Recomiendo:
0

La élite impide el avance de Túnez

Fuentes: Nawaat

Traducido del francés para Rebelión por Susana merino


«Los hombres cuya función es defender los valores eternos y desinteresados, tales como la justicia y la razón, a quienes denomino «los intelectuales», han traicionado su función en provecho de otros interese más prácticos». Julien Benda, La traición de los intelectuales (1927)

Habríamos necesitado tres interminables años para acabar nuestra Constitución y organizar elecciones libres destinadas a favorecer una estabilidad política adecuada y confiable para los mercados y las agencias de calificación. Suponíamos que de ese modo lograríamos colocar a Túnez en el carril del futuro. Un Túnez que saldría finalmente del pelotón de los torpes de la economía mundial, un papel injustamente mantenido durante los 55 años de dictadura, Un Túnez que disfrutaría de su infraestructura, del potencial de sus recursos humanos y de su estratégica posición geográfica para desempeñar un papel importante en el Mediterráneo y que finalmente formaría parte de las economías emergentes.

Ese Túnez con el que soñamos, el de la justicia social, el del acceso a las oportunidades económicas y el de la distribución equitativa de las riquezas, que permitiría dotar a los ciudadanos de una capacidad de compra digna y contribuiría a frenar la corrupción y el contrabando. Un Túnez en el que las empresas dejarían de ser subcontratistas o ensambladoras de las grandes marcas internacionales bajo una sólida etiqueta: «Made in Túnez». Un Túnez que priorizaría las inversiones en investigación científica, los programas de investigación y desarrollo, la tecnología cibernética, la ingeniería de los sistemas informáticos, las telecomunicaciones, etc.

Conducidos por el miedo y no por la esperanza

Suponíamos que comenzaríamos a marchar «a toda máquina» hacia ese Túnez, pero nuestra «élite» decidió otra cosa. Hizo campaña por un «voto útil» en favor de los nostálgicos de un pasado en el que reinaba el orden y la seguridad, conducida por los medios dominantes, los mismos medios que abandonaron el discurso de vanguardia de muchos pensadores, hombres y mujeres competentes que pueblan Túnez. Y esta campaña ha tenido eco entre los electores, un eco fácil debido al ambiente ansioso que reinaba en el país luego de la operación de seguridad emprendida en Oued Ellil. Como en los viejos tiempos, se aprovechó el miedo al integrismo para promover una vuelta a la seguridad.

Es imposible no hacer un paralelismo con lo que Julien Benda denunciaba con respecto a los colaboracionistas de la Francia de Vichy, que prefirieron la capitulación de Francia frente a la Alemania hitleriana a una Francia democrática en la que ganarían las elecciones sus adversarios políticos, cuando escribió:

«Uno se define por su movilización, en nombre del orden, traducida por los intelectuales franceses en ataques a la democracia, considerada por ellos emblema del desorden (…) confesando que era mejor la derrota de Francia que la permanencia de un sistema odioso», La traición de los intelectuales.

A través del concepto del voto útil la «intelectualidad» ha logrado restablecer la filosofía del knobzisme, que considera que la principal finalidad del compromiso social o político constituye la búsqueda de la seguridad material, una mentalidad que ha generado el silencio y la sumisión durante el período más sombrío de nuestra historia. No solo nuestra «élite» cerró los ojos ante las torturas, las desapariciones forzosas, las violaciones, las exacciones y las represiones sufridas por sus compatriotas de diverso origen: islámicos, izquierdistas, sindicalistas, feministas, etc., sino que además se comprometió con la dictadura hasta el punto de llamar a Ben Alí a asumir un sexto mandato (el llamamiento de los miles) con el objetivo de mantener vigente el sistema que les garantizaba sus privilegiadas posiciones.

