Recomiendo:
0

Post frontera (X)

Fuentes: Rebelión

País de llegada: La convivencia – Tercera parte Cuando ella tenia un año de estar viviendo en Estados Unidos hablamos por teléfono y le dije que me iría de la casa porque era imposible vivir junto a mi mamá, ya lo había hecho una vez, cuando mi hermana aun vivía en Guatemala, me había ido […]

País de llegada: La convivencia – Tercera parte

Cuando ella tenia un año de estar viviendo en Estados Unidos hablamos por teléfono y le dije que me iría de la casa porque era imposible vivir junto a mi mamá, ya lo había hecho una vez, cuando mi hermana aun vivía en Guatemala, me había ido a alquilar un cuarto sola, pero a los meses regresé porque lo hablamos con mi hermana y ella no podía sola son la carga de los hermanos pequeños, las dos éramos las que de alguna forma no permitíamos que se hundiera el barco, regresar fue como aceptar la derrota frente a mi madre que se sintió superior y me dijo que así me quería ver, suplicándole perdón, haber salido de la casa fue para ella como perder la pureza, la virginidad, ya no era niña ante sus ojos, era pues una mujer liberal que saber en qué cama y durante cuántas noches había retozado y saber con cuántos, todo porque no dormía bajo el techo familiar. La noche que regresé sabía que ella daría su discurso de madre ofendida y decidí guardar silencio porque no regresaba por ella si no por el inmenso amor que le tenía a mi hermana-mamá y a los cumes.

Por el contrario las noches las pasaba agotada pensando en los hermanos pequeños, en ver cómo estirar el dinero para ayudarle a mi hermana con los gastos de la casa, pensaba en los trabajos de la universidad, en los entrenos, en lo inestable que era mi vida aunque tenía un novio que más que amante fue compañero fiel, en aquellos meses los retozos quedaron postergados, él se dedicó a velar por mi salud física y emocional porque tampoco comía bien y me había perdido en el licor. Contradictoriamente fue la época en que en el arbitraje las cosas mejoraron para mí, pero mis pequeñas alegrías me las guardaba y solo él se enteraba y no por mi boca.

Con mi madre nos enfrentábamos en duelos de vida o muerte porque una sola palabra suya lanzada como un dardo envenenado me desvanecía hasta reducirme al polvo. Me mató una y otra vez y yo no podía ni quería herirla, siempre en esos instantes venía a mi cabeza el pensamiento que su vida había sido difícil y que había una razón para su trato conmigo, ya no la veía como mamá o como parte de mi familia sino como una mujer a la que la existencia la llenó de espinas y no quería ser yo la que le incrustara más. Pero hiciera o no hiciera mi sola presencia en su vida la amargaba.

Para cuando mi hermana tenía un año de estar viviendo en Estados Unidos tuve una discusión muy fuerte con mi mamá y me echó de la casa y en ese mismo instante me fui, era la segunda vez. Mi hermana me había prestado dinero para dar el enganche de un carro y ahí en el baúl metí la ropa y me fui, estuve dando vueltas por la ciudad durante horas una amiga me llamó por teléfono y le pregunté si me podía rentar un cuarto en su casa, vivía sola con su hermana, me dijo que sí y camino a su casa me estacioné en un calle cualquiera y tomé la decisión de irme del país, llamé a mi hermana por teléfono y le comuniqué mi decisión, le dije que el país era lo de menos, pero que no pasaba el año en Guatemala, al mes salí del país.

Mi hermana me dijo que entonces emigrara a Estados Unidos y ella se encargó de los enlaces para el traslado, prestó el dinero para mi viaje. Mi enojo cuando llegué fue que me encontré con algo totalmente distinto a lo que ella me había dicho por teléfono. «Aquí podés dirigir juegos de fútbol y hacer lo que vos querrás, aquí los sueños se hacen realidad, podés trabajar de niñera o de maestra.» Resultó que llegué a un país donde el indocumentado es discriminado en todo, en donde uno pierde como por arte de magia, el derecho humano, las ilusiones, porque no hay forma de desarrollo, aquí los títulos cuando no hay documentos no existen, no hay forma de trabajar en la profesión que uno estudió, ¿desarrollo? Si no hay siquiera beneficios laborales y un trato digno por parte de los empleadores.

Encontré a mi hermana demacrada, había perdido la luz en sus ojos, estaba cansada, en un año de trabajo había perdido la vitalidad que la caracterizaba, era una esclava laboral, trabajando día y noche de lunes a domingo: limpiando casas, cuidando niños, limpiando estacionamientos de centros comerciales, limpiando nieve a deshoras. Me dolió, ay, cuánto me dolió verla así, y se me desmoronaron los recuerdos de infancia, de las madrugadas caminando kilómetros para llegar a la finca de fresas para trabajar el jornal, de los días cargando una hielera en los hombros buscando la comida y la superación, nada de eso había servido porque no era ni la sombra de la mujer que fue, ni la escuela, ni el trabajo, ni las desveladas habían servido de nada porque estaba ahí hecha un harapo, limpiando mierda que no era suya.

Mi llanto fue interno porque la más valiente de las dos era yo y era quien había aprendido a llorar sin derramar una sola lágrima, mi reacción fue enojarme con ella, gritarle que no era justo que estuviera ahí y que me hubiera mentido para que yo también trabajara en lo mismo. La recriminé por no tener la entereza de regresar y trabajar en lo que tanto le había costado graduarse, de no terminar la universidad que era nuestro sueño en conjunto. ¿Para qué había estudiado tanto? ¿Para estar ahí de esclava? ¿Para limpiar baños de gente que no le agradecía y encima le pagaba migajas? La aborrecí, y me odié más y más.

