda de tortura» proporcionando justificaciones falaces para aplicar técnicas de tortura tales como el ahogamiento simulado, para empezar.
No castigar a quienes crearon y aplicaron esas políticas fue claramente la señal de que ningún acto perpetrado como parte de la guerra contra el terror y bajo la rúbrica de la seguridad nacional iba a ser nunca enjuiciado. Esto fue, a su vez, una invitación a que alguna presidencia futura recupere el programa de torturas. Tampoco quienes las defendieron han sido silenciados. Si la tortura hubiera sido considerada verdaderamente ilegal y se hubiera hecho rendir cuentas a los responsables de la misma, quizá entonces pudieran ser creíbles las seguridades de que no va a volver a recuperarse. En cambio, cada vez que tienen ocasión, las principales personalidades de la administración Bush defienden esas prácticas.
En palabras del ex Director de la CIA Michael Hayden, «el hecho es que funcionó». Marc Thiessen, ex redactor de discursos del Presidente Bush y del Secretario de Defensa Rumsfeld, ha hecho hincapié en este mensaje: «Dick Cheney tiene razón. El programa de interrogatorios de la CIA produjo información valiosa de inteligencia que sirvió para parar ataques y salvar vidas».
Aunque se abandonó el caso contra los torturadores, un análisis potencialmente impactante y exhaustivo de los documentos de la CIA sobre el «programa de interrogatorio reforzado», un informe de 6.000 páginas elaborado por el Comité de Inteligencia del Senado, sigue aún enredado en las reglas y normas secretas de la administración (véase Mandamiento 2), a pesar de innumerables peticiones para que se publique. Al parecer, el informe afirma que el programa de torturas no funcionó ni consiguió ninguno de los objetivos que perseguían sus partidarios.
Es decir, que persiste la ausencia de responsabilidades ante uno de los crímenes más odiosos cometidos en nombre del pueblo estadounidense. Y desde los asesinatos con drones a las políticas de vigilancia y espionaje de la ANS, la administración Obama ha continuado apoyando a todos los personajes que en el gobierno están perfectamente dispuestos a vivir por encima de la ley y extrajudicialmente.
Así pues, respecto a este mandamiento, el presidente ha fracasado de nuevo a la hora de satisfacer sus propios criterios.
Cinco años después, es necesario volver a escribir los mandamientos de Obama. A continuación les expongo su actual forma y, salvo sorpresas en los próximos tres años, serán la ley virtual de la tierra y constituirán el legado de Obama:
No torturarás (pero dejarás abierta la puerta al uso futuro de la tortura).
Detendrás para siempre jamás.
Vivirás en medio de un secretismo sin límites.
Emprenderás inacabables guerras por todo el planeta.
No castigarás a quienes han cometido actos deleznables en nombre del estado de seguridad nacional.
Karen J. Greenberg es directora del Center on National Security en Fordham Law. Es autora de «The Least Worst Place: Guantanamo’s First One-Hundred Days«, así como de numerosos artículos sobre la política de seguridad nacional tras el 11-S. Es también colaboradora habitual de TomDispatch. Kevin Garnett, colaborador jurídico del centro, ha participado en la investigación desarrollada para escribir este artículo.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/175812/tomgram%3A_karen_greenberg,_obama’s_commandments/