De un lado a otro de la autovía que me conduce del aeropuerto internacional Félix Houphouët-Boigny al barrio de Plateau se alza una hilera de postes adornados con las banderolas de Francia. No se trata de una nostálgica reminiscencia colonial, sino de los preparativos emprendidos en el marco de la recepción organizada a Emmanuel Macron en visita a Abiyán para fijar los términos del acuerdo destinado a poner en circulación el ECO: la nueva moneda del África Occidental que substituirá al actual CFA vigente en 16 países africanos. El origen del franco francés CFA, moneda que algunos economistas consideran una de las dos “monedas coloniales” todavía en circulación (la otra es el franco comorense), se remonta al final de la Segunda Guerra Mundial cuando Francia decidió establecer dos divisas distintas para la metrópoli y sus colonias: el franco y el franco CFA respectivamente. El valor del franco CFA está permanentemente ligado a la divisa que utiliza Francia (actualmente el euro) algo que reduce ostensiblemente la soberanía de los países africanos al no permitirles elaborar una política monetaria acorde a sus propias expectativas y no a las del gobierno francés. Esta sujeción económica se redobla si tenemos en cuenta que la BCEAO y la BEAC (Bancas Centrales de África del Oeste y de África Central) tienen la obligación de depositar el 50 por ciento de sus reservas internacionales en una cuenta “especial” del Tesoro Público Francés que, a cambio, garantiza la paridad y convertibilidad del franco CFA en euros. Desde el Elíseo se sostiene que este sistema, lejos de ser un remanente colonial, favorece los intercambios comerciales y limita la inflación de los países miembros de la UEMOA. Sin embargo, para el ex ministro togolés Kako Nubukpo, el CFA, además de frenar el desarrollo al ejercer un control de facto sobre las economías de las antiguas colonias, es además un resabio de la época colonial inconcebible tras cincuenta y cinco años de independencia:
Es inconcebible que tras 55 años de independencia, los países de la zona CFA continúen teniendo una moneda físicamente fabricada en Francia y unas reservas de intercambio depositadas en el Tesoro Público Francés[1].
Las reivindicaciones de Nubukpo no son más que una de las tantas muestras de descontento que claman contra la abolición del CFA. Hace aproximadamente un año, en unas polémicas declaraciones, el actual ministro italiano de Asuntos Exteriores, Luigi di Maio, acusaba a Francia de financiar su deuda pública con el CFA así como de promover el subdesarrollo de una buena parte de África. En el trasfondo de sus declaraciones palpitaba el acuciante problema de la inmigración ilegal: con el actual sistema del CFA, Francia empujaba a miles de africanos a emigrar clandestinamente a Europa en busca de un futuro mejor. Como en todo ejercicio de retórica hay obviamente en las palabras de Di Maio una buena dosis de demagogia. Situar el origen de la emigración ilegal en el CFA parece harto improbable, por no decir fantasioso. Lo que, sin duda, sería mucho más probable sostener es que Francia y ciertas élites africanas se han beneficiado y se benefician del mantenimiento del CFA. Así, al menos, lo estipula el economista senegalés Ndongo Samba Sylla:
El franco CFA es una buena moneda para quienes se benefician de ella: las empresas francesas y extranjeras, que encuentran en ella un instrumento de acceso fácil al mercado; los dirigentes de los dos Bancos Centrales africanos que gestionan la moneda con el derecho de veto de Francia; las élites de los países implicados, que pueden expedir fácilmente sus fortunas adquiridas más o menos legalmente, así como los dirigentes de estos mismos países siempre y cuando no contesten la política africana de Francia[2].
Si hasta el momento las críticas hacia el CFA se circunscribían al ámbito reducido de algunos economistas e intelectuales africanos contestatarios del modelo CFA, desde hace unos años las voces de los detractores de esta “moneda colonial” han adquirido una mayor amplitud e intensidad. Esta ola de descontento, que ganaría un mayor impulso con las declaraciones de Di Maio y las de su homólogo del Movimiento 5 Estrellas el ex diputado Alessandro di Battista en el plató de la emisión Che tempo che fa, llevaría el pasado mes de julio al embajador de Francia en Burkina Faso, Xavier Lepeyre de Cabanes a sostener, en una entrevista a la cadena pública burkinesa Lefaso TV, que “todo lo que se dice sobre el CFA son burradas, fantasías”.
