Aunque seguramente para referirse al Covid-19 se hablará en Estados Unidos del “peligro amarillo” y se repetirán escenas ya vistas en España o Inglaterra, donde se atacó a mansalva a personas de rasgos asiáticos, las invocaciones al odio y a la venganza no bastarán para afrontar la epidemia. Aquí se pone a prueba un sistema de salud privatizado y mercantilizado.
Luego de varias semanas de negar que el coronavirus (Covid-19) estuviera en los Estados Unidos, Donald Trump por fin reconoció su presencia en ese país y lo calificó en su discurso como “un virus extranjero”. Esto sucedió tras la muerte del primer contagiado estadounidense con el nuevo virus, a pesar de los reiterados llamados de diversos sectores políticos de prestarle atención al inevitable contagio. En ese mismo discurso del miércoles 11 de marzo, Trump manifestó que suspendía todos los vuelos provenientes de Europa. Debido a las dudas que suscitó tal anunció en cuanto a la preservación del “libre comercio”, en un twitter aclaró poco después que se trataba de impedir la llegada de personas pero no de mercancías. Una afirmación crucial porque para el capitalismo lo más importante son las cosas y no las personas, sobre todo si son pobres. Con la arrogancia que lo caracteriza, Trump aseguró que esta es una crisis “pasajera que superaremos juntos como nación” e indicó que había pocos casos de coronavirus como resultado de las supuestas medidas que habría impulsado para prevenir la epidemia.
En poco tiempo, los hechos han demostrado la falacia de tal optimismo, puesto que en una semana se ha disparado exponencialmente el número de casos, que sobrepasan los 5000, los muertos se acercan a la centena y el número de estados afectados ha ascendido de 19 a 47, cubriendo a prácticamente todo el territorio estadounidense.
Para recalcar lo que entiende por un “virus extranjero”, Trump ha justificado la suspensión de vuelos procedentes de Europa durante un mes diciendo que la Unión Europea cometió un serio error al no impedir la llegada de viajeros que venían de China (algo no del todo cierto, puesto que Italia los restringió desde 31 de enero) y por eso “el resultado es que estamos viendo nuevos focos de infección sembrados por viajeros de Europa”. Dicha disposición “es una medida fuerte pero necesaria para proteger la salud y el bienestar de los americanos”. Como para rubricar el sentido geopolítico de la orden, El Reino Unido quedó excluido de la lista de “apestados indeseables” de origen europeo.
Cierre de fronteras y responsabilizar a los “extranjeros” es la recurrente solución trumpiana a cualquier problema que afecte a los Estados Unidos y el coronavirus no iba a ser la excepción. En una lógica y retórica chovinista, racista y xenófoba que tantos frutos políticos le ha dado, Donald Trump no la iba a abandonar a la hora de considerar el coronavirus, que es catalogado como un “virus extranjero”, vale decir maléfico, insertado en el cuerpo sano y vigoroso de los Estados Unidos. Ese virus, para más señas, proviene de China y ha sido llevado al territorio estadounidense por los europeos.
Este dato no debe pasar desapercibido, puesto que se está impidiendo el ingreso a Estados Unidos de “blancos”, ricos y “civilizados”, y ya no solo de los “migrantes de mierda”, que vienen del mundo pobre. Este rechazo “racial”, ya poco selectivo, indica que en Estados Unidos en materia de sanidad las cosas deben andar muy graves cuando se prohíbe el ingreso de “blancos” europeos a su territorio.
Y así es, en efecto, porque las previsiones sobre la dimensión que puede alcanzar el virus en los Estados Unidos son casi apocalípticas, como lo indicó Brian Monahan, Doctor del Congreso, quien señaló que el país debería prepararse para lo peor, tal como atender a por lo menos 70 millones de personas contaminadas por el coronavirus en los próximos meses.
Existe otro aspecto que tampoco puede soslayarse, al hablar de “virus extranjero” ahora sí se hace alusión a una enfermedad real, porque siempre a lo largo de su historia en Estados Unidos el término se ha utilizado para referirse, en sentido figurado, a los “virus” sociales y políticos (indios, negros, anarquistas, comunistas, latinos, islamistas, terroristas, fundamentalistas…), siempre recalcando que esos “agentes patógenos” eran ajenos a la nación estadounidense y a sus pretendidos valores de libertad, justicia, democracia, derechos humanos… y por esas razones los combatían hasta extirparlos, como hicieron tempranamente con los “pieles rojas” durante las guerras indias y lo continúan haciendo con la misma lógica asesina hasta el presente contra todos aquellos que son vistos como enemigos de los Estados Unidos.
La administración de Donald Trump examina el coronavirus como si fuera algo ajeno a la sociedad estadounidense, inoculado desde fuera por los malos de la película (en este caso chinos, vía europeos), según el clásico argumento hollywoodense, y como si no tuviera nada que ver con el capitalismo, del cual Estados Unidos es su principal portaestandarte. Esta estrategia negacionista siempre le ha rendido frutos a las clases dominantes de los Estados Unidos, en la medida que les ha servido para canalizar el rechazo de aquellos a los que pueda responsabilizarse en forma simple de los males de ese país, como sucedió durante buena parte del siglo XX con el comunismo y acontece ahora con el islamismo, ambos vistos como peligrosos “virus extranjeros” que exigen la unidad nacional para preservar los valores de los estadounidenses y contra ellos se han librado guerras que han dejado miles de muertos.