Encima no trabaja para ella sino para enviar el dinero ala familia, como lo habíamos hecho ambas toda la vida y como lo haría yo posteriormente. Un circulo y una cadena que rompí muchos años después y que me valió ser tachada de egoísta. Aunque no es nada nuevo, en mi familia dicen que soy la egoísta y tacaña del clan, es porque respeto el trabajo y lo que cuesta ganarse el dinero como para desperdiciarlo en vanidades. Mantengo la premisa de que nadie valora lo que no le ha costado. Para disfrutar de los momentos fugaces de felicidad hay que saber lo crudo que es el dolor para entender la diferencia y apreciar la alegría momentánea. Pasé tantos días bajo el sol que la piel se me curtió y gritando día, tarde y noche, ofreciendo helados y atoles que, la voz la tengo bronca, no es el valor del dinero sino el esfuerzo por ganarse un centavo. Si eso me convierte en tacaña pues lo soy sin duda alguna.

Mi hermana no entendía por qué yo estaba tan enojada con la vida cuando llegué a Estados Unidos, me decía que me atormentaba por gusto pero no sabía lo que yo había vivido en la frontera y decidí no contárselo, si ha leído mi historia de travesía pues se ha enterado, aun no me he sentado a hablar con ella de eso y no creo que lo haga porque lo que escribo en la hoja en blanco no lo puedo expresar con mi voz. Aparte que tenía el corazón lleno de espinas, era más el peso emocional que traía de Guatemala que lo vivido en la frontera que fue de tres y que aun no había logrado asimilar siquiera. Lo que me estaba matando por dentro era el veneno de los años de mi infancia y adolescencia, una desvalorización total de mi persona, todo lo veía oscuro, ninguna puerta por donde salir, ninguna ventaba por donde se colara un rayito de luz.

Todo en mi vida había sido agonía y me empecinaba en abrir la herida una y otra vez porque era parte de mi victimización, de herirme, de odiarme, de verme frente al espejo e insultarme por no haber logrado nada de lo que había soñado. Por no tener la fuerza interna y ser tan débil en mis emociones y tener un estado de ánimo tan cambiante que me desesperaba y me enfurecía, me aguaba los días y me hacía interminable las horas, pesadas las noches que lerdas veían el amanecer en mis ojos cansados, de pupilas llorosas que se negaban a expresar su desventura.

No puede ser, decía. No puede ser que he luchado día y noche durante años y ninguna ilusión cumplida. Mi carácter empeoró cuando llegue a Estados Unidos, mis estados de ánimo eran un caos, insoportable, el país de llegada me era insoportable y las palabras dulces de mi hermana que nunca grita me enojaban más, yo quería que se quejara, que explotara y que aceptara que este país no era para nada lo que ella y yo habíamos pensado, no era lo que nos han dicho a los millones que emigramos y ya estando aquí nos damos de cabeza contra la pared y la saliva se nos vuelve veneno y la añoranza nos apuñala. No, este país para nadie es lo que le contaron porque nadie tiene el valor de contar que ha llegado a una cárcel, fría y oscura. Misma que terminamos por aceptar. Aunque muy internamente nos resistimos aquí estamos, y nos vamos quedando ya sea por desilusión, por abandono, porque es mejor lavar baños en Estados Unidos que el propio país de origen. Razones sobran. Pero que nadie diga que se ha quedado en Estados Unidos porque es mejor que su país de origen porque es una mentira total. No es mejor, este sistema también está manipulado, lo que sucede es que lo disfrazan de falsa comodidad y quien no paga la cuota en la entrada la paga en la salida.

Lejos del país de origen, de la familia y del yugo de mi madre estábamos mi hermana y yo solas, con nuestros lastres, con ese enorme muro que mi mamá construyó y que nos separaba aun durmiendo en la misma cama. Ella buscó la manera de no hacer del país de llegada la amargura que yo veía pero mi intensidad no lo permitió, me ahogaba la frustración y no la podía esconder, cosa que ella sabe muy bien manejar a la perfección, mi rostro desencajado, mi voz reclamando, cuestionando.

Aquel año conocí la hermosura del invierno y sus copos espesos cayendo lentamente sobre las cornisas y algodonando las calles, las chimeneas humeantes, gente caminaba por las aceras vestida con largos abrigos, indocumentados limpiaban la nieve con palas, vestidos con una simple chumpa de verano, sus pieles reventadas por el frío gélido del invierno, sus espaldas encorvadas y la ineludible nostalgia asomando en sus miradas perdidas. Verlos me hacía llorar, sus miradas eran mis ojos, mis frustración.

El trato que se le da al recién llegado es inhumano, todo mundo se cree superior sino es porque llevan más tiempo en el país es porque hablan palabritas de inglés, porque tienen trabajo o porque tienen carro, porque limpian baños en casa privada y no en un centro comercial, porque trabajan en fábrica con calefacción y no al aire libre, todo es tratar de humillar al recién llegado que no tienen ni una muda de ropa. Y comienza los cuentos chinos que se desvanecen con el tiempo porque el recién llegado también se los aprende y los cuenta cuando ya no vive en el país de llegada sino en el de residencia. Pocos logran mantener la esencia y los pies sobre la tierra, pocos no se dejan comprar por la fantasía y las luces y la alcurnia del país que los esclaviza; algunas veces los grilletes tienen forma de comodidad y hay que ser muy perceptivo para no caer en la trampa.

(Continúa)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.