No hay que llamarse a engaño, nuestra querida «élite» bienhechora está mucho más inclinada a la preservación de un statu quo socioeconómico que a la restauración del orden y la seguridad. Muchos de ellos son gente de negocios que disfruta de posiciones confortables en la administración o en el sector privado. Un sector privado dominado por grupos y holdings que disfrutan de una situación de quasi monopolio en los diferentes sectores de la economía y se hallan en manos de familias vinculadas al antiguo régimen. Según el informe del Banco Mundial, las sociedades privilegiadas de esta gente de negocios alcanzaba, a costa de todos, ganancias linderas al 21% de los beneficios del conjunto del sector privado, aunque solo ofrecen un 1% de los empleos. Esta «élite» siente por lo tanto nostalgia de una política económica que beneficiaba a unos pocos y excluía a la mayoría. ¿Por qué cambiar entonces de modelo económico? ¿Por qué eliminar la exclusión y establecer un sistema basado en la igualdad de oportunidades? Estas «hordas salvajes» no lo merecen.

Ahora sabemos por qué nuestros «intelectuales» no han hecho debates profundos sobre los programas electorales y sobre las reformas prioritarias que hay que emprender en sectores como la salud, la educación, los bancos, los medios, la administración y la justicia. Sabemos por qué han eludido el debate de asuntos que preocupan a nuestros conciudadanos estos últimos tres años, como la limpieza de las calles, la inflación, la merma del poder adquisitivo y el contrabando. Sabemos por qué no se ha hablado más que de la restauración del orden, de la seguridad y del «prestigio» del Estado.

Mantener anestesiado al pueblo, cultivar la pereza intelectual y ocupar los espíritus en estériles discusiones partidistas. ¿Está usted conmigo o en el campo enemigo? Ese es el planteo.

Pero, ¿cuál es la herencia que ha dejado esta «élite» a las generaciones futuras? Un modelo de sociedad basado en un Túnez de dos velocidades, en el que la capital y las ciudades costeras disfrutan del desarrollo gracias a la ayuda discriminatoria del Estado mientras el resto del país se mantiene inerme, como en la época de la independencia.

Nuestra Nokhba ha contribuido a instalar una «mediocracia» donde reinan el intervencionismo y el clientelismo y en la que la única forma de crecer es a través de la incondicionalidad, la delación y el servilismo. Un sistema que ha permitido a auténticos incompetentes ubicarse en cargos directivos en la administración o en las empresas públicas. Un sistema con una economía dominada por gigantes nacionales incapaces, imposibilitados de competir sin privilegios y sin excepciones. Un sistema en el que el SMIC (1) constituye un verdadero insulto a los trabajadores conociendo los grandes beneficios de las empresas. Un sistema con diferencias remunerativas surrealistas entre un asalariado y su jefe.

Esta «mediocracia» ha provocado una masiva fuga de cerebros hacia países en los que sus competencias se valoran y se pagan en su justo valor. También ha generado la tragedia de los harragas, que han perdido la esperanza de vivir dignamente en su lugar de origen y emigran clandestinamente a países en los que esperan encontrar la posibilidad de ganarse la vida dignamente.

Como bien decía Goethe: «Los que ignoran su historia están condenados a repetirla».

Lo trágico de esta situación es que nuestros intelectuales conocen muy bien nuestra historia. Pero jamás se enrolaron en la Revolución del Jazmín. Esa revolución que encantó al mundo por su civismo y desencadenó un viento de libertad seguido del cuestionamiento de los modelos de gobierno en todo el mundo árabe, un mundo anestesiado por la dictadura y el subdesarrollo.

Nuestra élite no ha disimulado su descontento por el cambio del orden establecido. Se contentaría reviviendo un subdesarrollo confortable. No se inclina por la democracia, aunque lo declare, porque la democracia no es propicia para sus negocios.

(1) SMIC: Salario Mínimo Interprofesional de Crecimiento.

Fuente: http://nawaat.org/portail/2014/11/09/cette-elite-qui-handicape-la-tunisie/