Si bien dentro de este marco de conflicto económico-político la creación de una nueva divisa habría de ser entendida como un paso hacia la definitiva emancipación del África Occidental de la alargada sombra francesa, lo cierto es que la puesta en circulación del ECO no concita ni la unanimidad ni la confianza de los estados miembros de la CEDEAO (Comunidad Económica de los Estados de África Occidental). El primer punto de desencuentro se halla en las disparidades económicas de los países integrantes de la nueva moneda y los requisitos estructurales necesarios para participar en el proyecto ECO: los llamados criterios de convergencia (un déficit de menos del 3%, una inflación inferior al 10% y una deuda que no supere el 70% del producto interior bruto PIB). En uno de sus últimos informes el comité de la CEDEAO señala que apenas tres países cumplen estrictamente los requisitos necesarios para la implantación del ECO y, dadas las enormes dificultades de los diferentes países para adaptarse a las exigencias de la zona ECO, esto implica la imposibilidad estructural de una entrada en vigor conjunta de la moneda en los estados integrantes del acuerdo. El problema se revela tanto o más acuciante cuanto que ya, en el comunicado emitido tras la cumbre de la CEDEAO en Abuya a finales de 2017 se instaba a los países de la zona a realizar los esfuerzos necesarios para alcanzar los requisitos de entrada en la nueva moneda. A este ritmo, sin embargo, parece difícil vislumbrar la completa integración monetaria a corto plazo de los países de la CEDEAO. Se trata de economías muy volátiles, monodependientes de la explotación de dos o tres materias primas y por tanto expuestas y sometidas a las fluctuaciones del mercado financiero mundial. Otra de las dificultades a tener en cuenta – y no la menor, sino tal vez la más apremiante- es la posición de Nigeria, sin duda la potencia económica de la región. Con casi 196 millones de habitantes el gigante nigeriano representa más de la mitad de la población de los dieciséis países del África Occidental, además de casi dos tercios del PIB de toda la región. Visto su peso y sus divergencias macroeconómicas y estructurales con el resto de países de la CEDEAO, lo más sensato para Nigeria – al igual que para Ghana- es mantener su propia moneda. Por lo tanto, como apunta el economista Cheickna Bounajim Cissé, sin la participación de Nigeria y de Ghana, la implantación del ECO se revela sumamente complicada e intrascendente en cuanto a su recorrido económico:
En el plano político es insostenible porque los signos procedentes de Nigeria y Ghana no son nada prometedores en cuanto a su integración en la futura moneda. Es una ideología económica lo que separa a los países francófonos de la UEMOA de los países anglófonos encarnados por Nigeria y Ghana[3].
Estos signos de carácter negativo a los que alude el
economista maliense son la consecuencia directa de una diferencia insalvable en
cuanto a los mecanismos de funcionamiento de la nueva moneda. Tanto Ghana como
Nigeria se muestran contrarios a mantener la paridad fija con el euro e instan
a los países de la UEMOA (Unión Económica y Monetaria de África Occidental) a
elaborar un plan de acción para recuperar los fondos emplazados en el Tesoro
Público Francés. “Si todos los países de la zona CFA no dejan el franco CFA
cortando toda relación con el Tesoro Público Francés, Nigeria no entrará en el
ECO” – así se expresaba hace unos meses el presidente de Nigeria Muhammadu
Buhari. Por su parte el bloque francófilo, encabezado por Costa de Marfil,
aboga por la permanencia de la paridad fija. ¿Por qué abandonar un sistema que
asegura la estabilidad? – ha repetido en varias ocasiones Alassane Ouattara,
presidente marfileño, reacio a una total desconexión con Francia. La postura de
Ouattara es reveladora de la poca confianza depositada en el proyecto de la
nueva moneda. En su opinión depender de Francia es preferible que acceder a la
total soberanía y autonomía del ECO. ¿No será la postura de Ouattara una
especie de resabio paternalista hacia la Françafrique,
esa expresión con la que el primer presidente de la independencia Felix
Houphouët-Boigny definía las alianzas de África con Francia?
[1] https://www.lemonde.fr/afrique/article/2015/07/08/le-franc-cfa-freine-le-developpement-de-l-afrique_4675137_3212.html
[2] https://www.franceculture.fr/emissions/revue-de-presse-internationale/la-revue-de-presse-internationale-du-vendredi-25-janvier-2019
[3] https://www.dw.com/fr/lafrique-de-louest-est-elle-pr%C3%AAte-%C3%A0-adopter-sa-monnaie-commune/a-51215397