Internamente dentro de los Estados Unidos el presentar a los otros como “virus sociales” le ha funcionado de maravillas a las clases dominantes tanto para difundir miedo como para legitimar la persecución de los que son catalogados como sus enemigos. Así, se acusa, arrincona y se lincha públicamente al indio, al negro, al musulmán y ahora al chino, y en general a los extranjeros pobres, para limpiar la nación americana de sus enemigos.
En este sentido, Donald Trump no ha innovado en cuanto a la persecución de los “virus sociales”, lo cual tiene una larga tradición histórica de un poco más de dos siglos en los Estados Unidos, que ha dado pie al típico genocida estadounidense (llámese Andrew Jackson, Teodoro Roosevelt, Ronald Regan, George Bush, Barack Obama… para nombrar solamente a “asesinos ilustres”), que matan dentro y fuera de su país. A este tipo de genocidas se refirió alguna vez el escritor británico D. W. Lawrence de esta forma: “Allí tenemos el mito de la América blanca en su esencia. Todo el resto, el amor, la democracia, el descenso a la codicia, es un acto secundario. El alma esencial americana es dura, aislada, estoica y asesina. Y nunca se ha dulcificado”.
Ante esta realidad, que se sustenta en la persecución de los “virus sociales”, con la eficacia interna que tiene en los Estados Unidos para mantener adormecida y sumisa a su población y lista siempre a apoyar los crímenes de sus grandes asesinos, algunas preguntas emergen a primera vista: ¿cómo se va a hacer en Estados Unidos para atacar un virus de verdad y no un virus simulado? ¿Será que Trump supone que su estrategia de calumnias y mentiras contra los migrantes, a los que califica de “animales”, bastara para combatir el coronavirus?
Aunque seguramente para referirse al Covid-19 se hablará en Estados Unidos del “peligro amarillo” y se repetirán escenas ya vistas en España o Inglaterra, donde se atacó a mansalva a personas de rasgos asiáticos de manera brutal, las solas invocaciones al odio y a la venganza no bastarán para afrontar la epidemia en marcha. Aquí se pone a prueba ya no la demagogia y la intemperancia verbal o el poder militar, sino un sistema de salud privatizado y mercantilizado, al que no le importan atender las necesidades de los seres humanos en general sino solo las de aquellos que tienen dinero suficiente para pagar la salud más costosa del mundo, si se considera que ese sistema está sometido al poder de las grandes corporaciones médicas y sanitarias.
Pero, además, el coronavirus no solo muestra el estado lamentable de un sistema de salud mercantilizado hasta los tuétanos, sino que indica los niveles de explotación de la gente, puesto que no existe la posibilidad para millones de trabajadores de dejar de laborar cuando están enfermos e irse para sus casas, porque sencillamente carecen de licencia remunerada. Esto indica que en Estados Unidos no es posible la cuarentena porque los trabajadores no cuentan con el apoyo económico que lo haga posible. En estas condiciones, lo que vamos a ver es una interminable cadena de despidos por parte de los empresarios, cuando sus trabajadores dejen de asistir al lugar de operaciones, con lo que se garantiza que no contaran ni con atención médica ni con empleo y a morirse abandonados en sus casas o en la calle, como ya aconteció con los centenares de muertos (viejos y negros) que padecieron en el verano de 1995, por no tener con comprar artefactos de aire acondicionado.
En conclusión, una cosa es enfrentarse a un artificial “virus social”, que indica los niveles de racismo, intolerancia, chovinismo y xenofobia a que se puede llegar en los Estados Unidos para perseguir a los “indeseables”, pero una muy distinta es tener en casa un virus de verdad, por más extranjero que se le considere. En este caso ya no se puede aplicar el lema genocida, tan caro a los militares y políticos de los Estados Unidos desde el siglo XIX, de “matar al indio y salvar al hombre”, para justificar la destrucción de las culturas indígenas y convertir a los supervivientes nativos en cadáveres vivientes de la “cultura blanca”; o, dicho de otra forma, “aniquilar hasta la rendición total”. Si eso hiciesen se estarían empezando a matar entre los mismos representantes o voceros de las clases dominantes, puesto que el coronavirus ha tenido ciertos rasgos democráticos al haber atacado a hombres y mujeres ricos y poderosos y por eso ha sido noticia mundial. Claro, en el mediano plazo los paganos van a ser los más pobres entre los pobres de los Estados Unidos y del resto del mundo, pero de todas formas combatir un virus real no es lo mismo que combatir un “virus social”, porque el primero se aloja y ataca el cuerpo de los seres humanos y animales mientras que el segundo es una entelequia.